31 marzo 2006

El dictado

No sé cómo se las deben apañar los profesores para enseñar a los niños a leer y escribir, pero ahora la gente escribe verdaderamente mal. Cuando yo era pequeño, o sin ir tan lejos, cuando entré en la universidad -y de eso hace unos diez años, que no estoy hablando de cuando los dinosaurios poblaban la tierra- había mucha gente que escribía mal. Y me refiero no sólo a las faltas de ortografía, sino a la manera de construir las frases y demás. Pero la gente que llegaba a la universidad, mal que bien, se apañaba, y pasaban por personas medianamente cultas.
Pero ayer, por circunstancias que ahora no vienen al caso, pude ver un manojo de textos de alumnos universitarios de letras de primer curso y casi me caigo de espaldas. ¿Cómo demonios han llegado hasta la enseñanza superior sin saber construir frases? No había casi faltas de ortografía, la verdad, estaban bastante disimuladas -todavía recuerdo a los profesores en la carrera diciendo que presentando un examen con tres faltas de otografía estabas suspendido, y que yo siempre decía que con una sola había que suspender a alguien en filología española, qué leches-, pero la sintaxis era verdaderamente comanche.
Así que no sé cómo se les enseñará ahora a los chavales a escribir. A lo mejor lo que sucede es que, como la mecánica de la pedagogía ha cambiado y se busca fomentar la creatividad y lo lúdico en la escuela, ya no se hacen dictados. Sólo el nombre evoca al antiguo regimen: Unos niños escribiendo lo que el profesor -pequeño tirano en su clase- dictaba intentando que el texto que ellos al final tengan en la hoja se parezca lo más posible a lo que el profesor corregirá más tarde en la pizarra.
Yo crecí con esa misma práctica. Apenas habíamos dejado las cartillas fotosilábicas Palau -por cierto, perdonen la confesión, pero casi lloro al buscar en la web y encontrarme con la portada de una de las cartillas con las que aprendí a leer y que es la que ilustra estas líneas- y ya todas las mañanas era la misma cantinela, primero el dictado y luego una buena sesión de tablas de multiplicar.
Y todo eso con una progresiva complicación años tras año. Todavía recuerdo que, en quinto de EGB el dictado era ya al oido, la puntuación, todo, tenía que ser captado al oído.
Supongo que los popes de la nueva pedagogía habrán decidido que el dictado no es didáctico. Que un grupo de alumnos que se dediquen a escribir como borregos lo que el profesor lee no es la mejor manera de aprender a esribir, y a lo mejor creen que, lo verdaderamente pedagógico es que, como por ciencia infusa, los niños aprendan las reglas de ortografía, la sintaxis y demás. Supongo que a eso se debe que, al comenzar a explicarles cuestiones de análisis sintáctico los chavales miren al profesor como un marciano, porque es la primera vez que le hablan de que esos simbolitos que él ya lleva unos años ahorrándose al escribir los mensajes con el móvil siguen unas normas de utilización más o menos lógicas.
A fin de cuentas, uno de los beneficios que aporta el dictado, es la progresiva aceptación de unas normas que rigen las uniones de ideas, de palabras, de conceptos, y que terminan por permitir que el discurso se modalice y sea comprendido por el lector.
Supongo que los críticos de toda disciplina en la didáctica se me echarán encima aludiendo a que es esa interiorización de las normas la que hace que luego sea más fácil inculcarles otras normas sociales que fomentan el acomodamiento social y la falta de inquietud y mil zarandajas seudoprogres. Yo a todo eso elijo contestar con el "pues vale", si la ortografía es el primer escalón para el civismo, por ejemplo, no va a poder hacer uno otra cosa que estar de acuerdo con ellas.
Pero claro, supongo que eso se debe a que yo aprendí del dictado, claro, y no he hecho más que interiorizar todas esas cosas.

30 marzo 2006

Autoedición y negros

Me entero por Addenda de que ya se están lanzado los buitres de la autoedición sobre los autores de blogs. La autoedición es uno de los fenómenos más curiosos y extraños de la vida cultural. Resumiendo, vendría a ser algo así: Cuando uno no encuentra un editor suficientemente loco como para pagar la edición de su libro, hay unos avispados que le "editan" a uno su libro y le dan unas ochenta copias por unos trescientos sesenta euros. Evidentemente, hay gente que está dispuesta a pagar esas sesenta mil pesetas de antes por tener ochenta libros muertos de risa en casa. Porque, y aquí es donde radica lo más importante de este negocio, nadie se compromete a venderlos. Lo de que el autor participe en los costos necesarios para editar un libro es algo que, en algunos casos, hasta los grandes grupos editoriales hacen. Yo, que trabajé en uno de esos grandes grupos, en el más grande, a qué engañarnos, vi como editábamos libros infumables porque alguien ponía el dinero necesario para sacar el libro a la calle, y nosotros sólo nos teníamos que preocupar de hacerlo y promocionarlo. No es mal negocio que buena parte de los gastos fijos de un libro los pague un tercero, piensa el editor.
Lo que no está tan claro es lo de estas empresas de autoedición que se dedican a malvender los sueños de la gente. Porque los que caen en este tipo de timos son, para mayor inri, los más incocentes del mundo, que realmente piensan que por pagar los cuatrocientos euros van a ver su libros en los escaparates de las librerías.
Lo primero que hay que dejar claro es que esa edición cuesta tan sólo 200 euros, casi la mitad, y que el resto se los lleva una persona por hacer la transacción, meter un texto en una maqueta y poco más.
Pues bien, ahora la idea es que los autores de blogs se dediquen a escoger los textos que más les gustan y editen un libro.
No estaría mal si fuese un interés verdadero, lástima que sea un timo como cualquier otro. Por si hay gente que todavía piensa que estoy siendo duro, les diré que la empresa en cuestión no tiene problemas en anunciar entre sus servicios el de negros literarios, que creo que es un delito. A lo mejor ellos nos pueden decir muchas más cosas que Ana Rosa sobre Sabor a hiel -aunque a lo mejor la quien más sabe del libro es Ana Botella, que suponemos que para presentarlo se lo leyó, o tal vez le dieran el texto ya escrito también.
Yo, que puedo decir que tengo un libro publicado aunque no sea mi nombre el de la cubierta -bueno, mi nombre no aparece en todo el libro, porque uno es un negro como dios manda, esto es, anónimo- sí que conoce el sabor de la hiel, sobre todo cuando lee uno o ve en un programa de vida social a la actriz en cuestión hablando de lo que le costó escribir "su" libro tras recibir la medalla de oro al mérito en el trabajo -disculpen que ponga el nombre del premio en minúsculas pero veo jubilarse a muchos españoles después de cincuenta años de vida laboral sin la medallita de marras.

29 marzo 2006

Los infartos


Qué mala salud gastan los políticos, a poco que les sorprende alguna noticia poco grata, o que tienen un exceso de trabajo les da un infarto. Una angina de pecho, las dos cosas valen. Acaba de estar Carod-Rovira, que es un simpático político preocupado por los sueldos de sus empleados, en el hospital por una angina de pecho. No hace mucho a Rodríguez Ibarra -un político menos simpático que se toma su trabajo muy a pecho- le dio un infarto con lo del Estatuto Catalán. Poco antes Pinochet -que ni es político ni es simpático- intentó evitar la acción de la justicia esgrimiendo su mala salud cardíaca.
El problema es que el político anda demasiado ocupado para hacer algo de ejercicio. La sobrecargada agenda de debates -donde están siempre sentados-, su ardua labor en los despachos -donde se sientan para navegar por Internet, o no, que eso lo hacen directamente en el hemiciclo desde que tienen conexión y ordenador a mano, ¿verdad señor Trabado?-, sus intensas comidas de representación en las que se decide el futuro de la nación -sea la nación que sea, porque ahora nos hemos enterado de que las conversaciones que han llevado al alto el fuego etarra estaban realizadas sobre queso y regadas con txakolí-, no les dejan tiempo para quemar las calorías que ingieren.
No tienen la suerte de toda esa gente que se muere por no tener un mendrugo de pan que no llevarse a la boca, y mucho, mucho tiempo para hacer ejercicio, lástima que no tengan fuerzas para moverse.
Aunque lo más seguro es que esto de los infartos y las anginas sea como esas gastritis de viernes por la mañana, que tienen una sintomatología extrañamente cercana a la resaca -dolor de cabeza y malestar- pero que se convierten en gastritits al llamar al trabajo. O como esos resfriados de los niños las mañanas de examen en el colegio, cuando amanecen con la frente y las manos sudadas aunque sin fiebre -todos hemos practicados el lametazo en las manos como buenos actores.
O, ahora que todo se sabe, hasta las enfermedades que tenemos, una manera como otra cualquiera de tener más minutos de telediario, que se lo pregunten a Rocío Jurado.
Por cierto, como alguno de los lectores no verá la relación entre el texto y la foto, explicarle tan sólo que es porque esta mujer está de infarto -me he pasado casi media hora viendo fotografías por el buscador de imágenes de Google, ahora sé el nombre de muchas modelos de las que hasta hace poco sólo conocía su cuerpo.

28 marzo 2006

De los creadores de...

