31 mayo 2007

Una biblia para el escritor

Una de las cosas que me planteé al comenzar ese blog era si, en algún momento, hablaría en él de aspectos directamente relacionados con mi trabajo. Tenía, y sigo teniendo, serias dudas sobre si es o no oportuno escribir sobre aspectos de mi vida profesional de tal modo que pueda hacer sospechar que estoy usando este espacio como plataforma de promoción para intereses personales. Hasta el día de hoy no he hablado de las diversas actividades en las que participo de un modo más o menos directo ni he escrito nada sobre ninguno de los libros que se han editado en proyectos editoriales con los que estoy relacionado.
La razón fundamental de saltarme esa norma hoy, y hablar de la reedición de la correspondencia escogida de asunto literario de Flaubert, se debe a que me parece que es un libro fundamental, y me parece enteramente injusto no extenderme sobre él porque esté editado por la empresa en la que trabajo.
Ponerse a explicar quién es Flaubert da sonrojo, y hablar de la importancia de su correspondencia también. Al menos eso cree uno, aunque es muy posible que con Flaubert esté sucediendo ya lo mismo que con otros muchos clásicos, que se han convertido en ilustres desconocidos, autores de referencia que nadie o casi nadie lee porque el peso cultural que han adquirido arroja sobre ellos un velo de tedio y excesiva exigencia con el lector que los convierte en textos poco deseables para un lector cada día más acostumbrado a la banalidad y comodidad de la literatura que se hace hoy.
Si alguien no se ha acercado a Flaubert por ello le digo desde ya que esta cometiendo un grave error, que se está perdiendo un placer importante por no leer sus narraciones. Pero, si además ese lector tiene una vocación literaria –cada día sabría explicar peor en qué debe consistir eso-, no haber leído a Flaubert no tiene excusa.
Y no leer este libro, Sobre la creación literaria, va teniendo ya también poca excusa. Es cierto que las ediciones en las que se ha editado esta correspondencia estaban casi inencontrables. Tanto la de Siruela, que recoge exclusivamente las cartas cruzadas entre Flaubert y Luise Colet, sin duda la corresponsal más intensa que tuvo el escritor, que tiene una clara vocación de recoger más la relación entre ambos que los aspectos literarios de su conversación epistolar, como la anterior edición de los Talleres de escritura Fuentetaja, centrada en las cartas en las que se habla de su obra y de diversos aspectos de la escritura, estaban agotadas y era un verdadero suplicio hacerse con un ejemplar. Pero la reedición de este libro proporciona a numerosos lectores la oportunidad de encontrar un verdadero breviario al que recurrir de modo incesante para encontrar respuesta a sus dudas relacionadas con su quehacer literario.
Leyendo este libro se va encontrando uno con numerosas reflexiones que, por un lado, sirven de guía y modelo para todo escritor que empieza. Cuánto no habría dado el propio Flaubert, trabajador infatigable de la frase, siempre dubitativo respecto a la calidad de sus textos y la calidad de su obra, por tener un maestro que, como él, dejase por escrito sus dudas, sus certezas, sus impresiones sobre una labor que se realiza siempre en soledad pero que necesita como pocas del reflejo de un lector que le de forma.
Tiene, además, este libro el extraño mérito de que, ya durante su lectura parece estar precisando una nueva relectura, porque a la luz de muchos de los problemas que encontró en la redacción de sus novelas –que aparecen en las secciones del final del libro, dedicadas a recoger los fragmentos de su correspondencia relacionados con cada una de sus obras en particular- las opiniones y consejos que aparecían en las primeras secciones del libro –más genéricas y estructuradas en series temáticas- adquieren nueva luz. Y eso que ya muchas de ellas se nos presentaban como verdaderos senderos por los que transitar como escritores.
Mi ejemplar del libro esta lleno de señales, de subrayados, de anotaciones. Y creo que una nueva lectura no serviría sino para volver a llenar de más cicatrices el libro. Es muy extraño encontrar un libro escrito hace más de un siglo, escrito, además, con una vocación tan patentemente efímera –quién piensa que esas cartas que escribe a amigos o conocidos serán fruto de ediciones en el futuro-, aguante tan bien el paso del tiempo. La mayoría de los temas, el modo de abordarlos y las soluciones y opiniones que Flaubert ofrece parecen estar entresacados de la actualidad. Eso nos lleva a pensar dos cosas, o bien que el tiempo no hace sino repetirse, en un eterno bucle que se mueve en torno al mismo centro y pasa por los mismos puntos una y otra vez, o que en realidad el tiempo es inmutable, todo permanece, y no hacemos sino enunciar una y otra vez las mismas dudas, balbucir las mismas respuestas.
Estas doscientas sesenta páginas, envueltas con una preciosa fotografía de Flaubert de escasa circulación, son, sin lugar a dudas, uno de esos libros que todo amante de la buena, y exigente, literatura debería leer. Pero son un libro que todo escritor, aprendiz o profesional, en ciernes o reconocido, debería estudiar y analizar con el lápiz en la mano, como si se tratase de un verdadero vademécum donde encontrar muchos consejos y buena parte de las soluciones a los problemas que se va a encontrar.
Flaubert fue un hombre que nos legó un puñado de novelas magníficas, que edificó laboriosamente a fuerza de horas de trabajo, sin dejarse llevar nunca por lo fácil o por el opio de la inspiración. Y aún así dejó una frase que merecería estar grabada en la entrada de todo centro de enseñanza:

Valemos más por nuestras aspiraciones que por nuestras obras.

Gustave Flaubert Sobre la creación literaria Ediciones y talleres de escritura creativa Fuentetaja, Madrid, 2007

30 mayo 2007

Muy poco ruido y muy pocas nueces

La consigna, de unos años ahora, está muy clara: El cómic, siempre que trate de temáticas adultas, es bueno. A un cómic le basta con no ser infantiloide para que todo sean voces aduladoras y a todo el mundo le parezca mejor que bien la edición de tal o cual álbum –ahora los llaman novelas gráficas, porque siempre hay tontos para cada tontería siempre que sea novedosa-, y así todos contentos, sobre todo los autores y las editoriales.
Acabo de leer, bueno, de atravesar, la lectura de La metamorfosis de Franz Kafka, adaptado por Peter Kuper. Una vez se ha leído uno las ochenta páginas del texto puedo recomendar, sin que me tiemble la voz, que el lector interesado en la historia de Gregor Samsa lea el original del escritor checo y deje en la estantería este cómic.
¿Por qué? Porque Kuper se ha limitado a trasponer la historia del hombre convertido en un monstruoso insecto en imágenes sin inventiva, sin ninguna capacidad de enriquecer con matices la historia –ni tan siquiera parece aprovechar las capacidades del medio, que explora tan sólo en una plancha y no de un modo muy afortunado- y que, por el contrario, sí que se ve duramente mermada en muchos detalles por la superficialidad del tratamiento.
Los personajes parece caricaturas, guiñoles, que carecen de toda profundidad, de toda intensidad. El dibujo, la composición de las planchas, son igualmente convencionales. Un aburrimiento, una falta de ambición, de trascendencia, verdaderamente sorprendentes.
Si el futuro del cómic, ese género de nuevo emergente –por cierto, ¿todos los modernos que usan esa palabra no se han dado cuenta de su cercanía etimológica con emergencia?- depende de cosas como esta, mal andamos.
Peter Kruper, La metamorfosis de Franz Kafka Astiberri, 2007

29 mayo 2007

Unas cuantas verdades de esas que no gusta oír

Los tópicos son como son, y lo peor de ellos es que muchas veces son ciertos. Uno de los tópicos más reiterados en torno a los diarios de José Luis García Martín es que están llenos de indiscreciones y de maledicencias sobre sus amigos y algunos enemigos. Y volumen tras volumen de ellos que se edita uno comprueba que es rigurosamente cierto. Pero también se puede ver, a poco de interés literario que tenga uno, que hay mucho más en esos diarios que meros cotilleos. De ser así, el editor de las últimas entregas, Llibros del Pexe, no creo que se tomase la molestia de editarlos, sobre todo porque no le saldría rentable, por mucha ayuda que tenga a la edición, como en el caso del volumen que acabo de leer, de la Junta de Extremadura.
En Fuego amigo pueden leerse esos dimes y diretes, esas opiniones a corazón abierto a las que tan acostumbrado tiene a su lector García Martín. Pero también hay literatura –mucha y buena-, un ejercicio constante de criterio –y siempre insobornable-, y algunas veces poesía. Porque, y no está de más recordarlo de vez en cuando, porque muchas veces se olvida o, peor aún, se silencia, García Martín es uno de los mejores poetas que hay en España. Ahí están sus libros para demostrarlo, y su extrema rigidez autocrítica –que le ha llevado, por ejemplo, a podar muchos poemas que aparecían en Material perecedero para su Mudanza- perdiendo en ello, a mi juicio, algunos de sus mejores versos.
De todos modos, está uno siempre en la televisión, en la radio, en la prensa y en las barras de los bares y cafeterías hablar a unos de otros, y casi siempre mal. Así que eso del cotilleo lo ve uno muy extendido. Lo que no ve uno tan a menudo es que alguien sea capaz de escoliar una cita oportuna y acompañarla de un comentario atinado. Copio una entrada de abril del año 2000.
Domingo, 23. Los libros sólo hablan de aquello que en cada instante nos preocupa. Abro al azar los Cuadenos de Cioran (todas mis lecturas fundamentales han sido fruto del azar): “Las relaciones más complicadas, las más terribles, las más indefinibles son las que mantenemos con nuestros amigos. Cada uno de ellos es un enemigo virtual. De un amigo se puede esperar cualquier cosa: hay que estar en constante alerta. La transformación de suele darse mucho antes de que nosotros nos percatemos de ella.”

