Qué complicado es armar un buen libro de cuentos. Y más aún cuando es el primero y debe servir como carta de presentación. Todo escritor se ve, antes o después, enfrentado a la ardua labor de editarse, de buscar un sentido en un puñado de textos que ha ido surgiendo de una manera espontánea y que deberían ser más bien el reflejo de la diversidad de todo proceso de aprendizaje que la síntesis de una obra. Y, sin embargo, lo más habitual es encontrar entre los comentarios críticos de todo tipo –desde los sesudos que vienen avalados por el marchamo académico o universitario hasta los más impresionistas de los blogueros, pasando por los críticos de mercado y ocasión de la prensa- la misma mirada recurrente: qué bien está este autor, pero en este su primer libro podemos apenas intuirlo ya que algunos de los textos son más flojos que otros y es una pena que no haya una mayor unión temática en la colección de narraciones. Ya sabemos, lo de siempre poco más o menos.
Yo coincido plenamente con Juan Bonilla en el deleite del surtido. En uno de sus libros él citó a Monterroso para hablar del “horror diversitatis” que parece planear sobre reseñistas y editores. Frente a ello, el autor se ve reducido, en cierta manera diezmado, ya que a él le surge de una manera natural esos registros diferentes que parecen ser su más pesada losa. A mí me gusta que los libros estén llenos de cosas procedentes de mil lugares distintos. Más todavía si son textos breves. Puede molestarme en una novela, pero no en libro de cuentos o una miscelánea de artículos. Es más, habría que reivindicarlo como única posibilidad válida. Aquel que tan sólo sepa hablar de una cosa, que escriba una novela sobre ello y deje de marear con diversos textos sobre el asunto, ¿no?
Más problemático es el criterio de la desigual calidad de los textos. Por un lado hay que dejar claro que lo más complicado del mundo es encontrar un libro que mantenga la tensión estilística a lo largo de todas y cada una de sus páginas. O sea, que no hay que extrañarse de que convivan cuentos magníficos con otros más cuestionables. Quizás las críticas se dirijan a lo temático, esto es, se pretende que un autor, desde el comienzo muestre ya unas obsesiones argumentales definidas. No sé qué decir. Por un lado me reafirmo en lo dicho en el anterior párrafo, ya que a mí me gustan los autores con muchas preocupaciones. Por otro lado me llama la atención la proyección que el reseñista realiza sobre la escritora del autor novel: “habla de esto que será el modo de que siga hablando de ti”, parece decirle. O sea, habla de lo que a mí me preocupa, que es el modo de hacer camino, chico. Encuentro normal los altibajos de un libro primerizo. Por la falta de oficio y por la ansiedad que el joven autor siente por publicar. Pero, también por la indefinición lógica en toda voz en formación. Es muy probable que el autor haga, con el tiempo, una lectura distante y distanciada de su libro, y eso le sirva para ver qué senderos estaban ya marcados desde sus primeros textos, y en qué medida ha seguido indagando en ellos con acierto o no, y qué caminos ha desechado con acierto o sin él. Como un viejo álbum de fotos, sirve al final para comprobar cómo hemos cambiado y lo que se dejaba entrever de nuestro presente en el pasado. Poco más, y como tal deberían ser leídos esos libros primeros, que no primerizos.