Uno de los modos de promocionar las películas que de siempre me ha dejado escamado es ese de "De los creadores de..."; sobre todo porque uno nunca sabe quiénes son, qué demonios hicieron en la otra película famosa que sirve de reclamo, ni nada. Solamente son "los creadores". A mí me parece que este pretencioso método debe de tener alguna inspiración pseudo-religiosa. Como tenemos al Creador -lo pongo en mayúsculas para que quede claro que me refiero al católico de las clases de religión de mi infancia y no a ninguna divinidad musulmana, no vaya a ser que tenga problemas por una tontería- es de esperar que todo lo que haya hecho este hombre este bien. De hecho, creo que los sacerdotes de las distintas religiones deberían usarlo como promoción, darle la vuelta a la tortilla:
"De los creadores del Cristianismo, llega ahora el Protestantismo. Sólo en las mejores salas." Y pa'lante, con dos cojones.
No creo que sea casual que en los Estados Unidos, de donde llegan estas extrañas técnicas de mercadotecnia -si uno está criticando el imperialismo no puede usar las palabras que nos han inoculado-, el país donde se está haciendo una campaña exhaustiva para eliminar la teoría evolucionista de Darwin y suplantarla por una más antigua pero que viste ahora nuevos ropajes y llaman Creacionismo. En Kansas, por de pronto, ya lo han logrado. La teoría del diseño inteligente implica que hubo un acto divino que desencadenó la posterior evolución que la ciencia ha estudiado. Estos son los progres dentro del movimiento creacionista, están los fijistas, que siguen a pie juntillas el episodio del Génesis donde se narra la creación del mundo, y consideran que el mundo y las especies que lo habitan siguen tal y como salieron de la mano creadora de Dios.
Evidentemente, hay gente que nunca va a ver una película que le ha sido vendida como "la película de los creadores de..." -por cierto, no deja de ser curioso que las películas de referencia sean un horror ya de por sí, así que tampoco acabo de ver el reclamo-, y hay gente que no se traga lo del creacionismo.
De entre el numeroso grupo de personas que no comulgan con el creacionismo -hay que decir que George Bush Jr. sí lo hace- uno de ellos es Boby Henderson, licenciado en física por la Universidad de Oregón, que ha creado una religión, llamada conmunmente pastafarismo. Propugna que el creador del mundo es el Monstruo Volador de Espagueti MVE -en inglés FSM, Flying Spaguetti Monster- y ha llegado a presentar argumentos ontológicos que demuestran su existencia. Para todo aquel que quiera saber más sobre el pastifarismo este es el enlace con su sitio web, los que no anden finos en inglés pueden echar un ojo al artículo de la Wikipedia en castellano con este enlace.
Como sé que habrá mucho escéptico, y entre ellos estarán todos los que creen en Dios -repito que es el judeocristiano, hagan el favor de no malintepretarme amigos musulmanes-, pese a que tampoco creo que lo hayan visto, aquí les dejo un enlace a una grabación de un Avistamiento del Monstruo Volador de Espagueti.

27 marzo 2006

Un cuestionario

Me llegó esta semana pasada un cuestionario de una revista gratuita de distribución en una universidad madrileña para que, como coordinador general de los talleres de escritura Fuentetaja, respondiera a una serie de cuestiones. Ante la imposibilidad de muchos de llegar a tener la publicación entre sus manos, copio aquí el cuestionario íntegro con mis contestaciones. Así alimento mi ego un poco y os distraigo un ratillo.

Antonio José Rodríguez Soria escribió:
Estimados miembros de la Escuela Fuentetaja:
Como redactor jefe de la sección de letras de una de las publicaciones periódicas de distribución gratuita promovidas por la Universidad Complutense de Madrid, entro en contacto con ustedes, quienes promueven el arte desde lo más elemental del creador: su formación, para conocer su perspectiva sobre nuevas tendencias literarias al mismo tiempo que hacemos llegar a un importante sector estudiantil el nombre de su grupo.
Les proponemos una serie de preguntas a modo de guía para que ustedes desarrollen una breve redacción sobre la actualidad literaria. Asimismo comprendemos lo valioso de su tiempo y a cambio ofrecemos la posibilidad de publicitar la escuela a un extenso número de estudiantes posiblemente interesados en la formación de aptitudes artísticas en las facultades, entre otras, de Filología, Bellas Artes o Ciencias de la Información. Igualmente, pueden ustedes apostillar las reflexiones que consideren oportunas o conformen la filosofía de Fuentetaja.

Desde la filosofía de Fuentetaja, ¿qué aptitudes son esenciales para la irrupción de nuevos escritores en la actualidad? ¿Qué distingue a los alumnos de Fuentetaja como escritores?
Si denominamos irrupción a su publicación, evidentemente el mercado editorial busca autores convencionales, como los que hoy por hoy venden, y que, por lo tanto, consideran que les resultarán rentables.
Nosotros, en los talleres de escritura Fuentetaja -me gustaría, por cierto, que en la medida de lo posible quede claro que nos somos la misma empresa que la librería aunque haya muy buena relación entre ambas-, buscamos que el alumno aprenda a reconocer la literatura arriesgada y comprometida, la buena literatura, que va más allá de la literatura de mercado. Nos gusta pensar que un alumno de nuestros talleres ha aprendido a escribir mejor y a reconocer la gran literatura.
¿Cómo describe la literatura que se está publicando en estos momentos? ¿Existen elementos característicos que la definan? ¿Qué modas literarias hemos encontrado a lo largo de los últimos cinco años? ¿Qué tendencias encuentra en el presente y cómo augura el futuro para la nueva literatura?
La mayoría es una literatura acomodaticia, de una autocomplaciencia pasmosa. Como además los medios de difusión masivos están controlados de modo casi total por grupos económicos con intereses editoriales esto se complica, porque se ensalza a autores de una calidad muy pobre, cuyo único objetivo es vender libros.
La literatura que se hace hoy en España es, mayormente, una literatura banal, de escapismo, con personajes burgueses y preocupaciones totalmente superficiales. Eso que se llamó Nueva narrativa española, y cuyos buques insignia eran, y siguen siendo, Javier Marías, Muñoz Molina y demás es de una intrascendencia espeluznante. Pero lo peor es que la siguiente generación que está apareciendo se ha formado, en buena medida, en el pecho de estos autores, y sus libros se resienten de la misma autoindulgencia y trata de los mismos asuntos pero desde una perspectiva algo más juvenil aunque igualmente simplista.
Creo que el futuro de la literatura será más o menos el de hoy, una corriente general con libros de escasa calidad -con algunas excepciones, tampoco es todo tan negativo- y una línea más subterránea, que se mueve en editoriales más pequeñas y ahora a través de la libertad que ofrece Internet, en la que el lector más ambicioso se sentirá más reconfortado.
A diferencia de otras manifestaciones artísticas de masas como el cine o la música, la literatura implica activamente al lector. A partir de los éxitos económicos cosechados en otras artes, y sin olvidarnos que las editoriales son sociedades con ánimo de lucro, ¿se espera economizar las amplias posibilidades de la literatura para llegar a un público más amplio? ¿Se implantará un estilo ameno, que se asimile incluso al cine y exija no demasiado esfuerzo al lector?, ¿o por el contrario es inevitable, por la propia naturaleza de la literatura, que siga siendo un arte menor?
Como decía antes, Internet se ha convertido en un eficaz método de difusión de ideas sin intermediarios. Hoy por hoy es barato y cada uno tiene libertad absoluta en cuanto a contenidos. Por ahí se puede difundir mucha y muy buena cultura.
Bueno, ese estilo que usted denomina "ameno" y yo llamaría vago ya existe. El éxito editorial de engendros como los de Dan Brown así lo demuestra. La literatura que se vende es una literatura que no exige esfuerzo al lector. No es algo novedoso, la gente es bastante holgazana y no está para muchos esfuerzos. Casi siempre ha habido unos libros que se vendían muy bien y otros que vendían menos pero que eran considerados las obras de referencia. El problema viene dado porque hoy los que entronizan a unos u otros autores como "intelectuales de referencia" son medios de comunicación integrados en las mismas empresas que las editoriales, las productoras o demás. Si uno cree, por ejemplo, lo que se dice cada semana en los suplementos culturales de los diarios, estaríamos en un momento dorado del arte, porque no paran de aparecer "obras maestras" a juicio de dichos medios de comunicación. Pero una lectura atenta demuestra que esas obras maestras son libros editados por la editorial hermana del periódico, o películas producidas o distribuidas por otra empresa del mismo grupo, y esto se extiende hasta el paroxismo. Así se produce la perversión de que se considera que un autor que vende es bueno, y eso es ilógico. Un autor que vende tan sólo hace eso, vender. Nadie en su sano juicio piensa que las Spice Girls son más importantes para la música pop que Bob Dylan, pero venden mucho más. Eso en literatura se está pervirtiendo, porque la realidad es que la gente no lee, y cualquier libro le parece algo ignoto, y se acerca tan sólo a los que ve en el metro, en el autobús o todo el día en la lista de los más vendidos. Que la lista de los libros más vendidos aparezca en un suplemento cultural -y aparece en casi todos- nos da una idea de hasta donde ha llegado el error. Debería estar en las páginas de economía, junto al precio del dinero o las cotizaciones de bolsa, pero no en la sección de cultura. ¿Es mejor Zafón que Platón por haber vendido más libros?
En los últimos años hemos presenciado una desmesurada explosión de libros cuya temática gira en torno a grandes conspiraciones y enigmas y misterios históricos y religiosos. ¿Cree que esta explosión está acabada o continuará dando nuevos títulos que respondan a las características estilísticas de esta tendencia?
La afición por el ocultismo siempre ha enraizado en el ser humano. Desde el principio de los tiempos. Hubo numerosos evangelios apócrifos que daban cuenta de qué había sucedido con los personajes de la Biblia, y en muchos de ellos la historia se deslizaba hacia este tipo de historias. El hombre no entiende el mundo, por lo tanto le resulta más fácil que le digan que hay cosas que se mueven lejos de él y que son las que manejan el mundo antes que asumir que no puede entender el mundo. Los filósofos llevan treinta siglos dedicados a ello, y tampoco han logrado respuestas concluyentes. No creo que la afición por el ocultismo se frene nunca, la verdad.
¿Qué importancia cree Fuentetaja que tienen la publicidad y los medios sobre la calidad literaria a la hora de vender un libro y colocarlo en las listas de los más vendidos?
Hoy por hoy un libro se vende por la campaña publicitaria que lo acompaña. Las grandes editoriales se encargan de colocar pilas de ejemplares de un libro en la entrada de las librerías, además hace anuncios en prensa y en televisión para que el consumidor -que es como en los grandes grupos editoriales se llama al lector- le suene y lo pueda encontrar con facilidad.
De todos modos, la trayectoria de editoriales como Anagrama, Tusqeutes, Pre-Textos o Quaderns Crema/ Acantilado demuestran que, a la larga, un edición con unos criterios de calidad en el contenido y unos mínimos en el soporte físico dan buenos resultados.
¿Existen escuelas y estilos contrastados, como en el pasado estudiamos en la literatura por épocas o las generaciones, que estén sacando a la luz estilos definidos?, ¿o podemos hablar de una mayor personalización?
El gran salto artístico que se produjo en los años ochenta, y que abarca a todos los campos, conocido como posmodernismo, tuvo un componente muy interesante, y es que fue liberador de las cadenas estilísticas que suelen atenazar a los creadores. Hoy un artista puede decantarse por un estilo más clásico o rupturista sin que eso conlleve una calificación automática de su obra. La crítica seria y los creadores valora a artistas de maneras tradicionales que transitan por caminos innovadores como a artistas de planteamientos novedosos para expresar ideas y sentimientos de toda la vida.
El género de la poesía ha perdido importancia respecto a la novela. ¿A qué cree que es debido? ¿Cree que ha sabido readaptarse este género a los nuevos tiempos o se considera un tanto más anquilosado? ¿Cómo se define el estilo, en caso de haberlo, de la nueva poesía?
Una de las grandes mentiras de la historia es que la poesía ha estado, en algún momento a la altura de otros géneros como la narrativa o el teatro. La poesía, como género, siempre ha jugado en otra liga. Siempre ha surgido en ambientes cultos, muy cultos, y con el tiempo sólo la mejor poesía se ha acercado al pueblo que la ha pulido, mejorado, y hecho suya.
Desde el mismo momento en que nace la novela esta se fue haciendo dueña del panorama literario gracias a su ductilidad y posibilidades artísticas. Por otro lado, el teatro fue siempre un medio de cuestionar al poder y sus mecanismos, y como durante unos años perdió -no sé si de un modo premeditado o no- esa capacidad de incidir en los mecanismo sociales, estuvo a punto de malograrse.
Hoy por hoy la poesía goza de la misma salud de siempre, para unos envidiable, para otros lamentable. La realidad es que nunca se ha publicado tanta poesía y nunca se ha leído tanta poesía -y hablo por datos mercantiles- ahora bien, si uno pretende tener un duplex céntrico gracias a la poesía de lo que hay que tildarle es de ingenuo o, más posiblemente, de mafioso, pero esas serían otras historias.
La poesía hoy, como toda disciplina artística, goza de una libertad absoluta, mayor todavía que la de la novela porque, al mover menos cuota de mercado, goza de una mayor libertad para expresarse.
Otra cuestión, mucho más interesante es que todo el gran arte, toda expresión creativa verdadera, debe contener poesía, debe estar dictada por la poesía. La palabra poesía viene del griego creación, el poeta es un creador, y toda verdadera obra de arte debe estar transida por esa verdad. La poesía está en todas partes si se sabe citarla o cazarla, en una novela, en el teatro, en el cine, en los diarios, incluso puede estar en un blog de Internet si su autor es capaz de llevarla hasta allí.

