28 diciembre 2006

La inocentada

Sí señores, Esperanza Aguirre se ha llevado la palma hoy con el nombramiento de Sánchez-Dragó como director del TeleNoticias de la medianoche.

Misterios sin resolver

Con la llegada de los especiales fin de año de los suplementos culturales, en los que se nos hace creer que los colaboradores de estas publicaciones han leído todos y cada uno de los sesenta y pico mil registros del ISBN que se publican al año en España, se producen, como siempre, momentos a medio camino del suspense y del humor.
Y eso me ha sucedido hoy tomándome el café con la selección del folleto mercantil de la sección libros, exposiciones y espectáculos del diario El Mundo. Siempre es interesante observar como año tras año se repiten los mismos nombres, escriban lo que escriban. Produce risa. Por ejemplo, cuando hace unos años volvimos a tener al Vargas Llosa que narra con brío de La fiesta del Chivo, todos nos alegramos, ahora bien, que dos tostones como El paraíso en la otra esquina y Las travesuras de la niña mala hayan sido elegidos por los críticos de esta publicación entre los mejores de cada año mueve a la risa. Desde luego no se puede uno tomar muy en serio a esos críticos.
Otras cosas son mucho más inquietantes. Por ejemplo, es sorprendente que se haya colado un libro con una distribución escasa, de una editorial casi desconocida pero que ha logrado el reconocimiento a la originalidad de una propuesta y un modo de ver el mundo. Bien, a tenor de las votaciones pormenorizadas de la página 20 -es de agradecer que las incluyan para saber cómo andan estas cuestiones, sobre todo por donde andan algunos de los colaboradores- el libro de Agustín Fernández Mallo tiene el mismo número de votos que los libros de Manuel Rivas -que publica el todopoderoso emporio PRISA-, Eduardo Mendoza -gigante planetario-, o Aparicio-Belmonte -en la pequeña pero presente Lengua de Trapo y con recomendaciones por otras vías- así que se queda el noveno, por aquello de que es cabeza de ratón, y no le han dejado el décimo porque para ese puesto dejan a la poesía.
Así que, como es bueno mantener las costumbres, podemos decir lo mismo que hace un año y que, casi con total seguridad, podremos decir el próximo: los mismos perros y con los mismos collares. Vale para los críticos y para los escritores.

22 diciembre 2006

O tempora o mores

Cuando los periodistas dedicados a eso de la "cultura" -en realidad a eso de la cultura de mercado, que ni tan siquiera es lo mismo que mercado de la cultura- se ponen espléndidos se echa uno a temblar.
Ayer, en el suplemento El cultural, que graciosamente se entrega junto al diario El Mundo del siglo XXI los jueves, pudimos ver qué interesa a Juan Palomo, trasunto de la directora de la publicación: Blanca Berasátegui. Normalmente la sección "La papelera" hace honor a su nombre y uno encuentra rumores, cotilleos y demás noticias de saldo que uno arrojaría a la basura sin dudar. Pero que siempre tienen que ver en mayor o menor medida con la cultura: gestores incapaces, reyertas entre autores, algún que otro homenaje, etc.
Ahora bien, considerar una noticia cultural que, después de un año, en el bar con libros de los hermanos Pita hayan decidido volver a permitir fumar es de risa. Y nos sirve como una muestra más de lo que en algunos entornos consideran cultura. Y de por qué los suplementos culturales cada día se parecen más a una mezcla enfermiza de los folletos del supermercado y las prensa rosa-amarillista que se exhibe en las peluquerías de señoras.

