27 noviembre 2007

Poesía y censura

Este mes aparece en una revista madrileña, una de esas que se publicitan como de ocio, cultura y tendencias -obsérvese el sandwich que le hacen a la cultura, a la que suelen estrangular en el camino-, un especial en el que reuní un grupo de poemas que hablan o aluden a la censura. La nómina no está nada mal y, además, hay cuatro inéditos, por lo que creo que merece la pena reproducirlo aquí. Más teniendo en cuenta que en la revista tienen una extraña concepción de lo tipográfico y, ya que no censuran, ponen muchos obstáculos a la lectura.

El valor de la palabra, por Antonio Jiménez Morato
La censura y la poesía son, quizá, las dos realidades que valoran más el peso de la palabra. Por lo tanto de las ideas y de los sentimientos. ¿Qué mejor reflejo de ello que pedir a un grupo de jóvenes poetas que escriban con la censura en su cabeza?
¿Qué existió primero, la censura o la ofensa que la generó? Seguramente la censura, pese a ser una realidad secundaria, que necesita de otros valores para ponerse en marcha. Una de las principales trabas que encuentra la censura es que es cambiante, que se debe al poder. No existe censura sin la aplicación sistemática de unas medidas emanadas del poder. Sea público o privado.
Los problemas de cada tipo de censura son contrarios. La censura pública –esto es, ejercida por algún garante de la realidad política, entendida como “lo público”, la “cosa común”- se debe a lo que se dice. A lo que se expresa. La censura privada, la que cada uno ejerce en su intimidad sobre sus palabras, y por lo tanto sus pensamientos, es más problemática, porque se refiere a lo que no se puede pensar. Por lo tanto sentir o soñar.
La censura encierra, dentro de sus principios, un objetivo quimérico. La censura, para funcionar, debe tender a la excelencia. Debe ser eficaz al ciento por ciento. De no serlo se convierte, de un modo paradójico, justo en su contrario. La ineficacia en la censura –esto es, en los mecanismos de desaparición y modificación de la realidad, del registro- supone una dilatación del mensaje del censurado. Si hoy leemos muchas obras se debe, sin duda, a que en sus momentos fueron censuradas. Incluso hoy tendemos de una manera automática a intentar ver en la repercusión de una obra el indicativo de su calidad. La censura debe, por lo tanto, eliminar no ya lo censurado, sino al censurado y toda memoria de su existencia. El mundo orwelliano representa, de un modo claro, ese problema. El ministerio de la Verdad debe eliminar todo vestigio de la censura, debe borrar sus huellas para ser eficaz.
Cuando dicha labor no se realiza convenientemente se refuerza el mensaje. Se dilata. Dura mucho más allá del tiempo que, en principio, parecía buscar. Tiene un nuevo marchamo, el de la censura, que sirve como indicativo de su calidad, de su capacidad de ofender, de dar –voluntariamente o no- en el blanco.
Siguiendo el silogismo podemos inferir que, al otorgar la censura un valor a la obra, muchos autores hayan elegido provocar a la censura. Surge así el provocador, el que tan sólo busca excitar la hipertrofia crítica del censor. Y, de un modo paradójico, esa censura premeditada sirve como carta de presentación de una obra. Basta contemplar muchas muestras de arte contemporáneo para ver que no persiguen más que la provocación, excitar al censor.
Por eso el mercado ignora, sabedor de que es el método más efectivo para desactivar todo mensaje.

Juan Antonio Bernier

VOLAR HONDO

1. Luz violenta de agosto
retenida,
furiosa,
en mis nervios opacos.

Declive sedicioso de la sangre.
Voz
reducida a un acento.

2. He templado por ti
la altura de mi gozo.

Por ti,
mi volar hondo,

penúltima ladera.

(de Así procede el pájaro, Pre-Textos)


Pablo García Casado

PADDY

acércate paddy ponte delante de la cámara
espera espera que la encienda (rec) ahora paddy mira a la cámara
hola muchacho ¿cómo te llamas? ¿paddy? ¿de dónde eres paddy? ¿de lincoln?
¿de lincoln, nebraska? conozco lincoln, nebraska estuve

una vez allí ¿verdad susan? (la cámara afirma) acércate
acércate un poco más (primer plano) estupendo paddy lo estás haciendo muy bien
¿quieres probar de este lado? (cambio de plano) así muy bien así ponte de este lado

me han dicho que te gustan los animales ¿te gustan los animales paddy?
aquí tenemos perros caballos también tenemos juguetes (plano de exteriores)
¿quieres que juguemos al columpio paddy? ¿te gusta el columpio? ¡eh paddy! no te muevas

quieto paddy quieto quieto así así... no te muevas...

(de El mapa de América, DVD ediciones). Este poema aparece aquí porque su autor se vio atacado a causa de su escritura y publicación. Decían que era una apología de la pornografía infantil. Confundieron tema con defensa, muy posiblemente.

Ana Gorría

del aire que nos falta.

E aunque les pesa, tienen silençio, mayormente si el que faze estas señas es persona a quien deben temor e obidençia. Donde se sigue que escuchan por fuerça lo que de grado escuchar no querían.
Teresa de Cartagena. Arboleda de enfermos.

sucede como espuma, la prisa el corazón el lento obstáculo. fuera fácil decir quien habla bajo explora los rincones y sin embargo calla. de espacio
y su vacío
no pudo el corazón
si levantarse
abrir
si con la lengua muerta
y fría
en la boca
como un pájaro muerto
las largas tempestades que suceden

alrededor de un muro. palabra tras palabra con palabra.

(Inédito) Para este poema ha recuperado la figura de Teresa de Cartagena, monja sordomuda del siglo XV que es considerada por unos como la primera escritora mística y por otros una protofeminista.