25 marzo 2006

El cuento del fin de semana (3)

Creo que soy uno de los pocos afortunados que posee todos los libros que, como tales, ha publicado Hipólito G. Navarro. Para los legos en la materia los nombraré del más reciente al más antiguo: Los últimos percances; Las medusas de Niza; Los tigres albinos; El aburrimiento, Lester; Manías y melomanías mismamente y El cielo está López. Yo me los suministro de forma homeopática, con relecturas cada cierto tiempo y en pequeñas dosis, para no empezar a andar por la calle viendo cuentos de Poli en cualquier parte, que es una de las cosas más sencillas del mundo cuando se conoce la visión del mundo que él tiene.
Hay, además, que estar muy loco para no descacharrarse -sé que le gusta la expresión y como tal la mantengo- al leer los libros de Poli. El humor se muestra de una manera rabiosa y provoca la catarsis que todo buen texto debe proporcionar a su lector.
Por eso es un placer contar en esta sección con un texto de Hipólito, que he encontrado rastreando por la web otros blogs amigos, y de amigo en amigo llegué a Benítez Ariza. Y ahí estaba esto almacenado. Disfrutadlo, lo merece.

Poner precio a la nada

El escritor de diarios acaba de pasarse con todas las armas y todas las consecuencias al enemigo. Aguantó firme durante años, quizá demasiados, pero al fin no ha tenido más remedio que claudicar. En el reducido espacio de su estudio conviven ahora la más rabiosa tecnología digital y el más lamentable estado que le pueda caber a la artesanía de la madera. Se trata del enésimo comienzo de un duelo contemporáneo bastante simple y conocido, en el que el escritor de diarios, por más que lo quiera, apenas podrá mediar.
(Prender esas velas sobre el mueble no deja de ser una idea bastante pintoresca. Casi tanto como conservar la boina.)
Los duelistas se vigilan ya: no tiene el dietarista que fijarse mucho para comprobar cómo la nueva computadora y el viejo bargueño-escritorio se observan mutuamente, estudiándose en aparente silencio.
Han sido cuatro horas de vasta configuración, después de haber dado de baja con todos los honores a una preciosa colección de plumas. Ya despedido el técnico instalador, el dietarista pone en marcha al enemigo, un clónico puro y duro muy ostentoso de las tecnologías de la autoedición y el internet. Pero no deja de sentir el escritor de diarios alguna tristeza cuando abandona el selecto club de los estilográficos, cuando se lanza de bruces en las líneas enemigas. Incluso se le hacen extraños sus propios dedos enredados en ese chaparrón de teclas más o menos grises. Alt, control, efesiete, escape, intro.
Los discos que hicieron falta para darle vida al aparato quedan distribuidos descuidadamente por algunos cajoncillos del bargueño. Así, los megas de información y los nudos de la madera conversan en la noche, mientras las plumas, que hacen como que duermen, son testigos mudos de esa conversación.
De soslayo mira el escritor de diarios al mueble tantos años compañero, intentando vislumbrar en él algún atisbo de celos. Hace demasiado tiempo que el bargueño viene mostrando a las claras sus pocas ganas de vivir, así que no estaría mal un pequeño revulsivo. Ya se sabe: los muebles viejos aceleran su tendencia suicida a darse como alimento de la carcoma, a regalarle el paladar a las termitas.
En el silencio nocturno, junto al bargueño (y el dietarista sabe escuchar), se oye la charla de los bichos con la celulosa, una inmisericorde y continua roedura que a la vez que socava las entrañas del mueble construye un triste túnel en el corazón del escritor de dietarios cada noche. Por él atraviesa el tiempo y puede fácilmente llegar hasta aquél en el que todavía era un niño, cuando el abuelo le enseñaba las combinaciones que abrían aquellos cajoncillos atiborrados de insólitos secretos, sus nostálgicos y melancólicos cachivaches ya también arruinados.
Lástima que ahora el mueble, en su decrépita vejez, no pueda disimular más su pasión por la carcoma, que reducidas ya las entrañas cientos de agujeros comiencen a adornar torpemente su fachada. Se está quedando en los huesos.
Sale súbitamente el escritor de diarios de todos los programas, desconecta el aparato. Acaba de tomar una difícil decisión.

* * *

Tres semanas hace que lo descubrió por casualidad. Han sido tres semanas de indecisas vueltas a la manzana cada tarde. Hoy es distinto.
El escritor de dietarios, después de un leve titubeo, entra en la tienda de antigüedades y pregunta por el bargueño que tienen expuesto en el escaparate, casi idéntico al que heredó del abuelo pero muy lustroso de barnices, con todos sus tiradores y bisagras, recién restaurado.
Enseguida se encarga el anticuario de sacarlo del error: el mueble es nuevo, fabricado hace tan sólo un mes; eso sí, envejecido con técnicas que dan el pego a menos que uno sea un experto. Como todo lo contemporáneo, explica, y sonríe. También advierte al dietarista que el ejemplar expuesto está vendido, pero que en dos semanas podría facilitarle otro igual, o con variaciones a la carta, a su gusto.
Piensa el dietarista que se refiere el anticuario, y así se lo hace saber, a la disposición de los cajones, a los relieves del frontal, a la sustitución de éstas o aquellas cerraduras, pero no. Las variaciones son en exclusiva de color, de apariencia de edad, del número de agujeros de carcoma que el escritor de diarios quiera simular, a cinco euros cada uno (tres con veinte en los laterales).
Los agujeros simulados sacan al dietarista de la red que comenzaba a tenderle el anticuario. "Lo pensaré, lo pensaré muy seriamente", se excusa de forma atropellada, y sale de la tienda lleno de espanto.

* * *

De regreso en casa se encierra en el estudio. Mira al bargueño, luego al ordenador. El escritor de dietarios lo ignora, pero el aparato, que ya tiene un día, ha comenzado de manera irreversible a envejecer, a quedarse viejo. Le da igual de todas formas, pues presiente que la computadora va a quedarse hueca, llena de agujeros, vacía por completo de su inspiración.
Saca entonces de sus recónditos cajones la colección de plumas; les pone nuevas cargas, las calienta dibujando algunos garabatos.
Cuando llega la noche el escritor de diarios enciende unas velas, se calza la boina y se sienta junto al mueble a escuchar a la carcoma, emocionado.

Hipólito G. Navarro

24 marzo 2006

La provocación

¿Cuando se provoca? ¿Quién provoca? Los años pasan, pero parece ser que hay cosas que siguen levantando ampollas, que siguen sin gustar. Entre la realización del cuadro de arriba -El origen del mundo de Courbet- y la fotografía de debajo -cartel de conmemoración del inicio de la presidencia europea austríaca sobre una fotografía de Tanja Ostojichan- pasado ciento cuarenta años. Las reacciones han sido, poco más o menos las mismas. Indignación, polémica, acusaciones de provocación gratuita, etc.
Cuando yo visité por primera vez el Museo de Orsay está pintura no se podía ver porque la sección de Courbet estaba en obras. La segunda vez que fui pude, por primera vez, plantarme delante del enorme lienzo y estar allí un buen rato admirando la fina ironía del pintor. En resumen, de ahí venimos todos, no es tan raro que sea ése el origen del mundo.
Pero fue un escándalo y, todavía hoy, en la página web del museo parisino uno puede ver numerosas pinturas de sus fondos, pero esta, por ejemplo, no. Supongo que cualquier niño puede acceder a través de internet a esta perjudicial imagen.
En más de una ocasión he intentado convencer a alguna de las locas que se ha ido a la cama conmigo de que me dejara fotografiarla imitando la pose de la modelo. Nunca me lo han permitido.
Provocar es una de las cosas más sencillas y al mismo tiempo más difíciles que hay. Un artista puede decirse: "Hay, vamos a montarla haciendo tal o cual". Y luego nadie le hace ni caso. O al contrario, a uno se le ocurre algo tan imbécil como envolver un parlamento como si se tratase de un regalo para el día de la madre, o sembrar la campiña de sombrillas como si se tratase de la playa de poniente en Benidorm y ale, todo el mundo hablando de ti y no bien. Cosas.
Ayer llegaron a un acuerdo Santiago Sierra y el ayuntamiento de Colonia para cerrar la instalación que se había conocido con el nombre de la "Cámara de gas" y que pretendía ser un homenaje al holocausto judío. Como siempre, Sierra ha dicho que nada más lejano a su intención que escandalizar -como actor o como hipócrita no tiene precio el amigo, porque al que niega la evidencia en mi pueblo lo califican con uno de los dos vocablos-, como sucedió en la bienal de Venecia o en tantos otros casos. A mí me da por pensar si, en vez de darle la publicidad que se le da se le ignorase, habría llegado a algo, porque arte, lo que se dice arte, por sus trabajos hay poco, pero sí mucha provocación.
Por eso pienso que el verdadero esfuerzo en esto de provocar lo hace el que se indigna, el que se escandaliza, porque a mí me da todo un poco igual, y tal vez por eso conmigo no se hiciera mucho negocio.