Poco puede decir uno salvo que, a poco de vida que haya tenido, saber que esa cita está cargada –como casi todo Cioran, que siempre anda cargado- de una verdad casi irrefutable. Los amigos lo son hasta que muestran su otra cara, que no suele ser la más amable del mundo. Muchos lo sospechamos, por eso preferimos tener a los amigos a una saludable distancia, y perdonarles muchas cosas antes de que llegue el momento de la verdad, porque a un enemigo ya no se le perdona nada.
Tampoco conviene olvidar que García Martín, además de persona inteligente que ha vivido mucho, es crítico literario –uno de los más independientes y acertados que pueden disfrutarse hoy- y que le gusta decir las cosas bien claras. Sobre todo si, al decirlas, puede aprovechar y, al mismo tiempo, poner en tela de juicio algún que otro ligar común.

¿El esfuerzo que cuesta escribir una obra está en relación directa con su valor? Quizá. ¿Y el esfuerzo que requiere leerla? En este caso, seguro que no.

Que es algo que debería saber todo aquel con vocación literaria. Ser claro, que a uno se le entienda de una sola lectura es como ser hospitalario, una virtud. Y sólo el necio piensa que ser sencillo es ser simple. Precisamente sucede al contrario, porque la mayoría de los textos que uno lee como si ascendiera a una montaña son vacíos e inanes, mientras que aquellos por los que se transita como si de un paseo dominical se tratase suelen estar cargados de verdades y observaciones atinadas. No porque se encuentre uno mejores o peores cosas, sino porque como no se está esforzando en la marcha tiene tiempo para verlas.
Luego está la realidad, la triste realidad, donde parece importar poco la calidad de un texto, y todo el mundo pierde noches y días en las relaciones sociales o en establecer una marca –ya se sabe que, una vez catalogado es mucho más sencillo ser asimilado por la sociedad y su mercado- en vez de esforzarse en devolverle algo único y precioso al mundo.

Miércoles 28. En un libro de Anatole France encuentro subrayada la siguiente frase: “Las medianías son ensalzadas por las medianías que las rodean y se honran con su encumbramiento. La gloria de un hombre vulgar no ofende a nadie: más bien es una secreta adulación al vulgo. Pero hay en el talento una insolencia que se expía entre sordos rencores y calumnias insidiosas”. Me temo que, aunque eso sea verdad, se trata de un falso consuelo: también hay medianías que no son ensalzadas por nadie. Tener éxito no es sinónimo de tener talento, pero no tener éxito lo es menos todavía.
Y con una verdad tan abrumadora dedicada a todos esos convencidos de la injusticia, o de los oscuros tejemanejes de unos privilegiados, que les impide llegar a los altares del prestigio artístico, creo que se justifica todo un libro. La suerte es que en este volumen de los diarios de García Martín, como en cada uno de las entregas, hay muchas más cosas que las que me he atrevido a hilar aquí.

José Luis García Martín Fuego amigo Llibros del Pexe, Gijón, 2000

26 mayo 2007

Vamos a la feria

Ayer comienzó la fería del libro de Madrid. Todo el mundo sabe de qué va eso de la feria. Son un montón de casetas calurosas si hace calor, y gélidas si hace frío, atendidas las más de las veces por gente que ha leído pocos libros, y en las que van los autores a hacer un poco de promoción. Aunque uno la deteste, finalmente siempre se da un par de vueltas por ella y acaba gastándose más de lo que debería -porque finalmente muchos de los libros que compra no los lee nunca- y pasados unos días no queda nada de la feria, ningún recuerdo, nada memorable.
He entrado en la página web de este distinguido evento, que quiere colgarse el cartel que da prestigio, el adjetivo "cultural", cuando en realidad debería asumir su condición real, la de feria de muestras, mercado o rastro de fin de semana, o como cada uno lo quiera ver. Pues bien, allí he visto el bonito cartel que estará por todas partes -cartelería, bolsas y demás- este año. Es el que ilustra este comentario.
Lo mejor de la visita a la web de la feria ha sido leer las declaraciones que el diseñador del cartel hace, y que no deben estar manipuladas como podría suceder en cualquier otro medio de comunicación, ya que expresan el sentir de la organización. Pep Carrió dice: “El libro a veces puede generar mensajes en exceso intelectuales y queríamos llegar a todo el mundo”. O lo que es lo mismo, como cualquiera puede ver, que la feria del libro es una feria de pueblo, con sus caballitos, sus coches de choque, y nubes de algodón, nada que pueda hacer pensar que los libros contienen pensamiento. Yo no tengo nada contra las ferias de pueblo -bueno, una cosa sí, el olor de las gallinejas- pero me parece que no es, desde luego, muy afortunado estar siempre reclamando una consideración de objeto intelectual y pretender venderlo luego -de eso se trata al fin y al cabo esto de la feria del libro- como una mercancía más, que tiene la misma duración que el bocadillo de panceta o la misma importancia que el perrito piloto.
En los últimos años ha acostumbrado uno a darse una vuelta para ver a algún amigo que firmase en una caseta, para entretenarle la espera y tomarse luego unas cañas. Pero este año no será así. La razón es bien sencilla, produce un enorme hartazgo estar siempre escuchando a la gente decir que la literatura esto, que la literatura lo otro, que tienen muchas ideas sobre la literatura y reincidir siempre en que ya no hay arte y todo es mercado, y que hay una literatura del afuera, una literatura que podrá ser o que será, y demás ideas preciosísimas y vacías de contenido. Cualquiera que se tome en serio esto sabe que uno escribe porque cree en lo que hace y no se deja llevar por las directrices del mercado. Lo peor es que hay gente que sermonea por aquí y por allá y luego deja que su editor vaya poniendo carteles con su cara en los escaparates de las librerías, al lado de los premios Planeta y demás, y no duda en pasarse toda la feria del libro participando en el mercado como una cabeza más de ganado, aunque con la excusa, eso sí, de echar unas firmitas y acercarse a sus lectores y demás. Uno debe saber que cuando va a una caseta de la feria, cuando hace la presentación de un libro, está participando en ese mercado que tanto parece disgustarle. Iba a decir que esa hipocresía es repugnante, pero la verdad es que es cansina, es el discurso del burguesito que come cuatro veces al día y tiene como única preocupación la estima ética e intelectual que los demás le profesen.
Todo muy poco literario, de hecho, como pueden ver.