20 diciembre 2006

Un gran camino hacia la sabiduría

A poco atento que uno estuviera en las clases de filosofía del instituto y la universidad siempre terminaba por preguntarse lo mismo: ¿cómo es posible que la civilización griega, que tenía constantes contactos con muchas civilizaciones orientales, no ha demostrado nunca la más mínima influencia del pensamiento de dichas civilizaciones? Afortunadamente hay más gente que se sentía igual de sorprendida que uno, y entre ellos estaba Peter Kingsley, que se ha dedicado a rastrear esos focos de espiritualidad, de pensamiento mítico, entre la herencia de la cultura griega clásica.
Hasta cierto punto parece lógico que con una finalidad educativa se simplifique el conocimiento, lo que sucede es que hay que dejar siempre claro que esa simplificación no es la verdad, sino tan sólo una adaptación destinada a divulgar el saber. En mis clases, en muchas conversaciones, me sorprendo a menudo al ver que la gente ha tomado demasiado al pie de la letra lo que le enseñaron en el colegio. Por ejemplo, muchos alumnos llegan convencidos de que la literatura está conformada por compartimentos estancos que unidos los unos a los otros como si fueran las piezas de un juego de construcción forman la literatura. Les sorprende, por ejemplo, saber que Bécquer y Rosalía fueron contemporáneos de Valera o Galdós. Les sorprende, por ejemplo, que la edición de las Rimas coincidiera con los primeros Episodios Nacionales, y también que Blasco Ibáñez sea contemporáneo de Unamuno –de hecho don Miguel era tres años mayor que él- pese a que su obra evidencia una visión literaria rebasada en su época. Son generalizaciones que vienen bien para los dependientes de las librerías –“pues dónde va a estar Borges, en novelistas por la B, qué clientela, Dios”– o para los guionistas de concursos –“-¿Famoso poeta renacentista italiano? -¿Ariosto? –No, Dante. Te dijimos del Renacimiento.”– que para la realidad.
Tan sólo hemos heredado una visión pragmática, lógica, del pensamiento griego. A los pensadores anteriores a Sócrates –ese genial personaje de ficción- les han acomodado en una categoría, la de los presocráticos, donde entra todo. Luego los dos momentos fundamentales de la filosofía clásica: Platón y Aristóteles –los únicos que todo el mundo estudiaba en COU, porque uno de los dos siempre caía en selectividad, aunque a mí me cayó San Agustín y Descartes- y la decadencia. A través de la visión que ambos dieron de sus predecesores nos hemos orientado hasta hoy. Platón siempre se señaló como heredero de Parménides. Se consideraba su discípulo y así lo señaló, situándole como el “padre de la lógica occidental”. Las apreciaciones platónicas del Zenón y el Parménides le hacen señalar a Kingsley que estamos ante un verdadero asesinato del padre. Por de pronto, Kingsley recuerda que el elegido por Parménides como alumno fue Zenón, por lo tanto pese a la pésima consideración que demuestra Platón hacia él, algo debía diferenciar el pensamiento de ambos. En este libro no se duda en indicarlo para el que lo quiera ver: Zenón sí siguió el pensamiento mítico, sanador, de Parménides.
A lo largo del libro ya se ha encargado de que el lector conozca ese pensamiento, muy alejado del tópico que nos ha llegado sobre el pensador foceo. Siguiendo la estela de unos descubrimientos arqueológicos en el sur de Italia –el terreno de los pitagóricos-, Kingsley reconstruye la trayectoria del pensamiento de los habitantes de las polis de Focea y Quíos, situadas en la costa de Anatolia. Dicho pensamiento consistía en unas prácticas casi chamánicas, ritos iniciáticos que nos hablan de una preparación de la muerte, de una aclimatación del pensamiento y del cuerpo destinada a ver ese Otro mundo, que hay detrás de la realidad que percibimos. Cualquiera un poco instruido verá de un modo evidente una unión de ese pensamiento con la visión trascendente de otros pueblos orientales –que en el caso de las tres religiones semíticas, Judaísmo, Cristianismo e Islam se ha polarizado y convertido en una recompensa o castigo; mientras que en otras disciplinas toma otros matices, como en el caso del Induismo, Budismo o Taoismo-.
Kingsley sigue el recorrido físico de los habitantes de dichas polis y la evolución de sus ritos que tienen como referente simbólico a Apolo. Reconstruye los procesos y la razón de los mismos siguiendo referencias históricas, descubrimientos arqueológicos, analizando el propio poema de Parménides –un viaje al otro mundo- e, incluso, realizando análisis linguísticos comparativos de textos griegos clásicos. El resultado es un libro iluminador sobre la cultura griega, que como todo texto destinado a abrir el sendero del conocimiento traza nuevas fronteras en el saber y despierta una voracidad lectora de más textos sobre el mismo asunto.
Pero es, por encima de los aspectos culturales e intelectuales, una lectura sanadora, que analiza una cultura de la sanación –no he usado de un modo intencionado curación- destinada a ayudarnos en nuestro día a día. Su revolución está inmersa en la raíz real de este libro. Como bien dice al final del mismo su autor: “este libro que acaba de terminar, lector, es sólo el principio”.
De todos modos no me resisto a hacer una lectura pitagórica o parmenéitica del mito de la caverna de Platón. Siempre hemos pensado, creído, que era la lógica y la razón lo que podría conseguir que en vez de las sombras fueran las imágenes reales lo que presenciaran los hombres de la caverna. Pero, ¿y si las sombras fueran este mundo, lo que percibimos de una manera consciente, y lo real fuera ese Otro mundo que se nos presenta mediante distintos tipos de conocimiento? Los narradores de lo fantástico y el neo-fantástico, los místicos, los psicólogos –especialmente los psicoanalistas jungianos-, los surrealistas, ¿no son sino intérpretes, buscadores de las razones de ese Otro mundo para el que el rito iniciático foceo nos prepara? ¿No es la filosofía, como su nombre indica, un camino de búsqueda en vez de una rígida estructura de pensamiento?
Peter Kingsley En los oscuros lugares del saber Atalanta, Vilaür, 2006

