24 diciembre 2010

Pensamientos de noches buenas


Copio un fragmento de unos comentarios al ejercicio de un alumno. Es lo que he estado escribiendo/pensando esta mañana:
Al mismo tiempo, te invito a reflexionar de nuevo sobre algunos puntos de los dos textos. Por ejemplo: el poder no quiere que la gente lea libros. Mentira. El poder disfruta plenamente con los libros que la gente lee. Te recuerdo que se trata de libros como El código Da Vinci, La sombra del viento, Los pilares de la tierra, etc. Libros que, jamás, han mostrado un atisbo de pensamiento crítico, de cuestionamiento del sistema. Al contrario, desplazan la idea del poder representativo a la de una serie de elegidos, sociedades secretas, etc. que, en realidad, manejan el mundo. O sea, tal y como es en realidad. No hay otro modo de encarar la situación, no hay, ni siquiera, denuncia, puesto que nunca, jamás, se atreven a poner nombres en sus denuncias. Sin argumentos ad hominem no hay escándalo pero, también, se descarta la lucha.
Lo que el poder teme es una sociedad pensante. Y eso no se aprende tan sólo leyendo libros, se aprende leyéndolos bien. Y ahí está la verdadera fractura. Yo he conocido muy poca gente que lea bien. Conozco muchos que leen, pero muy pocos que lean bien, y así nos luce el pelo. Y, ojo, el que lee bien no tiene el por qué tener una cultura libresca. Puede ser cinematográfica, por ejemplo. No se trata, a fin de cuentas, de leer –el marchamo de la cultura, el prestigio que reporta un libro sudado bajo el sobaco en los paseos de bar en café, de terraza en restaurante, tan hispánicos-, sino de pensar en lo leído, lo visto, lo vivido. Y pensar requiere todavía más sosiego y tiempo que la lectura. No mitifiquemos la lectura. La lectura no hace a la gente mejor por sistema. No animemos a leer, animemos a pensar.
Buenas fiestas, no lean, piensen.
La foto es de Thomas Doyle.

14 diciembre 2010

Las presentaciones


Desde que hace unos meses en mi círculo de amistades se supo que iban a editar un libro de mi autoría no dejo de escuchar a cándidos que me preguntan cuándo será la presentación. Cuando les digo que no tengo la más leve intención de organizar una presentación preguntan, desilusionados, el porqué. Porque no me apetece, suelo contestar.
Quizás está uno ya un poco harto de tanto evento social que tiene como excusa la publicación de un libro. Los alumnos que uno tiene fuera de Madrid envidian la agitada agenda cultural de la capital, y, realmente, sorprende porque uno, cada vez más a menudo, prefiere quedarse en casa, cómodo y calentito. Sobre todo porque no sabe uno qué elegir.
Sirva como ejemplo la agenda que mañana, miércoles 15 de diciembre, se ofrece al aficionado al libro que esté en Madrid:
-Impedimenta aprovecha la visita de Jiri Kratochvil a España para presentar en La Buena Vida el libro En mitad de la noche un canto.
-La Uña Rota presenta los poemas de Bernhard en Tipos Infames. Sin el autor, claro, pero con el traductor.
-Eduardo Berti presenta su nuevo libro de relatos en Tres rosas amarillas. Lo publica Páginas de Espuma.
Eso así, lo que recuerdo a bote pronto, me dejo presentaciones, seguro...
Y Cornelia Funke habla en Madrid, Zagajewski también, hay un homenaje a Lezama Lima...
Hay tantas cosas que hacer, todas relacionadas con libros... Y uno tiene la sospecha de que es mejor quedarse en casa en el sofá, leyendo, que ir a cualquier cosa de estas.
Otra cosa, claro está, es lo de ver a los amigos, por eso siempre termina uno acercándose a alguna de las presentaciones o coordinando a los que acuden a varias para verse luego en un bar. Así nos va.

08 diciembre 2010

Dejar la gaseosa sin cerrar


Cuando, hace unos años, La Cúpula publicó en España Como un guante de seda forjado en hierro, la existencia de un historietista como Daniel Clowes supuso un revulsivo enorme para el medio. En sus viñetas latía el verdadero horror y uno no podía, aunque en realidad fuera lo único que deseara, apartar los ojos de las páginas de ese cómic. En realidad se trataba de la unificación en un solo volumen de los primeros números de Eightball, una revista que se vio obligado a crear el propio Clowes para dar a conocer sus obsesiones transformadas en viñetas. Ahora, pasados los años, resulta cuanto menos intrigante saber qué ha pasado por la vida de Clowes para que se haya desbravado tanto su genio en el mediocre Wilson que se acaba de dar a conocer en castellano.
Lo primero que llama la atención de este último trabajo es que, se supone, es el primero que ha sido concebido como álbum. No es la recopilación de diversas entregas de su revista. Y si llama la atención es porque, donde estábamos acostumbrados a una sorprendente unidad, que hacía más indispensables las recopilaciones que las entregas periódicas para entender cabalmente la narrativa de Clowes. Pero, primera sorpresa, siendo como es un álbum concebido de manera global, es el más fragmentario de todos sus trabajos. Cada plancha es independiente y, aunque es a través de todas que se puede seguir la particular trayectoria de Wilson a la búsqueda de un amor de juventud y una hija cuya existencia era desconocida para él, cada una está montada como si se tratase de la plancha dominical de una tira de prensa. Se podría pensar que Clowes ha jugado a subvertir la idea primigenia del álbum y, donde todos habrían esperado una historia que usara la total libertad que ofrece el álbum, él ha preferido el doble reto de contar la historia de modo fragmentado, tratando cada plancha de modo singular.
Y aquí llega la segunda sorpresa. Si algo había caracterizado el estilo de Clowes era sus dibujos angustiosos y alucinados -que lo acercan al otro gran raro del cómic reciente yanqui: Charles Burns-, pero en Wilson, prefiere rebajar un poco ese estilo expresionista y hacerlo sencillamente grotesco y, en algunas planchas, caricaturesco, acercándolo mucho al cartoon de tira cómica más clásico. Podría haber funcionado en el caso de que se hubiera encargado de adecuar la elección de cada cambio de registro estético a una temática determinada. O sea, haber mostrado un estilo aparentemente más ingenuo para tratar unas cosas y el más realista para otras. Pero no, a medida que avanza la lectura del álbum uno se va convenciendo de que haber realizado la plancha de un modo u otro obedece más al azar que a ninguna otra razón, lo que echa a perder la idea de que hubiera una reflexión sosegada sobre el por qué de la elección entre las diversas posibilidades que baraja Clowes.

Resumiendo, que donde el lector acostumbrado a las inquietantes historias de Clowes, que penetraban en los temores más ocultos de la esencia humana, o que trataban de modo sutil pero siempre atinado las más desconcertantes brechas de las relaciones sociales, se encuentra en Wilson con la más ligera y descentrada de las narraciones de su autor. La más superficial y efímera de ellas, lo que convierte este álbum en el más prescindible de su autor y, por extensión, en la peor puerta de entrada a su obra. Esperemos que se trate tan sólo de un bache. Un bache en una trayectoria, no hay que olvidarlo nunca, excepcional, y que no queda empañada por este trabajo.
Daniel Clowes, Wilson, Mondadori, Barcelona, 2010 ISBN: 978-84-397-2359-2

21 noviembre 2010

Los hilos de la vida

UNO. Pocas veces puede uno llevarse la alegría de ver cómo ha ido creciendo un texto. Algunos pasajes, ideas, de este libro, pasaron por mis manos en calidad de obra en marcha, en pleno proceso de producción dentro de la dinámica de trabajo de los talleres virtuales de la AUPEX. Quizás por eso resulta doblemente placentero poder leer los cuentos que forman este libro y saber que han llegado a buen puerto.

DOS. No son habituales libros como La mesa puesta en el panorama del cuento escritos en España. Sobre todo porque, todavía hoy, la inmensa mayoría de dichos libros de cuentos terminan siendo en mayor o menor medida una recopilación de textos que se han concebido individualmente y que, sólo por su unidad estilística o por algún tipo de pirueta conceptual, terminan ofreciéndose al lector con un aspecto unitario. Libros como este siguen, para sorpresa de cualquier lector avezado, siendo objetos extraños en los que, desde la primera hasta la última línea uno comprende que son, ante todo, libros, y que la decisión de construirlos como una serie de cuentos responde más a objetivos estéticos que meramente genéricos. Abacá podría, perfectamente, haber trazado una novela en ocho tiempos con cada una de las historias que, finalmente, hablan del proceso de maduración y, en cierto, modo de la herencia y en qué medida nos convertimos en quienes somos sin darnos muy bien cuenta de ello.