25 mayo 2007

Sobre lo íntimo

Acabo de terminar de leer Intimidad, de Kureishi. Hacía tiempo que quería leerlo, sobre todo desde que realizaron aquella película, que, decían, estaba basada en el libro. No sé si la adaptación es buena o mala. Todavía no he visto la película –es la otra parte del binomio que sigue pendiente- y el libro lo he leído porque encontré un ejemplar de rebote, mientras hacía tiempo, en una de las bibliotecas del ayuntamiento.
Lo único que puedo afirmar a ciencia cierta es que el libro me ha sorprendido, que no se parece a la idea que yo tenía de lo que debía ser el libro. Yo, por todo lo que se comentó en el momento en que se editó y cuando se estrenó la película, pensaba que era un libro sobre cómo establecemos hoy las relaciones, sobre si la sociedad de sucedáneos y comida rápida en la que vivimos no está facilitando un cambio en el proceso de las relaciones. Antes uno intimaba cuando ya había una relación, hoy la relación nace, muchas veces, de haber intimado. Es algo que todos conocemos. La mayoría de las relaciones de nuestra adolescencia comienzan, en cierto sentido, así. Una pareja se conoce, se desean y terminan manteniendo un encuentro sexual. Esos encuentros se prolongaban a lo largo de varios fines de semana –éramos muy jóvenes para quedar también a diario- hasta que uno de los dos encontraba otro cuerpo que desear o se daba cuenta de que esa relación no iba a ir más allá. Era algo muy común, hay grupos de amigos que lo son desde la adolescencia en los que todos se han acostado con todos, como quien dice.
Lo más terrible es que esta sociedad retractilada, de mírame y no me toques sino tienes dinero como para llevarme a casa, es que un comportamiento lógico en etapas de formación se prolongue hasta el infinito y pueda convertirse en un modo de socialización establecido.
De todos modos no es de eso de lo que habla Intimidad –ojalá hablase de eso, porque lo más íntimo que vemos es cómo se masturba el protagonista, y eso no es íntimo, es privado- sino de algo mucho más sencillo, de la necesidad de justificación de un hombre que engaña a su mujer, de un discurso que le sirva como excusa ante sí mismo. Kureishi nos narra la última noche de una relación de pareja desde un yo que es el del adúltero, que es incapaz de asumir su condición adulta y prefiere mantenerse en un estado casi prepúber en lo tocante a las relaciones sentimentales. El acierto de Kuresishi radica en la exactitud con que retrata esa personalidad inmadura. Presenta uno de los tópicos de toda persona que engaña a su pareja: lo hice por deseo, todos deseamos. Y habría que decirle que sí, que efectivamente todos deseamos, pero unos se permiten dejarse llevar por ese deseo y otro elaboran sus sentimientos de un modo distinto. Una de las cosas más incómodas de los discursos a favor de la promiscuidad es dibujar al que no hace gala de ella de idiota, persona sin sentimientos o excesivamente fría. El narrador de esta novela lo hace, expone como una de las razones para dejar a su mujer que ella está volcada en su vida profesional, que desde hace tiempo no le desea y se lo demuestra con una total indiferencia sexual, etc. Hay muchos modos de justificarse, qué duda cabe, porque suponen no entrar dentro de la verdadera realidad de uno mismo. Entender los mecanismos del deseo, por qué un hombre felizmente casado necesita mantener relaciones sexuales fuera de esa relación –el protagonista admite que han sido varias, aunque una, Nina, le ha calado más hondo- debería haber sido el verdadero objetivo de este texto. Qué hace que unas personas encuentren la felicidad en una relación estable y otras no. Ahí está el meollo, el verdadero secreto de la intimidad. Por qué unos son virtuosos al mantener la fidelidad o, al contrario, por qué tienen esas barreras que les impiden vivir su amor de un modo más libre de ataduras sociales o morales.
Uno no pretende que el pobre Kuresihi le solucione la papeleta la humanidad, pero sí que sea un poco más ambicioso en el tema a tratar. Uno sabe que esto es una novela, pero quizá quiera leer textos más ambiciosos, que nos den luz sobre los oscuros mecanismos del ser humano. Toda esa generación de narradores británicos, que se ha encumbrado desde la preponderancia económica del mundo anglosajón, y que en España ha sido usada como estandarte reciente de la editorial Anagrama, esos Kureishi, Ishiguro, Amis, Barnes, McEwan, etc., ¿qué virtud tienen en realidad? ¿Qué les convierte en grandes narradores? La verdad es muy dura, pero cada día más irrebatible, son tuertos en un país de ciegos. Aunque su literatura es hija de la posmodernidad, del pensamiento débil, aunque sus estructuras narrativas son verdaderos juegos de construcción infantil al lado de las novelas de Faulkner, por ejemplo, aunque sus análisis psicológicos son errabundos y deben más a una teleserie que a la profunda capacidad de plasmación de Proust, aunque su indagación en los mecanismos ocultos del ser humano palidece al lado de Kafka, a pesar de todos ello, se ven rodeados de autores mucho más ingenuos, pedestres y prescindibles que ellos. Si, por limitarnos al lodazal patrio, McEwan tiene que medirse con Javier Marías, es evidente que, al menos, su concepción de la trama y la narración es mucho más evolucionada, si comparamos el humor de Barnes, su fina ironía, con el chiste burdo a lo programa de los Morancos de Elvira Lindo, no hay color, y si tenemos que plantear un debate entre la capacidad de indagación en el escándalo y el uso del mismo entre Amis y Goytisolo –Juan-, pues eso, que el cabezón británico tiene mucha más gracia que el aburrido magrebí de adopción.
Yo he leído la novela de Kureisho de un tirón, sin problemas, entendiendo todo y disfrutando de las indecisiones algo infantiloides de su protagonista. Todo eso ya es más de lo que me sucede con muchos textos patrios. Pero no creo que, de aquí a una semana, guarde nada en mí de lo que leído. Si me preguntan tendré que volver aquí para recordar mis opiniones.

23 mayo 2007

Lo que pasa en la calle

Denise Scott Brown es conocida, sobre todo, por el libro que escribió junto a Robert Venturi -su marido- y Steven Izenour, Aprendiendo de Las Vegas. Escrito en la misma época, y casi podría decirse que glosa de lo que sería el libro, este Aprendiendo del pop se publicó como artículo en una revista en el año 1971 y es ahora rescatado para la colección Mínima de Gustavo Gili.
Las tesis que plantea son muy claras, una arquitectura que se acerque al pueblo y que abandone el elitismo del que siempre hace gala -quizá sean los arquitectos los últimos déspotas ilustrados que le dicen a la gente cómo debe vivir sin acercarse a sus sentimientos- para conseguir viviendas, entornos, al gusto de lo que la gente realmente demanda. La propuesta es provocativa, a qué mentirnos, y por eso mismo muy interesante. Scott Brown no tiembla a la hora de designar los ejemplos a seguir, por ejemplo, se pregunta cómo vivirían las clases bajas si pudieran permitirse mayores lujos, y no duda al señalar como modelos las estrellas de televisión o del deporte, que en muchos casos son ejemplos de ascenso social vertical sin una base educativa -así, como suena- y sus casas de nuevos ricos, pretenciosas y horteras como ejemplos a seguir.
La pregunta que quiere hacer es, en el fondo, sencillísima: ¿Cómo hacer casa al gusto de la gente con calidad? Y su apuesta está en aprender el pop. Analizar los ejemplos que la evolución natural de la sociedad expone, como la ciudad de Las Vegas para distinguir los aspectos beneficiosos de esa expresión natural. Viene a decir que, si analizamos el pop con la misma generosidad y respeto con que analizamos las grandes obras maestras del pasado podremos aprender a utilizar sus aciertos dentro de nuestra planificación urbana y construcción arquitectónica.
Ahí es donde este texto evidencia como ha pasado el tiempo por él. Sin piedad. Porque hace treinta y cinco años el pop era un movimiento en expansión, novedoso, y que era visto con recelo por los altos estamentos culturales. Pero hoy el pop está en los museos, ha pasado de ser contracultura a ser una parte más del mercado cultural -una de las partes más rentables, de hecho. Ahora el pop se contempla como arte y se respeta, se usan sus hallazgos. Y no por eso es mejor la arquitectura o el urbanismo, al contrario.
Todo eso nos lleva a plantearnos que, o bien Scott Brown y su marido no estaban en lo cierto, o que hay un problema serio a la hora de gestionar esa herencia pop. Y ambos supuestos no son nada halagüeños.

