19 marzo 2011

Espacios compartidos para el conocimiento


Los debates sobre leyes más o menos oportunistas pueden desviar la atención sobre la revolución que ha supuesto Internet para la creación artística. En todos los aspectos, pero sobre todo en su difusión. Dudo de que un libro como Mutaciones del cine contemporáneo hubiera podido existir antes de la explosión de la red. Y eso que, pese a que se edite ahora la traducción al español, la mayoría de los textos que lo componen están escritos en los primeros años del boom de la era Google. Pero la red ha redibujado el mapamundi de la creación contemporánea y, sobre todo, ha eliminado muchas de las barreras que restringían la circulación de películas de cinematografías exóticas para el espectador occidental. Con la mayoría de las salas gestionadas por las mismas distribuidoras que participan en la gestión de los grandes estudios, y teniendo que competir por tanto muchas cintas en el estrechísimo margen de las salas de arte y ensayo, tan sólo los que pueden desplazarse a los festivales tienen el acceso a una visión aproximada del cine que se está haciendo hoy en todo el mundo. De ahí la importancia de soportes como el dvd y el vídeo y, más todavía, de Internet. Muchas de las películas que hoy consumen los cinéfilos de nuevo cuño han sido colgadas en la web y subtituladas por aficionados que no obtienen más beneficio por ello que la satisfacción de contribuir a la expansión del saber. Son ellos, realmente, los que funcionan como garantes de la difusión de unas obras que, por no ser rentables en su distribución en salas o edición comercial, jamás podrían ser visionadas. Películas que se ven en la pantalla del televisor doméstico o en el mismo ordenador y que son el síntoma último de la mutación que vive el entorno cinematográfico. Un ministerio de Cultura consciente de su labor sabría que está más en deuda con esos internautas anónimos que con las grandes multinacionales del cine.
Más allá de toda polémica, en todo caso, el lector puede encontrar un saco de tesoros en este libro: el agudo prólogo de Portabella, el acercamiento a filmografías poco transitadas como la africana, la exaltación de algunos de los directores que pese a haberse convertido en una referencia fundamental para los cinéfilos y creadores del cine de hoy siguen siendo casi desconocidos para el gran público pese a su incuestionable calidad como Abbas Kiarostami, Tsai Ming-liang o Hou Hsiao-hsien, así como la revisión de la obra y recuperación de figuras que la nueva crítica ensalza como Cassavetes o Masumura, reflexiones en torno a la centralidad del cine, y por extensión la cultura, occidental aunque siga siendo quien decide la explotación comercial del cine en casi todo el planeta…
Con todo, lo más relevante es el medio. Los textos del volumen son fruto de conversaciones, ya sea escritas mediante envíos de cartas que van pasando de unas manos a otras para ser respondidas, comentadas, rebatidas y glosadas o bien encuentros físicos registrados en grabaciones que son luego transcritas. También muchos de ellos son el fruto de trabajos conjuntos. La autoría individual queda, por tanto, desdibujada de modo palpable. Es más, el libro parte de una primera correspondencia entre varios críticos y se cierra con otra que propone quien fuera tan sólo lector de la primera serie de intercambios epistolares. Textos escritos en varios idiomas que sirven, sobre todo, para hacer más patente el modo en que se genera hoy el pensamiento y la cultura: de modo común y abierto, horizontal y, en la mayoría de las ocasiones, no lucrativo. Ese modo de relacionarse condiciona, del mismo modo, un panorama distinto de la creación donde, por un lado, desaparecen ciertas jerarquías y al mismo tiempo se tambalean las escalas antes incuestionables que imponían las élites académicas. En ese sentido, además, este volumen enlaza con la serie de libros colectivos que han hecho de Errata Naturae una editorial paradigmática para entender cómo tienen lugar esos cambios en los modelos de difusión del pensamiento.
Giner de los Ríos, decía aquello de que “todo lo sabemos entre todos”, y precisamente si para algo ha llegado Internet es para tornar real esa idea, hacerla realidad, porque los conocimientos en la red o son compartidos o no son, ya que no encuentran eco. Otra cosa son las cuestiones de autoría y demás, aunque, todos sabemos que el saber que no se transmite es saber muerto, estancado e improductivo. Quizás este libro y el método de trabajo con el que ha cobrado forma sea la mejor enseñanza para muchos de los que ahora tanto hablan y tienen tan pocas ideas, compartidas o no.
Jonathan Rosenbaum/ Adrian Martin Mutaciones del cine contemporáneo Errata Naturae, Madrid, 2011
Este artículo se publicó en el ABC Cultural nº 989, del día 20 de marzo de 2011