23 marzo 2006

Ha estallado la paz

Uno de los libros que más veces me he encontrado en las estanterías y los montones de libros de saldo de las librerías de viejo ha sido este, de José María Gironella. Nunca tuve la más mínima intención de comprarlo, a qué mentirnos. No me interesa nada Gironella, ni su mundo ni su estilo, así que mal negocio podía hacer comprando el libro aunque estuviera a un euro -cosa que ya no sucede, porque en el extravagante mundo del libro usado y de lance un autor que tiene una repentina notoriedad informativa, como la tuvo Gironella por morir sin tener nada que llevarse a la boca pese haber sido uno de los mayores best sellers españoles del siglo, pasa a revalorizarse, y el mismo libro que estuve a un euro durante veinte años pasa a estar a seis o siete porque sí.
Pues bien, ironías de la vida, pocos titulares son hoy más expresivos que ese viejo título de Gironella para dar a entender el sentimiento que, desde el medio día de ayer, ha ido anidando en muchos españoles.
A lo largo del día de ayer se fueron sucediendo las reacciones de distintos políticos, medios de comunicación y la opinión de la gente de la calle. Las había, como no, para todos los gustos. Ahora se abre un horizonte en el que los políticos deben ejercer una de las virtudes que, se supone, poseen y, mediante la diplomacia, llegar a un acuerdo para que todo esto se acabe de una vez. Muchos que hasta ahora venían opinando de más y sin mucha razón deben adoptar el compromiso moral de cerrar la boca y pensar en el futuro y dejar de mirar al pasado.
Pero, por encima de todo esto, pienso en la gente de la calle que ya no tendrá que pasar miedo por vivir cerca de una casa cuartel, por estar amenazado o por no poder decir lo que piensa en público sin temer que haya algún chivato cerca que lo señale en un futuro. Sólo por eso, la noticia habrá merecido la pena.
Hoy era imposible hablar de otra cosa.

22 marzo 2006

La fachada del libro

Cuando una editorial utiliza, como campaña promocional de un libro un 2x1 a mí, de salida, se me pone la mosca detrás de la oreja. Primero, porque hay algo que llevo sospechando desde hace mucho tiempo con la editorial La Fábrica, y es que está dirigida por uno de los "intelectuales" más astutos que hay hoy en día en España. Se trata de Alberto Anaut, y quiero dejar claro que lo que siento es envidia pura y dura, pero envidia sana, de este hombre. Consigue que las más diversas administraciones o empresas pongan dinero en sus manos para realizar eventos de todo tipo y empresas culturales. Pues bien, a mí que se deje de pamplinas culturetas y use una técnica más propia de un detergente que de un objeto de cultura hace que, a mis ojos, aparezca como una persona inteligente y desacomplejada. Porque una editorial, a fin de cuentas, tiene que dar beneficios.
Lo segundo es que el precio de los libros de la Biblioteca Blow Up -la colección a la que pertenece el libro que ha sido beneficiario de esa campaña- están hinchados. Que un libro de cien páginas con cuatro de ilustraciones a dos colores, sin solapas y fresado valga casi veinte euros es, para qué mentirnos, un robo. Así que debe ser netamente rentable vender estos dos libros a diecisiete euros con cincuenta céntimos, basta con acercarse a una imprenta y pedir un presupuesto del libro. Pero en La Fábrica han aprendido a pie juntillas- y de un modo algo perverso, la verdad- la genial frase de Wilde: "Sólo un necio confunde valor y precio". Así, los libros de La Fábrica valen mucho, y sólo en algunos casos, son valiosos.
Eso sí, como suele suceder casi siempre, los diseñadores ya se han encargado de premiar el diseño de unos libros que están más pensados para la mesa de las novedades que para las manos y los ojos de los lectores.
Aunque tampoco hay que ponerse tan negativos, que sea una colección ecléctica en temática y desigual en lo tocante a los contenidos hace que, aunque sea mediante la estética, haya que buscarle una identidad. En un mundo donde prima la imagen es normal que esto suceda, a muy pocos les interesa ya el contenido.

21 marzo 2006

Los recién llegados

Hoy toca ponerse sensiblero -o sensible, va en gustos- y celebrar la llegada de nuevos lectores del blog. Suponemos que, del mismo modo que su padre saca un poco de tiempo en la oficina entre llamadas a directores comerciales y el envío de correos electrónicos masivos con las últimas chorradas que pululan por el ciberespacio para echarle un ojo a la bitácora, sacará algo de tiempo para que este recién llegado aprenda rápido a leer y pueda disfrutar de las excelencias literarias y de la fina ironía que destila este webblog.
Vaya por Esther y Rubén, que han traído al mundo un nuevo duendecillo -la facción familiar materna lo llama koala- y por Iván que, a fin de cuentas, es el prota de toda esta historia.

20 marzo 2006

Los aplausos

De un tiempo contemplo, bueno, mejor dicho, escucho, con cierta perplejidad los discos en directo de algunos grupos. Como les sucede a muchos aficionados de la música no soy un gran aficionado de las grabaciones en vivo, que a fin de cuentas vienen a ser una mezcla de grandes éxitos con halago del público. Por eso sólo compro este tipo de discos cuando tengo la certeza de que traen algo nuevo, de que contienen un material que, de cualquier otro modo, no podría escuchar. Sobra decir que sólo compro discos en directo de grupos de los que soy fan, así, sin ningún otro término que lo aligere. Fan.
Pues bien, para mi sorpresa esa parte que siempre se tenía presente en los discos en directo, lo llaman el público y suele ser esa gente que canta a voz en grito desafinada o da unas voces enormes fuera de tiempo, como cualquiera que haya estado en un concierto podrá reconocer.
Lo sorprendente es que, y ya me ha pasado con varios discos, dejan unos ocho o nueve minutos de aplausos, sin bises ni nada. Yo entendería que lo dejasen si luego escuchamos un bis, le daría un toque de verosimilitud al disco, y todo en un momento en que el público sí tiene su importancia, ya que es cuando se puede expresar -otra cosa es que esop sirva para algo, porque los grupos, a poco serios que sean, tienen ya el repertorio cuadrado, con el o los bises que correspondan y punto, pero bueno, a la gente le gusta pensar que están improvisados, y eso es bueno.
Pero lo sorprendente es que no, que simplemete dejan ahí la muestra de lo contenta que se ha quedado la gente, es un monumento más a su ego que afea mucho un disco, la verdad. A mí personalmente me recuerda a los comentarios horribles de Saramago en sus diarios, esas anotaciones del tipo: Doctor Honoris Causa por la Universidad Tal o Cual, los estudiantes han estado cuarente y cinco minutos aplaudiendo. Pues eso, que vivirlo debe ser muy bonito, pero dejar constancia de ello para el futuro como muestra del ego demuestra de la pasta que está hecho cada uno.

18 marzo 2006

El cuento del fin de semana (2)

Muchos han sido ya los autores que han intentado recomponer el orden temporal de las narraciones. La relatividad trajo consigo una moldeabilidad del devenir temporal fascinante. Se podía viajar en el tiempo, el transcurso de la vida no era unidireccional. La concepción del tiempo como un terreno, un camino, que vamos recorriendo a través de nuestra vida cambió, los físicos se encargaron de demostrar con los más intrincados cálculos, y con fórmulas matemáticas que están lejos del alcance de la mayoría -yo me incluyo, ojo- que se puede conseguir que el agua depositada en la parte inferior de la clepsidra puede subir de nuevo al depósito superior, como si lloviese hacia arriba. Ya no sólo podemos ver cómo la arena se escapa entre nuestros dedos, sino que incluso vemos como va rellenando la palma de nuestra mano. El tiempo es reversible, como una gabardina de la posguerra, y la literatura se dedicó a reflejarlo.
Rafael Dieste lo hizo, Carpentier lo hizo, y el envío de una alumna de uno de mis talleres me ha puesto en conocimiento de este joven y aguerrido cuentista. Disfruten de su cuento.

Un feliz regreso

A las cuatro en punto sus manos fueron liberando el cuello de la mujer. Luego le abrochó la blusa roja aún manchada de barro, mientras ella abría sus mortecinos ojos. Después la cogió de los brazos y la arrastró por un lodazal, insensible a sus agonizantes súplicas, hasta alcanzar el taxi. Tras un blando forcejeo, a las cuatro menos cuarto la introducía en el maletero y arrancaba el coche. A las tres y media se detenían a la entrada de un camino. Antes de cambiarla al asiento trasero, el taxista la golpeó con saña en la cabeza. A las tres y cuarto llegaban a la ciudad. Poco a poco la mujer recuperaba la calma y la pulcritud de su aspecto físico. A las tres el taxi se paraba ante la verja de una casa y la mujer descendía del coche con una sonrisa nerviosa pero no exenta de cortesía. A las tres menos cuarto se ponía su blusa roja y a las dos y media telefoneaba a su marido. Ahora mismo iba a verlo a la fábrica, acababa de recibir una inquietante llamada y tenía miedo. A las dos y cuarto una voz anónima le comunicaba que con toda seguridad a las cuatro en punto estaría muerta.