TRES. Un lector atento verá que, casi todos los cuentos, comparten una mirada, posiblemente un mismo protagonista. Y que tan sólo en un par de casos hay un desdoblamiento ficcional, que podría, con poco esfuerzo, haberse desplazado de tal modo que esa novela hipotética se hubiese formado. Así que toca hacerse la pregunta del por qué relatos y no una novela, que parece la salida que lectores, crítica y mercado reclaman. Y más en un caso, como este que, ya se ha mencionado, no entra dentro de esa tendencia del cuento español ha formar libros a base de dos o a lo sumo tres hits y otros cuentos de relleno. Pues sin duda se debe a que Abacá tiene una lúcida mirada sobre el relato. Sobre qué merece convertirse en un cuento y qué es apenas relleno.
En mis clases acostumbro a poner siempre el mismo ejemplo para diferenciar un relato, algo importante para quién narra o ha vivido los hechos narrados, y una anécdota. Una anécdota la podemos contar en voz alta, sin mayor preocupación, en reuniones sociales, porque no nos toca. Puede ser más o menos divertida, paradójica, entretenida o indignante. Es algo que, en todo caso, nos cae lejos, no pasa nada porque todo el mundo, más o menos conocido, sepa que lo hemos vivido. En cambio, un relato está poniendo sobre la mesa algo que nos incomoda, que no nos gusta que se vea expuesto de ese modo. Por eso, los relatos, cuando los contamos en nuestra vida, lo hacemos en voz baja, a seres muy queridos y, normalmente, de uno en uno. Porque sabemos que estamos desnudándonos, lo que contamos nos deja muy expuestos, nos da vergüenza, porque es algo que nos ha marcado. Las cicatrices no se van exhibiendo por ahí. Y también por eso cuando alguien con problemas mentales, o alterado, nos confiesa realidades muy íntimas cuando apenas le conocemos nos sentimos manchados, incómodos, violentos. Pensamos que eso se lo debería contar a alguien cercano, alguien que pueda ayudarle y no nosotros, que, como mucho, pensamos que está loco y poco más.
Cada uno de los ocho relatos de La mesa puesta es una de esas historias que contamos en voz baja. Y eso, además, se hace patente en la misma puesta en escena de las narraciones, que siempre escogen conversaciones privadas en momentos cotidianos. El desayuno, un traslado de o hacia una estación, el retorno de una noche de juerga, etc. Momentos en los que uno está con seres queridos y en los que se genera ese espacio de la confesión, de la necesaria intimidad que exige la verdad para brotar.

CUATRO. Atraviesa este libro la vida y la literatura. Sólo por eso merece la pena leerlo. Porque no es un vulgar libro de cuentos a los que nos han acostumbrado enhebrando unas cuentas de collar en un hilo, sino que está trenzado de literatura y experiencia, y por eso es casi imposible desgajar unos cuentos que se apoyan los unos en los otros para lograr algo más que una colección de relatos. El mundo del cuento español está muy necesitado de libros como este, libros que son literatura y no cuento.
Manuel Abacá La mesa puesta Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2010
ISBN: 978-84-9852-258-7

15 noviembre 2010

Tontos somos todos aunque nos creamos muy listos


Hoy se ha producido en Madrid la "mayor liberación de libros de la historia". Todos deberíamos estar dando saltos de alegría porque, por una vez, algo relacionado con libros se convierte en un fenómeno en las calles de la capital española. Pero, curiosamente, el día elegido ha sido un sombrío domingo de noviembre en el que durante casi todo el día ha estado lloviznando. No ha tenido el clima el detalle de permitir que luciera un sol otoñal de los que, muchas veces, nos regala Madrid en esta época. Pero, quizás, ha sido porque el tiempo, muy sabio, se ha dado cuenta de que toda esta martingala de la liberación de libros no merecía esfuerzo alguno.
Yo debo ser muy antiguo y retrógrado, porque a mi la idea del "bookcrossing" me parece una solemne estupidez. No entiendo el concepto de que un libro esté retenido o enclaustrado a la espera de que alguien lo libere. Los libros, como sabe cualquiera que haya usado uno -algo que muchos no han hecho nunca, de ahí que no sea tan absurdo el referirlo-, se liberan en la mente del lector cuando éste transita por ellos. Dejar un libro en la calle no es, desde luego, liberarlo. Es dejarlo en la calle. Porque, conviene no olvidarlo, desde hace muchos años hay unos lugares destinados a albergar libros y que pueden ser usados de modo gratuito por el ciudadano que desee leerlos. Se llaman bibliotecas. Son un muy buen invento que, como sucede casi siempre con esta modernidad idiota que nos rodea, algunos se empeñan en destrozar. Por ejemplo, con las mediatecas, o con la idea de que hay que atraer al "público lector" -uno de esos sintagmas cargados de sentidos místicos- realizando actividades lúdicas y festivas que les haga perder el respeto a los usuarios potenciales de dichos espacios. Y, lo mejor de todo, es que cada vez hay más bibliotecarios contentísimos con que las bibliotecas se llenen de gente que va a conectarse a internet, a llevarse prestados cd y dvd, de madres y padres que convierten durante los meses de invierno la biblioteca infantil en el parque infantil con calefacción, y las salas de lectura se transforman en receptáculo de manadas de estudiantes durante los meses que preceden a los exámenes y desiertos e ignotos espacios el resto del año. Las bibliotecas, por fortuna, eran lugares donde había poca gente, donde se estaba callado, donde iba el que quería y encontraba allí los servicios atentos y eficientes de sus trabajadores. Que, se conoce, deben ser los carceleros de los libros.
Porque la idea del bookcrossing es llevar los libros a donde no suelen estar. O sea, abrir espacios para que los libros se dejen ver por gente que no tiene ningún interés en ellos. Porque ir hasta una biblioteca es, se conoce, un arduo esfuerzo. O, más cómico aún, debe haber detrás de todo esto algún humorista que piensa que, por encontrarse en la calle el libro, el que no lo lee cargará con él hasta casa y se convertirá en un agradecido lector. Yo, lo siento, seré muy pesimista, pero no lo veo. A mí todo esto me parece, por un lado, la tontería nueva con la que algún listo saca dinero a una institución o una empresa. En este caso, por lo que he leído, una marca de cerveza. Cerveza, sin, por supuesto, porque se conoce que el alcohol y los libros no pueden ir de la mano a juicio de estos brillantes filántropos. Uno cree que todos esos libros, treinta mil, podrían haber ido a parar a los estantes de las bibliotecas públicas, de donde pueden ser liberados por todo usuario que lo desee. Pero no, la "liberación de un libro" pasa porque alguien se lo lleve a casa y se lo quede. Como los muebles viejos, como los animales perdidos, como las monedas encontradas. Debo ser el único que entiende esto del bookcrossing como un sucedáneo estúpido de la posesión. Ay, me lo encuentro y, si me gusta, me lo quedo, y si no, lo pongo de nuevo en cualquier lugar para que alguien se lo lleve. Así me ahorro tirarlo al contenedor de papel.
No creo que esta generosa "liberación de libros" tenga que ver con la realidad mercantil de la edición española. Miles de libros devueltos, cientos de títulos que pasan sin pena ni gloria por las librerías sin que, en muchos casos, se llegue a abrir la caja que los contiene porque hay exceso de novedades o porque no se vende apenas como para realizar toda la rotación mercantil a la que se han acostumbrado editores, distribuidores y libreros. En España se hacen muchos libros, muchísimos, pese que no somos una de las potencias lectoras del mundo, sí lo somos en el sector editorial. Y esos libros, ahora, no se venden. Así que hay que "liberarlos" para que el consumidor se lo lleve a casa gratis.
No queda otra que darse una vuelta con un libro, sentarse en una terraza, pedir un gintonic bien cargado y esperar para contemplar la nueva tontería de cualquier piernas que nunca lee libros para acercar el libro a los ciudadanos. Tiempo al tiempo.
La fotografía es de Paul Skinner

25 octubre 2010

Cada despedida, de Mariana Dimópulos. Presentación en Madrid


La editorial Adriana Hidalgo y la librería Juan Rulfo
se complacen en invitarle a la presentación del libro
Cada despedida,
de
Mariana Dimópulos.
Además de la autora,
contará con la presencia del escritor y traductor Mariano García
y del crítico Antonio Jiménez Morato.

El acto tendrá lugar en la
Librería Juan Rulfo (Fernando el Católico, 86),
el próximo jueves 28 de octubre a las 19 horas.

Ella se siente viejísima con sólo veintitrés años, se va porque no puede o no quiere quedarse, peregrina de Madrid a Málaga, de Heilbronn a Heidelberg, siempre con el “síndrome de la valija”, se establece en un sitio como Berlín que es la perfecta metáfora de la “idea del otro lado”, sobrevive por momentos alimentada “como los pájaros, con el alpiste de la compasión” y vuelve diez años más tarde a la Argentina para enamorarse de un hombre y cavilar: “Me había ido para irme, simplemente”. Pero ya nada es lo mismo, desde luego. El padre ha muerto. Los recuerdos le pesan como un sombrero de piedra que no se puede sacar. Entre medio, hubo de todo: una loca que propina una cachetada, sabotajes en Ikea, mil y un oficios, Alexander, Julia y Kolya. Y ahora, cuando echa o parece echar raíces en la granja Del Monje, en el sur del mundo, entre frutillas y arvejas, entre Marco y Madame Cupin, una muerte, la policía, las sospechas…

"Cada despedida es uno de esos libros en que lo breve se hace intenso. Una novela donde la prosa cuidada, de amplio y justo vocabulario, convive con una forma que esquiva la linealidad y siembra cierta indistinción entre memoria voluntaria e involuntaria. Una remembranza-puzzle cuya protagonista comienza afirmando que odia la interioridad (“la interioridad y esas otras baratijas de las dudas y los sentimientos”), pero también nos advierte su tendencia a la mentira. Que la narradora haya estudiado química tiene bastante sentido: estas páginas son una sólida aleación de escalas, reflexiones y adioses."
Eduardo Berti

Mariana Dimópulos nació en Buenos Aires en 1973. Es licenciada en Letras de la Universidad de Buenos Aires y traductora del alemán y el inglés. Vivió en Alemania entre 1999 y 2005. Publicó la novela "Anís" (Entropía, 2008).