18 diciembre 2006

Un patio de colegio

Una de las quejas que más insistentemente me llegan de amigos, conocidos y alumnos de provincias es que les gustaría vivir en Madrid, porque aquí hay mucha más agitación cultural, especialmente en lo tocante a las letras, ya que las presentaciones de los libros y demás se hacen casi siempre por aquí.
Yo, la verdad, siempre he pensado que eso de ser escritor de periferia es mucho mejor que ser escritor del foro, y no sólo metafóricamente, porque todos mis amigos que viven por esos mundos de Dios son mucho más prolíficos que uno, que anda siempre perdiendo tiempo en la "vida cultural" de la capital.
Sirva a modo de ejemplo el certamen-festival que se celebró en el Colegio de Médicos de Madrid los pasados días 14 y 15 de este mes. Insertado dentro de un proyecto mucho más grande, denominado Movida. Madrid.06, que es invento que se ha sacado de la manga el gabinete de Gallardón para celebrar el veinticinco aniversario de un movimiento supuestamente contracultural que colocó a Madrid en el mapa del mundo moderno. Es curioso que los mismos gobernantes que se han encargado de que el espíritu libre y fiestero que generó y celebró la dichosa Movida se agotase en la ciudad, en muchos casos siguiendo además las presiones de los carrozas de hoy, que parecen haber olvidado con los años los numeritos que montaban en el Rockola -ahora es un supermercado- y demás antros que poblaban por entonces.
En fin, la idea estaba enmarcada dentro del programa de Nuevos creadores, y se supone que debía ser un encuentro de literatura ¿joven?, ¿contestataria? La verdad es que, ante la falta de ideario de la propuesta -basta con echar un vistazo a todos los carteles y panfletos de las actividades para encontrarse más con un folleto publicitario que con algún tipo de información que nos indique sus contenidos- uno no sabe qué se podía esperar.
Sí que hay cosas evidentes, y es que aquello estaba medio vacío. Todo el mundo se conocía, todos se saludaban y todo el mundo sabía qué hacía cada uno allí. No hace falta darle muchas vueltas para ver que la convocatoria, como tal, no había tenido mucho éxito. Si la gente que va a un sitio son todos los amigos de los organizadores y los participantes, quiere decir que muy atractivo el plan no debe ser. Tampoco hay que tirarse de los pelos, la tan traída Movida de principios de los ochenta era tan restringida como parece ser todavía la cultura.
Pero lo que se debe hacer es buscar las razones y entender el porqué de tan escasa participación. Yo creo que uno de los principales problemas radica en el concepto "joven". A tenor de lo visto en el programa joven es, sencillamente, gente con una edad temprana. Es el concepto que uno espera encontrar en una convesación entre prostáticos, pero en un entorno artístico sorprende mucho. Y sorprende porque la nómina de autores reunidos exhala un evidente aroma a cómodo, a norma, a trillado. No hay una conciencia de riesgo, de escapar a las normas heredadas. Son autores con poca edad física pero escandalosamente viejos en lo mental, totalmente insertados en las formas fosilizadas de la literatura de mercado. Las excepciones, que alguna había, quedaban totalmente enterradas por el ambiente. ¿De qué sirve traerse a Mercedes Cebrián de Roma o llevar a Carlos Pardo a recitar en ese entorno?
