29 agosto 2010

De imbéciles y miserables

De imbéciles está el mundo lleno, sobre todo de inútiles que se creen editores y que, cuando un genio ha muerto, carroñean e intentan arrimar el ascua a su sardina. Tan rematadamente idiota se puede llegar a ser, que ni siquiera se ha informado de que Fogwill volvió a Buenos Aires en Buquebus -el mismo medio de transporte en el que llegó a Montevideo y donde nadie, pese a que era lo acordado, fue a recogerle- y no en avión; de que cuando le dio una crisis respiratoria no avisó a nadie de la organización del festival porque en ningún momento supieron estar a la altura de la situación ni satisfacer las necesidades de los invitados y que ese editor local debió ser un fantasma porque no hay libro alguno suyo que editase en Montevideo hasta el día de hoy, de que el hotel donde alojaron a los invitados carecía de calefacción -y las noches llegaron a temperaturas bajo cero- aunque muchos de los invitados no protestaran porque hay mucho perro que no ladra al amo; de que los que se fueron de la conferencia de Quique son escritores de tres al cuarto que jamás escribirán una línea de la altura de las suyas. El equipo del festival estaba que no vivía, dice, apagando los incendios. Lo que no dice es que esos incendios los provocó la misma organización del festival y su falta de profesionalidad. No hubo una sola queja de Fogwill en la que no tuviese razón, y yo presencié, precisamente su llegada al festival. Hay una fotografía en la que aparezco leyendo un libro que llevaba para Fogwill por ahí, en el propio blog del tipo este sobre el festival. De todos modos, qué se puede esperar de un tipo que fue incapaz de responder a Cucurto cuando en la mesa redonda en la que coincidieron preguntó en qué consiste ser editor. Qué puede esperarse de alguien que, por no saber, no sabe ni las elementales reglas ortográficas del castellano: "Y los mismos que avían avisado que montaría el número".
Lo único que consuela es saber que a estos mediocres no los recordará nadie cuando se mueran, de hecho nadie los tiene en cuenta aún estando vivos, y a otros llevamos una semana echándolos de menos desde que murieron.

22 agosto 2010

Fogwill ha muerto hoy

A mí me gusta recordarle así, y cantando lieders alemanes.

O recitando poemas, como cuando leyó en mi presencia el que copio abajo y, al notar mi impaciencia mientras leía por lo extenso que es, me preguntó tras terminar su lectura a bocajarro si me había gustado o no. Todo un tipo.

Llamado por los malos poetas

Se necesitan malos poetas.
Buenas personas, pero poetas
malos. Dos, cien, mil malos poetas
se necesitan más para que estallen
las diez mil flores del poema.

Que en ellos viva la poesía,
la innecesaria, la fútil, la sutil
poesía imprescindible. O la in-
versa: la poesía necesaria,
la prescindible para vivir.

Que florezcan diez maos en el pantano
y en la barranca un Ele, un Juan,
un Gelman como elefante entero de cristal roto,
o un Rojas roto, mendigando
a la Reina de España.

(Ahora España
ha vuelto a ser un reino y tiene Reina,
y Rey del reino. España es un tablero
de alfiles politizados y peones
recién comidos: a la derecha, negros, paralizados, fuera del juego).

Y aquí hay torres de goma, alfiles
politizados y damas policiales
vigilando la casa.

A la caza del hombre,
por hambre, corren todos, saltan
de la cuadrícula y son comidos.

Todo eso abunda: faltan los poetas,
los mil, los diez mil malos, cada uno
armado con su libro de mierda. Faltan,
sus ensayitos y sus novela en preparación.
Ah.. y los curricola,
y sus diez mil applys nos faltan.

No es la muerte del hombre, es una gran ausencia
humana de malos poetas. Que florezcan
cien millones de tentativas abortadas,
relecturas, incordios,
folios de cartulina, ilustraciones
de gente amiga, cenas
con gente amiga, exégesis, escolios,
tiempo perdido como todo.

Se necesitan poetas gay, poetas
lesbianas, poetas
consagrados a la cuestión del género,
poetas que canten al hambre, al hombre,
al nombre de su barrio, al arte y a la industria,
a la estabilidad de las instituciones,
a la mancha de ozono, al agujero
de la revolución, al tajo agrio
de las mujeres, al latido
inaudible del pentium y a la guerra
entendida como continuidad de la política,
del comercio,
del ocio de escribir.

Se necesitan Betos, Titos, Carlos
que escriban poemas. Alejandras y Marthas
que escriban. Nombres para poetas,
anagramas, seudónimos y contraseñas
para el chat room del verso se necesitan.

Una poesía aquí del cirujeo en la veredas.
Una poesía aquí de la mendicidad en las instituciones.
Una poesía de los salones de lectura de versos.

Una poesía por las calles (venid a ver
los versos por las calles...)