19 octubre 2010

Tontos somos todos

Vivimos en tiempos verdaderamente idiotas. No ya porque hay una corte de opinadores profesionales que se dedican a ir de tertulia en tertulia, sea en radio o televisión, desde la mañana a la noche sin tener la menor idea de lo que hablan. Precisamente los que aparecen en este video son un ejemplo evidente de ello, porque lo mismo cuestionan la gestión de la balsa química de Hungria que del mejor aliño para las aceitunas del aperitivo. Lo mejor de todo es que son el reflejo de una verdadera masa "bienpensante" que se cree progresista y es totalmente incapaz de entender el arte y, lo que es más importante, y en el mismo vídeo se ve, carecen de la capacidad de escuchar e ir más allá de los prejuicios que les mueven pero, como se creen progres, porque de jóvenes lo fueron, ellos tienen la razón. Repito: no es ni siquiera necesario ver la película para ponerse de lado de los programadores del festival de Sitges y de los mismos creadores del film, porque, dejemos las cosas claras, toda la argumentación, verdaderamente idiota de García Campoy & cia, pasa por una serie de errores fundamentales. Todos estos brillantes críticos no se dan cuenta de una serie de aspectos que cualquier persona con dos dedos de frente tiene en cuenta:
1-Es una película ficcional. No es real, cosa que se conoce que esta gente no sabe distinguir. "Se persigue a quien cuelga en la red este tipo de imágenes". No, se persigue a quien viola y agrede a niños, mujeres y hombres y tiene la desfachatez de colgar sus grabaciones, reales, en la web. Son matices que estos "opinadores de urgencia" no tienen tiempo de no ya meditar, sino pensar.
2-Decir que una cosa "no se debe exhibir en un festival" es censura, y pasa por imponer una ética y una moral al resto de la población. Y, arrogarse una mirada progresista cuando uno defiende la censura refleja lo idiota que alguien puede llegar a ser. Usted ya no es progresista, amigo, posiblemente nunca lo fue y en su juventud lo que quería era ver tetas y culos, así que, con el destape, para usted fue suficiente.
3-Lo más importante: está prohibida para menores de edad, los padres pueden estar tranquilos, y uno la ve o no la ve, libremente. Por desgracia, es algo que estos tipejos del vídeo querrían evitar.
Por cierto, lo mejor de todo es ver a García Campoy diciendo que ella, en el momento en que se estrenó Saló de Passolini se puso del lado del director italiano, sin comprender que ella, ahora, pasados los años, es la misma carca que en su momento dice haber combatido. Señora García Campoy, al menos, asúmalo, usted es una carca reaccionaria, mírese al espejo, mujer. Lamentable.

07 octubre 2010

Epistolario y redacción de documentos


Ayer, como regalo maravilloso, me hicieron el regalo de poner en mi conocimiento la existencia de un libro único y maravilloso, de cuando la gente necesitaba modelos para redactar su correspondencia. De hecho todo comenzó recordando la labor maravillosa que algunos de los personajes de Vargas Llosa cumplen con otros, al redactarles cartas. Algo que también aparece en alguna novela de Ribeyro. El Epistolario y redacción de documentos de Antonio de Armenteras.
Ahí van dos muestras de cartas de ruptura:
Hoy, 19 de septiembre de 1958
Clotilde:
No quiero que pase un día más sin comunicarte la resolución que desde hace días tengo decidida y que no creo que cuando la sepas te cause extrañeza.
En nuestras últimas salidas me veías preocupado y con pocas ganas de hablar. Yo te mentía al explicarte la causa de mi actitud. Pretextaba dolores de cabeza, cansancio; pero la verdad te la ocultaba. Los siete años que llevamos de relaciones y el no vislumbrar todavía la posibilidad de ganar lo suficiente, no sólo para mantener un hogar, sino para poder instalarnos, fueron los que llevaron a mi alma el desánimo.
Resulta más amargo aún para mí el hacerte esta confesión: me considero vencido y sin que tu ayuda espiritual me sirva de estímulo para segir luchando. Yo solo, es fácil que me defienda. Los dos juntos, es seguro que seríamos unos desgraciados.
Te devuelvo tu libertad y te deseo de corazón que encuentres quien te haga todo lo feliz que te mereces.
Ni que decir tiene que tanto las cartas que te escribí, como los pequeños regalos que te hice, son tuyos. Por lo tanto, haz con ellos lo que quieras; pero no me devuelvas.
Sólo me queda pedirte perdón, y de todo corazón te lo pido.
Alfredo.

Y esta es otra:
Ramón:
Anoche te estuve esperando hasta las diez en la puerta del Banco de España. Habíamos quedado en encontrarnos a las siete. Llorando me vine para casa, con la esperanza de que me llamarías por teléfono para justificarme el no haber acudido a la cita. ¡Ni eso!
Comprendo que he sido una tonta al creer en tus promesas de arrepentimiento y que nunca más me harías hacer papel tan desairado. Ya son nueve días los que llevamos sin vernos, a pesar de que por teléfono me citaste diariamente dándome la seguridad de que no faltarías.
Mi paciencia y mi dignidad me impiden ya seguirme prestando a ser nuevamente objeto de tus burlas y desconsideraciones. Y como, por otra parte, estas no pueden ser más que fruto de tu falta de amor, te escribo estas líneas para comunicarte que doy por terminadas definitivamente nuestras relaciones. Si eso es lo que con tu conducta buscabas, ya lo has logrado; ahora, que pudiste haber empleado otro procedimiento más caballeroso.
Elisa
Hoy, 3 de noviembre de 1958

No dejo de pensar en la ingenuidad que destilan. La fe casi cándida en la palabra que hoy hemos perdido y casi olvidado. Unos días en que teníamos tanta fe en la palabra, que no dudábamos en buscar modelos para decir lo que buscábamos.

30 septiembre 2010

Taller de escritura de Antonio Jiménez Morato


Este año el taller se celebrará en un nuevo escenario: Tipos Infames.
Mucho más que una librería, mucho más que un bar. Un punto de encuentro para las nuevas formas de la cultura. Está situada en la calle San Joaquín, 3. Metro: Tribunal

Las clases comienzan el próximo día 14 de octubre en dos horarios:
todos los jueves en turno de mañana (de 11 a 13 horas) o tarde (de 18:30 a 20:30).
El precio del taller es de 70 euros al mes.

Para cualquier duda y contacto: tucuento@gmail.com
También en la librería encontraréis información al respecto.

No todos los que van a un gimnasio pretenden ser plusmarquistas olímpicos, aunque muchos deportistas de alto nivel sí acudan puntualmente al gimnasio para mantener su cuerpo en forma. La comparación se puede transportar sin problema a los talleres de escritura: no hace falta querer ser un escritor de éxito o prestigio -por desgracia muchas veces no van acompañados- para inscribirse en un taller de escritura, pero si alguien tiene el deseo o al vocación de convertirse en uno la asistencia a un taller puede ser una opción más que interesante, ya que permite aprender y practicar muchos recursos dirigidos a ser un buen escritor.
Inscribirse y participar en un taller, en todo caso, no habilita a nadie para ser escritor, por mucho que en algunos lugares se obstinen en hacerle creer eso a los clientes -en dichos lugares pesa más la condición de cliente que la de alumno- que se acercan para recabar información al respecto; no se comercia con los deseos de las personas. Un taller tampoco debería ser un lugar donde a uno le den una palmada en la espalda con la exclusiva intención de que siga pagando su cuota mensual, como sucede, también, en muchos centros dedicados a la escritura creativa. Y, por último, un taller no debe estar pensado como una mera distracción vespertina que puede dirigir cualquier persona que haya cursado estudios de humanidades y cubrir así el expediente como alguien más cercano a un animador que a un verdadero profesor, cosa que ocurre en muchos centros culturales de distrito en los que dentro de su oferta de cursos se incluyen los talleres de escritura.
Un taller es un punto de encuentro, pero también una plataforma de investigación. Personal y social. En un taller no se aprenden tan sólo recursos y trucos destinados a hacer más eficaz un texto, que también, sino a encontrar en la escritura una herramienta para conocernos mejor a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Escribiendo se ordena el pensamiento, se clarifican ideas y sentimientos y el proceso de construcción de un texto puede servirnos, también, para construir nuestro universo. Por eso un taller de escritura no es tan sólo un lugar donde "aprender a escribir bien", sino, sobre todo, un lugar donde poder comprender los mecanismos de la sociedad y de nuestra mente y nuestro cuerpo. Sin misticismos, sin sucedáneos de autoayuda, tan sólo porque al construir historias vamos ayudándonos a desentrañar el tejido de relatos que conforma la existencia.
Por eso un taller de escritura es beneficioso para todo aquel que quiera conectar con su imaginación y trabajar con palabras o con imágenes transmitidas mediante palabras. Es un camino muy arduo para enfrentarlo a solas.