Denise Scott Brown Aprendiendo del pop Gustavo Gili, Barcelona, 2007

22 mayo 2007

Redefinir de los espacios

Dentro de la exquisita -por diseño y por textos- colección Mínima de la editorial Gustavo Gili se han recuperado dos textos del arquitecyo y diseñaodr Charles Eames. La verdad es que su obra destaca, sobre todo, dentro del campo del diseño, puesto que su obra arquitectónica has sido constantemente atacada, y se debe, en buena medida a los planteamientos que expone en uno de estos dos textos recogidos en este libro.
Publicado en 1944, ¿Qué es una casa? debió incomodar mucho a los arquitectos del momento. En ella plantea las líneas fundamentales que luego pondría en práctica en su labor como diseñador. De hecho se puede decir que este texto es, más que el de un arquitecto, el de un diseñador de casas, que sabe que puede dar a luz un modelo fácilmente reproducible en grandes cantidades que permita un rápido realojamiento de la multitud de familias que estaban ya en la calle o se iban a quedar sin techo en breve a causa de los efectos de la guerra mundial que estaba a punto de acabar.
La casa Eames, un ejemplo de vivienda modular de fácil fabricación y montaje es un ejemplo único de hasta dónde podía haber llegado la arquitectura siguiendo los postulados de este utópico que supo vislumbrar los peligros del ego y el afianzarse a los materiales de siempre en la construcción.
Por fortuna o por desgracia, el trabajo de Eames a gran escala no cuajó dentro del imaginario común ni convenció a los promotores. Una visita a la casa Eames -no es necesario ir hasta California, ya que la red mundial nos permite hacernos una idea bastante aproximada de cómo estaba planificado este edificio vanguardista- sirve para añorar el modelo, sobre todo cuando uno camina por cualquiera de las enormes y feas barriadas del desarrollismo de cualquier barrio de las afueras de nuestras ciudades.
Charles Eames redirigió entonces su trabajo a un sector donde, esta vez sí, obtuvo un reconocimiento casi unánime y sirvió como ejemplo y motor de una industria que hoy nos es tan común como el agua corriente o la luz eléctrica de los enchufes -pero que son bienes que disfruta tan sólo una cuarta parte de la humanidad a pleno rendimiento, conviene no olvidarlo- la del diseño.
Los muebles diseñados por Eames son hoy piezas de museo, reconocidas e imitadas -en mi casa de alquilar la casera me dejó una mesa imposible que está montada sobre una estructura de acero como la de las sillas de Eames, pero que en mesa se convierte en algo verdaderamente idiota- y que en una casa destacan como una muestra del afán más o menos arty del propietario.
El texto ¿Qué es el diseño? es una entrevista que le hizo L. Amic en 1972. Aquí puede verse ya a un lacónico Eames que responde de modo sucinto a las cuestiones o dudas que se le plantean. El texto serviría, eso sí, como introducción a cualquier curso de diseño que se quiera plantear.
Experimentado, triunfante, el texto contiene perlas como:
P: ¿Cuáles son los límites del diseño?
R: ¿Cuáles son los límites de los problemas?
Y contiene un principio fundamental para entender en qué consiste la labor de un diseñador.
P: ¿Admite restricciones la creación en diseño?
R: El diseño depende en gran medida de las restricciones.
P: ¿Qué restricciones?
R: Las suma de todas ellas. Éste es uno de los pocos factores clave a la hora de afrontar el problema del diseño -la capacidad del diseñador de reconocer tantas restricciones como sea posible-, su buena disposición y entusiasmo por trabajar dentro de estas restricciones: restricciones de precio, tamaño, resistencia, equilibrio, superficie, tiempo, etc.; cada problema tiene su propia lista de restricciones.
En este libro podemos, pues, entender los mecanismos de trabajo y los principios ideales sobre los que trabajó uno de los más brillantes constructores del mundo tal y como hoy lo conocemos. Un mundo hecho en serie, sí, pero no coercitivo, y que intentó, en todo caso, plantear un mundo más uniforme, pero también más bello.

Charles Eames ¿Qué es una casa? ¿Qué es el diseño? Gustavo Gili, Barcelona, 2007

19 mayo 2007

Una tensa belleza que duerme al otro lado

La fotografía es un arte que plasma lo irreal, un mundo en el que no reparamos porque fija un instante –ni tan siquiera un segundo, un periodo larguísimo para la exposición del negativo a través de la abertura del objetivo- que, a simple vista, nos es invisible. ¿Cómo separar apenas un momento en la incesante sucesión de movimientos que suceden ante nuestros ojos? No creo estar descubriéndole nada a nadie, porque todo el mundo ha experimentado ese momento en que, al revelar las fotos –o al verlas en el visor de la cámara digital- observamos detalles que se nos habían pasado desapercibidos, o pequeñas fallas –ojos medio cerrados, caras de drogadicto- que echan a perder la foto.
La fotografía, por su misma condición técnica, se convierte así en una ventana a un mundo que no conocemos, frente a la servil imitación de la realidad de la imagen en movimiento. Juan Manuel Castro Prieto es un fotógrafo que va más allá en sus objetivos y en sus resultados. Porque no sólo consigue descubrirnos realidades nuevas, sino que hace algo casi imposible, que es plasmar el alma de los momentos, abrir una ventana no ya a ese otro mundo en que, por el defecto innato de nuestra propia percepción, no reparamos, sino explicarnos el por qué de ese otro lado que se desvela a través del diafragma de la cámara.

Y para abrirnos los ojos a ese otro mundo y sus porqués se vale de una técnica afinadísima, serena y sosegada, pero que demuestra en todo momento el profundo conocimiento del oficio de la fotografía. Desde la elección de la máquina, de los formatos con los que va a trabajar, hasta el cuidado en el revelado –su dominio del laboratorio fue lo primero que le hizo ganarse una merecida fama en el entorno profesional- todos los pasos que van desde la elección de la imagen hasta la plasmación de la misma en el papel están realizados con una sabiduría incuestionable. Y todo sin hacer gala de ello, de un modo natural. En esa capacidad de dominio de la parte artesana de su trabajo, de conocimiento del oficio, enseña Castro Prieto una lección de artista, alejado de la pretenciosidad y chapucería que es moneda de cambio en el entorno artístico. Con una humildad que le convierte aún más en maestro de creadores, vemos como es capaz de poner al servicio de la imagen, de la plasmación de esa intromisión en el otro mundo de la fotografía, toda su capacidad profesional, que nos es poca, y todo avance técnico. Siempre con el mismo objetivo, con la misma idea clara: todo esfuerzo empleado en la plasmación de esa fotografía va a permitir que el espectador, su destinatario, llegue antes a ese lugar de conocimiento, de experiencia única, que son sus fotografías.
En las fotografías que Publio López Mondéjar –ese místico trapense de la fotografía que ha sido capaz de acuñar ese precioso sintagma que da título a esta entrada, esa tensa belleza- ha seleccionado para este libro se aprecia la capacidad de Castro Prieto de pasar desapercibido, de eliminar la barrera que la plasmación de la realidad a través del objetivo impone. Parece que el artista se hubiera desvanecido, que no fuera otra cosa sino la realidad lo que tenemos delante, como mucho transformada para presentarse potenciada, más viva, más exuberante ante nuestros ojos. Castro Prieto sabe, y asume, el compromiso ético que el fotógrafo debe adquirir con la realidad que fotografía, y tal es su identificación que llega a desaparecer. Consigue, así, llegar al rango más alto, y por eso más escaso, de la creación artística, aquél en que el adjetivo –ese artístico- carece de lugar y sentido, porque asistimos perplejos a la labor de creación del artista transmutado en creador. Gaya, que de esto sabía mucho, aclaró que el artista debe ser humilde, debe saberse apenas una mano vacante que el mundo real rellena. Un artista de verdad no puede, no debe considerarse, importante, puesto que su labor no es otra que servir de manos, de instrumento, a la vida y al arte, que todo lo más lo usará para prolongarse, siempre y cuando sepa adelgazarse, convertirse apenas en eso, en instrumento, mero vehículo para la vida. Lo supieron Cervantes y Shakespeare, lo supo Tolstoi y lo supo Velázquez, lo supo Mozart y lo supieron algunos más. Castro Prieto también lo sabe, pero con inédita humildad, con magnífico oficio y devoción, no hace gala de ello. Contemplar sus fotografías es una de las pocas oportunidades que tenemos no ya de ver esa realidad paralela que se deja ver en la imagen congelada, sino de entenderla, y de ese modo entendernos un poco más a nosotros mismos y al mundo que nos rodea.