Martín López-Vega

POESÍA SOCIEDAD LIMITADA
Poema-documental
A prepara una antología. Me pide una poética
para que diga lo que piense. Digo lo que pienso.
Después de unos días me escribe (corrijo
las faltas de ortografía): "Querido Martín,
leo estos días tu poética y veo algunos puntos
para señalarte: te metes con B,
con C, con D, con E y hasta conmigo.
He suprimido esas partes con mucha delicadeza,
apenas se nota, y no afectan al texto".
Le digo a A: No acepto censuras, retira
mi texto. Mientras tanto, A llama a F
para contarle lo que pasa, y F le dice:
eso es censura, debes publicarlo como está.
Entonces A llama a B y le dice:
"Me ha dicho F que publique esto contra ti",
y a mí me escribe: "Que sepas que es G
quien me ha dicho que te diga esto" (G
tiene mucho poder en este mundillo nuestro
de sobras). H me dice: "Te has pasado
de generoso diciendo que B es la Paris Hilton
de la poesía española, lo que en realidad es
es la Norma Duval". Pues a mí, pese a todo,
sus primeros libros me parecen muy buenos,
le digo. "No los he leído", me responde H.
"Me voy, por cierto: he quedado a cenar
con él, que está preparando una antología".
I me pregunta qué opino de la poesía de su mentor,
el famoso G. Yo le digo que la aprecio con reparos.
Él está claro que no, pero prefiere decírmelo a mí
antes que a él. J me manda un sms: "A se va
a enfadar mucho, deberías publicar una rectificación".
K me llama para decirme: "A mí me ha pedido
que cambie mi poética, y ahora va diciendo por ahí
que me ha obligado a rectificar". Pero no se retira
de la antología de marras: traga, "me interesa", dice.
L, a quien no conozco de nada, me envía un mail
llamándome "mala persona". Será que no he entendido
nada, que ser buena persona es comportarse bien,
no molestar a nadie, no llamar Mierda a la Mierda,
ni Mentira a la Mentira, ni Censor al Censor.
Será que la Mierda, la Mentira y el Censor están bien,
y es de malas personas denunciar y limpiar,
lo apropiado es callar y aprender a convivir
con la basura, ella no tiene la culpa de serlo.

¿Qué gloria tan rara buscarán
A, B, C, D y el resto del alfabeto? ¿Un premio
nacional, una fundación con su nombre, un Nobel?
Qué formas tan raras de felicidad. Pensar una cosa
y decir otra para conseguir un pequeño ascenso
en el escalafón de los cojos. Eso era, muchachos,
la poesía, aprendedlo de una vez: el objetivo
no es aprender a vivir mejor, es conseguir la llave
de oro de la Fundación Con Mi Nombre en Mi Pueblo.
Y en posdata os paso la nueva definición de "Respeto":
La Mierda, La Mentira y el Censor tienen derecho a serlo.

(Inédito)
Elena Medel

PIEDRA, PAPEL, TIJERA

Cualquiera puede hacerlo. Es un juego sencillo, como el del escondite,
aunque en este poema todo ocurre con los ojos abiertos. La metodología:
uno, dos, tres. Esconded vuestras manos
el uno frente al otro. Si eliges el papel, envolverás
la piedra; si eliges la tijera, podrás cortar al otro.
La piedra, por su parte, romperá la tijera —esto no pasa nunca: a todos les parece
demasiado evidente—. Si coincidís, el juego se reanudará. Ganar o perder
es otro asunto. Puede hacerlo cualquiera.

(Inédito)

Andrés Navarro

[Algo que signifique]

Y aunque parece claro no es tan sencillo
concentrarse. Casi todo remite a una idea
anterior, como al tomarse el pulso.
¿Qué pasaría si mirásemos simplemente algo
no como rastreadores de símbolos sino
con los ojos? Cantos de violín, antiguos
vecindarios, esas cosas que sólo resultan tiernas
cuando dejan de resultar familiares…

Iniciativas firmes, promociones, todo puede esperar
salvo la falsedad o la verdad completas, pues es
su acción
lo que nos vuelve innecesarios. Creer que la virtud
consiste en encontrar un modelo común
desgranado en ideas, años después, por personas
que apenas nos conocen
puede ser lo bastante emotivo si al hilo del discurso
se enhebra cierta aguja de posibilidades, la muda
chispa afectiva, el olor del verano, las moscas…

Escucha, lo más callado habla.

(Inédito)

Mariano Peyrou

EL DISCURSO PASIONAL
La luna obligatoria, prohibido
el reflejo, prohibida
la luz del mediodía.
Obligatorio el musgo,
obligatorios el paso y el abismo.
El cielo obligatorio y el infierno
opcional. Lo contingente
prohibido, la paciencia prohibida
y la contabilidad. ¿Lo provisorio? Depende,
pero nunca opcional. Obligatorio
el velo, obligatorio despojarse del velo,
la llave obligatoria o prohibida.
Los fundamentos prohibidos, vuelo integral,
tensión obligatoria. Opcional el recurso a lo
biológico, opcional el empleo de tristezas,
opcional el de la analogía y otros síntomas.
La gota prohibida,
obligatorio el mar.
La herida obligatoria y la sangre
tampoco, circulación total y sin embargo prohibido
mencionar la mitral o la tricúspide.
Prohibida la ley, prohibido
redactar el contrato vigente, prohibidos los ojos
en sus órbitas y en órbitas extrañas.

El discurso opcional obligatorio.