07 septiembre 2010

Un cine lírico

En raras ocasiones alguien se anima a hacer una biografía sobre un escritor donde se vaya más allá de las anécdotas o historias de alcoba que haya protagonizado. Todos sabemos el miedo que tienen los productores a trasladar los universos de los escritores a imágenes. Es lógico, son lenguajes distintos, y al mismo tiempo, la idea de que es mejor esa imagen romántica del artista como alguien excéntrico y extraño que atrae antes por su marginalidad que por la alegría que nos ha regalado con su obra. Me entero por el blog de Martín López-Vega que alguien se ha atrevido a hacer algo distinto. En este caso parece que alguien se atreve a trasladar el universo lírico de Brodsky a imágenes. Es un mérito nada desdeñable.

06 septiembre 2010

Otra importante pérdida

Acabo de conocer la noticia del fallecimiento de José Luis Brea. No puedo decir que fuéramos amigos, ni siquiera que le conociera demasiado. Apenas por sus textos, por la estupenda labor como recopilador y divulgador que había iniciado en SalonKritik, un lugar destinado a servir como escenario para la reflexión y discusión estética, y por un breve pero muy entusiasta encuentro tras la presentación del libro Baroni, un viaje, de Sergio Chejfec. Él había acudido allí y planteó una serie de dudas en el debate que cerró la presentación. Cuando se había iniciado el clásico cóctel que sigue a toda presentación se acercó a mí y, tras identificarse, estuvimos un buen rato hablando de libros, de blogs -él frecuentaba este espacio y a veces pescaba textos de él para "su Salón"- y de amistades comunes. Quedamos en concertar una cita para tomar un café y charlar de modo más detenido sobre ciertos temas. Todo esto fue a finales de la primavera. Ahora, cuando tocaba volver a la temporada de eventos y posiblemente coincidiéramos en algún otro lugar y ese café podría servirnos como excusa para el intercambio de ideas, me entero de su muerte. La vida, a veces, guarda sorpresas desagradables.
Vaya un fuerte abrazo para José Luis Brea, un hombre que defendía el pensamiento y el sosiego en unos tiempos acelerados y superficiales.

29 agosto 2010

De imbéciles y miserables

De imbéciles está el mundo lleno, sobre todo de inútiles que se creen editores y que, cuando un genio ha muerto, carroñean e intentan arrimar el ascua a su sardina. Tan rematadamente idiota se puede llegar a ser, que ni siquiera se ha informado de que Fogwill volvió a Buenos Aires en Buquebus -el mismo medio de transporte en el que llegó a Montevideo y donde nadie, pese a que era lo acordado, fue a recogerle- y no en avión; de que cuando le dio una crisis respiratoria no avisó a nadie de la organización del festival porque en ningún momento supieron estar a la altura de la situación ni satisfacer las necesidades de los invitados y que ese editor local debió ser un fantasma porque no hay libro alguno suyo que editase en Montevideo hasta el día de hoy, de que el hotel donde alojaron a los invitados carecía de calefacción -y las noches llegaron a temperaturas bajo cero- aunque muchos de los invitados no protestaran porque hay mucho perro que no ladra al amo; de que los que se fueron de la conferencia de Quique son escritores de tres al cuarto que jamás escribirán una línea de la altura de las suyas. El equipo del festival estaba que no vivía, dice, apagando los incendios. Lo que no dice es que esos incendios los provocó la misma organización del festival y su falta de profesionalidad. No hubo una sola queja de Fogwill en la que no tuviese razón, y yo presencié, precisamente su llegada al festival. Hay una fotografía en la que aparezco leyendo un libro que llevaba para Fogwill por ahí, en el propio blog del tipo este sobre el festival. De todos modos, qué se puede esperar de un tipo que fue incapaz de responder a Cucurto cuando en la mesa redonda en la que coincidieron preguntó en qué consiste ser editor. Qué puede esperarse de alguien que, por no saber, no sabe ni las elementales reglas ortográficas del castellano: "Y los mismos que avían avisado que montaría el número".
Lo único que consuela es saber que a estos mediocres no los recordará nadie cuando se mueran, de hecho nadie los tiene en cuenta aún estando vivos, y a otros llevamos una semana echándolos de menos desde que murieron.

22 agosto 2010

Fogwill ha muerto hoy

A mí me gusta recordarle así, y cantando lieders alemanes.

O recitando poemas, como cuando leyó en mi presencia el que copio abajo y, al notar mi impaciencia mientras leía por lo extenso que es, me preguntó tras terminar su lectura a bocajarro si me había gustado o no. Todo un tipo.

Llamado por los malos poetas

Se necesitan malos poetas.
Buenas personas, pero poetas
malos. Dos, cien, mil malos poetas
se necesitan más para que estallen
las diez mil flores del poema.

Que en ellos viva la poesía,
la innecesaria, la fútil, la sutil
poesía imprescindible. O la in-
versa: la poesía necesaria,
la prescindible para vivir.

Que florezcan diez maos en el pantano
y en la barranca un Ele, un Juan,
un Gelman como elefante entero de cristal roto,
o un Rojas roto, mendigando
a la Reina de España.

(Ahora España
ha vuelto a ser un reino y tiene Reina,
y Rey del reino. España es un tablero
de alfiles politizados y peones
recién comidos: a la derecha, negros, paralizados, fuera del juego).

Y aquí hay torres de goma, alfiles
politizados y damas policiales
vigilando la casa.

A la caza del hombre,
por hambre, corren todos, saltan
de la cuadrícula y son comidos.

Todo eso abunda: faltan los poetas,
los mil, los diez mil malos, cada uno
armado con su libro de mierda. Faltan,
sus ensayitos y sus novela en preparación.
Ah.. y los curricola,
y sus diez mil applys nos faltan.

No es la muerte del hombre, es una gran ausencia
humana de malos poetas. Que florezcan
cien millones de tentativas abortadas,
relecturas, incordios,
folios de cartulina, ilustraciones
de gente amiga, cenas
con gente amiga, exégesis, escolios,
tiempo perdido como todo.

Se necesitan poetas gay, poetas
lesbianas, poetas
consagrados a la cuestión del género,
poetas que canten al hambre, al hombre,
al nombre de su barrio, al arte y a la industria,
a la estabilidad de las instituciones,
a la mancha de ozono, al agujero
de la revolución, al tajo agrio
de las mujeres, al latido
inaudible del pentium y a la guerra
entendida como continuidad de la política,
del comercio,
del ocio de escribir.

Se necesitan Betos, Titos, Carlos
que escriban poemas. Alejandras y Marthas
que escriban. Nombres para poetas,
anagramas, seudónimos y contraseñas
para el chat room del verso se necesitan.

Una poesía aquí del cirujeo en la veredas.
Una poesía aquí de la mendicidad en las instituciones.
Una poesía de los salones de lectura de versos.

Una poesía por las calles (venid a ver
los versos por las calles...)

Una poesía cosmopolita (subid a ver
los versos por la web...).

Una poesía del amor aggiornado (bajad a ver
poesía en el pesebre del amor...)

Una poesía explosiva: etarra, ética,
poéticamente equivocada.

En los papeles, en los canales
culturales de cable, en las pantallas
y en los monitores, en las antologías y en revistas
y en libros y en emisiones clandestinas
de frecuencia modulada se buscan
poetas y más malos poetas:
grandes poetas celebrados pequeños,
poetas notorios, plumas iluminadas,
hombres nimios, miméticos,
deteriorados por el alcohol,
descerebrados por la droga,
hipnotizados por el sexo
idiotizados por el rock,
odiados, amados por la gente aquí.

En las habitaciones se buscan.
En un bar, en los flippers,
en los minutos de descanso de la oficina,
entre dos clases de gramática,
en clase media, en barrios
vigilados se buscan.

¿Habrá en la tropa?
¿En los balnearios, en los baños
públicos que han comenzado a construir?
¿En los certámenes de versos?
¿En los torneos de minifútbol?
¿Bajo el sol quieto?
¿A solas con su lengua?
¿A solas con una idea repetitiva?
¿Con gente?
¿Sin amor?

No es el fin de la historia, es
el comienzo de la histeria lingual.