18 mayo 2007

La historia de un superviviente

Manuel Chaves Nogales es una de esas perlas que han pasado desapercibidas a muchísimos, que no han sabido –o querido- ver en él no ya a un pionero del reportaje en castellano, sino un verdadero portento literario. Afortunadamente, en los últimos años han vuelto a ponerse a disposición de los lectores la mayoría de sus libros, que han ido recibiendo, de un modo casi unánime, una calurosa acogida crítica.
Entre ellos está este libro. Publicado por primera vez en el año 1934, recoge las peripecias que el propio protagonista, el bailarín –o bailaor, eso no queda claro en el libro- Juan Martínez, refirió en Montmartre al periodista. Al contrario de la presencia casi constante del periodista a la que estamos acostumbrados en el reportaje moderno, que enfatiza mucho la idea de narración subjetiva y experimentada por el propio periodista, en este caso nos encontramos ante un uso verídico y verista del viejo recurso del “manuscrito encontrado”. Chaves Nogales cuenta el inicio del texto dónde se encontró al protagonista de la historia y cómo empezó a contarle sus peripecias por la Rusia de la revolución del año diecisiete. Y luego cede su voz al bailarín, para contarnos en primera persona los viajes y contratiempos que vivieron él y su mujer desde el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial hasta su retorno a España y posterior huida a París, para asentarse en la rue Lepic, enclave mítico del barrio no menos mítico de Montmartre.
Haciendo un grosero resumen –los resúmenes siempre lo son, porque la grosería lo es, las más de las veces, por superficial- se podría decir que lo relatado es una sucesión de hambrunas y de sustos, todo salpimentado con una mirada nada complaciente con los excesos que, en nombre de ideologías o del poder, se cometen. Lo que otorga especial interés al texto, más allá de la tersa prosa de Chaves Nogales, es la consideración de que, cuando se escribió, se estaba viviendo en toda Europa un fervor ideológico que, en sus facetas más extremas, desembocaría en la Segunda Guerra Mundial. Lo lógico sería esperar un texto marcadamente parcial, que sirviese como instrumento ideológico. Pero lo que hace de Chaves un maestro de periodistas es que, como luego hará en A sangre y fuego pese a tomar un claro partido por la república, no hace concesiones de ningún tipo. Relata lo que ve, y lo que ve es el desenfreno de crueldad y salvajismo que llevan a cabo ambos bandos. Cuando uno lee este reportaje toma una conciencia clara de que ni los rusos blancos ni los rusos rojos tenían un interés especial por la justicia o por la población rusa. No, lo que se trasluce es la lucha fratricida –toda contienda civil lo es- en la que uno se ve obligado a arrimarse al sol que más calienta si quiere salir con vida.
Son especialmente irónicos los pasajes en que se nos relata que el protagonista no duda en dejarse ver con unos u otros al principio para conservar el pellejo, hasta que se da cuenta de que es todavía más oportuno no dejarse ver con nadie. Ni Juan Martínez renunció a luchar por salvar su vida y la de su mujer, ni Chaves Nogales cede en ningún momento a la tentación de hacer una lectura partidista de esa experiencia. Realiza un periodismo testimonial, limpio, en que el reportero sólo levanta acta de lo que sucede, no lo manipula, no lo lleva al terreno que mejor le viene. Hay que decir que, al escribir esta historia el periodista tuvo la suerte de encontrar a un testigo presencial que no necesita ponerse en buen lugar, y que puede ser sincero al relatar lo que vivió y vio.
Una de las escenas más sorprendentes de la narración nos muestra el valor de una vida frente al de unas botas en el frente ruso. O de un abrigo. A veces se prefería pasar frío antes que ser confundido con un soldado de cualquiera de los bandos, porque eso podía costarte la vida.
La lectura de este intenso, más que recomendable, libro, que se lee con el placer de una novela sencilla y bien escrita pero que deja una profunda huella porque sabemos que los hechos que narra son ciertos, no puede dejar incólume al lector. No se puede salir de la lectura del mismo pensando en conceptos de bien o mal, de buenos y malos. No, porque en este libro su autor se ha asomado a lo más profundo de todos nosotros para reflejar sin trampas ni trucos lo que allí ha visto. Que todos somos inocentes y que todos somos culpables, porque no son las ideologías las que matan, sino los fanáticos que las usan como excusa.

Manuel Chaves Nogales El maestro Juan Martínez que estaba allí Libros del Asteroide, Barcelona, 2007

14 mayo 2007

Las churras con las merinas

Vivimos unos tiempos muy extraños, idiotas en verdad, donde todos podemos ser juzgados con la seguridad de ser condenados. La razón es simple, todos somos culpables -preguntar a Kafka por qué- y no merecemos ser escuchados antes de la ejecución de la sentencia.
Andan los judios en Gran Bretaña algo revueltos por unas declaraciones de Brian Ferry en las que alaba el trabajo de Lenu Riefensthal, de Albert Speer y la capacidad que desarrolló el Tercer Reich de crear iconos visuales. Tan ardientes han sido las protestas que los grandes almacenes Mark & Spencer han cancelado un contrato vigente con el líder de Roxy Music como imagen de su línea de moda masculina. Por encima del síntoma meramente superficial -yo creo que es mejor para Ferry dejar de ser la imagen de unos putos grandes almacenes- me llama la atención la estulticia entre la que nos movemos. ¿Quién, con un mínimo de cultura audiovisual, negaría las excelencias del trabajo de la Riefensthal? ¿Quién, con unos escasos conocimientos de la Historia del arte, o con una mínima sensibilidad estética, negaría la excelncia de los edificios de Speer? ¿No es cierto que las investigaciones y hallazgos propagandísticos, y estéticos, de los jerarcas nazis son la base con la que trabajan muchas de las empresas de publicidad que montan las campañas de marcas en las que Mark & Spencer y muchos ricos empresarios judíos británicos tienen intereses?
La incultura, la hipocresía, hacen siempre acto de presencia en la vida pública.
Hace tres años, en la editorial Acantilado se publicó un libro fundamental, el Diccionario críticos de mitos y símbolos del nazismo de Rosa Sala Rose, en el que se repasa toda la iconografía y mitos de los que hizo uso el Tercer Reich. Leyendo ese libro uno puede sorprenderse de la enorme cantidad de detalles, de pormenores, que hemos heredado del gobierno nazi. ¿Qué hay que hacer, negarlos? Esos idiotas que se rasgan las vestiduras y que apelan a los seis millones de muertos judíos -ignorando el resto de millones gitanos o de otras confesiones religiosas que también fueron asesinados en los campos de concentración- son los primeros que usan como banderas de su ideología muchas novedades que nacieron dentro del sistema nazi. La protección de los animales, la eduación física obligatoria, los controles de los productos que consume la población, las autopistas, y muchos más aspectos que hemos interiorizado dieron sus primeros pases en los doce años de gobierno nazi en Alemania.
Vivimos rodeados de incultos y de hipócritas. Que, además, gritan muy alto.

13 mayo 2007

La ceguera de la vida


Ando por la Gran Vía madrileña -esa calle con pretensiones neoyorquinas o lo más Chicago de Madrid, como cada uno prefiera- y contemplo con sorpresa a una multitud apelotonada en torno a una pantalla gigante que tiene instalada una cafetería especializada en zumos en la fachada del comercio. Un grupo enorme de gente que sale a la calle a ver una pantalla en vez de la realidad que tienen delante.
La misma que atiende a las emisiones de las pantallas de los andenes del Metro de Madrid.
La misma que se queda mirando la pantalla gigante que han instalado en Callao.
Demasiada gente mirando una pantalla en vez de vivir la vida, demasiada gente experimentando la realidad a través de una pantalla rectangular.
Y una vida que se escapa.

12 mayo 2007

Premio del público

Aprovecho que el Pisuerga pasa por Valladolid para informar de que el premio del público en el festival Documenta Madrid se lo ha llevado la película Viaje en sol mayor, de Georgi Lazarevski. Una vez más el premio más limpio, el que da la gente que va a la sala sin prejuicios ni intereses.
Enhorabuena a los artífices de la película y a los que han podido disfrutar de ella.

10 mayo 2007

Un festival diferente

Como sabe cualquier madrileño, la primavera en la capital está llena de ofertas a cual más vacía e intrascendente. Yo creo que es un juego a doble baraja inteligentísimo, por un lado trincan pasta de las instituciones para hacer "cosas culturales" y por otro de las asociaciones hosteleras para que estas sean una birria y se llenen bares y terrazas.
Por eso quiero destacar un cita que, de tan alternativa que es, no está ni tan siquiera en el programa de fiestas de San Isidro 2007.
Este sábado, en la sede social de la agencia publicitaria Delvico (La Palma, 10) y palmando sólo cinco pavos -no sé qué piensan hacer con tanto pavo, a lo mejor una granja- puedes disfrutar de una programación de primera que aquí copio:

LOS NIÑOS DE LA REVOLUCIÓN: Por primer año y de carácter matutino habrá actividades para los más pequeños. La compañía PRIMIGENIUS llevará a cabo su espectáculo COCINANDO CUENTOS.

POEMÁTICA EXPUESTA: ARREBATO LIBROS expondrá un conjunto de testimonios singulares encontrados dentro de los libros a lo largo de tres años. Objetos, cartas, recortes, mapas, flores... historia dentro de otras historias desde el siglo XVIII a nuestros días.

VIDEOPOEMÁTICA: Por segundo año y de modo paralelo a las actuaciones, seis piezas poéticas que usan el video como forma de expresión:
LETRAS A LA CALLE 2006, LA PLUMA ELECTRI*K,EL KOALAPUESTO,IGNACIO ÁLVAREZ BORDOY,
RODOLFO FRANCO, DAVID MORENO HERNÁNDEZ

POEMÁTICA: Confirmadas las participaciones de doce poetas, quienes este año subirán al escenario desde las 17.30 de la tarde hasta la 01.00 de la madrugada:
ANTONIA DE MALASAÑA, CHUS ARELLANO, GONZALO ESCARPA, EDUARD ESCOFFET, EL NIÑO CARAJAULA, RODOLFO FRANCO, DAVID GONZÁLEZ, DAVID MORENO HERNÁNDEZ, PERU SAIZPREZ, MARIA SALGADO, SUBDESARSUR, ANTONIO VEGA

Más información en este enlace

Suerte a todos y a todas. Ah, la cita es en Malasaña, llevaos el casco por si acaso aparecen los chicos de azul ultramar.