(de La sal, Pre-Textos)

26 noviembre 2007

El presidente Gonzalo

Yo soy uno más de lo jóvenes que crecimos en España en los ochenta, escuchando hablar en las noticias de vez en cuando de Sendero Luminoso, comparándolo con las FARC, o con cualquier grupo paramilitar mantenido por los cárteles de la droga. Sólo más tarde escuché hablar de Abimael Guzmán, y sólo más tarde descubrí que el sendero lleno de luz que seguían era el de Mariátegui, fundador del Partido Comunista en el Perú. Y, la verdad, por suerte o por desgracia, no sé mucho más.
Me gustaría haber leído a Mariátegui, pero en España es casi imposible. Y me gustaría poder prescindir de la campaña negra que las grandes corporaciones económicas –poseedoras de los medios de comunicación- les hacen siempre a los grupos revolucionarios.
Explico todo esto para dejar claro que cuando inicié la lectura de La cuarta espada no sabía casi nada del asunto del que trataba. ¿Por qué lo leí entonces? Pues porque había conocido a Roncagliolo, su autor, y me cayó muy bien. Y me parecía que su trabajo se merecía una lectura atenta del libro.
La verdad es que no me ha decepcionado en nada. Es posible, muy posible, que muchos lectores que hayan manejado más monografías, que tengan un conocimiento más profundo de la historia del presidente Gonzalo y de sus seguidores, piensen que este es un libro superficial. Pero quizá eso se deba a que están haciendo una lectura equivocada de las intenciones, y por lo tanto de la plasmación de las mismas, del autor. Yo no creo que Roncaglilo pretenda que su libro quede como un texto insoslayable –qué Armas Marcelo me siento cuando uso esa palabra- para entender el movimiento revolucionario peruano. No, yo creo que ha intentado descubrir lo que quedó de aquellos años en su memoria y comprender un poco más la figura de Guzmán. Hay que tener en cuenta que Roncagliolo no pudo permanecer ajeno a aquel huracán que fue Sendero en la vida de los peruanos. Su padre es juez, su tío un político de primer nivel. En su casa se debió vivir a diario la tensión del conflicto.
Por eso el narrador quiere saber, quiere indagar en la mente del líder, pero es imposible. Aquí es donde yo pondría la única pega al libro y a cómo se le vende al lector. Porque si uno lee el libro no tiene una idea clara de cómo es Abimael Guzmán. Intuye cómo es, lo supone. Sabemos por los testimonios de los que lo han rodeado cómo es, pero no sabemos quién es aunque leamos el libro. Porque, y creo que eso habla muy bien de la honestidad de Roncagliolo, no pretende hacer creer al lector que sabe cómo es el objetivo. Precisamente los testimonios de sus lugartenientes, de su compañera sentimental, de sus víctimas, le confieren un aura todavía más mística que la tenía antes de la investigación. Se podría decir que Roncagliolo ha hecho la instrucción del caso y que deja al lector el veredicto. Escucha a todas las partes, no las cuestiona, y, ante la duda, cree a ambas. Quizá sea una de las ventajas de un saber literario, alejado de otros que buscan la verdad por encima de todo. Un escritor sabe que no hay una verdad, sino muchas, plurales, hermanadas unas veces y enfrentadas otras, que coexisten. Todo ese grupo de verdades forman la realidad. Como decía Juan Bonilla en su poema, La Verdad es tan sólo un periódico de Murcia. Uno transita por el libro y va conociendo quiénes fueron los miembros de Sendero. Entiende sus motivaciones para hacer la guerra, pero no llega a comprender nunca el pensamiento de Guzmán –quizá porque no existe, porque es tan sólo un maoísmo extremado y aplicado a la situación peruana- y no sabremos mucho más de él de lo que sabíamos en un principio. Cuál es el eje, por tanto de este libro. Pues, sin duda, haber renunciado a un reportaje sobre Abimael, pese a que se venda así porque se considere más comercial, y hacer un libro sobre el proceso por el que un joven de clase alta educado en una familia progresista llega a entender, a sentirse cercano a unos militantes de un grupo revolucionario que fungieron de sangrientos asesinos. Y no es poca cosa. Pero es ahí donde reside el verdadero centro del libro, en esa evolución, en cómo esa investigación cambia la vida de Roncagliolo. Es muy posible que, incluso desde algunos medios de comunicación, se quiera hacer pasar este libro como un título menor dentro de la producción de su autor. Y sería injusto. En primer lugar porque con este libro se evidencia una tendencia real que podemos ver en casi todos los escritores jóvenes, que es la de trabajar indistintamente con materiales enteramente ficcionales como con la realidad. Tanto lo uno como lo otro es material tratable, modificable, al que se puede dar forma del mismo modo. La vida nos ha enseñado que los mecanismos mediante los que se construye lo real y lo ficcional son semejantes. ¿Por qué tratarlos de un modo distinto? Tan reales son las dudas de Ana Karenina como las dudas de Roncagliolo al elegir un enfoque u otro sin ficción. Eso es lo de menos. La escritura equipara y torna igual de reales ambas posibilidades. La segunda razón por la que no se puede considerar un libro menor a La cuarta espada es por la calidad de su acabado. Su autor le ha dedicado tanto o más tiempo que a cualquier otro de sus libros a la redacción de éste, y eso se aprecia en la facilidad con la que el lector transita por los hechos históricos, las anécdotas personales, los testimonios recogidos y los análisis de todo ese material. Todo se lee con la misma sencillez, pero sin que quede rebajada su densidad. Es muy difícil, y eso lo sabe cualquiera que escriba, llegar a esa sencillez, que lo es sólo en apariencia. Precisamente Antonio Orejudo comenta que es sólo cuando comienza a tachar, a pulir el texto para desaparezca toda dificultad, toda marca de estilo, cuando tiene la sensación de que está escribiendo, de que está trabajando. No sé si La cuarta espada es un libro definitivo sobre Sendero Luminoso y su líder. La verdad es que me da igual, me interesa porque es un libro interesante y bien escrito, del que sale uno transformado. Y eso no es poco en medio de las banalidades que tiene uno que soportar.
Santiago Roncagliolo La cuarta espada Editorial Debate