Todo comienza y nace de una necesidad fraguada en la lengua.
Falsifiquemos el deseo:
Te necesito nene.
Para empezar te necesito.
Para necesitar, te pido
ese minuto de poesía que necesito, necio:
quisiera ver si me devuelves el ritmo de un mal poema,
que me acarices con sus ripios,
que me turbes la mente con otra idea banal,
y que me bañes todo con la trivialidad del medio.

Y en medio del camino, en el comienzo
de la comedia terrenal, quiero vivir
la necedad y la necesidad
de un sentimiento falso.

Se necesitan nuevos sentimientos,
nuevos pensamientos imbéciles, nuevas
propuestas para el cambio, causas
para temer, para tener,
aquí en el sur.

Y arriba España es un panal
de hormigas orientales:
rumanas, tunecinos,
suecas a la sombra de un Rey.

Riámonos del Rey.
De su fealdad.
De su fatalidad.
De Su Graciosa Realidad.
La realidad es un ensueño compartido.
La realidad de España
es su filosa lengua pronunciando la eñe
y su mojada espada pronunciando el orden
del capital y la sintaxis.

¡Ay, lengua:
aparta de mí este cuerno de la prosperidad clavado en tu ingle,
suturada de chips, y cubre
nuestras heridas con el bálsamo de los malos poemas..!

14 agosto 2010

Libros modestos, historias verdaderas

Uno de los consejos que nos legó Virgilio, ese "joven que promete" en palabras de Borges, es que admiráramos las fincas grandes y cultiváramos la pequeña. En un momento como el actual, donde todos quieren ser reconocidos cuanto antes como grandes artistas, parece un contrasentido alabar a aquel que, de modo honesto, prefiere trazar una narración modesta donde pueda entrar cualquier lector y encontrar sentimientos y verdades que, no por comunes, son menos importantes. Quizás por eso me ha alegrado enormemente la mañana de este sábado porteño la lectura del breve y hermoso libro de Celia Dosio El día que Perla voló.
Este librito cuenta algo tan común y sencillo, algo tantas veces vivido y visto como es la amistad de dos adolescentes y sus primeros devaneos amorosos. Alude a lo tenso de las relaciones familiares, a los primeros desengaños y al modo en que, muchas veces, a través del dolor se llega a la alegría. Y todo eso en apenas cuarenta páginas construidas desde un discurso plenamente coherente y que se revela como el gran acierto del libro. Porque, conviene no olvidarlo, muchos podrían tener detrás de sí el bagaje de las dos protagonistas de este relato, pero quizás no todos sabrían vertebrarlo como lo hace Dosio para deleite del lector. El estilo de la narración permite, al mismo tiempo, que nos encontremos con la voz y la percepción del mundo de las dos adolescentes, Clarita y la narradora, y la mirada, distanciada, de la mujer que recuerda aquellos hechos, que puede ironizar, sin caer en el sarcasmo o en la burla, sobre todo aquello, que sigue mirando con cariño y, por qué no decirlo, cierta nostalgia.
Sencillo, directo y breve, inolvidable, la historia de las dos amigas y del horroroso perro de una de ellas, que da título al libro, es uno de esos libros que se disfrutan con el placer de lo ya conocido que se va tornando, a cada vuelta de página, en nuevo y sorprendente. Un libro lleno de vida, que no es poco entre tanta alambicada retórica y metaliteratura vacua.
Para los que todavía no lo han leído, decirles que están de suerte, tienen el texto completo en el blog de la librería y editorial Eterna Cadencia.

18 julio 2010

Reseña azteca


Cosas raras. No he leído, todavía, una sola crítica o reseña medianamente concienzuda sobre Poesía en mutación en un medio español. Nada. Supongo que siguen pesando más los aspectos cuantitativos que los cualitativos, y la coincidencia con el engendro editado por Luis Antonio de Villena, donde hay más antologados, inclina la balanza a su favor frente al hecho de que en Poesía en mutación todos los que están son. En todo caso, gracias a la alertas de Google, me acabo de enterar de que en el Periódico de poesía de la UNAM de México sí que alguien la ha leído y, de refilón, habla muy bien de todos los poetas incluidos y en particular de dos de ellos, Elena Medel y Martín López-Vega. Quién, por cierto, no ha sido antologado en el libro de Visor, lo que ofrece un claro síntoma de la escasa calidad de la selección que se ha realizado allí. En fin, dejo el enlace ahí para quien quiera echarle un ojo.

Yuri Herrera por la puerta grande

En El País de hoy aparece esta foto que le ha hecho Daniel Mordzinski a Yuri Herrera. Demuestra así que está más al tanto de los derroteros de la literatura actual que el propio Juan Cruz, que lo nombra de pasada -y se ve que después de que le dijeran que salía una foto de él- en un artículo lleno de citas de autores obvios.

11 julio 2010

Personajes literarios y escritores

Vivimos una época extraña. Cada día comprobamos como en todos los ámbitos de la vida, y sorprendentemente en el mismo mundo de la literatura, hecha de signos arbitrarios no figurativos y poco o nada relacionada en sí con lo icónico, se le da más importancia a la imagen del artista que a su obra. Durante todo el siglo pasado, por ejemplo, pudimos comprobar como se iba tornando cada vez más relevante conocer la biografía del autor. No parecía importar tanto su obra como en qué medida esta servía como reflejo de las singularidades vividas por el artista. Esta querencia romántica por las vidas de santos se ha ido modificando en el mundo superficial de hoy en querencia por la imagen. El mundo contemporáneo es, cada vez más, un mundo corporal, matérico, y como hijos que somos del Renacimiento y la Ilustración a la hora de concebir el mundo, de desarrollarlo en nuestra cabeza, el cuerpo es el cuerpo visible. Una fotografía del autor. Quizás por eso, astutamente, cada vez más autores se postulan ante los ojos de los sorprendidos, y en algunos casos seducidos lectores como meras estampas, personajes construidos a través de un sin fin de fotos, meras máscaras en mundos de cartón piedra que poco o nada tienen que ver con la literatura, no digamos ya con la escritura. Hijos de los devaneos del arte pop y la cultura popular, los autores del futuro parecen comportarse como estrellas de rock diseñadas por las discográficas, meros receptáculos de tendencias dictadas por cool hunters que jamás han puesto un pie en un vagón de metro, más cercanos a modelos para catálogos de las cadenas de tiendas de ropa que verdaderos autores. El pasado no se deduce de la estética, claro, y por eso conviene adornar la piel, la superficie, con tatuajes, marcas más o menos explícitas que permitan una decodificación rápida, una lectura apresurada y certera sobre dónde ubicar al supuesto artista. Poco, nada en realidad, importa la labor de creación si uno puede quedar bien en el interior de las páginas de las revistas de tendencias que se agolpan junto a las barras de los bares. Hoy, parecen decirnos los medios, los escritores no son más que unos tipos que deben salir monos e incitar al consumo desde las fotos de sus entrevistas y las solapas de sus libros, jóvenes seductores y seducidos, deslumbrados por los flashes de la posmodernidad de todo a cien. Hay que reconocer que, desde luego, en la inmensa mayoría de los casos, dan mejor resultado como iconos o figurines que como escritores.
Y, paradójicamente, aún ahora siguen siendo los grandes autores, los que tienen verdaderamente algo que aportar a la literatura, los que siguen pareciendo más sugestivos ante el objetivo de la cámara. Mario Bellatin, uno de los escritores más intensos y sofisticados de la literatura de hoy escrita en castellano, es además quien mejor suele dar en las fotos que, periódicamente, se deja hacer. Esta que sirve como ilustración del texto está sacada de su propio perfil de Facebook. Una foto construida y posada que, además de ser atractiva, tiene por protagonista a un escritor, no es una mera valla publicitaria.

09 julio 2010

Las virtudes de lo inmediato


Lo que se consideraba, en el pasado, cultura letrada (que era la única cultura legítima, por lo menos para los letrados) ya no organiza la jerarquía de las culturas y subculturas. Los letrados, ante esto, eligen entre dos actitudes posibles. Unos lamentan el naufragio de los valores sobre los cuales se fundaba su hegemonía como letrados. Otros celebran que los restos del naufragio hayan llegado a la costa, donde van armando un artefacto para explicar en qué consisten las nuevas subculturas y los usos populares de los desechos audiovisuales, Los primeros desconfían de las promesas del presente; los segundos, neopopulistas de mercado, creen fervientemente en ellas: los primeros son viejos legitimistas, porque todavía respetan una jerarquía cultural donde la cultura de la letra tenía un lugar hegemónico seguro, al abrigo de las pretensiones de otras formas culturales. Los segundos son los nuevos legitimistas, porque en el naufragio de la cultura de la letra y del arte culto, instalan su poder como descifradores e intérpretes de lo que el pueblo hace con los restos de su propia cultura y los fragmentos de la cultura massmediática de los que se apodera. Las cosas se han invertido para siempre: los neopopulistas aceptan una sola legitimidad, la de las culturas producidas en el cruce entre experiencia y discurso audiovisual; y consideran que los límites puestos a la cultura culta son una revolución simbólica en la cual los antiguos sojuzgados se harían dueños de un destino independiente por medio de las artesanías que fabrican con el zapping y otros recursos tecnológicos de la cultura visual. Ambas posiciones se enfrentan según una fórmula que se hizo célebre hace casi treinta años: apocalípticos (hoy diríamos viejos legitimistas, defensores irreductibles de las modalidades culturales previas a la organización audiovisual de la cultura) e integrados (los defensores asalariados o vocacionales de las industrias audiovisuales y de su nueva legitimidad cultural).
Beatriz Sarlo, Escenas de la vida posmoderna

Tanto tiempo pensando en cosas que decir sobre el asalto de una concepción de la literatura como mera glosa de la televisión y el cine, y a la vuelta de la página la Sarlo me ha regalado un párrafo que viene a situar, muy nítidamente, el estado de la cuestión.