Una poesía cosmopolita (subid a ver
los versos por la web...).

Una poesía del amor aggiornado (bajad a ver
poesía en el pesebre del amor...)

Una poesía explosiva: etarra, ética,
poéticamente equivocada.

En los papeles, en los canales
culturales de cable, en las pantallas
y en los monitores, en las antologías y en revistas
y en libros y en emisiones clandestinas
de frecuencia modulada se buscan
poetas y más malos poetas:
grandes poetas celebrados pequeños,
poetas notorios, plumas iluminadas,
hombres nimios, miméticos,
deteriorados por el alcohol,
descerebrados por la droga,
hipnotizados por el sexo
idiotizados por el rock,
odiados, amados por la gente aquí.

En las habitaciones se buscan.
En un bar, en los flippers,
en los minutos de descanso de la oficina,
entre dos clases de gramática,
en clase media, en barrios
vigilados se buscan.

¿Habrá en la tropa?
¿En los balnearios, en los baños
públicos que han comenzado a construir?
¿En los certámenes de versos?
¿En los torneos de minifútbol?
¿Bajo el sol quieto?
¿A solas con su lengua?
¿A solas con una idea repetitiva?
¿Con gente?
¿Sin amor?

No es el fin de la historia, es
el comienzo de la histeria lingual.

Todo comienza y nace de una necesidad fraguada en la lengua.
Falsifiquemos el deseo:
Te necesito nene.
Para empezar te necesito.
Para necesitar, te pido
ese minuto de poesía que necesito, necio:
quisiera ver si me devuelves el ritmo de un mal poema,
que me acarices con sus ripios,
que me turbes la mente con otra idea banal,
y que me bañes todo con la trivialidad del medio.

Y en medio del camino, en el comienzo
de la comedia terrenal, quiero vivir
la necedad y la necesidad
de un sentimiento falso.

Se necesitan nuevos sentimientos,
nuevos pensamientos imbéciles, nuevas
propuestas para el cambio, causas
para temer, para tener,
aquí en el sur.

Y arriba España es un panal
de hormigas orientales:
rumanas, tunecinos,
suecas a la sombra de un Rey.

Riámonos del Rey.
De su fealdad.
De su fatalidad.
De Su Graciosa Realidad.
La realidad es un ensueño compartido.
La realidad de España
es su filosa lengua pronunciando la eñe
y su mojada espada pronunciando el orden
del capital y la sintaxis.

¡Ay, lengua:
aparta de mí este cuerno de la prosperidad clavado en tu ingle,
suturada de chips, y cubre
nuestras heridas con el bálsamo de los malos poemas..!

14 agosto 2010

Libros modestos, historias verdaderas

Uno de los consejos que nos legó Virgilio, ese "joven que promete" en palabras de Borges, es que admiráramos las fincas grandes y cultiváramos la pequeña. En un momento como el actual, donde todos quieren ser reconocidos cuanto antes como grandes artistas, parece un contrasentido alabar a aquel que, de modo honesto, prefiere trazar una narración modesta donde pueda entrar cualquier lector y encontrar sentimientos y verdades que, no por comunes, son menos importantes. Quizás por eso me ha alegrado enormemente la mañana de este sábado porteño la lectura del breve y hermoso libro de Celia Dosio El día que Perla voló.
Este librito cuenta algo tan común y sencillo, algo tantas veces vivido y visto como es la amistad de dos adolescentes y sus primeros devaneos amorosos. Alude a lo tenso de las relaciones familiares, a los primeros desengaños y al modo en que, muchas veces, a través del dolor se llega a la alegría. Y todo eso en apenas cuarenta páginas construidas desde un discurso plenamente coherente y que se revela como el gran acierto del libro. Porque, conviene no olvidarlo, muchos podrían tener detrás de sí el bagaje de las dos protagonistas de este relato, pero quizás no todos sabrían vertebrarlo como lo hace Dosio para deleite del lector. El estilo de la narración permite, al mismo tiempo, que nos encontremos con la voz y la percepción del mundo de las dos adolescentes, Clarita y la narradora, y la mirada, distanciada, de la mujer que recuerda aquellos hechos, que puede ironizar, sin caer en el sarcasmo o en la burla, sobre todo aquello, que sigue mirando con cariño y, por qué no decirlo, cierta nostalgia.
Sencillo, directo y breve, inolvidable, la historia de las dos amigas y del horroroso perro de una de ellas, que da título al libro, es uno de esos libros que se disfrutan con el placer de lo ya conocido que se va tornando, a cada vuelta de página, en nuevo y sorprendente. Un libro lleno de vida, que no es poco entre tanta alambicada retórica y metaliteratura vacua.
Para los que todavía no lo han leído, decirles que están de suerte, tienen el texto completo en el blog de la librería y editorial Eterna Cadencia.