Francisco Corrales Fernández

17 marzo 2006

Síndrome de Peter Pan

Internet es una de las armas más interesantes que se han inventado para evitar el pensamiento único, no sé si, cuando la idearon, esos informáticos entendieron que estaban ejerciendo de creadores de un nuevo mundo.
Si un habitante o, mejor dicho, un ciudadano -que tiene otros matices de responsabilidad civil y de gobierno- se tuviese que contentar hoy con estar informado con lo que la televisión, la radio y los periódicos informan -ojo: no he utilizado disyuntivas, me refiero a ver los informativos de televisión y escuchar los de la radio y leer los periódicos- no sabría casi nada. La realidad es que todos estos medios de comunicación existen en tanto son capaces de generar dinero a sus propietarios, y si no le generan se echa el cierre y todo el mundo tan pancho. Pero hay muchos otros medios de información libres que uno puede encontrar en la red y que son los que realmente informan de muchas de las cosas que le importan al hombre de la calle. No deja de ser un contrasentido que la información real, veraz, esté en Internet, y no en los medios de comunicación, donde lo que no vende, no genera de un modo directo o indirecto plusvalías, no tiene hueco. Así, en un mundo donde el "medio de comunicación" funciona como catálogo, auncio o comercial, y ahí está el grupo Prisa como paradigma perfecto de lo que hablo -y su cohorte de imitadores, claro, porque ahora hay mucho aprendiz de Polanco en los otros grupos empresariales dedicados a los "media"- se tiene que recurrir de un modo casi desesperado a Internet. Si alguien no está demasiado convencido de lo que digo puede, por ejemplo, buscar en páginas como Indymedia donde encontrará información puntual sobre el clima de agitación social de Francia. Como sucedió con la crisis anterior, la de los suburbios parisinos, la política ultrliberal del gobierno de Villepin -que no ha sido elegido presidente en elección alguna- y de su doberman particular, el amigo Sarkozy -tiene blog, es de llorar, puede verlo aquí- ha originado unas agitaciones sociales que puede intentar sofocar -hasta la fecha esta no la ha controlado y la anterior cesó por voluntad de los propios chicos de los suburbios y la presión social, no por la labor policial- para satisfacer los requerimientos de sus votantes más radicales y reaccionarios.
De lo que no se acaba de informar por los medios de comunicación masivos es del alcance real de los disturbios, de los numerosos ataques que se producen en los distintos arrondisements y en otras poblaciones. Internet está sirviendo como medio eficaz de propagación de información y tanto es así que el propio gobierno francés está intentando poner trabas a las páginas web y foros desde donde se informa para controlar el problema que ellos mismos han creado.
Hace unos meses eran inadaptados, hijos de inmigrantes que no se sienten franceses, pero tampoco de su país de origen. Jóvenes sin futuro a los que era fácil tildar de delincuentes. Pero, ¿y ahora? Los que ahora están tomando la Sorbona, los que salen a la calle, los que han quedado mañana en la plaza de Denfert-Rocherau, en el corazón de Montparnasse, para manifestarse son estudiantes, hijos burgueses a los que se les tildaba con adjetivos como "conformista", "adocenado", "banales", etc. Pero son ellos los que salen a la calle ante algo indefendible, una ley que sitúa más diferencias entre ciudadanos. Hasta los 26 no tienes derechos, se prolonga una infancia que la sociedad se ha encargado de prolongar hasta el infinito ¿para qué? Para mantener bien atrapados a los ciudadanos, ellos los llaman consumidores, mediante el niño, el adolescente, el joven que llevan dentro, ese que no debemos perder nunca porque es el objetivo de todas las campañas de publicidad, es el target que buscan los responsables de marketing de las empresas.

16 marzo 2006

Los sótanos de la Historia


El otro día comentaba que el plano del metro de cada ciudad se me parecía cada vez más al esqueleto que la sostenía, o a su síntesis más depurada, tal y como me explicaban en las clases de lingüística de la facultad.
Parece ser que no deco ser el único fascinado por esas líneas depuradas de todo atisbo de humanidad y por las que, sin embargo, discurruimos.
Simon Patterson es un artista que se hizo famoso por una obra llamada The Great Bear, referida a la constelación que nosotros conocemos como la Osa mayor, Ursa maior. Dicha obra, que hoy posee la Tate Gallery, consiste en la sustitución de los nombres de las estaciones del metro de Londres por importantes figuras del arte, la política y demás. Son todas estrellas, de ahí que sean una constelación, y no una cualquiera, claro, sino la Osa mayor.
La idea no es mala, del mismo modo que la red de metro es un esqueleto de la ciudad, puede ser, del mismo modo, un esqueleto de la cultura y de la humanidad misma. Cualquiera que se haya movido tanto como yo por la red de Metro, sabe que es totalmente cierto.
Además es una de las maneras más originales de dar a entender que la Historia -perdón por la mayúscula- siempre se ha movido más en el subsuelo que en la superficie.

15 marzo 2006

La memoria de la especie

Puede haber muchos tipos de libros, pero básicamente todos se pueden dividir en dos tipos. En unos el autor ha huido premeditadamente de una especie de horror diversitatis -como lo bautizó Monterroso- y ha intentado darle una unidad, un sentido a los diversos materiales que allí ha reunido, a veces esa ardua labor se consigue y hablamos de una novela, por ejemplo. En otros casos el autor intenta construir un libro plenamente naturalista -en el sentido de imitación del mundo que nos rodea- y nace así un libro como La memoria de la especie de Manuel Moyano, editado por Xordica.
Algún lector avispado buscará una unidad en el libro de Moyano, y dicha unidad será superficial y servil con las propias palabras del autor cuando dice, en una de las páginas de este libro: «Lo trágico perdura en la memoria de la especie; la felicidad, que por definición es efímera, está condenada de antemano a no dejar huella.»
Hay mucho de trágico en este libro, pero esa sería una visión cercenada del libro, que va más allá con una mirada turbia hacia esa realidad trágica, y un distanciamiento irónico que cuestiona una lectura a pie juntillas de esa naturaleza dramática.
Dividido en cuatro secciones, el libro muestra, al menos, cuatro caras bien distintas.
La primera de ellas toma un nombre latino, Plaudite, amici, y es una sucesión de interpretaciones de agonías, un catálogo de las postrimerías por así decirlo, de una serie de figuras históricas. No hay una unidad evidente, tampoco, en la selección histórica que se ha realizado: Sócrates, Julio César, Jesús -aquí hay un pequeño desajuste histórico ya que si el famoso hijo de dios, perdonen las minúsculas, pero con esto de los fanatismos prefiere uno inhibirse, murió a los treinta y tres años no se entiende cómo es que la fecha de su muerte es en el año treinta de la era cristiana-, Juana de Arco, Leonardo da Vinci, Tycho Brahe, Beethoven, Bolívar, Goethe, Poe, Chopin, Rimbaud, Otto Lilienthal, Sissí, Apollinaire, Kafka, Anna Pavlova, Pessoa, Unamuno, Manolete, el "Ché" Guevara, Cocó Chanel, Franco, Sartre, Hitchcock, el serial killer John Wayne Gacy Jr. y Cela. Para Fernando Savater es esta la mejor de las secciones del libro, como afirmó en la crítica que hizo en El País de este libro. Sin ser la peor -no sé si se podría decir que hay mejores o peores secciones- emitir dicha opinión evidencia que hasta los finos lectores hacen interpretaciones equivocadas.
La segunda es, para mí, mucho más vital, turbadora e interesante. Se llama Archivo de atrocidades y el propio autor la califica de tremendista con acierto. Moyano partió de la lectura de las páginas de sucesos -esas noticias que ahora disimulan en las ediciones locales o en los ladillos de nacional, ¿dónde quedó ese abono de la imaginación que se llamaba El Caso y que yo leí en mi infancia?- para presentar dichas noticias de un modo sorprendente: primorosos versos clásicos en los que se unen la narrativa y un breve toque lírico que logra incomodar al lector. Cómo es posible que de ese tremendismo amarillista surja una veta poética y que todo este dicho en la primorosa métrica de la poesía clásica. Porque la literatura es capaz de operar estos cambios, banaliza lo primoroso y embellece lo atroz, como corresponde a toda digestión regada con lecturas. Y siempre con un poso, un regusto, a reflexión sobre lo vivido, a contemplar con mirada crítica el discurrir de la vida.
Interludio onírico es la tercera de las secciones del libro. Como su nombre indica es la reunión de pequeños textos, narraciones de los sucedido en el sueño, reflejos sutiles de la duermevela, que extrañan al mismo tiempo que embelesan al lector. El sueño del hombre que se encuentra a su peluquero cortándose la barba en su baño es, sencillamente, inquietante. Representa la filiación surrealista, no menos trágica y más evidente cómica y absurda que la realidad, pero no su opuesta.
La última de las secciones, Equipaje de sombras, es la plasmación más evidente del tono meditativo de todo el libro. Pequeñas reflexiones al inicio, aforismos descarnados al final que, por su filiación expositiva, construida en torno a destellos y no un sistema filosófico completo, enlaza con el mejor pensamiento del siglo pasado -Benjamin, Cioran- para servir como arqueo del inventario de dolores y deseos de las páginas anteriores. A lo mejor muchas de las ideas que señala no son originales, ni irrefutables, pero no creo que fuera ese el objetivo del autor al redactarlas, sino mostrar aquello que le desasosiega.
Más allá de la muerte, más allá de la vida, Moyano ha reunido en este libro un montón de textos que, como esas calaveras de un osario que menciona en uno de los últimos aforismos del libro, son al final todas iguales y nos dicen lo mismo, pese a que en vida se escondieron todas bajo rostros diferentes.
Es este un libro que merece un lectura. Comprénlo, que es de una editorial pequeña y se/les harán un favor.