Exceso de enciclopedia

Por muchas veces que se diga no deja de ser verdad. Frente a la corriente “costumbrista aburguesada” que echó a perder a la “nueva narrativa española”, lo que se deja ver cada vez con mayor claridad en los narradores que llegan del otro lado del charco es un exceso de “literatura”, de “cultura” que convierte sus obras en artefactos aparatosos y poco atractivos para el lector. Además de aburridos.
Los Apuntes para una novísima arquitectura de Fernando León serían un buen ejemplo de ello. Son textos que parecen pensados más para demostrar las lecturas, para dar pábulo a los críticos y exegetas con las referencias de cada uno de los cuentos, que para realmente conmover al lector y transformarle mediante la lectura –conviene no olvidar que la experiencia de la lectura es, en sí, vida.
Yo me acerqué a este libro por el título. Hay manías, como todas, y a mí me sucede que un título puede hacer que me interese un libro. El otro día, en una mesa redonda que moderé conocí a un chico que dijo que él ha comprado muchos libros por las portadas, y a mí me sucede lo mismo con los títulos. Hay libros que me he llevado a casa sin saber de qué narices iban sólo por el nombre de la portada.
Por eso, cuando leí la contraportada en casa, ya más tranquilo, creí que me iba a encontrar con uno de esos autores que saben hacer de los problemas de construcción el verdadero elemento estructural del relato. Creí que me encontraba ante uno de esos autores a los que se refiere Piglia en sus tesis sobre el cuento:
Borges (como Poe, como Kafka) sabía transformar en anécdota los problemas de la forma de narrar.
Pero luego, claro, ha resultado que no es así, que Fernando de León es, al menos en los siete cuentos que componen este libro, uno de esos autores que usan ecos para barnizar de profundidad sus textos, pero que no terminan de convencer con lo que quieren decir.
Pondré un ejemplo, porque con ejemplos siempre se entienden mejor las cosas. Se ha analizado hasta la saciedad la influencia de Eduard Hopper en la construcción de ciertos planos cinematográficos, en películas de, por ejemplo, Hitchcock. Hay una asimilación de las imágenes creadas por este pintor –cuya exaltación, todo hay que decirlo, demuestra hasta qué punto está ya nuestra visión mediatizada por el cine, porque es un mal pintor pero un excelente diseñador de producción, y como botón de muestra sirva el hecho de que un Hopper es siempre mejor en reproducción mecánica que al natural- en la retina de muchos directores de cine. La casa en la que vive Norman Bates en Psicosis (Psycho) está directamente copiada de un cuadro de Hopper, y la imagen de road movie que plasmó Kubrick en Lolita bebe claramente de los fríos paisajes en los que hasta la figura humana parece un decorado del pintor estadounidense. Bien, el uso que hacen estos directores de los cuadros es compositivo. Se establece un diálogo fértil con la tradición.
Frente a este uso natural y lícito está el uso pedante de la cultura, que no responde a ninguna necesidad ni objetivo artístico. Por ejemplo, Peter Greenaway no duda en colocar un cuadro colgado sobre un sofá en una escena, sin que haya ninguna otra referencia a ese cuadro. Está ahí para demostrarnos que él sabe quién es el artista, que ha ido al museo y ha visto el cuadro, pero está ahí porque sí, porque así él demuestra que tiene cultura. Pero no cumple función alguna, no hay diálogo, hay exhibición, sin más.
Eso mismo sucede en este libro de Fernando León, donde la cultura se exhibe, hay, si se me permite el juego de palabras, una vocación claramente exhivicionista.
Los cuentos están construidos sólo desde el poder simbólico, desde la sugestión que puede despertar una idea, un chispazo más o menos interesante en lo temático. Pero la mayoría de ellos están deslavazados, no hay un cierre en el cuento, y uno se plantea serias dudas de si no habría sido mejor optar por el ensayo para plasmar esas variaciones sobre el cuerpo humano, que es como se nos quiere vender el libro.
Porque, y ese es otro de los problemas que me he encontrado en este libro, hay una voluntad clara de caer en esa idea de que el libro de cuentos debe ser unitario temáticamente. Monterroso alertaba sobre ese error, y señalaba el horror diversitatis que parecen sufrir los cuentistas cuando se ven obligados a recoger sus relatos en un volumen. Bolaño no les hizo ningún favor a los aprendices con su famosa frase:
Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince.
No les hizo ningún favor porque le han creído -como han creído también que Bolaño despreciaba a los autores del boom, algo totalmente falso-, y el propio Bolaño terminaba cada uno de sus cuentos como pieza única, de no ser así no habrían quedado inéditos sueltos. Una colección de cuentos sirve para que el reflejo de unos cuentos en otros los dote de mayores significados, de nuevas lecturas, pero no debe ser, nunca, un corsé, sino algo que les de alas. Un cuento por sí solo debe poder decir todo lo que tiene que decir, pero en compañía parece decir más, y esa es la ventaja de un libro de relatos.
Porque este libro, y ahí es donde reside su mayor defecto, la falla que amenaza con hacer caer el conjunto, ha nacido viejo. Estamos en el año dos mil siete –lo escribo así para que el lector avisado se de cuenta de cómo cambia un año cuando se escribe con letras y no con números, como si se tratase de las páginas de color salmón del periódico- y hoy por hoy la ciencia ha avanzado que es una barbaridad. Partir de un concepto arquitectónico del cuerpo humano es sorprendente, si uno quiere ponerse a la sombra de Vesalio –y el que haya leído este libro sabe porque lo saco a colación- y hablar de la anatomía –y por extensión del universo- desde una perspectiva arquitectónica, considerando nuestra fisionomía como una construcción de huesos y músculos que albergan los débiles órganos puede hacerlo. Pero desde que llegó la mecánica de fluidos, la termodinámica, y demás teorías científicas algo más recientes suena un poco a broma pretender ser moderno y estar a la última con esos odres. Yo creo que Fernando León debería cogerse un día en la biblioteca Rizoma, no porque sea una pieza fundamental del pensamiento de la humanidad –creo que se podría discutir mucho sobre ello- pero al menos para enterarse de por dónde van los tiros a día de hoy.