22 noviembre 2007

Señales de vida

Ha querido la casualidad –y el hecho de que sea un tipo tremendamente fácil que dice sí a casi todo lo que le proponen, lo que me hace invertir mucho tiempo en proyectos inciertos que nunca sabe uno como van a salir- que haya tenido un poco abandonado el blog estos días. Y que hoy haya decidido no encender la televisión a mediodía y enterarme de lo que pasa por el mundo a través de la red. Y, la verdad, es que me he llevado una sorpresa. La primera enterarme de que ha muerto Fernán-Gómez –qué quieren, a la hora en la que estamos tampoco sé qué hizo ayer la selección nacional de fútbol, supongo que vivo en mi mundo- y lamentar la pérdida de uno de los hombres más interesantes que ha dado la cultura española del siglo pasado. Un actor genial, capaz de mutar para adaptarse a cualquier personaje, logrando que todos fueran el mismo, y al mismo tiempo que todos fueran distintos. Un escritor magistral –recordaré siempre la primera lectura que hice de Las bicicletas son para el verano, que fue lo primero que leí ambientado en la Guerra Civil- capaz de rescribir su biografía con humor e ironía tierna en El tiempo amarillo. Pero, por encima de todo eso, alguien capaz de decir las cosas claras, de no condescender con la idiocia que se extiende cada día más por los medios de comunicación –no sé si son el reflejo o el motor de la sociedad, pero en cualquiera de las posibilidades el futuro no es nada halagüeño- y de seguir viviendo la creación como un oficio esforzado, pero con una capacidad de recompensa enorme cuando se acierta al objetivo.
Han querido esas casualidades, que haya fallecido casi a la vez que Béjart –y he recordado ese día horrible de este verano en que se fueron Bergman y Antonioni- y con la muerte de esos dos referentes parece que el escenario se queda más vacío. Y parece que el mutis por el foro fuera la única salida. Qué absurdo parece el teatro hoy en día.
Menos mal que está Mayorga. Este año, no sé si porque es el último de la legislatura, parece que están acertando. Le dieron a Max el de cómic y ahora le dan el de teatro al mejor dramaturgo –si entendemos como mejor al que es capaz de aunar éxito de crítica y público no sólo aquí sino allá donde va- que tenemos. A mí me gusta mucho Mayorga, lo he dicho ya aquí, así que no debería ser una sorpresa para nadie. Sólo puedo alegrarme de que, por una vez, se acuerden de aquello que construyen la excusa del tinglado. En España no hay sindicato de escritores –de hecho hay un colegio de escritores que dirige uno de los peores que tenemos- así que es impensable que haya huelgas como la de los guionistas yanquis. Por eso se alegra uno de que le den el premio al dramaturgo. A veces se olvida que sin ellos no habría nada que representar.
No es, de todos modos, un buen día para la cultura. A Ferrán Adriá le van a hacer doctor honoris causa por la Autónoma de Barcelona. La propuesta ha salido de la facultad de Química. O sea, que entenderemos que se lo dan por químico. Al menos esta vez no lo llaman artista o creador, los catedráticos han estado más comedidos que los de la Documenta. No me parece mal que le den premios a Adriá, al contrario, esos doctorados se los dan casi a cualquiera –basta con ver los que tiene nuestro monarca- pero a uno le preocupa ver como se rebaja la cultura y el arte equiparándolos a la labor de los que hacen crêpes por las calles de París –ya se sabe, todo es cuestión de método en estos casos, no de arte.
Los cortometrajistas no tienen espacio en la gala de los Goya. En España consideramos que lo mejor del año es El orfanato –por qué no al menos una de Balagueró, que se molesta en innovar dentro del género en vez de hacer refritos- y todos los españoles tenemos que seguir manteniendo a los mastuerzos de la industria cinematográfica. Pero, eso sí, el único terreno donde se puede innovar y decir cosas nuevas, el único género donde España no desmerece frente a otras latitudes, no tiene hueco en la gala de los Goya. Eso sí, no hay manera de ver Los Cronocrímenes en ninguna sala comercial.
Menos mal que llega el invierno y no queda uno mal si dice que se queda encerrado en casa a leer.
Lamento mucho que este post parezca un artículo de Juan Cruz. Lo dicho, hay días que no son buenos para la cultura.