Otro problema era la calidad de los que intervenían. Se ha optado, decididamente, por autores que venden o por amiguetes de los organizadores. Por ejemplo, el debate sobre la Nueva literatura. Atención a la nómina de jóvenes autores: De moderador José Luís Balbín -sí, el de La Clave-, Soledad Puértolas, Rafael Reig, Lorenzo Silva y Juan Manuel de Prada -que sí es joven, pero nadie lo diría-. No se entiende que si el elemento decisorio para la inclusión de unos u otros ha sido la edad esté por ahí gente tan talludita. Salvo, eso sí, por el hecho de que había que buscar gente con nombre.
Pero entonces no se entiende la presencia del muy cuestionable rebaño de poetas que fueron invitados. Porque en ese caso sí que se puede decir que son autores del barrio, de Lavapiés y aledaños, vamos, con escaso interés desde una perspectiva crítica. Se sorprende uno al tener que decir esto, pero, ¿no es más joven el último premio Cervantes, Gamoneda, que la inmensa mayoría de estos versificadores? Curiosidades de la organización. No sé si la directriz era trabajar sólo con autores madrileños, pero en un festival así, pagado con los dineros de todos, creo que hay que ser serio y traer a gente interesante. Aunque sea de fuera. Hay muchos poetas aún jóvenes en España que habrían hecho un papel mucho más interesante.
Otro error de perspectiva importante se ha evidenciado en las carencias de la organización o del comisario y coordinadores de la misma. Parece ser que las letras son, sólo, narradores - en su mayoría novelistas- y poetas. No había ensayistas, ni pensadores, ni ningún otro género periférico. Y no hace falta estar muy puesto en esto del mundo de las letras para saber que precisamente las cosas más novedosas, más interesantes -y quizá por eso más arriesgadas y jóvenes- se están haciendo en nuevos géneros. O que en esta generación que se ha elegido como franja de edad del festival, buena parte de los mejores escritores están trabajando en el cine y la televisión. Conviene no olvidar nunca que cada cosa que se dice en la televisión -las inteligentes y las que los son menos- tiene un guionista detrás. Y que esos también son autores que trabajan con la palabra.
Pero hay cosas buenas. Un acierto fue, sin lugar a dudas, invitar a la gente de la librería Arrebato, que son los que mantienen un espíritu más cercano a lo que debió ser en su momento la dichosa Movida: fanzines, asociación cultural, una apertura mental a nuevas propuestas evidente. Ahora bien, sorprende, como siempre, que se les dedicase un pequeño rincón, mientras que la librería Antonio Machado disponía de una enorme mesa llena de ejemplares de los, en su mayoría, prescindibles libros de los mediocres invitados al festival.
A uno le parece, le ha parecido siempre bien, que se cuide y se eduque a la juventud. Que se les de esa instrucción que siempre pidió Juan Ramón Jiménez en vez de cultura, sobre todo en lo tocante a ministerios. Ahora bien, resulta verdaderamente descorazonador -y lo dice una persona de 30 años- que el hecho de ser joven sea un mérito per se. Demuestra, una vez más, que la idiocia de la sociedad, obsesionada por la juventud, se traslade a un campo del saber donde eso debería ser secundario.