Fernando de León Apuntes para una novísima arquitectura Berenice, Córdoba, 2007

09 mayo 2007

La vida proyectada

En el pasado festival IndieLisboa -del que ya se habló en este blog- coincidí con Georgi Lazarevski, un director que se ha estrenado con una película maravillosa, Viaje en sol mayor, y que hasta entonces contaba como hito más relevante de su currículum el haber trabajado como cámara en El fabuloso destino de Amélie Poulain.
Tuve la mala suerte de no poder asistir allí a ninguno de los pases de la cinta, y encontrarme siempre ocupada la copia que en la cinemateca del festival ponían a disposición de invitados y acreditados. Así que me fui a casa sin ver una de las mejores películas del festival que, además, se llevó el premio del público -a fin de cuentas el premio más honesto de todos los que se puede llevar una cinta en un festival, porque el público vota exclusivamente lo que le gusta, sin darle más vueltas ni dejarse llevar por pretensión alguna.
Por eso, en el mismo momento en que me enteré que, dentro de la programación del Documenta Madrid de este año se iba a pasar la cinta corrí como alma que lleva el diablo a comprar la entrada de una de las sesiones para poder, al fin, verla.
La sesión era doble, dos trabajos de una hora, y el film de Geogi era el segundo. Hubo que atravesar, pues, la travesía del desierto que suponía un trabajo soso y aburrido sobre la penuria de los niños de la calle en Ucrania. La idea de la denuncia estaba empañada por un montaje verdaderamente soso y un trabajo poco concienzudo con los dos niños elegidos para el rodaje. De hecho, una vez han pasado los títulos de crédito se ve una escena muy corta, de no más de dos minutos, donde vemos hablando a uno de los niños -algo que casi no hemos disfrutado en toda la película- con un cierre irónico sobre la presencia de la cámara que sirve por toda la hora anterior. La cinta se llama El camino de Dios (Wege gottes) y es claramente prescindible.
Lo peor que pudieron hacer muchos fue dejarse llevar por el aburrimiento y abandonar la sala cuando terminó esta cinta, porque Viaje en sol mayor es una maravilla.
La película gira en torno a los dos abuelos del propio directos, Georgi Lazarevski, a quien no vemos en ningún momento de la película, tan sólo le escuchamos hacer algunas preguntas a sus abuelos. Aimé, su abuelo, tiene ya noventa y un años, y siempre ha querido viajar a Marruecos. Lo tiene todo preparado, todo planificado, pero su mujer no quiere ir de viaje con él, a ella le gusta estar sentada en una silla cómoda, es todo el placer que espera ya de la vida. Y Aimé no quiere, no se trave, a ir solo. Ese es el punto de partida da una película donde vemos a la abuela del director contestar a una serie de preguntas y hacer unos comentarios a la cámara, y en la que el centro de la historia es el viaje que realiza Aimé con su sobrino.
Podría ir dando datos de la película, hablar de las preciosas escenas que rueda en Marruecos, del recibimiento que tienen en todos los lugares porque en la cultura marroquí se aprecia todavía mucho al anciano, su sabiduría, su experiencia, y todos quedan impresionados por el viaje que hace un nieto cuidando de su abuelo. También de los paisajes, de cómo se nos va mostrando en su intimidad, poco a poco, el violinista que se está quedando sordo con los comentarios que hace sobre la vida, contestando a las preguntas y sugerencias de su nieto. O de las intensísimas disertaciones de la abuela, que encuentra placer en ir a la peluquería sólo por poder sentarse en los sillones en que a uno le lavan la cabeza.
Lo mejor de esta película es como se nos demuestra que la vida está hecha de pequeños detalles, de cosas muy pequeñas que se van uniendo, como pequeños ladrillos que se van juntando para formar una sólida pared, y que debemos ser capaces de vivirlas intensamente.
La película, que uno no puede ver con indiferencia, que lo toca a uno en lo más profundo, es honesta porque, en los créditos finales, nos permite ver a Aimé, el protagonista del viaje, confesando que ha superado ese miedo que siente a hacer cosas. En la cinta se nos muestra como un hombre que estuvo toda la vida trabajando como violinista en una orquesta de máximo nivel y que nunca se atrevió a pedirle al director de orquesta dar un solo concierto como solista. Un hombre que nunca se atrevió a ser osado. Y en ese pequeño flash nos confiesa que ahora le pregunta a todo el mundo, que entabla conversaciones con todos, que ha aprendido en ese viaje a ser osado –uso este adjetivo algo arcaico por influencia directa del verbo francés.
Por eso me ha parecido especialmente intensa e inteligente esta película, porque sabe no ya hacer su cometido, sino que explicita en su mismo metraje la experiencia de cambio que se debe sufrir en todo acto artístico. El viaje ha cambiado a Aimé, seguramente también a Georgi como nieto y como realizador, pero también a nosotros. Eso es el arte, el arte en estado puro, algo de lo que no teníamos ni la más mínima conciencia de su existencia y que, de la noche a la mañana, nos deja transformados, cambiados.
Viaje en sol mayor es, por eso, una película única, de lo mejor que puede verse en una pantalla hoy en día, y es una pena que por el formato de la película, por su duración, no esté al alcance de todos.
Georgi Lazarevski Voyage en sol majeur Quark productions

Escenas andaluzas

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que estamos en el gran mes de la primavera, lleno de festividades y eventos en Andalucía - Semana Santa, Feria de abril, Cruces de Mayo, etc.- vamos a regalar un ejemplar de libro de Serafín Estébanez Calderón, Escenas andaluzas.
El libro forma parte de la colección de la Fundación Jsé Manuel Lara "Clásicos andaluces" y recoge los grabados originales de la primera edición de 1847. O sea, un libro para entendidos, vamos.
Lo que os estaréis preguntando es qué pregunta melévola voy a hacer para todo aquél que quiera participar. Pues muy sencillo, os voy a pedir que nos contéis alguna batallita, anécdota o como pefiráis llamarlo que os haya sucedido. Una de esas que, cuando las cuentas, todo el mundo te mira preguntándose si te la has inventado o es algo que ha surgido así, de repente.
Por ejemplo, yo voy a contar una cosa que me sucedió una tarde de sábado cuando regresaba a mi casa de comer con la familia. Observé que había una manifestación de colectivos de inmigrantes solicitando la regularización de sus permisos y cuestiones legales. Y en ese mismo momento se abrieron las puertas del Teatro Pavón y comenzaron a salir los espectadores de una de las obras que la Compañía de Teatro Clásico representa allí. Uno de estos espectadores, de unos cincuenta años, al ver el alboroto que había en la calle, se acercó a uno de los policías municipales motorizados que custodiaban la protesta e iban cerrando las calles al tráfico. Y le preguntó: "¿Y esta gente, por qué protesta?" A lo que el municipal contestó: "Están pidiendo papeles." Y el hombre, ni corto ni perezoso remató: "Estos actores ya no saben cómo dar la nota para conseguir trabajo."
Pues eso, batallitas de estas.

08 mayo 2007

Artificio crítico

Una de las primeras cosas que me enseñó un viejo amigo y maestro –que otros que creen serlo no han aprendido todavía- es que uno debe ser modesto como para reconocer cuando no está preparado para la lectura de un libro. La mayoría afirma, engreídos, que el libro es malo, pero en realidad puede suceder que uno no esté a la altura del libro. Curiosamente, los que desacreditan un libro por no entenderlo, nunca se plantean que la incapacidad esté en su mano, que se trate de que en el acto de comunicación fallido hayan sido ellos los que no han sabido decodificar el mensaje.
La lectura de este libro de José Emilio Burucúa me ha dejado esa sospecha en la cabeza. Lo fácil, lo sencillo, sería decir que es un libro que se centra en el estudio de una parcela muy pequeña y especializada de la Historia del arte, el momento en que se comenzó a representar la risa en las artes figurativas de la edad Moderna. Y, partiendo de una premisa tan estrecha, de unos objetivos tan determinados, es difícil que a alguien no demasiado interesado en el asunto le vaya a atraer el libro. Eso hay que decir que, de salida, es todo cierto. Es difícil que alguien no enterado, no asiduo ya de este campo de investigación, se acerque al libro. Pero no debería ser así, o no debería ser así en un texto, como este, que no pretende ser un libro universitario, restringido su uso a las bibliotecas académicas o a las bibliografías escolares.
Al menos uno cree que no, que la intención era otra. Tal vez el lector suspicaz se esté planteando en este momento el por qué de esa creencia. Explicaré para ese lector que La imagen y la risa ha sido publicado por una editorial, Periférica, que está demostrando un tino muy certero a la hora de elegir lo que edita. Todos sus libros trascienden el margen más o menos estrecho que en principio parecen ocupar y demuestran que desde lugares, planteamientos o géneros que normalmente pasan desapercibidos por estar en los márgenes, en la periferia, del discurso dominante, se pueden escribir y publicar libro que interesen a todo lector atento y curioso.
Además, se da el hecho de que la concepción de la colección que este libro ha inaugurado, la llamada Pequeños tratados, es, precisamente, hacer olvidar esos ensayos eruditos en los que las notas a pie de página ahogan al texto donde deben descansar las ideas fundamentales. Por ello, los textos que componen la colección huyen del exceso cultista y, en el momento en que son imprescindibles, se integra la nota en el texto de un modo natural.
Deduzco, por tanto, que el objetivo de esta colección es mostrar el pensamiento de un modo claro, directo y que evita ahuyentar al lector con excesos y erudiciones innecesarias.
Por eso no termino de entender el ensayo de Bucurúa. Yo, que no soy, para nada, un experto en Historia ni Filosofía del Arte, no estoy preparado para adentrarme en un texto que, según dice su contraportada, pretende explicarnos los mecanismos por lo que se nos hace reír a través de la imagen. Sobre todo porque a medida que he ido transitando por él he sentido que no había un afán de investigación, sino de descripción. O sea, que se ha escrito un texto describiendo las imágenes y mostrando la sucesión diacrónica de las mismas, pero no, desde luego, explicando por qué eso hacía gracia y, en que medida, esos modos de hacer reír han sobrevivido hasta hoy o han fundamentado los métodos que usa lo cómico hoy en día. Y eso es lo que yo, como lector corriente, vulgar y anónimo, quiero leer.
No sé si, tal vez, a Bucurúa le ha vencido su excesivo academicismo, o si, por el contrario, ha sido un error editorial no prever un texto con una orientación tan marcadamente universitaria y erudita. Yo, desde luego, confieso que no he terminado de encontrar en este libro la satisfacción que, como lector, busco en ellos.
Tal vez el problema es que he sido injusto, completamente injusto, con este libro, por haberlo leído tras el ya comentado aquí Ramón Gaya de viva voz. Tal vez me ha sucedido eso que Gaya explica tan bien en algunas de las entrevistas que se recogen en ese libro, cuando habla de esas exposiciones en las que el comisario tiene la ocurrencia de colocar un Manet junto a un Velázquez para que se pueda comparar el diálogo que se establece entre ambos artistas y su obra. Gaya señala, con verdadera genialidad, que a esos comisarios les suele salir el tiro por la culata porque mientras que ellos, ingenuos, que saben mucho de algo que no entienden, piensan que el arte se reduce a una serie de tópicos o de influencias, cualquier persona con sensibilidad suficiente sabe que el arte es otra cosa. Y al confrontar la obra de un artista como Manet frente a un creador como Velázquez lo único que se hace no es ensalzar al francés, sino evidenciar las más que notorias taras que su obra luce frente a la del rotundo sevillano que iba más allá de la pintura para traer a este mundo vida. Por eso creo que he sido injusto con este libro, porque después de haber leído las palabras de un hombre como Gaya, que huye intencionadamente del engolamiento ideológico y retórico del académico, del crítico, para nombrar con palabras sencillas la vida –el único modo posible de hacerlo-, leer el texto, profundo y trabajado, sí, pero peraltado, de Bucurúa, es evidenciar las carencias de la crítica a la hora de hablar del arte.
José Emilio Bucurúa La imagen y la risa Periférica, Cáceres, 2007