14 marzo 2006

El arte de hacer dinero

Voy a pecar de ultraliberal, pero creo que el esplendor de la cultura va, necesariamente, unido a la prosperidad económica, y no me refiero a que tengan que ser coeténeos, sino que es la prosperidad económica la que facilita un posterior desarrollo de la cultura.
Un análisis histórico evidencia que las sólidas muestras culturales españolas del siglo XVII son hijas de la solidez económica y política del silgo anterior. Hay pocas obras maestras absolutas de la época del emperador Carlos I -¿por qué siempre decimos Carlos V si no somos alemanes?-, pero en cuanto sube al poder su hijo comienza a forjarse el siglo de Oro y es ya con su nieto y su bisnieto cuando nacen las piezas únicas de Cervantes, de Velázquez, cuando comienza a valorarse en su justa medida a San Juan de la Cruz, a Garcilaso.
El ocaso imperial y la destrucción del Imperio austrohúngaro -este blog está quedando muy berlanguista, o netamente pro-Astrud, vaya usted a saber- fue el pistoletazo de salida para uno de los momentos más fascinantes de la Historia de las Artes, con la Secession y la obra de autores como Roth, Morgensten y demás -ampliamente analizados por Magris, otro enamorado de esa idea de la Mitteleuropa que se perdió con el Imperio.
Que hoy no se produzcan obras importantes en España en campos como el cinematográfico o el literario -por poner dos ejemplos- está directamente relacionado con la nula importancia que ambas insdustrias tienen hoy por hoy. El mundo del cine quiere vivir de las ayudas gubernamentales sin preocuparse de llevar gente a las salas o de hacer películas innovadoras o, al menos, importantes. El cine español no ha abandonado todavía el costumbrismo de los sesenta, pero ha preferido olvidar el humor que aquellas películas destilaban y que llenaban los programas dobles de los cines de barrio. El cine español, salvo honrosas excepciones, sigue siendo terreno de casticistas con menos gracia de las que tuvieron Azcona o Ferreri.
La literatura no anda mucho mejor. Eso que se dio en llamar "nueva narrativa española" no era sino una puesta al día cultural de los autores que, de pronto, accedieron a muchos libros prohibidos durante años por el franquismo y que habían, en su desconocimiento, divinizado. Como sucedió con la literatura de Arrabal, se descubrió bien pronto que casi era mejor que no llegaran los libros a España, pero no por convulsos o polémicos, sino por malos. Hoy, veinticinco años después del inicio de ese movimiento, vemos que la literatura se mueve en un pasto de pretendido culturalismo que no esconde dos realidades, su superficialidad y alejamiento de la realidad. Frente al cine, costumbrista, la literatura se muestra burguesa y acomodaticia, con historias de traductores cuya única preocupación es un cuadro de atribución discutible o una mujer que se les muere en la cama.
Y, para mayor pena, los autores con una propuesta arriesgada, como Belén Gopegui, van naufragando cada vez más en una literatura panfletaria, alejada de los arriesgados supuestos con los que se inició. Y sin nadie cerca que le eche una mano. Vamos a ver por dónde sale Isaac Rosa.
Entre tanto el refugio parece ser el cuento. Como una secta, los cuentistas -escritores y lectores- parecen convertirse en los ecologistas preocupados por la supervivencia de la literatura como arte innovador y exigente.
Todo esto me ha venido a la cabeza por el chaparrón de informaciones sobre la exposición On-site sobre la arquitectura española reciente que se celebra hoy por hoy en el MoMA de Nueva York. Una idea clara es que el riesgo, la voluntad de construcción de hitos y obras de arte que se da hoy en España está directamente relacionada con el esplendor de un sector, el constructor, que mueve hoy la economía española. Las empresas constructoras españolas no sólo marcan el pulso económico del país, sino que participan en obras por todo el mundo, además de sumir la gestión de muchas empresas de infrastructuras. El ladrillo español vende, cada vez más, y el riesgo que los constructores y las administraciones asumen va en directa relación.
La arquitectura española es arriesgada y rentable. ¿Será eso casual?

11 marzo 2006

El cuento del fin de semana (1)

Como muchos me dicen que los fines de semana echan de menos tener algo nuevo que leer por aquí, y como de momento no tengo intención de dejar de descansar los fines de semana, y menos de pagarle a Timofónica una conexión a Internet que no vaya, comienzo así la línea que llamaré: El cuento del fin de semana.
Tengo la suerte de comenzarla con un cuento de un buen amigo, Julio Jurado Argüello, que obtuvo el Accésit en el VIII Premio Internacional Julio Cortázar de Relato breve que organiza la Universidad de La Laguna.
Buen fin de semana.

Tan sólo hay que mirar

El hombre voluminoso recorre un callejón en el centro de la ciudad. Busca una librería que le han recomendado, pero encuentra en su lugar una tienda que le atrae enseguida. En el escaparate se anuncia: “Venta de animales y otros artículos imprescindibles para una vida desordenada.” Eso dice el cartel, y como se muere de curiosidad por saber qué se necesita para llevar ese tipo de vida, decide entrar en la tienda.
El pasillo de acceso es muy estrecho y se ve forzado a pasar constreñido. Una vez dentro, lo primero que percibe mientras los ojos se acostumbran a la escasez de luz es el olor fuerte, pero agradable, que emana de los rincones. Olor a incienso y a mirra, a establo navideño donde una bombilla sucia ilumina desde el techo la pequeña estancia. Los armarios están vacíos y las estanterías llenas de polvo. No se escucha ningún ruido. Si hay animales, guardan silencio.
El hombre voluminoso no se amilana y pregunta:
- ¿Tienen canarios?
No habla con nadie. Está solo en la tienda, aunque cosas más raras se han visto. En el mostrador hay una botella de vino y un vaso que llena hasta el borde. Mientras da un sorbo tras otro, espera. Se imagina ligero, volando de aquí para allá, sin reglas, con la sola intención de distraerse.
Pero no se distrae. Una hora más tarde, un niño, con el pelo largo y revuelto, aparece por detrás de una cortina. Lleva en las manos un pájaro de madera, amarillo como el sol y con el pico roto.
- ¿Para qué quieres un canario? -pregunta el niño, y deja la figura sobre el mostrador, sin miedo a que se escape.
- Para soltarlo. Qué otra cosa iba a hacer con un canario.
- ¿Y quién cuidara de él?
Esta pregunta sorprende al hombre voluminoso. Le parece que es una trampa que debe resolver si quiere que le vendan el pájaro. Sin embargo, el vino le ha llenado la cabeza de palabras y contesta con facilidad.
- Quien cuide de él importa menos que el hecho de dejarlo libre.
La respuesta ha debido gustarle al niño, pues comienza a llorar desconsolado.
- Puedes llevártelo -dice el niño, y le acerca el pájaro de madera arrastrándolo sobre el mostrador.
- Es de madera -le deja caer, con cierto reproche el hombre voluminoso.
El niño, con el pelo largo y revuelto, no le contesta, y desaparece detrás de la cortina. Ha dejado un reguero de gimoteos por el camino. El hombre voluminoso espera un buen rato a que regrese, pero como el niño no lo hace, recoge la figura y sale de la tienda, otra vez de lado, con la cintura rozando el escaparate.
Cuando se ha alejado un poco del callejón, el hombre voluminoso siente un impulso que le hace correr entre la gente, con la esperanza de llegar a tiempo -¿a dónde?-, con el deseo de que alguien vea lo que él está presenciando. Tan sólo hay que mirar. Es tan sencillo, piensa. Mirar sin el más leve pestañeo. Y ver elevarse sobre el cielo de la ciudad a un pájaro de madera, amarillo como el sol y con el pico roto.

10 marzo 2006

El agujero en la pared

Sólo un escritor de mérito puede trascender el tópico e ir más allá. Cuando se piensa en Río de Janeiro, posiblemente uno de los mitos más extendidos de ste planeta, se piensa, bien en diversión y playa, o bien en delincuencia y marginalidad. Rubem Fonseca va más allá del tópico para mostrarnos las relaciones cotidianas, normales, corrientes, en una ciudad que imaginamos salvaje y desenfrenada. Fonseca no evita el tópico, en sus historias hay sexo, hombres y mujeres bellísimos, hay violencia, pero también hay ciudadanos de clase media con vidas comunes como las de cualquier ciudad del mundo. Fonseca no es muy conocido en España, hay poca cosa traducida y el volumen más sustancioso que recoge una antología de sus cuentos está editado en México por Alfaguara y no es fácil de encontrar. Pero poco a poco en Seix Barral -una editorial de un catálogo decididamente extravagante, capaz de unir literatura muy exigente como Hipólito G. Navarro o Don DeLillo con insustancialidades como las alcachofas de Bendahan o clubs dedicados a clásicos italianos medievales- donde han reeditado Bufo & Spallanzani -que apareció en los ochenta con el absurdo título de Pasado Negro- y uno de los últimos libros de relatos de Fonseca: Secreciones, excreciones y desatinos.
Todo aquel que se acerque a este autor saldrá enormemente recompensado.
Yo, ayer, me puse a leer la edición que tengo de los 64 contos que me trajo un amigo de Brasil, y pasé un rato excelente acompañado de esos seres humanos que hablan de cosas que nadie quiere expresar. Hablan de sudores, de deseos, de la porquería que se acumula en el ombligo y bajo las uñas, de sexo, de la miseria de tener que levantarse todos los días para trabajar en algo que odiamos, del amor, de la envidia que sentimos por el vecino de al lado, más guapo y simpático que nosotros. Hablan de la vida. Todas y cada una de sus historias habla de un modo descreído de la condición humana.
Si en vez de ser brasileño fuera estadounidense estaría en boca de todos desde hace muchos años, porque este letrado metido a periodista y escritor ha conseguido lo más difícil, ser capaz de contarnos cualquier historia sin juzgar a sus protagonistas, o condenándolos a todos desde el principio, que es otra manera de que todos estén a la misma altura.
La foto es un tópico, lo sé, ni es Fonseca ni cuestiona la idea mitificada de Rio de Janeiro. Pero es preciosa, no digan que no. Como decía Jobim: "Cristo Rdentor, brazos abiertos sobre Guanabara. Esoy muriéndome de saudade. Vamos a aterrizar."

09 marzo 2006

La vida subterránea


Cuesta mucho imaginar cómo debió ser el mundo antes de que inventara el metro. Para mí el metro es algo tan consustancial de mi vida que no logro imaginarme cómo algunos de mis amigos, por ejemplo, no pueden entrar en el metro. Alfonso Susiac, por ejemplo, con el que anduve una semana por Paris, una semana complicadísima porque antes de hacer cualquier trayecto había que estudiarlo con detenimiento para que nse pusiera nervioso con su claustrofobia. Autobuses, trenes de cercanías en los que había que asegurarse que no se metieran por túnel alguno. Después de mi visita anterior a Paris, en la que estaba todo el día en el metro fue una manera nueva de entender la ciudad.
Pero no sólo está interiorizado el metro en mi vida, tambié sus símbolos. El plano de Metro que creó un diseñador de cirtcuitos eléctricos llamado Harry Beck es uno de los mejores diseños de la Historia. Como curiosidad, la BBC está llevando a cabo una ecnuesta sobre cuál es el gran diseño británico, y los tres diseños más votados son el Concorde, el Spitfire y el plano del Underground londinense. Como bien dicen, la fuerza icónica del plano se ha trasladado al diseño del resto de los mapas de transportes del mundo y marca la imagen mental del habitante de la ciudad más que el mapa habitual. Yo creo que eso mismo se podría firmar del de Madrid, es normal, por ejemplo, tener conversaciones del tipo: "Vive en la calle X." "Ya, pero eso en qué metro cae."
La verdad es que al muy inteligente diseño de Beck vino a sumarse al genial diseño tipográfico de Edward Johnston, con el que colaboró Eric Gill para crear unas letras de palo preciosas que están hoy tan unidas a la imagen de Londres como el Big Ben. Es ese tipo de letra el que aparece en todo el metro de Londres, en la red de transportes más antigua del mundo.
Hoy, la imagen de los planos de metro es una de las marcas más significativas de la ciudad. A mí me gusta pensar que, si el mapa de la ciudad sería una foto de la mano, las líneas de metro que lo surcan son las líneas que definen el caracter y llevan escrito el futuro de la ciudad. Por esas líneas transcurro cada día y en ellas encuentro la verdad de la ciudad en muchas ocasiones.