16 diciembre 2006

Presunción de culpabilidad


Pues sí, nos han instalado de pleno en la cultura de la sospecha. Todos somos culpables. De algún modo extraño la reacción de los diferentes gobiernos y los encargados de la seguridad que están a su cargo ante una supuesta ofensiva terrorista que sólo aparece de vez en cuando nos ha devuelto a un estado del que nos creíamos a salvo desde el bautizo: Todos somos culpables, hasta que demostremos lo contrario.
La nueva religión de la seguridad, ya sea ante la amenaza del terror o mediante la política preventiva para que no nos hagamos daño nosotros mismos, con sus correspondientes prelados y obispos a sueldo de todos nosotros y de los poderes económicos pertinentes -o sea, que se dan al pluriempleo, y pese a eso dicen que no llegan a fin de mes- ha dictaminado que todos tenemos que demostrar nuestra inocencia. Uno debe demostrar cuando va a coger un avión que no es un criminal, y tiene que enseñar sus pertenencias en una bolsa predeterminada -una nueva liturgia- que por supuesto ellos se encargan de venderte -un nuevo cepillo- y todo para defendernos de unos señore muy malos que no conocen la Gilette y que nos esperan tras cualquier esquina para hacernos daño.
También se nos tiene que proteger de nosotros mismos. Esta semana el Tribunal Consitucional ha absuelto de la condena criminal que pesaba sobre un conductor que dio una tasa de 2 de alcohol en sangre. Repito, le ha absuelto de la condena por crimen, no de la administrativa por la que le será retirado el carnet. O sea, que ha hecho algo tan escandaloso como considerar que si alguien no comete un crimen no es un criminal, por mucho que no le guste al ministro de turno que ha hecho la ley. Dicha ley, todo hay que recordarlo, parece mentira, presupone la culpabilidad del conductor. Lo vemos todos los días en las carreteras, nadie espera a que alguien cometa delito alguno.
Tal vez alguien por ahí haya visto la película Minority Report, alguno más afortunado puede haber leído el cuento de Phillip K. Dick en el que está basada, y recordará que el presupuesto fundamental de esa parábola es plantear si uno es culpable antes de llegar a cometer el delito. Para los poco puestos hay que recordar que los sistemas penales tienen una perspectiva diferente a este respecto. El yanqui -al que estamos acostumbrados por las películas y la televisión- se focaliza en la intención, y usa como agravante la voluntad del delincuente al cometer el delito, o lo que es lo mismo: una persona que mata a otra merece más condena si lo hace por robarle que si es por una imprudencia. El derecho hispano se basa en el delito, castiga los efectos, por así decirlo, y por eso condena por homicidio y punto. Lo importante es que hay un muerto.
O sea, que la ley que nos han encajado va en contra del sistema penal en el que se tiene que insertar. Un sistema que castiga el delito cometido debe ahora castigar la intención o posibilidad de cometerlo. Esta visión está heredada de la cultura protestante, donde es el espíritu el que marca nuestra actitud ética, y no nuestra alma, como sucede en la cultura católica. Esa es la idea protestante, salva la fe, no los actos, y por tanto nuestro espíritu es bueno o malo.
Nos vemos conducidos, todos, al patíbulo de los condenados salvo que podamos probar nuestra inocencia antes. Nos mandan allí los nuevos apóstoles de la moral. Somos culpables porque fumamos, porque bebemos -pese a que pagamos nuestros impuestos que mantienen a nuestros perseguidores al hacerlo- y no importa que no dañemos a nadie más que a nosotros mismos.
Patrick Harpur, en uno de los capítulo de su interesantísimo libro El fuego secreto de los filósofos, habla de la posibilidad de convertirse en un daimon a través de la mania, de la locura. Estos daimones son los encargados de establecer una relación entre nuestra mundo y el Otro mundo, sea la muerte, el reino de Dios o cualquier otro de los distintos modelos míticos que las distintas culturas han creado. En un momento dado comenta, atravida pero creo que certeramente, que en el proceso que llevado a la cultura cristiana -que acotumbra a polarizar lo que otras considera visiones duales sin más- a identificar el cuerpo humano con el mal, con el Otro mundo, ha llegado a medicalizar procesos que antaño se consideraban ejemplos de una persona espiritual capaz de regirse por férreas convicciones, y que se convertían en muchos casos en rectos predicadores. Y pone como ejemplo a los anoréxicos, que llegan a despreciar el cuerpo en pos de un ideal. ¿No hay una semejanza real entre un enfermo de anorexia uno de esos predicadores eremitas de que nos hablan las escrituras? No creo que sea casual el aire anoréxico de nuestra minstra de sanidad que lleva a cabo su cruzada antitabaco.
No es, desde luego, casual, esa idea de que todo vicio, toda actitud desenfrenada destinada a provocar placer conlleve un peligro para la sociedad y deba ser, por tanto, eliminada.
Estamos, de nuevo marcados por un pecado original. Ya no es el católico, pero es igualmente molesto. Y todos somos culpables.