14 noviembre 2007

El mejor blog literario en español


Compruebo, no sin cierta sorpresa, que en el mundo de la blogosfera –lo de la web 2.0 todavía se me resiste un poco- se extiende, como en el mundo real del que es reflejo, la costumbre de reconocer y sancionar mediante premios unos lugares u otros. De momento, por fortuna, esa actividad de galardonar se hace sin dinero o publicidad de por medio, o quizá sí, no lo sabemos. Yo me reconozco, desde ya, como el primer vendido, porque como bien han señalado algunos lectores en esta bitácora aparece destacado –en la columna de la derecha, bajando un rato, para que lo vea todo el que entra dos segundos en la página- un libro porque en él se dice que esta es una de las bitácoras más chachis del interné. Así que he decidido unirme a la tendencia –me explicaron en los cursillos de supervivencia que nunca se me ocurra nadar contracorriente- y promover yo también un certamen. El de mejor bitácora literaria en castellano. Creo que es algo necesario y que a muchas personas les está comenzando a hacer falta indicaciones que le sirvan para bregar en el proceloso mar internáutico. Así que, en este preciso momento, declaro la existencia del “Premio Vivir del cuento a la mejor bitácora literaria en español”. Pensé en convocar una lluvia de ideas destinada a elegir un grupo de blogs que pudieran ser votados. Pero llegué a la conclusión de que cada uno iba a barrer para casa y se pondría a recomendar la suya o la de algún amigo. Así que mejor no. Ya me basto yo para elegir las cosas. Normalmente en las heladerías pido el sabor que quiero yo solito. Por otro lado pensé en invitar a la gente a votar un grupo seleccionado por mí. Tras pensar un poco no me convenció tampoco. Me imaginé a la gente mandando correos electrónicos pidiendo a la gente que les votase y gente abriendo cuentas nuevas en servidores gratuitos sólo para poder votarse. Y no es cuestión de que la gente pierda tanto tiempo para una cosa tan nimia, porque no le voy a dar un duro al que gane. Resolví elegir yo sin más opiniones la que me parezca más interesante. Tengo la ilusión de que algún día me llamen de alguna multinacional para hacer un anuncio, algo así como “Use tampones la Lechuza. Los recomienda un crítico literario de primer orden”. Total, yo creo que, como lector, sé distinguir cuál es el mejor aceite de coche del mercado. Yendo al grano: he decidido que la mejor bitácora literaria que hay hoy por hoy en el mundo este es Yo Etc, el blog de Martín López-Vega. ¿Por qué? Voy a ir detallando las razones que me han movido a hacer justicia.
1. Se renueva con frecuencia. En esto del internet hay páginas que permanecen con los mismos contenidos desde antes de que las programaran. Y que eso suceda en una página web es feo, pero que suceda en un blog no tiene perdón de Dios. Hay muchos que tienen el blog para publicar sus artículos de medios de prensa. Pues vale. Otros los utilizan para hablar bien de otros autores con más prestigio o mano, así que sólo aparecen cosas cuando hay que ir haciendo la pelota a alguien. Otros son tan sesudos y profundos que dejan transcurrir semanas para escribir lugares comunes sobre los graffitis o invitan a autores de fuera a darle algo de lustre al asunto con textos llenos de ideas regurgitadas. El blog de López-Vega se renueva casi a diario –a veces varias veces en un día- y siempre con cosas interesantes, que no suenan pedantes ni meditadas hasta la extenuación.
2. No es un blog narcisista. Ni escribe de cosas de su vida privada que solo a él le interesan, ni está publicando cosas suyas que no le admiten en otros lados, ni se dedica a estar todo el día hablando de su obra. Al contrario, Yo Etc es un blog donde los protagonistas son otros. Poetas a los que, en muchos casos, López-Vega pone voz por primera vez en castellano. No hay críticas, no hay valoraciones. No se cree mejor que nadie, se limita a poner al alcance de los lectores textos maravillosos, en ocasiones únicos, que nos alegran el día. Da miedo pensar en las horas de lectura de Martín para elegir los textos y traducirlos con tanto detalle y cuidado. Eso es conocer la literatura. Y muchos de los blogs de asunto literario que se leen por ahí no evidencian un conocimiento ni remotamente equiparable al de López-Vega de lo que hablan.
3. Es un blog donde se habla de literatura. Y sólo de literatura, al contrario que muchos otros.
4. Me gustaría leer todo lo que ha leído Martín López-Vega y saber verter todo eso al castellano con la elegancia con la que él lo hace. Yo Etc se lleva el premio porque sería injusto dárselo a cualquier otra bitácora que no le llega ni a la suela de los zapatos.
La entrega del premio tendrá lugar el próximo viernes 16 de noviembre en la Biblioteca Regional Joaquín Leguina, a las 19 horas de la tarde, aprovechando su presencia en el ciclo Poesía en mutación.
La verdad es que le doy el premio a Yo Etc a ver si de ese modo este blog mejora un poco, aunque sea por contacto.
Abajo copio uno de los mejores poemas que ha colgado últimamente López-Vega en su blog.

Arte de amar
(Manuel Bandeira, Brasil, 1886-1968)
Si quieres sentir la felicidad de amar,
olvídate de tu alma.
El alma es lo que arruina el amor.
Las almas son incomunicables.
Deja que tu cuerpo se entienda con otro cuerpo.
Porque los cuerpos se entienden, pero las almas no.

09 noviembre 2007

Registrar la realidad

Creo que hace no muchos días –podría echar un vistazo a través del Google y dar con la fecha exacta pero… qué más da-. Hará como un mes… Estuvo por Madrid Alan Pauls. La excusa fue el festival VivAmérica y dio un par de charlas en la capital. En una de ellas elaboró una interesante teoría sobre la evolución de la sociedad en la que vivimos. Hace unos años estábamos sumergidos en la era de la cultura, luego pasamos a la de la información –en esa están todavía los ingenuos ministros y políticos del ramo- y nos vemos inmersos ya en la del registro. Es verdad, hoy, sencillamente se archiva todo. Las cámaras, los servidores de Internet. Todo ser humano que camina sobre el planeta va dejando un rastro que es fácil de seguir. No importa tan siquiera tener controlada toda esa información, basta con tenerla archivada, indexada para que cualquier archivista nos la facilite cuando se la solicitemos. Guardamos incluso lo que nunca ha existido. Esa misma tarde me compré un disco duro externo de chorrocientos megas que voy poco a poco rellenando a la espera de poder decir que he estado en el mundo.
Al día siguiente entrevisté a Pauls. Tenía un libro calentito a la espera de que lo publicase Anagrama y me parecía una excusa inmejorable para sacarle unas cuentas palabras e ideas. Sé que, ahora mismo, Pauls está pletórico de forma. Tanto en Segovia como en Madrid cada cosa que decía tenía su miga, y era cuestión de aprovecharlo.
La entrevista fue ideal. Él estuvo generoso, habló de su nuevo libro y de los anteriores, de la película que ha hecho Babenco adaptando El pasado. Una delicia. Toda la conversación se estaba registrando en una grabadora de MP3 barata, obsequio de la empresa más poderosa del mundo de la informática. Al llegar a casa no había grabación alguna. Nada había quedado registrado de esa conversación, y, finalmente, esa hora y media de charla se había ido por el retrete.
Reconstruí esa misma tarde la conversación tirando de memoria y de intuición, y le envié el archivo resultante a Pauls explicándole lo sucedido. Él, generosamente, retocó sus palabras –que en realidad eran las palabras que mi memoria había guardado- y consiguió incluso que las mías que aparecen intercaladas sonaran más inteligentes.
Ayer se publicó la entrevista cercenada en el diario Público –el espacio manda, y había que meter otras informaciones más interesantes, se conoce-, así que he decidido colgar aquí el archivo tal y como me lo devolvió Alan Pauls tras echarle un vistazo y corregirlo.
Creo que merece la pena.