La fotografía que ilustra la imagen es de Thomas Hawk

04 julio 2010

En medio de los mundiales

En medio de esta euforia en la que todos, yo incluído, participamos, que nos obliga a detener nuestra existencia cada tres o cuatro días para reunirnos todos frente a los televisores y sentir una extraña identificación con un grupo de jóvenes con los que en circunstancias normales no tendríamos ni media palabra que intercambiar, en mitad de esta enorme idiotez que convierte las calles en exaltaciones patrióticas y los periódicos e informativos en un monumento a lo banal, resulta doblemente interesante leer esta estupenda columna de Rafael Spregelburd, publicada en el rotativo Perfil de Buenos Aires hace ya unos días. Bueno, uno puede leerla, disfrutarla e, incluso, ponerse verde de envidia al compararlas con los superficiales paripés a la galería que leemos en los periódicos de acá.

02 julio 2010

La virgen cabeza, de Gabriela Cabezón Cámara. Presentación en Madrid


Presentación en Madrid de
La Virgen Cabeza, editado por Eterna Cadencia

El encuentro con la autora tendrá lugar el próximo martes 6 de julio
en la librería Eléctrico Ardor (Pelayo, 62) a las 21:00
Dialogarán con Gabriela Cabezón Cámara
el escritor Carlos Salem
y el crítico literario Antonio Jiménez Morato.

La Virgen Cabeza, la primera novela de Gabriela Cabezón Cámara, relata la historia de amor entre Qüity, una cronista de la sección policial de un diario, y Cleopatra, una travesti que ha abandonado la prostitución a partir de su primera comunicación con la Virgen. Siguiendo los consejos de la Santa Madre, Cleo organiza la villa en donde vive y crea un pequeño Estado de Bienestar. Las miradas de ambas protagonistas se intercalan para dar cuerpo a una historia trágica y feliz a la vez, de fuerte impronta poética y agudo sentido del humor. La villa, las mafias, la policía, el Estado, la Virgen, los chongos, las putas, los chorros, las travestis, los niños, las chicas, los dealers, la SIDE, la cumbia, el exceso; un festival de elementos se encuentran o enfrentan en las páginas de esta gran novela que será toda una revelación para la narrativa contemporánea.
Con una lírica sobrecogedora y un estilo completamente personal para abordar el lenguaje coloquial, Gabriela Cabezón Cámara pasa con inteligencia de la tragedia a la comedia; de la nostalgia, el dolor y el odio, al vértigo y el frenesí de la cumbia, las plegarias, el alcohol y el sexo. Un relato en el que la marginalidad aparece como el mayor de los abismos. Pero también una historia de amor, delirio, mística y desenfreno, de un humor absolutamente candoroso. Sin dudas, una revelación para la narrativa argentina y latinoamericana actual.
La Virgen Cabeza ha sido seleccionada entre las finalistas del Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón, que se celebra entre el 9 y el 18 de julio de este año.

GABRIELA CABEZON CAMARA nació en San Isidro, provincia de Buenos Aires, en 1968. Es periodista y escritora. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado relatos en diversas revistas literarias. En 2006 participó de la antología Una terraza propia. Actualmente trabaja para diversos medios gráficos de la Argentina. La Virgen Cabeza es su primera novela.

Revista Pezespada

En el número de julio de la revista virtual Pezespada han decidido recoger un grupo de textos bajo un tema común: los astronautas. Como alguien ha debido soplarles que soy un poco marciano, han decidido invitarme a participar en el invento. Ahí queda el enlace.

19 junio 2010

Una literatura transparente


En el suplemento ABC Cultural de hoy aparece una entrevista a Sergio Chejfec con la excusa de la publicación en España de Baroni, un viaje (Candaya). Me parece que es más que interesante compartir las respuestas completas ya que, por falta de espacio, no ha podido aparecer la entrevista íntegra en papel.

1. ¿Por qué Baroni? Es evidente que la novela es, finalmente, una narración sobre Venezuela, un viaje destinado a profundizar en un país que te acogió pero, ¿por qué Baroni? De hecho, en el texto aparecen más artistas además de ella.

Diría que Rafaela Baroni tiene una personalidad absolutamente enigmática, y por eso mi elección. Me refiero tanto a su persona como a su personalidad artística o pública, que es multifacética y singular, una especie de combinatoria única en la historia cultural venezolana. El escritor cree que elige a un personaje o un tema pero puede haber un momento en que es elegido, o más bien conquistado por el objeto. Es un tipo de sorpresa derivada de la composición (y quizás sea uno de esos curiosos lazos vigentes entre la narrativa contemporánea y la novela del siglo xix). De hecho, este relato comenzó siendo una especie de ensayo sobre Rafaela Baroni. No quería escribir un ensayo crítico, y por eso la incidencia de la primera persona. Baroni posee aristas plenas y contradictorias, y tiene una historia personal tan plagada de situaciones excepcionales, se mueve entre el mundo rural y el urbano, entre la tradición y la modernidad, entre la religión y las creencias populares, entre el arte popular y el institucional, etc. que uno puede verla como una condensada cápsula de su país, Venezuela. Estamos acostumbrados a recibir símbolos o representaciones nacionales sin chistar. La novela me permitió imaginar una versión de Venezuela a través de Baroni. En un punto, Baroni y Venezuela se sobreimprimen. Obviamente no me propuse un argumento totalizador, para eso ya tenemos el discurso de los nacionalismos. Me interesó proponer una especie de ilusión: dado que los héroes literarios de hoy no pueden llevar sobre sus espaldas el peso de una nacionalidad, de una clase social e incluso de una época o de una circunstancia histórica, ¿por qué no sugerir que este ser casi anónimo y para muchos lateral como Rafaela Baroni es lo más trascendente entre las señales habituales de un país saturado de petróleo y de retórica?

2. Tu texto se convierte en cierta medida en una sinécdoque del país a través de su arte, de sus expresiones artísticas. Pero, en vez de recurrir, como harían muchos de los autores actuales a mostrar la imagen, a ir proporcionando fotografías de las esculturas, lo evitas. De hecho tan sólo en la edición española hay una de esas imágenes, la de la talla del santo. Y eso convierte tu texto en una écfrasis constante y muy lúcida, ¿es intencionado o no? ¿Por qué? En el discurso del libro se habla de fotografías, de grabaciones. Pero han sido, finalmente, desechadas. ¿Has pensado en trabajar más allá con todo ese material? ¿Una exposición sobre Baroni, por ejemplo?

Las imágenes plásticas planean sobre el relato. Obviamente me vi en la disyuntiva de incorporarlas o dejarlas fuera. Opté por excluirlas porque pensé que era hacerles una mayor justicia. De haberlas incluido, no habría dejado de escribir lo que escribí, y su presencia por lo tanto habría resultado ambivalente y sobre todo lateral. Hay escritores que incluyen imágenes en los relatos porque establecen un mecanismo oscilante de distintos grados y formas de ambigüedad (otros no efectúan bien esta inclusión, es verdad, y el resultado es sobre todo pobre). También hay otro motivo, relacionado con esa suerte de autosuficiencia a la que todo relato aspira. El uso de imágenes puede ser muy interesante y puede agregar una complejidad única, tenemos el caso más clamoroso de incertidumbre conceptual derivado de estas operaciones, que es el caso de la literatura de Sebald, quizás el autor contemporáneo más sorprendente y al mismo tiempo el más efímero. Pero en mi opinión la incorporación de imágenes difícilmente deja de ser un préstamo; una intrusión capaz de desestabilizar lo escrito, en el mejor de los casos, pero siempre al precio de dejar demasiado fijada la escritura a la imagen –de ahí quizá su carácter fatalmente transitorio. Me parece que el relato debe servirse de sus propias herramientas, que pasan por lo escrito. Es obvio, ello instituye una temporalidad particular, porque el tiempo que demanda la lectura de la descripción de una imagen no es el mismo que el de su visualización. Por lo tanto tenemos este elemento adicional: leer una descripción visual incluye una dimensión durativa que la percepción visual jamás puede aportar. Y lo concreto es que, a mi entender, narración implica duración: es una suspensión de la sucesión a favor de los matices durativos de nuestra percepción del tiempo y del mundo. El mundo ideal, en este aspecto, está dado por lo tanto por la duración psicológica de la descripción narrativa de una imagen, combinado con esa suerte de dialéctica misteriosa que se crea cuando hacemos una imagen objeto de nuestra observación visual. Creo que este segundo momento propiamente visual puede ser recogido por la escritura, pero que nunca la percepción visual puede dar cuenta de la duración narrativa.