05 diciembre 2006

Elogio de la mediocridad

Vivimos en un mundo donde la mediocridad no tiene lugar. Educamos a nuestros hijos con la idea de que sean triunfadores, el fracaso no tiene espacio en la mente del ciudadano común. Nadie quiere ser mediocre.
Así que, ante la imposibilidad de que todos seamos famosos y prestigiosos, de que sea el trabajo y los méritos extraordinarios los que nos saquen de la mediocridad, como había sucedido en la historia de la humanidad hasta ahora, se ha ido produciendo una derivación de la popularidad, que ha pasado a ser patrimonio de todos rebajando su relevancia y las dificultades de adquirirla.
Ahora cualquiera es famoso, y por eso el prestigio ha adquirido un nuevo valor, ya que al separar el prestigio de la fama se ha producido una masa de profesionales prestigiosos que carecen de fama y muchos famosos que carecen de prestigio. Esto es algo perfectamente palpable en el mundo de la literatura. Hay escritores que conocen pocos, los realmente interesados, que gozan de un enorme prestigio, y otros, que son famosos –conocidos incluso fuera del círculo de interesados-, pero que carecen de prestigio alguno dentro de la profesión.
No es algo nuevo, es algo que se viene dando en el panorama literario desde siempre. Lo que sucedía es que las diferencias estaban muy claras. Uno sabía en qué bando estaba y, lo que es más importante, lo sabían todos. Hace cien años a nadie se le habría pasado por la cabeza leer críticas favorables de la obra de ciertos autores, o que estos alcanzaran un sillón de la Real Academia –aunque, la verdad, no sé a quién le puede interesar esas reuniones de prostáticos y nostálgicos fascistoides que consideran que las parejas homosexuales no pueden ser llamadas matrimonios por falta de uso del término, pero no dudan en aceptar dentro el diccionario la palabra cayuco-, porque uno sabía perfectamente que había escritores que hacían literatura y otros que divertían a la gente con sus historias. Y nunca hubo problema, porque no hay nada de malo en ser un buen profesional, el problema viene dado cuando quiere ser lo que no es.
Esto que retrato es el panorama que se vive, día a día, en suplementos culturales, corrillos literarios y demás ambientes relacionados con la literatura. A mí, personalmente, tampoco me preocupa demasiado que quieran colarme como escritores a algunos tipos, porque no tengo el porque creerlo. Los de las cadenas hamburgueseras llevan toda la vida queriendo convencerme de que lo que venden es sano. Y no les creo.
Lo lastimoso del asunto es la idea que se proyecta de estos autores como triunfadores, como modelos a seguir por los aprendices de escritor. Y la tranquilidad con que estos escritores en ciernes aceptan este modo de llegar a la fama. En el caso de la literatura todo esto se sanciona mediante los premios literarios. Desde el que se considera el más prestigioso del mundo, decidido por otros prostáticos, en este caso suecos, informadísimos. Por ejemplo, en el caso del premio Nobel de Literatura, no han leído, con casi total seguridad al premiado. Si uno tuviera la sensación de que lo han leído, no necesitarían preguntar a los distintos países a quién proponen para el premio. Sabrían a quién dárselo y punto. Pero, no, en el caso del premio sueco, se solicita a una serie de instituciones de distintos países que propongan sus nombres. Luego, los académicos escandinavos deciden a quién le dan el premio. Teniendo en cuenta el caso de España, donde el órgano consultor es, hay que pasmarse, la SGAE –o sea, que los de la fundación del inventor de la dinamita preguntan a unos corsarios a ver a quién premian, todo queda entre benefactores de la humanidad-, las sugerencias han llegado hace menos de un mes, con los que esos señores del norte de Europa tienen que leerse rápido las obras completas de Delibes, Ayala y Sábato, que son los recomendados. Si tienen que hacer lo mismo a lo largo de un mes con todas las sugerencias no creo que duerman mucho. Y es evidente que se pasan el día dormidos. Así que, señores, la conclusión se muestra diáfana: le dan un premio de literatura a alguien por otras razones. En un mes la Academia investiga la obra del autor, su fama, su estatus social y moral, etc. Desde luego no por cuestiones literarias se lleva uno el premio a casa. Tienen la ventaja los señores suecos de que los nombres se repiten con cierta frecuencia, así que tampoco deben andar mucho con el Google –que como sabemos es el método de documentación más extendido del planeta.
Este lamentable escenario se repite en casi todos los premios. Ya sea el Cervantes –que será el “Nobel hispano”, pero está dotado con la onceava cantidad de dinero-, o cualquier otro de los premios entregados por administraciones a toda la obra de un autor.