06 mayo 2007

De hombres y tipejos

Leyendo el penúltimo de los diarios de José Luis García Martín, Fuego amigo, me encuentro con estas perlas que salieron de la boca de un conocidísimo escritor argentino:

Por supuesto que resultan insoportables los negros. No me desdigo de lo que tantas veces afirmé: los norteamericanos cometieron un grave error al educarles; como esclavos eran como chicos, eran más felices y menos molestos. ¿Qué hubiera hecho yo si hubiera tenido un hijo y ese hijo me hubiera salido negro? Para que tal cosa ocurriera habría tenido que acostarme con una negra y ni en mis peores pesadillas sería capaz de una cosa semejante. Nadie puede alegrarse de tener un hijo negro, ni siquiera los negros, pero uno se acostumbra a las mayores desgracias, así que yo también me acostumbraría a esa cosa de tener un hijo negro.

Reconozco que en el mundo los bienes están repartidos de un modo injusto, muy injusto; pero también hay que reconocer que la gente rica sufre mucho y es muy desdichada. Los pobres sufren mucho menos que los ricos; no entiendo por qué todo el mundo se compadece de los pobres y no de los ricos.

Yo no comprendo el rechazo que hay ahora contra la guerra. A mí me parece razonable que por motivos políticos se mate a otros hombres. Las cárceles, en cambio, me parecen muy inadecuadas. A ciertos hombres, en lugar de meterlos en las cárceles, hay que matarlos directamente.

El general Pinochet me pareció un hombre admirable que ha salvado a su patria. Estoy orgulloso de haberle estrechado la mano a ese prócer de América.

García Martín indica que pertenecen a una entrevista que se publicó en el año 1978, en la revista Blanco y Negro. La firmó Rodolfo E. Braceli y se trata de una entrevista que se le hizo a Jorge Luis Borges.
La razón de traer aquí estos extractos no es, ni mucho menos, sorprender a nadie evidenciando lo que todo seguidor de la literatura ya sabe, que el autor argentino fue siempre un niñato malcriado con una percepción de la realidad notablemente distorsionada. No, el motivo es demostrar que podemos disfrutar, incluso admirar, la obra de algunos artistas que, como seres humanos, son verdaderamente despreciables.
Uno debe hablar de la obra de dichos autores, porque puede ser relevante y notablemente interesante, pero no debe olvidar, nunca, la cuestionable autoridad ética o moral de esos autores. Hay casos, afortunadamente, en que uno encuentra a artistas, escritores, capaces de hacer una obra artística no ya buena, sino puntera y genial, y que, además, sirven como referentes para el desarrollo personal. Estoy hablando de gente como Ramón Gaya, como Medardo Fraile, que siguen sin estar suficientemente reconocidos.
Y luego, como no, siempre ha habido tipejos que son incapaces de servir como modelos tanto en lo profesional como en lo personal, y no estoy pensando en ningún expresidente de gobierno al que nadie le dice cuántas copas se puede beber antes de conducir.

04 mayo 2007

Bienvenidas

Me llega a través del correo el aviso de que Paco Alcázar, la mitad de Humbert Humbert y uno de los dibujantes de cómic underground -¿se puede seguir diciendo underground a fecha de hoy?- más interesantes y reconocidos de estas tierras, ha decidido subirse a la modernidad -puede ser también que se ha dejado llevar por la tontería general, ya somos muchos los que lo hemos hecho-, y ha abierto un blog. Se trata de Hablemos de mí , donde supongo que, como ya lo hacen otros dibujantes, irá dando cuenta de las peripecias vitales y de los avances profesionales del día a día.
Como somos pocos, no está de más dar la bienvenida a los recién llegados en este mundo extraño que se solapa con el nuestro y que a veces parece incluso más real, sobre todo si son amigos de la vida cotidiana y gris, de los que te encuentras en el supermercado al hacer la compra -y, siento informar de esto a los más acérrimos seguidores de Paco, debo decir que en el carro de la compra lleva alimentos y productos de lo más normal, así que las extrañas obsesiones de sus tebeos no tienen que ver, al menos en principio, con lo que ingiere.

03 mayo 2007

Tengo un problema con Sr. Chinarro



Con la agitada preparación de las actividades que, con motivo del día del libro -en Madrid se han encargado de que ahora tenga una hermana melliza llamada La noche de los libros- realizamos en los Talleres, no he tenido tiempo casi para dedicarle al blog, así que aprovecho este espejismo de calma que es el puente del primero de mayo para contar algunas cosas que no me gustaría que se quedasen en la cajonera.
A eso de las doce de la noche del día 23 de abril asistí a un concierto único, el que ofreció Sr. Chinarro dentro del programa de actividades del evento ya mencionado. En los grandes almacenes de cultura donde estaba programado debieron quedarse a cuadros al ver la cola que había en la calle y el absoluto lleno del concierto, más teniendo en cuenta que eran las doce de la medianoche de un lunes y al día siguiente era laborable. Y también debieron sorprenderse, como lo hice yo, por lo variado de la concurrencia. Jóvenes indies, maduros, pijos de mediana edad, extranjeros... O sea, gente de todo pelaje, porque las letras de Antonio Luque hablan de todas las cosas que pueden asaltarle al pensamiento a un tipo corriente que vive en este mundo de hoy, y por eso llegan a todo el mundo.
En España tenemos la fea costumbre de despreciar lo que no conocemos, casi por sistema, y Sr. Chinarro ha pasado muchos años desapercibido precisamente por no ser alguien famoso, por no sonar a conocido. Ya con su anterior disco, El fuego amigo, realizado con el apoyo de Los Planetas -y de J en particular- llamó la atención de todos los críticos y enterados que hasta entonces desconocían su nombre -y uno está en este grupo, no voy a andar poniéndome medallas que no son mías- y con la edición de El mundo según, reforzada por una campaña de medios eficaz con videoclip incluido, se ha convertido en el fenómeno del año, y basta como demostración que en todos los programas de televisión, en todas las radios, en todas las revistas, en multitud de blogs no para de hablarse de la poesía, mezcla única de surrealismo y de chispazos cotidianos, de sus canciones.
A mí me gusta que la gente se acerque a las canciones de Antonio Luque porque, aunque soy de los que se niegan a difundir el nombre de los sitios que a uno le gustan, no vaya a ser que se llenen de gente, los discos de Sr. Chinarro los puede escuchar cada uno en su casa, y así uno ve como a alguien que merece la pena le van las cosas bien sin que el resto de sus seguidores le den a uno guerra. Pero uno puede encontrárselos en los conciertos, y aunque esto vaya contra mi interés y mis gustos, tengo que recomendar a todo el mundo que vaya a ver un concierto suyo en cuanto pueda.
En el que ha motivado este comentario uno sólo pudo disfrutar de Antonio Luque, su voz y su guitarra, porque no llevó a ningún músico de acompañamiento al concierto. Pero dio igual. Se repaso unas siete canciones de su último disco y, sin ceremonia alguna, avisando al respetable de que podía olvidársele la letra de alguna canción o alguna melodía, comenzó a desgranar cuatro canciones nuevas, a cual mejor, llenas de ironía de aciertos líricos, que hacen que, cuando hace menos de un año que sacó disco, uno esté ya esperando uno nuevo como agua de Mayo.
No sé cómo debe ser un síndrome de abstinencia de Sr. Chinarro, yo en cuanto quiero escucharles me pongo el disco y punto, pero empiezo a tener ganas de volver a escuchar esas canciones que cantó y no tengo en disco, y no sé si eso quiere decir que estoy enganchado, pero sí desde luego que tengo un problema con Sr. Chinarro.