“Quería reconstruir la excitación casi erótica que sentía de adolescente cuando leía las revistas de las organizaciones guerrilleras”.

Alan Pauls publica su nueva novela, Historia del llanto (Anagrama), cuatro años después de ganar el premio Herralde con El pasado, cuya adaptación cinematográfica, llevada a cabo por Héctor Babenco, se estrenará en breve en España.

Alan Pauls ha decidido no permanecer en el cómodo diván desde el que analizó el amor en su anterior novela. Como autor descarta la tentación de convertirse en un autor de un solo libro a repetir eternamente para satisfacción de lectores y editor, y apuesta por un cambio en su trayectoria. “Yo no sé adónde voy cuando escribo. Con este libro me sucedió lo mismo que con El pasado: lo escribí a ciegas, sin saber hasta dónde llegaría. Pero tengo la impresión de que con Historia del llanto algo nuevo se abre. Ya lo intuí en La vida descalzo, y continúa en lo que estoy escribiendo ahora.”
No sabía hasta donde llegaría, pero sí sabía de dónde quería partir. “Los años setenta en la Argentina van desde el sueño peronista y revolucionario de la primera mitad a la sangre y el terror de la dictadura militar. Ésa fue quizá la época más intensa de mi vida. En aquellos años me convertí en quien soy. Son los años en que comencé realmente a leer y a escribir, en que conocí a mis maestros y experimenté las primeras pasiones”.
“Uno de los problemas con esa época en Argentina es que los ’70 parecen ser patrimonio exclusivo de los que los protagonizaron. De ahí que la época se aborde a menudo con la intención, consciente o no, de justificar algún tipo de comportamiento. Yo quería acercarme a todo aquello desde una posición doble, a la vez interna y externa, y por eso elegí como “héroe” a un joven como el que yo fui entonces”.
La novela está protagonizada por un chico extraordinariamente sensible, capaz de arrancarle las confesiones más recónditas a cualquier adulto con el que se cruce. Un confesor involuntario que asiste al delirio político que vive el país y lo descifra desde una perspectiva íntima y personal.
“Ése es el deseo que está en el origen del libro: fundir lo político y lo íntimo en un registro donde ambas dimensiones sean indistinguibles. Literatura y política rara vez han funcionado bien juntas; siempre es una la que ha preponderado. O bien el “mensaje político” sojuzgaba a la literatura, o bien la literatura reducía lo político al rango de un tema o un marco. En Historia del llanto las dos dimensiones se anudan en una posición específica: la posición de lector. El protagonista del libro no milita en política ni está en ningún grupo armado, pero lee con verdadero frenesí las revistas en las que la guerrilla narra sus epopeyas. Por ejemplo, la extraordinaria crónica del asesinato del general Aramburu que publicó La causa peronista, el órgano de prensa del grupo Montoneros. [El relato, contado por sus responsables, Mario Firmenich y Norma Arrostito, puede encontrarse en Internet.] Yo quería trabajar los 70 desde esa perspectiva extraña: la de un adolescente que consume lucha armada como otros, hoy, pueden consumir videojuegos”.
En esa línea, Pauls se inserta en la tendencia de otros autores, como Martín Kohan y su Museo de la revolución. “Me gustó mucho la novela de Martín, y es muy interesante porque él tiene treinta y pico años y su visión de los años setenta no tiene los lastres que tienen las de sus protagonistas históricos. Quizá por eso hay gente que no la acepta del todo bien: es una visión que se resiste a ser domesticada.” Aunque, puestos a buscar un referente para esa fusión de lo público y lo privado, Pauls señala a Manuel Puig. “Es la estela de Puig la que me ha servido como referente; especialmente el trabajo radical con lo íntimo y lo político que hay en El beso de la mujer araña.” Conviene no olvidar que Pauls escribió un libro de referencia sobre Puig.
Pauls, que se atrevió a escribir en El pasado sobre el amor –ese tema del que casi nadie se atreve a hablar en voz alta, y menos por escrito hoy en día- ha quedado satisfecho con la adaptación al cine llevada a cabo por Héctor Babenco. “Condensar casi seiscientas páginas, con diversos niveles de referencias y de lecturas, es algo muy complicado. Babenco eligió centrarse en la historia de dependencia amorosa, en la obsesión sentimental de Rímini y Sofía.” Lo que más le ha interesado a Pauls de la cinta ha sido el modo en que la tragedia se toca todo el tiempo con la risa y el extraño “desfase temporal con que Babenco ha trabajado el relato. La historia transcurre a lo largo de veinte años, pero es muy difícil identificar la época en que suceden las escenas. A veces todo parece indicar que están en los ochenta, pero siempre hay un detalle en un vestido, un coche que se cruza, una manera de hablar, que desplazan la acción hacia otra época. Todo sucede en una especie de tiempo interno que avanza y retrocede y nunca termina de pasar: el tiempo de la pesadilla”.
La obra de Alan Pauls se va tornando, cada día, más indispensable para entender el devenir de la literatura en castellano, una literatura que, para él, se distingue en que “una de las pocas prácticas que nos permiten hoy producir y encapsular tiempo; es decir: escapar del despotismo de la inmediatez. Tal vez ésa —inyectarle tiempo al mundo— sea la función que caracteriza hoy al arte”.