Por otro lado están los premios organizados por editoriales. En España hay numerosos premios de este tipo porque uno de los principales grupos editoriales del país ha organizado en torno a esta política su promoción. Cada editorial del grupo tiene su/s premio/s y se lo dan, evidentemente a quién quieran. Yo, al contrario que muchos, pienso que son muy libres de darles el premio a quien les venga en gana, sea de un modo amañado o no, ya que ellos lo pagan. Lo lamentable es que los distintos medios de comunicación le den a ese premio la cobertura mediática que tiene y que sirva como marchamo de calidad. Para que lo veamos de un modo claro: es como si un carnicero del barrio dijera que su cordero está premiado, por él mismo, y que por eso es de mejor calidad que el que se vende en otras carnicerías. Cualquier persona con dos dedos de frente le vería el plumero al “honrado” comerciante. Y luego compraría la carne donde le viniera en gana. Pero en España no parece ser así, y muchos creen que, por el mero hecho de estar premiada, la novela o ensayo en cuestión es de calidad y debe tener una cobertura periodística acorde con su importancia. Es un caso más de la evidente invasión del mercado –lo público/privado- dentro de las otras dos esferas del hombre –lo privado, que concierne a la vida de cada uno, y la ecclesia, donde se dirime lo público.
Pero, al fin y al cabo, estos premios, le dan al autor, cuanto menos, dinero, y algo de prestigio. Lo lamentable es que, según va uno bajando de cuantía y de categoría se produce un fenómeno curiosísimo, la mediocridad, lejos de aumentar proporcionalmente, se dispara exponencialmente.
En España, según la única publicación fiable destinada a inventariar estas convocatorias, la Guía de premios literarios de la editorial Fuentetaja, hay más de mil seiscientos premios literarios. El número de ellos que establecen la posibilidad de que el premio quede desierto son una escasísima minoría. El número de convocatorias que exige que el manuscrito sea inédito es una enorme mayoría, si no casi la totalidad. Estas dos variables son, posiblemente, dos de las más determinantes razones del mediocre panorama literario español.
Por un lado se obliga al jurado –que, tampoco hay que olvidarlo, se hacen en la mayoría de los casos los suecos con eso de leer los manuscritos- a premiar por narices algo. Hace falta un autor en la fotografía de la entrega del premio el día de las fiestas patronales, o algún libro que editar.
Por el otro lado, al exigir que sean textos inéditos los verdaderamente buenos ven imposibilitado su concurso en más de un certamen. Buena muestra de ellos son las numerosas renuncias de premios o accésit que se ven dentro del mundo de estos premios literarios de escasa cuantía. Esto sorprende si lo comparamos, por ejemplo, con el circuito de festivales de cortometrajes o largos, en cuyas secciona oficiales pueden participar cintas ya premiadas en otros certámenes. Si esa práctica se extendiese en el mundo de los premios literarios seguramente se vería una distribución muy diferente de los premios.
¿A qué lleva todo esto? A una narrativa mediocre, que por un lado no intenta casi nunca violentar las ideas preconcebidas de los géneros o de la norma establecida, ya que no de otro modo puede resultar vencedora en esos certámenes, donde la labor de selección y posterior galardón la realizan, en muchas ocasiones, lectores y autores perfectamente integrados en la doxa social. Y por otro a que los autores que, incluso dentro de esa norma, pueden realizar productos –no hay que olvidar la verdadera calidad de productores de sus autores- que destacan por su calidad, se vean acompañados por autores de un rango evidentemente inferior, que se reparten las migajas de los premios que los buenos textos no pueden ganar con textos de menos valor.
Vistas así las cosas nos encontramos ante un panorama mediocre. Loa autores dispuestos a innovar se ven relegados por la imposibilidad de ser premiados o de acceder a editoriales que han de luchar en condiciones de mercado, y los que, premio a premio, van abriéndose un hueco, son autores en algunos casos relevantes, pero en la mayoría de los casos de ínfima categoría.
¿Cuál es la solución?: ¿Premiar con más criterio? –resulta casi fascista-, ¿eliminar los premios? –también lo es, puesto que cada uno hace lo que quiere. Yo creo que la mejor postura sería tratar todo esto como lo que es, asuntos de dinero, y reservar otros lugares para hablar de la cultura. Nunca he visto un mercado con librerías.
Pero, sobre todo, descreer de la idea de que alguien pasa a ser mejor por recibir un premio, y no caer en el esnobismo de pensar que todo reconocimiento social va en contra del verdadero arte. Si enseñamos a la gente a leer y fundamentar su criterio es posible que todo esto se acabe.