08 marzo 2006

Nephila maculata

La escritura diaria, metódica, que realiza el diarista y, hoy por hoy, el bloguerista serio, tiene una representación simbólica evidente en la laboriosa actividad de la araña, que emplea horas y días en construir una telaraña que le ha de servir, al mismo tiempo, de morada y de coto de caza.
Del mismo modo que la araña escoge un rincón desde el que comienza a levantar la compleja arquitectura de su obra, un diarista escoge también un rincón desde el que analizar el mundo, desde el que diseccionarlo e intentar compenderlo. El escritor va, poco a poco, tomándole medida al mundo, y va rellenando los huecos que los primeros trazos, siempre apresurados, ha dejado. Del mismo modo, la araña va cada vez ciñendo más la trama que ha construido, haciéndola más tupida en cada momento hasta convertirla en una red de la que ningún insecto podrá escapar. No importa el tiempo que pueda demorar su trabajo, la araña y el escritor pueden dedicar toda la vida a construir su obra.
Las similitudes no terminan ahí. La araña extrae de su interior el material con el que construye su obra. La imagen es evidente, el escritor hace lo mismo, escribe con el producto de su experiencia, exprime sus pensamientos y vivencias para sacar de dentro de sí su escritura. No creo que sea casual que un autor como Kafla haya sido el más paradigmático ejemplo de diarista que ha dado la literatura.
Pues bien, hasta aquí tampoco creo que haya dicho nada novedoso o que un lector, de libros o de la realidad -aunque no sé si son cosas distintas- medianamente atento no haya descubierto por sí mismo.
Lo curioso es que en la feria Expociencias celebrada en Puebla, México, en 2004, dos estudiantes de la Universidad de Veracruz -Zabdiel Domínguez y Alejandra del Carmen Gómez Gómez, que hoy tienen 23 años-, presentaron un proyecto para usar la telaraña de la variedad de araña llamada Nephila maculata, que cuenta con una nutrida población en los cafetales de Coatepec, como hilo de sutura en las operaciones. Tan resistente como el hilo quirúrgico, sus propiedades antisépticas y anticoagulantes la convierten en un material idóneo para las labores médicas.
No sé si el diario, o el blog, tiene virtudes terapeúticas, pero, al menos en mi caso, sí que puedo decir que ayuda mucho a cerrar las heridas, a ayudar a que las cicatrices cierren de un modo más rápido y que no lo hagan en falso la escritura sistemática de la que ni la vida ni la literatura salen a salvo. Sirve como sutura de pensamientos, de intuiciones, de errores, por qué no reconocerlo.
Tal vez lo más parecido que haya a una Nephila maculata sea un escritor de diarios.
Créditos de la fotografía: La fotografía es de un profesor universitario extraordinariamente suspicaz llamado Andre Nantel, tiene una web excelente llamada http://www.digitalapoptosis.com/ donde se pueden encontrar muchas imágenes sorprendentes.

07 marzo 2006

Veinte líneas

Uno de los príncipales obstáculos que todo aquel que quiera ser escritor debe superar es el de ponerse a escribir. Cualquiera que se haya planteado hacer algo en esto sabe a qué me refiero. Escribir días sueltos es muy fácil, a uno se le ocurre algo y lo escribe, el rapto puede durar varios días, pero no mucho más. Si las pausas fuesen cortas, escasas, uno tampoco se preocuparía mucho, pero a veces pueden ser muy largas. Juan Bonilla me comentó una vez que precisamente esa libertad de horarios era lo que más le gustaba de ser escritor, que gracias a ella él se había decidido a dedicarse a esto. Pero eso es cierto a medias, porque una cosa es que si a uno la apetece hacer un parón lo haga con la alegría del que se sabe libre y sin jefes que vengan a pedirle cuentas del trabajo no realizado. Lo peligroso no es tomarse un día libre sin escribir, lo peligroso es no querer sentarse a trabajar.
Hay mil cosas que hacer en lugar de sentarse a escribir. Dar una vuelta, ver la televisión, ir a alquilar una película, quedar a tomar cañas con los amigos, leer, limpiar la casa, ir a comer con la madre. Hasta aburrirse porque nadie le llama a uno y hacer esas llamadas a viejos amigos de los que hace tiempo no sabemos nada y que se quedan sorprendidísimo al escuchar nuestra voz. "Y cómo es que me llamas, ¿te pasa algo?", "No, era por perder un poco de tiempo y no ponerme a escribir".
Supongo que a Stendhal le pasaba algo parecido en su juventud y por eso se marcó el firme propósito de escribir al menos veinte líneas cada día, Vingt lignes par jour, génie ou pas. Deja muy claro que no importa tanto la calidad, dice claramente que lo importante no es que sean geniales, sino que sean veinte líneas todos los días, establecer una relación casi de pareja con la escritura. Stendhal pretendía crearse un método para escribir un libro. Pero de un modo intuitivo marcó una de las directrices fundamentales a la hora de enfretarse al trabajo de, por ejemplo, el diario, que para muchos es un método de tener la muñeca caliente, preparada para escribir.
No puedo evitar pensar que, de haber vivido hoy y no hace dos siglos, Stendhal habría escrito un blog. Teniengo en cuenta la patente modernidad de su obra, él mismo dijo que no escribía para los lectores de su época, sino para los que nacieran cincuenta años más tarde, no es de extrañar que hoy estuviera dándole a un medio que le permitiría satisfacer el afán polémico que siempre demostró.
No es difícil imaginarse el blog de Henri Beyle, bueno, de Stendhal, porque en este caso seguro que usaría un pseudónimo, un nickname, qué leñe, en el que nos va relatando todo lo que ve en sus viajes italianos, su opinión sobre los coches tuneados de los jóvenes, los atrevidos vestidos de las muchachas y sus encantadoras miradas, aprovecharía para provocar con comentarios laudatorios de Napoléon en los distintos post y tendría una interface delicadamente retocada para provocar en el lector ocasional el mismo embriagador rapto que el sintió en la iglesia de la Santa Croce.

06 marzo 2006

Las presentaciones

Lo de las presentaciones es un incordio. Es una obligación social que siempre es desagradable. Primero de todo antes de nada, que las dos fórmulas son válidas, por lo que supone de formulismo rancio.
Pero, sin embargo, es fundamental. A todos nos ha pasado eso de ir de acompañantes a un sitio y no saber el nombre de nadie y que nadie sepa el nuestro porque nuestro amigo se ha olvidado de presentarnos. Aunque a veces nuestro amigo no nos presenta porque no se acuerda del nombre de alguien. A mí me pasa muchas veces, voy con mi novia –Dios, qué vértigo da decir esto- o con un amigo o amiga por la calle y me encuentro con el típico conocido o, mejor aún, saludat –a mí siempre me ha parecido genial la calificación que hizo Josep Pla de la gente de su entorno en «coneguts, amics y saludats»- y, después de un par de frases de compromiso, alguna que otra observación meteorológica y un par de buenos deseos tan cándidos como hipócritas acaba cada uno por su lado. Y el reproche es siempre el mismo, «Podías haberme presentado, ¿no?» –esto lo dice normalmente la novia más que los amigos, porque la novia piensa siempre que las partes de la vida de uno que ella no conoce son las verdaderamente interesantes, como si cuando uno trabajara hablara por teléfono con el presidente de la Coca-Cola o al tomar cañas estuviera organizando complots destinados a hacer desaparecer a Pepsi de la faz de la tierra, y no se fía cuando honestamente confiesa uno que la parte divertida de la vida la ocupa ella-, y uno siempre contesta: «Si es que no me acuerdo de cómo leche se llama». Y la cosa queda saldada con la indiferencia o la sospecha. Los amigos normalmente son los indiferentes, la novia siempre sospecha -o le apetece a uno pensar que sospecha, porque el ego es una de las pocas cosas que le quedan a uno a estas alturas-, sobre todo si con quien nos hemos encontrado es una chica, porque son muchas las veces que uno se excusa de no poder quedar por tener que escribir algo y ella no acaba de creerse que alguien pueda pasar tantas horas encerrado en cada entre papeles y ordenador.
No creo que la gente deba presentarse, la verdad, me gustaría pensar que es suficiente con mirarse a la cara para saber si ahí se esconde alguien con quien vamos a poder echarnos unas cañas o no. Eso sería lo ideal.
A mí me gusta acabar en fiestas donde no me conoce nadie, me encanta eso de que un amigo no tenga otra salida después de las dos cañas que decirme «Venga, vente conmigo, total, donde beben tres abrevan cuatro», y cuando me pregunten mi nombre decir cada vez uno distinto, que es una manera tan simpática o tan tonta de pasar el rato. A mí y a mi amigo Poti es una cosa que nos divierte mucho, cada vez que nos presentamos somos una cosa, profesores de expresión corporal, diseñadores de mangos de futbolín o cualquiera de esos trabajos que alguien, en mitad de una fiesta, te explica durante casi un cuarto de hora y al final no entiendes nada, uno de esos ejecutivos de nuevo cuño que no sabe ni cuál es su función exacta en la empresa. Siempre sucede, al final siempre sucede, que se encuentra uno en la cocina con dos asistentes a la fiesta, y cada uno te llama por un nombre, y cuando les miras a los dos con cara de besugo -normalmente a esas horas uno está ya demasiado borracho para mirar de otro modo- para ver como ambas personas le miran a uno con un aire despectivo. Un clarísimo «gilipollas» que pronuncian sus ojos vocalizándolo de un modo claro, como a cámara lenta, y que acierta a ser, si no tu nombre, sí, desde luego, tu adjetivo más certero en ese momento, quién sabe si en algunos más, es lo más nítido que entiende uno.
Una vez fui a una boda en la que sólo conocía al novio. Había hablado una vez con la novia. No conocía a ningún otro de los amigos de mi amigo, a nadie de su familia, y la boda era en una capital de provincia a la que nunca había ido porque cuando en mi colegio hicieron la visita a la Ciudad Encantada yo estaba pasando la rubeola. Y me lo psé muy bien, la verdad. Ahora, mi amigo me cuenta entre divertido y mosqueado que, de vez en cuando alguno de los invitados de la boda le pregunta qué fue de ese chico que era mecánico, o de el chico tan simpático que instala aparatos de aire acondicionado, incluso alguno le ha dicho que cómo es posible que un chapista haya salido en la televisión porque por lo visto me vio en una entrevista rara que me hicieron. Mi amigo llega siempre a la conclusión de que soy yo porque le describen mi aspecto, y lejos de arreglar el desaguisado contesta divertido que me va bien, que me va bien en lo mío dice. Y yo creo que me soporta porque es psicólogo, y sabe que en un momento u otro dejaré de ser un amigo para convertirme en historial clínico.
Lo de las presentaciones siempre pone muy nervioso, y sirve para ver quiénes son los echados pa’lante en las entrevistas de trabajo, por ejemplo, porque sin problema alguno se ponen a hablar de sí mismos, y decir que su animal favorito es el león por lo fiero y tranquilo que es, sin pensar que el psicólogo que le está valorando algo sabe de zoología y tiene muy presente que el león es más vago que las mangas de un chaleco, y es la leona la que trae la comida y mantiene a la familia.
No sé, a mi siempre me ha dado mucha pereza lo de presentarme, decirle a la gente cosas de mí, por eso, supongo, he abierto una bitácora, porque de no hablar de mí he llegado a dudar de mi existencia y esto sirve para levantar acta de la derrota que la vida de uno va siguiendo.