02 noviembre 2007

La vida potenciada

Casi todos los escritores trabajan, en mayor o menor medida, con sus recuerdos, sus vivencias y los manipulan para convertirlos en material ficcionable, en literatura. Por eso resulta especialmente interesante la única novela que, como tal, publicó Jorge Baron Biza, El desierto y su semilla.
El autor es hijo de un notable escritor y político argentino, descendiente de una rica familia de la ciudad de Córdoba, Raúl Baron Biza, que aparece ficcionalizado en la novela como Arón, y de Rosa Clotilde Sabattini, que aparece en la novela como Eligia. La relación entre ambos fue tormentosa. Su episodio final tuvo lugar el 16 de agosto de 1964, cuando se habían reunido en el domicilio de él, en la calle Esmeralda número 1200, con los abogados de ambos para discutir aspectos del divorcio. Raúl Baron Biza, radical revolucionario y pornógrafo profesional, se sirvió unos whiskeys. En un momento dado le tiró el contenido de uno de esos vasos a su mujer, pero en vez de contener la bebida alcohólica, lo había rellenado con ácido clorhídrico. De ese modo desfiguró el rostro de su mujer, hija de un caudillo cordobés del radicalismo y prestigiosa educadora. No sólo su rostro, que tuvo que ser convertido en una calavera por los cirujanos plásticos antes de su reconstrucción, sino otras partes de su cuerpo quedaron para siempre deformes. Cuando volvieron a buscarle a su domicilio para detenerle, Raúl Baron Biza se había pegado un tiro en la sien mientras permanecía tumbado en su cama.
Todo esto no se cuenta en la novela, que se inicia con el viaje que debe realizar Eligia a Milán para que le reconstruyan la cara. Todo nos lo narra su hijo, pese a que al principio de la novela oculta esa filiación, que permanecerá al lado de su madre los veinte meses que durará el tratamiento en tierras italianas. Tratamiento que terminará con la escasa fortuna familiar que no había dilapidado el padre con sus excesos.
La novela se cierra con otro suicidio, en este caso el de la madre que, catorce años después de aquél incidente, se arrojará por la ventana de la casa en la que su marido la atacó. Si la literatura se midiese, como quisieran en algunas redacciones de revistas del corazón, por la desgraciada biografía de sus autores, desde luego la de Jorge Baron Biza sería, sin duda, la más glorificada.
No es casual que el propio Baron Biza escribiese una vez “Una gran corriente de consuelos afluyó hacia mí cuando se produjo el primer suicidio en la familia. Cuando se desencadenó el segundo, la corriente se convirtió en océano vacilante y sin horizontes. Después del tercero, las personas corren a cerrar la ventana cada vez que entro en una habitación que está a más de tres pisos. En una secuencia como esta quedó atrapada mi soledad”.
Esas líneas cobran especial importancia si atendemos a sus últimos años de vida. En 1998 publicó El desierto y su semilla. Lo hizo en una editorial pequeña, excéntrica –como lo fue toda su vida- de la ciudad de Córdoba. Eso impidió una buena distribución y que se produjese un éxito clamoroso entre la crítica argentina. Y aún así, de un modo espaciado, se le fue reconociendo poco a poco la importancia de su novela dentro del canon argentino. Por eso sorprendió que siguiese el extraño destino fatal que le había sido impuesto un domingo de inicios de septiembre del año 2001, apenas dos días antes de que dos aviones echasen abajo las Torres gemelas, dejándose caer desde un duodécimo piso en un edificio de viviendas de la ciudad de Córdoba.
Con semejante biografía a cuestas, se corre el riesgo de que esta eclipse la obra hasta el punto de que se hable más de la desgracia del autor que de la fortuna de su novela. El propio Barón Biza fue consciente de ello: “El libro fue bien recibido, sí. Pero se leyó mucho lo autobiográfico y el sufrimiento no legitima la literatura. Lo que legitima la literatura es el texto” confesó en una entrevista publicada en Página/30 en 1999.
Y es verdad cada una de sus palabras. No se puede leer este libro sin un mínimo de escándalo, como bien dice Daniel Link en un precioso artículo de homenaje publicado en Página/12 –de donde se ha extraído la excelente cita que aparece en la cubierta del libro en la edición española. La verdad que aporta, su voluntad de no huir ni echarse atrás ante nada, desde los horrores físicos de la enfermedad y sufrimiento de la madre hasta las escenas de sexo explícito y extremo que salpican en el texto, es única. Todas las cosas que nos son mostradas son verdaderas, reales, pero siempre aparecen potenciadas, transmutadas en algo más mediante el mecanismo de la ficción. No pretende Baron Biza levantar un testimonio de sufrimiento, no es el suyo un libro destinado a purgar mediante la escritura el dolor y horror vivido o presenciado –libros estos de los que el siglo pasado nos ofreció numerosas y en algunos casos valiosas aportaciones. No, Baron Biza busca narrar, levantar una realidad desde modelos autobiográficos que sirva para preguntarse quiénes somos, cuál es nuestra esencia, si nuestra cara es verdaderamente nuestro rostro o apenas una máscara que no sabemos distinguir.
Las sucesivas operaciones a que es sometida Eligia, primero para retirar todos los tejidos dañados por el ácido, y luego para devolverle un rostro, sirven apenas como marco para las numerosas reflexiones que el alcoholizado hijo va realizando. En todo momento permanece el narrador junto al protagonista, todo lo sabemos por él, y todo nos es dado por él, y sin embargo tenemos la sensación de conocer a todos y cada uno de los personajes del relato. La madre, la prostituta, el doctor Calcaterra. Todos aparecen a través del filtro de un hombre que se ve, por mucho que le duela, mucho más parecido a su padre de lo que le gustaría reconocer, y que, al mismo tiempo, no puede dejar de sentirse cercano a su madre, que sufre la reconstrucción de sí misma en la camilla del hospital. ¿Cómo escribir, cómo hacer literatura de una tragedia semejante? Posiblemente mediante la distancia, mediante la exactitud y pulcritud con que nos va narrando cada operación o proceso de la curación –como el depilado del párpado- o mediante la parodia –paródicos son los discursos de los médicos; las escenas pornográficas que protagoniza con Dina, la prostituta callejera, parecen parodias de las escenas que imaginó Arón, el padre, como pornógrafo profesional.
Del mismo modo, sobre todo en Europa, la crítica se acercó siempre desde una perspectiva simbólica. La carne derretida por el ácido y su desfiguración representaban la trayectoria de un sector político importante en los años sesenta, ese progresismo elitista que choca con la masa proletaria que es más permeable a la política del mercado, que es más materialista, que nunca podrá ser comprendida por la gauche caviar a la que pertenece Eligia. Vila-Matas, por ejemplo, tal y como aparece en la contracubierta del libro, se inventa –es muy típico en Vila-Matas, inventar significados y mensajes en los libros de los otros, quizá esa sea, sin duda, su mayor virtud, la de crítico imaginario- una relación metafórica entre la reconstrucción del rostro de Eligia y la desfigurada Argentina del siglo xx. Llama la atención porque yo, al menos, no sé cómo era esa Argentina ideal que se fue viendo desfigurada.
Y, sin embargo, lo más importante es el texto en sí, de no ser porque suena muy gastado se podría decir que el esfuerzo es titánico, porque en este libro todo encuentra su discurso apropiado, no hay un sometimiento del discurso al estilo, sino que este se adapta de un modo casi inverosímil a lo que el escritor quiere construir mediante la palabra. Por ejemplo, el tratamiento del cocoliche, que es el habla de los emigrantes italianos y sus descendientes que se hace en el libro. O la plasmación sintáctica de los diferentes idiomas que aparecen en el texto: el italiano, el inglés, etc. Daniel Link, en su artículo, hace referencia a la tensión idiomática argentina, ya que su lengua es una lengua inexistente, como el lenguaje literario, que es una convención, y la novela plasma la reconstrucción de esa lengua mediante la metáfora de las operaciones a que es sometida la madre del protagonista.
Puede ser, en cualquier caso la lectura de esta novela impresiona en el perfilado de un nuevo personaje que añadir a la nómina de seres vacíos, carentes de sentimientos y de pulsiones que nos ha dado la literatura contemporánea. En la línea del Bartleby, que preferiría no hacerlo, se enmarca este Mario Gageac.
Novela sobre una enfermedad: la desintegración de un mundo, que puede apreciarse en cada uno de los síntomas que uno quiera. Esta novela nos transmite una porción de verdad, de sentimientos, que es poco común en la mayoría de los títulos que desde el mercado –y sus folletos publicitarios: las secciones de cultura de los diversos medios de comunicación- nos quieren colocar. Gracias al detalle que ha tenido la gente de 451 podemos leer en España este libro. Ahora toca a los lectores aceptar el desafío que supone su lectura.
Espero que este comentario fuera del agrado de Jorge Baron Biza, que dejó escrito este breviario que procuro seguir –esto es, no cayendo en los errores que indica- en cada uno de los comentarios de este blog:

EL DECÁLOGO DE LA MALA CRÍTICA 1. De un libro sólo se habla para explicarle al autor cómo debiera haberlo escrito. Privilegiar siempre lo negativo.
2. La crítica es el espacio ideal para ajustar cuentas con ese otro crítico al que invitaron al congreso en Acapulco en vez de invitarme a mí. Los escritores son piezas de ajedrez en ese juego. Los escritores de mi rival son una porquería; los míos, unos genios. Cualquier encono o teoría literaria o política sirve para dividir la literatura argentina.
3. No informar nunca al lector. Aburrirlo siempre. No analizar nada.
4. Los cheques se leen, los libros se hojean. No caer en el error de creer que un libro puede portar ideas y expresar tendencias. No descubrirlas, no sintetizarlas, no comunicarlas.
5. Publicar recensiones incomprensiblemente memorables. Si alguien se acuerda del libro que quiero reseñar, es problema de él. Yo me acuerdo de Susana Giménez gritando “shock”; la marca de jabón qué me importa. (Y lavarme, menos.)
6. Dejar siempre en el tintero estupideces como a qué género pertenece el libro, qué calidad tiene, a qué público se dirige, y si es o no aburrido.
7. No hacer crítica si se pueden hacer entrevistas, pastillitas con chimentos, contar cuál es el vicio del escritor o publicar alguna foto.
8. No olvidar que siempre el chiste triunfa sobre la verdad, que todo puede ser dicho con conventillera malignidad.
9. La imparcialidad es la mejor excusa para no decir nada. La neutralidad será el disfraz de tu nulidad.
10. Aceptar todas las invitaciones de las grandes editoriales porque este rebusque de crítico me sirve sólo hasta que publique mi libro. Entonces, van a ver esos escritores pelandrunes lo que es literatura en serio.