04 diciembre 2006

¿Papel o virtual?

Una de las elecciones que, hoy, debe hacer todo interesado en estar conectado a lo que sucede en el mundo es elegir entre los medios de comunicación que tiene a su disposición. La televisión está, desde hace mucho tiempo, descartada como fuente de información veraz. Es inmediata, pero sospechosa. Hoy se practica la censura en directo. ¿Por qué no vimos muertos en los atentados de las Torres gemelas? En Atocha estaban allí, pero en Nueva York sólo se veía a gente ensuciada por el polvo de las torres al derrumbarse.
La radio es más inmediata si cabe, pero yerra constantemente, si uno quiere saber qué ha sucedido debe permanecer al tanto durante demasiado tiempo. Y eso sólo lo pueden hacer los oficinistas irresponsables.
Queda pues el medio escrito. Hoy uno tiene la posibilidad de acercarse al periódico o bien conectarse a Internet. Normalmente los periódicos tienen firman de prestigio y una línea bien marcada, que permite asimilar la información de un modo más o menos acertado. Por poner un ejemplo: haga lo que haga el gobierno de Zapatero en El País dirán que hace bien y en El Mundo que hace mal.
Así que la solución de información veraz y meditada parece ser Internet. La realidad virtual no es mal reducto para la libertad. Lo que sucede es que, incluso dentro de este mundo aparte, de este Uqbar en el que usted está ahora, el nombre cuenta, y son muchos los que acceden a la información a través de las versiones digitales de los diarios.
Recientemente el diario de información general de mayor tirada a nivel nacional ha renovado su versión virtual. Le ha añadido, por supuesto, blogs, no podía ser menos. Blogs curiosos que no den mucha guerra, que destacewn por bizarros: uno de sexo, otro de un interno de un psiquiátrico, etc. Pero lo mejor de la nueva versión del diario es que la mitad de los artículos están cortados, las negritas y ladillos tan típicos del Bovelia -de bovino, vivir estabulado-, que forman parte del texto, no aparecen y demás.
En fin, que, como siempre sucede con esta gente, han hecho las cosas dePRISA y jodiendo.

01 diciembre 2006

Un año, el primer aniversario


Mañana va a hacer un año del inicio -real- de este blog. Han sido 365 días con doscientas sesenta y cuatro entradas, que han generado 567 comentarios. Sin las estadísticas del primer mes, desde este mes de enero han sido 27033 páginas descargadas por 18,592 usuarios de los cuales 7088 eran reincidentes -esto es, han entrado al menos dos veces en el blog.
Lo lógico seía dar las gracias a todos los que han visitado, realizado algún comentario o enviado algunos de los libros que están recogidos en las distintas entradas. Lo dicho, sería lo lógico.
Pero la verdad es que no acabo de estar por la labor de dar las gracias, a qué mentirnos. Uno lo ha dicho muchas veces y lo repite una más, no hago esto por hacer amigos. Lo hago porque creo necesario intervenir, aunque sea desde aquí, en la sociedad que me ha tocado vivir, con su cultura y sus problemas patentes y latentes.
Así que lo dicho, si tengo que darle a alguien las gracias será a mí.
De nada.