03 marzo 2011

Jim Dodge sobre Thomas Pynchon y apéndice Medina Valcárcel

Cosas que tiene la vida, anda uno preparando un encargo con todo el placer del mundo y en la documentación se ha encontrado esta perla en la que Jim Dodge habla sobre su relación con Thomas Pynchon en una entrevista que le hizo Kiko Amat para el fanzine que codirige, La escuela moderna, donde aquel que esté interesado puede descargar el PDF completo. A buen entendedor...:
Por si a alguien le interesa, TP vivió en Trinidad, unas 12 millas al norte de Arcata/Eureka, en la época en que yo trabajaba en la librería local. El día que firmó el contrato de alquiler de su nuevo piso, su casera –a la que yo conocía- vino a la tienda y me preguntó si teníamos algo de un tal Pynchon, porque un tío que decía llamarse así y que afirmaba ser escritor había empezado a alquilar su piso.
Por supuesto, todo lo que había escrito estaba disponible, y yo le hablé largo y tendido de sus credenciales. Pero, aunque me hubiese encantado conocerle y tomar algo con él (yo no había empezado aún a escribir narrativa, pero por aquel entonces ya estaba pensando seriamente en ello y suponía que él podría darme algunos buenos consejos) decidí finalmente dejarle con su vida. Digo esto como evidencia de que no es el paranoico reclusivo que lleva disfraces y cambia de identidad semanalmente que dicen por ahí; mucha gente en la comunidad (algunos de ellos patrones de barcos de pesca, y carpinteros y lampistas y gente de clase obrera) le conocía bien, cenaba con él, iban a bares juntos y salían por ahí con él. Por todo lo que he oido, es buenacompañía, nada afectado, y escucha mucho más que habla. Así que en lugar de un snob frágil y reclusivo, quizás Pynchon sea lo que era para sus vecinos y adláteres de Trinidad: un tipo humilde y tímido que sabe que sería distorsionado por la maquinaria de la fama americana y que prefiere concentrarse en su obra en lugar de contestar preguntas inanes de la peña cultureta o de graduados que han leido demasiada teoría literaria francesa y no suficientes matemáticas o ciencia. La primera regla del escribir es escribir, y puesto que él basa gran parte de su trabajo en hechos históricos y es un investigador meticuloso, no le sobra tiempo para ir a hacer el numerito en el Today Show (aunque, eso sí, he oído que salió en The Simpsons). En Estados Unidos no puedes permitir que se te convierta en una comodidad pública, porque serías consumido. Así que personalmente le aplaudo por eludir lo que sería obviamente celebridad y adulación. Creo que da un gran ejemplo para los artistas jóvenes: la celebridad, como la lujuria, es “un gasto de espíritu y un desperdicio de vergüenza”. Quedáos en casa y trabajad.
Lo que me ha recordado las declaraciones que recogía El País sobre la concesión de un premio a Isidoro Medina Valcárcel que, tras agradecer el premio -de bien nacido es ser agradecido-, declaró:
Este reconocimiento quiere decir que lo hecho está reconocido y asimilado, eso quiere decir que ya no vale. A partir de ahora mi propósito será demostrar que no me merecía el premio.
Con tanta gente más preocupada por salir en las fotos que en trabajar, es una alegría leer este tipo de cosas.