3. Tu narrativa está contagiada de otros géneros. Baroni es un libro de viajes oblicuo -está todo contado desde una habitación y desde el recuerdo-, pero también es un ensayo, tanto artístico como antropológico, y por momentos tiene tintes confesionales. ¿Se puede hacer narrativa pura, hoy? ¿Te interesa esa narrativa?

Diría que me interesa la narrativa que no se propone como una sola cosa ni como una cosa homogénea, en términos de géneros. Desde mi punto vista, la narración se vincula más con el desarrollo de un pensamiento que con la descripción de una acción dominante en un contexto de acciones secundarias. Creo más en una literatura de alusiones, no tanto en una de aserciones. Y como no se puede ser asertivo por un lado e indefinido por otro, entiendo que el modo contagiado, como dices, de distintas modalidades o géneros, es el registro donde me encuentro más a mis anchas y donde se despliega cierta autenticidad. Eso a veces me ocurre también como lector. Durante bastante tiempo pensé que me gustaba más la literatura derivada de la mezcla o confusión de géneros. Pero por supuesto eso no puede ser una condición suficiente, porque mucha de esa literatura es verdaderamente floja y uno termina con las manos vacías. Después he llegado a la conclusión de que el criterio debe ser amplio y arbitrario: la mejor literatura es aquella instalada en la indefinición más aún, en la indeterminación. No estamos seguros de lo que el autor nos quiere decir; no estamos seguros de la naturaleza de aquello que estamos leyendo; no sabemos cómo se leyó esto en el pasado; ignoramos el verdadero género de donde proviene esto; somos incapaces de ver si este libro nos está explicando un porqué, un cómo o un qué; etc. Así explicadas pueden parecer exageradas, pero son experiencias de lectura que me producen cierto tipo de conmoción estética o intelectual y a las que nunca quisiera renunciar como lector. Creo que todo esto deriva de un hecho que a veces escapa a muchos escritores: la literatura no solo se nutre de la mezcla de géneros propiamente literarios, sino también, y sobre todo, de los otros géneros discursivos no literarios (o no convencionalmente literarios). En ocasiones encuentro en ensayos históricos, antropológicos o de ciencias humanas o legales en general una plasticidad discursiva frente a la cual la literatura habitual parece una forma de discurso sumergido en un mar de clisés.

4. La novela parece casi hablar de zombis. Por un lado por la obsesión cataléptica de Baroni, por otro por la insistencia del narrador a encontrar la vida, la energía, latente en las tallas. ¿Es una novela sobre lo que va más allá? Está narrada por un narrador que narra desde el recuerdo, desde lo que ha sobrevivido a la experiencia sensible, a las experiencias, que constituyen la novela, el recuerdo del poeta Sánchez y sus últimos momentos. etc. De hecho, hablas mucho sobre el volumen, la manera en que Baroni interviene en volúmenes, da vida, pero trabajas con un medio, la escritura, que carece de esa palpabilidad y, sin embargo, logras ubicar al lector incluso ante la fractura que aparece en la cubierta de la novela (edición española, por supuesto).

El punto es que la televisión, el cine y en menor medida literatura en general, nos bombardean con seres y personajes plenos, adornados de realidad. Pero en la vida real somos más zombis y encontramos más zombis de lo que estamos en condiciones de admitir. Así como la narración refleja el desarrollo del pensamiento, también debe representar una sensibilidad. Creo que de eso se trata cuando se habla de “ficción”. La verdadera ficción no pasa por la historia referida o la secuencia de hechos –eso sería trivializar al extremo la idea de ficción–, sino por el escenario que todo relato arma para exhibirse a sí mismo, desde donde una sensibilidad decide representar una zona del mundo, ya sea cierta o falseada, o incluso representar su propia lectura. Los personajes en Baroni son contemplativos y a su modo crepusculares. Varios son creadores, artistas, un poco frustrados; todos son seres fronterizos: entre la leyenda y el culto, entre la naturaleza y el arte, entre la vida y la muerte. Los personajes no actúan directamente sino que son actuados por el relato. A su vez, esto es así porque por diversos motivos me horroriza la idea de contar una historia con principio y final (aunque muchas veces valoro que me la cuenten o leerla).

5. Todas las tallas tienen, en cierto modo, el rostro de Baroni. Es algo que se da también en la obra de Andrade, por lo que comentas en la narración. Tus novelas, sobre todo las recientes, están siempre narradas por ti, o sea, un narrador que es un escritor que establece esos desplazamientos que se describen y medita peripatéticamente en ellos. La idea, flaubertiana, de que todos los personajes, todos los libros, son uno mismo. ¿La compartes?

Es una idea de la que se ha apropiado la literatura del siglo xx y por lo tanto todos somos tributarios de ella. Pero ha dejado de ser iluminadora, precisamente porque abarca mucho. En ese ámbito de problemas me interesa más una cuestión que suele darse por sabida. Es la noción de experiencia. La frase de Flaubert tuvo la virtud mágica de integrar la vida a la obra. Un escritor no solo escribe sus libros, sino que escribe su vida a través de sus actos. En algunos casos los libros son una suerte de epifenómeno de la vida. La experiencia es por lo tanto una premisa que no puede ser ignorada porque articula todos los géneros en el siglo xx. Ahora bien, ¿soy partidario de una literatura basada en la idea de traslación de la experiencia? No. Creo que la literatura hoy se trama muy fuertemente con lo documental. Y que en esa trama es que se producen distintas configuraciones de la experiencia. Quiero decir, la ficción no se recorta sobre la idea de experiencia sino sobre la idea de documento. Porque toda experiencia puede ser en definitiva trivial o trágica, en este sentido ha dejado de ser iluminadora, pero todo documento contiene potencialmente un vínculo problemático con la ficción. Eso es lo que en parte nos seduce de la lectura de los periódicos; y desde hace un siglo la literatura está formateada por la lectura periodística. Por lo tanto digo, la experiencia siempre está presente, pero en general no es relevante en términos de verdad. Me interesa más la experiencia en términos de construcción: qué tipo de experiencia es representable para un escritor y cuál no; a través de qué tipo de experiencia un escritor erige su propio mito de autor.

6. El espacio. La lectura espacial es muy interesante. La novela nos describe la casa, el taller y el jardín de Baroni. Nos habla de su intención de transformar el espacio, el paisaje. Y luego comprendemos que la novela está escrita con todas esas tallas a la vista, que el espacio de la novela es el del artista, no sólo temática sino incluso físicamente. ¿Eras consciente de ello?, ¿fue algo premeditado, lo de rodearte de esas tallas?

Las tallas son seres artificiales, muñecos a quienes algunos personajes de la novela dan vida, aunque sea limitada o efímera. Hay un sistema de préstamos de vida. Siempre me interesó el marionetismo, lo encuentro sumamente inspirador; la actividad de autómatas, etc. En otras novelas me he servido de ello para aludir a la absoluta capacidad de irradiación de la vida artificial, como una suerte de inspiración constante de la vida social. Como si lo artificial, ya que está admitido por la convención como artificial, se liberara de las reglas de verosimilización de lo real y de este modo pudiera alcanzar un grado más elevado de elocuencia y autenticidad. Un poco como la forma de lectura de las alegorías; en ellas nos sorprende esa especie de inocencia como se concibe la lectura, como si el mundo estuviera organizado en elementos inmutables y permanentemente discernibles. Creo que la narración en general lleva en su interior un núcleo alegórico ya completamente diluido por la historia literaria y por la sofisticación estética, pero que funciona ambiguamente: a veces como lastre y a veces como nostalgia de una felicidad perdida: el momento cuando podía existir una literatura transparente

7. Realmente, la excusa de Baroni es el progresivo proceso de apropiación del alma del narrador por parte de la "Mujer en la cruz". Con su conocimiento y obsesión comienza la novela, con ella observando al narrador en su casa acaba. ¿Qué se esconde detrás de esa talla?

Es una talla impactante precisamente, desde mi punto de vista, porque es muy poco explícita, o explícita de una manera contradictoria. Es la figura de una mujer joven, adornada con un vestido de fiesta apenas audaz. La mujer está ceñida a un madero, que viene a ser una especie de árbol en forma de cruz. Esta talla es una de las muy pocas figuras no religiosas de Baroni. Pero con el nombre que le puso (ella la llama “La mujer crucificada”), la reintegra al campo de lo religioso. Creo también que en la escena reflejada por la talla resuenan muy fuertemente momentos particulares de su historia personal. Pues bien, todo este conjunto de detalles, varios de ellos contradictorios, hacen de esta talla una especie de milagro. Ahí radica la atracción que ejerce para mí, porque la vi como una suerte de cifra de la vida de Baroni. A la vez, la talla es Baroni, es una imagen suya. Y con ello quien escribe el relato tiene a disposición dos imágenes o encarnaciones del personaje: el real y el creado por ella, la talla. Es con lo que todo escritor sueña: la multiplicación de sus criaturas…

8. Hay varias ocasiones en que dices que ya te referirás a algunas cuestiones, que apenas las señalas pero que luego te explayarás sobre ellas. Pero eso no sucede. La idea de provisionalidad que queda fijada así, valga la paradoja, es muy interesante. ¿Es intencionada?