03 marzo 2006

Entre dos siglos

Hay veces que la mejor manera de alegrarse el día no es ponerse un disco de Les Luthiers, o los capítulos grabados de los Simpson, ni ningún otro de los mil recursos que guarda uno como oro en paño para los días grises. No, a veces es suficiente con bajarse a tomar un café al bar de la esquina y hojear un poco el periódico para encontrarse con perlas como esta que ha escrito Virginia Collera, así lo suponemos porque es la que firma el artículo, o un jefe de sección cachondo:
El Ministerio de Cultura crea una comisión para situar a Ayala en su siglo.
Pero si uno lee el artículo, que para mayor comodidad del internauta copio aquí -y porque es de pago en el periódico y si no muchos no podrás hacerlo-, la sorpresa irá en aumento, porque es un verdadero diamante para un profesor de pragmática:
El escritor en su siglo
es el título de un ensayo de Francisco Ayala, y también el lema de su centenario, que arrancará el día 16, fecha del nacimiento en 1906. El Ministerio de Cultura presentó ayer la comisión nacional, integrada por representantes de instituciones culturales, públicas y privadas, y por numerosos escritores y académicos, que impulsará y canalizará los actos del homenaje. "Es voluntad de Ayala que los actos no se centren en los libros o su vida, sino en la memoria general de la cultura española", aseguró Luis García Montero, comisario del centenario. La efeméride permitirá asomarse a la obra y a la personalidad de Ayala, pero también analizar su presencia en la España actual, según Víctor García de la Concha, director de la Academia y miembro de la comisión. Las conferencias, jornadas, congresos y ciclos que trufan el programa pretenden abarcar todos los vértices de una personalidad plural: literatura, periodismo, sociología, cine, música...
El escritor reconocía ayer en la Biblioteca Nacional, en Madrid, que esta celebración le ha traído "un cambio de perspectiva vital". "He sido una persona dura pero ahora esta bondad cae sobre mí y me ablanda. Esta mañana he descubierto que ya no soy quien era", afirmó. No le incomoda este empeño por "situarlo en su siglo", pues él mismo se aferra a él: "Yo soy un hombre sin futuro, sólo miro hacia el pasado y desde el pasado".
Aparte de ese nacimiento sin poseedor, que hace pensar en un belén navideño, uno se sorprende de ver que el propio Ayala está a gusto metido en esta labor titánica de situar a un hombre en su siglo. Que una persona de cien años se vea más del siglo en el que ha pasado noventa y cuatro de esos años es, hasta cierto punto, normal, pero el empeño institucional -o de la redactora de la noticia, vaya usted a saber- resulta humorístico. Sobre todo porque el siglo XX ha resultado uno de los más dúctiles de la Historia -perdón por la mayúscula, pero es necesaria en este caso- ya que en vez de tener cien años como todos, los historiadores han querido manipularlo a su gusto, y así en el caso de los españoles este siglo pareció comenzar en 1898 con la pérdida de las colonias, mientras que en europa no fue hasta el asesinato del heredero del trono austrohúngaro -homenaje a Berlanga- que comenzó el siglo, por una vez España llegó antes. Aunque tampoco está claro el final, y no lo digo por el tinglado que se montó con lo del cambio del milenio, que si era en el 2000 o el 2001, como si eso fuera importante, sino porque para muchos el final del siglo sucedió el nueve de noviembre de 1989, que se desmoronó junto al muro de Berlín. Lo dicho, un siglo muy manejable, de licra, que se ajusta a lo que cada uno necesite.
Como en el caso de Ayala y los que van a homenajearle, que estiran el siglo pasado tanto años como haga falta para que el buen hombre tenga la tranquilidad de haber vivido tan sólo en una centuria, y eso a pesar de haber vivido más de cien años -esperemos que esta broma no sea ceniza y el hombre cumpla muchos más.
Yo recuerdo de cuando era pequeño una genial serie de animación -por entonces los llámabamos dibujos animados- llamada Érase una vez el hombre en la que a muchos nos incularon el amor por la Historia -perdón, otra vez, por lo mayúsculo- y que daba por nombre al capítulo dedicado a la civilización griega "El siglo de Pericles", no sé porque no toman buena nota García Montero y compañía y se montan un Siglo de Ayala, total, con esto de la aceleración de la historia los siglos se nos pasan casi sin darnos cuenta.

02 marzo 2006

La laboriosa felicidad de la lectura


Para los que no la conozcan, hay una web sobre libros y dimes y diretes del gremio llamada literaturas.com
Dentro de la línea de la misma, que oscila entre el acierto rotundo y el comentario desnortado más flagrante, pero que por su libertad y frescura hay que agradecer y promover, se recogen en una sección los once blogs que, a juicio de los que realizan esta publicación mensual y virtual -perdón por la rima-, son dignas de ser visitadas. Está bien porque es una manera de poner al alcance de muchos más lectores el conocimiento de nuevos lugares en los que ser felices.
Es un placer para mí congratularme porque este mes ha aparecido en esa alineación -yo creo que lo de los once se debe a la afición futbolística- el blog de unos amigos. Se trata de Solo de libros, la laboriosa felicidad de la lectura, que viene a ser una mezcla de vademécum de reseñas sobre libros de los más variados estilos y propósitos y, al mismo tiempo, un sutil diario íntimo hecho a base de lecturas y la relación que todo apasionado por el libro acaba teniendo por ese objeto mágico que, a juicio de Borges, es el único que sirve como una extensión de la mente del hombre. Porque, y esa es una de las virtudes del blog en cuestión, no se habla de un libro que no se haya leído, y cuando se habla de él es, siempre, con el corazón en la mano, con honestidad, que es lo que a fin de cuentas más importa.
Me voy a permitir romper un poco de la magia para hablar de Emiliano y Laura, los hacedores -así, como los poetas- de esa biblioteca en la que tan sólo se exige amar la literatura para entrar a formar parte de ella. Espero que os sigáis dejando las pestañas entre libros, muchos os lo agradecemos.

01 marzo 2006

Los amigos y la cultura


Como lo prometido es deuda, aquí está la promo de la obra en la que trabaja mi amigo Emilio. Los amigos de confianza me ha hablado bien de ella, y yo me pasaré por allí alguno de estos tres días, lo digo porque si alguien quiere verme, aunque sea para pegarme puede pasar por allí y abonar los 10 euritos de nada que cuesta la entrada -si me parten la cara me debes la entrada, Emilio-.
Sala Cuarta Pared, días 2, 3 y 4 de marzo. Para más información pincha aquí.

A una escala diferente


Desde que se produjo la noticia, y de esto hace ya quince días, he esperado, inútilmente, que alguien comentara algo, hiciera alguna referencia al hecho más fantástico que ha sucedido en todo el mes de febrero en la capital del reino, el Foro como diría algún castizo: el accidente -llamémosle así- que terminó con el choque de un camión contra la Puerta de Alcalá.
No me refiero a que no se hayan hecho eco de la noticia numerosos periódicos, que lo han hecho y pormenorizadamente, sino a que nadie se haya puesto a reflexionar sobre lo que ese choque significa. Lo primero que me ha llamado la atención es que nadie haya visto relación entre el camión y los aviones que se encargaron de demoler las torres gemelas. O sea, ni tan siquiera una broma, un chiste de los mil que en España florecen como setas en otoño. Nada.
No ha habido ninguna referencia a la solidez berroqueña de la puerta madrileña frente a la levedad del vidrio y el cristal neoyorquinos. Tampoconadie ha tocado el tema extrapolándolo a terrenos más simbólicos.
No ha habido ninguna referencia de un situacionista espabilado hacia el espectáculo que supone ver la persecución de una camión desde Sol hasta la plaza de la Independencia, a la idea de que la gente de hoy va incorporando actitudes que se siembran frente a la consola de videojuegos y florecen como actos vandálicos como las carreras de coches por las calles de las ciudades, a los kamikazes que deciden ir contra el mundo en las autopistas y carreteras de circuvalación. Nada.
Ni tan siquiera una referencia a que la relación de cotidianeidad que tiene hoy el ciudadano madrileño con las obras -raro es el habitante de la capital que no tiene a menos de doscientos metros de su casa una obra de mayor o menor envergadura- que la existencia de un camión de ese tonelaje circulando por el centro de la ciudad sin control, lejos de sorprenderle le resulta tan rutinaria como la visita al quiosco para comprar el pan.
Y, sin embargo, la estampa del ese volquete estampado entre los pilares centrales de la obra de Sabatini, ese genial napolitano en cuya cuna desconocen, es la imagen más acabada que se ha dado del Madrid de Gallardón, que resiste por muchos embates que, a golpe de cementera y tuneladora, le amenacen.