Creo que se vincula con lo que decía antes. Me atrae la idea de la narración como escenario donde el pensamiento se desarrolla. Y una manera de representar eso es a través de un registro argumentativo. Podría haber otros modos, aunque prefiero esta modalidad porque la narración cavilante, para llamarla de alguna manera, aunque no lo parezca también requiere de sus propios dispositivos. Mis relatos no avanzan en términos de progreso de la acción, no hay desenlaces reveladores al final, no hay demasiada acumulación épica o dramática. Estos relatos progresan por expansión. Hay desvíos, digresiones, derivas e historias o escenas asociadas. Por lo tanto, a veces recurro a una suerte de retórica particular. Cada relato es una especie de envoltura de historia y de tiempo, es como una lengua acotada, y como toda lengua tiene sus tics particulares. En el caso de Baroni, un viaje esa suerte de promesa a veces incumplida de que más adelante quizá vaya a referirme a tal o cual cosa, es una manera de contener un discurso que tiende a la dispersión, pero también es exponer esa dispersión inminente. Y como dices, es subrayar el matiz provisional de la narración, una especie de materialización de la escritura, porque es a través de esas marcas de retórica conversacional como el relato recupera, por un lado, una inmediatez verbal que la institución literaria tiende a eliminar, pero por el otro descarta al mismo tiempo cualquier peligro, espero, de identificación naturalista.
En un punto, volvemos a lo anterior: la literatura, más bien la narrativa, precisa constantemente de préstamos de otros discursos para poder seguir siendo ella misma, o sea, para poder ser una forma de discurso literario sin objeto ni sentido predefinidos.

18 junio 2010

Taller de Samanta Schweblin en Madrid


Cómo escribir un cuento (y otras historias…)

Este taller plasma la experiencia de Samanta Schweblin en torno a la concepción de que son cuatro ejes principales los que estructuran un buen cuento. Se trata de una aproximación práctica e intensiva a las técnicas de escritura. Schweblin, que ha sido elogiada por la crítica como “la mejor cuentista argentina sin distinción de géneros” (Ana María Shua), o como “la nueva gran promesa de la literatura latinoamericana” (Die Ziet, Berlín) ha impartido ya este taller en diversos centros culturales tanto privados como institucionales de diversas ciudades como Buenos Aires, México D.F., Estocolmo, Guayaquil, Guadalajara, Quito, La Habana y Oaxaca.

Sobre el taller
Hemingway decía que en la novela el escritor gana por puntos, y en el cuento, por Knock-Out. Eso presupone la existencia de unas reglas, un tiempo limitado e, incluso, de un modo de eludir estos corsés si el cuento así lo requiriese.
“Como escribir un cuento (y otras historias)” se trata de un acercamiento práctico a la producción literaria. Un taller activo de creación, lectura y análisis de textos a partir de los cuales se irá dotando a los alumnos de todo lo que un buen curso literario debería tener: un gran abanico de ejercicios, técnicas para estructurales y dotar de un estilo propio y reconocible a los cuentos, la formación de un criterio propio acorde al estilo personal de cada alumno, y una guía específica de lecturas tanto de autores clásicos y fundamentales como de los nuevos tesoros contemporáneos que están surgiendo.
El cuento, uno de los géneros más dinámicos y exigentes de la literatura actual, no permite divagaciones. Es decir que, aunque se trata de un curso introductorio, está orientado a quienes -más allá de la experiencia previa que cada uno tenga- decidan tomarse la escritura muy en serio, con la intensidad y el compromiso que esta exige.
(El taller se fundamenta en la “Teoría de las promesas”, una idea propia de la autora acerca de cómo deberían abordarse y desarrollarse los puntos esenciales de la tensión narrativa, más allá de los géneros y estilos.)

Samanta Schweblin
Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1978, acaba de editar en España Pájaros en la boca (Lumen). Su primer libro de cuentos “El núcleo del Disturbio”, obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes 2001, el premio nacional Haroldo Conti, y fue editado por la editorial Planeta en el 2002. Su segundo libro “Pájaros en la boca”, obtuvo el premio Casa de las Américas 2008 y ha sido editado por Planeta Argentina en el 2009, y en el 2010, por Shurkamp en Alemania, Lumen en España, Fazi en Italia y Almadía en México. Muchos de sus cuentos ya han sido traducidos al alemán, inglés, italiano, francés, serbio y sueco para su publicación en numerosos diarios, revistas y antologías de cuentos. Ha dictado talleres literarios en diversas instituciones de Argentina, Cuba, Ecuador, México, Perú y Suecia.

Junio. Días 21 y 25. De 10:30 a 14:30
Precio: 70 euros
Información e inscripciones en
Librería La Central del Museo Reina Sofía
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17 junio 2010

Remezclas completas


La literatura no es un medio que haya admitido de buen talante la interpretación o relectura de temas ajenos. Frente al mundo musical, de donde procede el término cover (versión) que da título al libro de Ronaldo Menéndez, o de la industria audiovisual, donde los remakes son ya habituales en las pantallas, el mundo editorial se solivianta ante la posibilidad de un plagio más o menos encubierto. Se permite, eso sí, la relectura de la propia obra que realiza su autor, como las nuevas versiones en inglés que fue entregando Nabokov de sus primeras novelas y no hay figuras fundamentales como Sinatra, pese a que no compusiera nada memorable, o The Beatles, que compaginaron en sus primeros discos la inclusión de temas propios con numerosas apropiaciones de grandes éxitos del rock americano. En la literatura esto no tiene espacio, salvo que se trate de las intensísimas distorsiones que algunos autores han sabido levantar sobre textos míticos. Ahí está la estupenda novela corta Help a él de Fogwill, en la que parece sumergir los personajes borgeanos en un tanque lisérgico donde se liberan sus deseos sexuales transformando este nuevo texto en el verdadero Aleph donde todo aparece reunido y simultáneo. Aún así, resulta más fácil relacionarlo con las reapropiaciones a las que los artistas plásticos nos tienen ya acostumbrados que a la labor de Pierre Menard.
Y no es casual la presencia de Fogwill en esta enumeración de obras porque si hay algún escritor que transpire una herencia musical en su obra ése es él y Covers en soledad y compañía es, desde luego, un libro que tiene mucho en común con un disco, con una producción musical. En primer lugar por la manera en que se presenta estructuralmente, como si en vez de un libro se tratase de las dos caras de un LP, En soledad y En compañía. También porque, precisamente en el caso de las más interesantes composiciones de esta compilación se aprecia la influencia de grandes autores no ya en los temas tratados, sino, sobre todo, en la cadencia y el fraseo del discruso: “Menú insular” no tiene tan sólo referencias a El aleph, sino que incluye fragmentos del cuento, frases insertadas por Menéndez en su discurso que modifican el tono general del texto y que se trasladan finalmente a la estructura. O sea, se dejan sentir en el tono del texto, en la persistencia de la melodía aunque los arreglos y las armonías hayan cambiado.
Por otro lado, la tradición del LP exigía la presencia de unos cuantos temas imbatibles, destinados a ser los que llamaran la atención bien por lo excepcionalmente pegadizo de sus líneas melódicas o por su calidad capaz de soportar escucha tras escucha. Y, como un disco debía tener diez canciones, aproximadamente, siempre había espacio para temas más personales o menos logrados que completaban la entrega discográfica. Para muchos comentaristas musicales, el vigor de las descargas por Internet habla de una vuelta a las costumbres de los inicios del mercado de la música popular, cuando los artistas editaban singles. Cara A y Cara B, dos buenas canciones, cuatro a lo sumo, que no tenían desperdicio. La lectura del libro de Ronaldo Menéndez trasluce esa misma sensación o necesidad. Sucede en casi todas las reuniones de cuentos, siempre brillan más unos que otros. Es inevitable pensar que “Menú Insular”, “La ciudad de abajo” o “El bucle de Villa Búho” no son los “temas estrella” del disco. O, como sucede también con los discos de versiones de grandes artistas, que el conjunto tiene más de divertimento, de oportunidad de explayarse en el repertorio ajeno para disfrute del artista que de verdadera aportación sólida a la construcción de su trayectoria. Ha sucedido siempre, son grabaciones más destinadas a fans y a la curiosidad que al deslumbramiento. Y eso mismo sucede en el caso del libro de Menéndez. Su lectura desprende la sensación de que es un libro más necesario para su autor que para el lector. No es poco, ojo.
Ronaldo Menéndez Covers en soledad y compañía Páginas de espuma, Madrid, 2010
Texto aparecido en el número 319 (Junio 2010) de la revista Quimera
La fotografía de Thomas Hawk se corresponde al abandonado almacén de las escuelas de Detroit