20 julio 2011

Las entrañas de la familia

Posiblemente, si me preguntan qué escritor recordaré de entre mis lecturas del año 2011, Gay Talese ocupe un lugar destacado. Hace tres años era casi imposible encontrar ejemplares de sus libros y la publicación de Retratos y encuentros el año pasado en Alfaguara sirvió como detonante para la recuperación de su obra. En Debate han recuperado la edición ya descatalogada que se publicó en los ochenta en Grijalbo de La mujer de tu prójimo y ahora, con nueva traducción respecto a la antigua edición de Grijalbo, aparece en Alfaguara Honrarás a tu padre. Y he devorado ambos con el placer casi adolescente que se encuentra en los mundos que te ofrecen un mundo en el que sumergirte. Con la diferencia de que, en el caso de ambos libros, ese mundo es el mismo en el que, día a día, desempañamos nuestras rutinas. Porque lo verdaderamente fantástico, valga la paradoja, de los libros de Talese es que están construidos desde hechos reales perfectamente contrastados. Buena parte de la atención que la no-ficción y la crónica merece hoy entre los lectores tiene que ver con los patrones y modelos que Talase ha ayudado a instaurar.
De Honrarás a tu padre podría decirse prácticamente lo mismo que ya escribí sobre La mujer de tu prójimo. Sin duda lo más determinante, lo que convierte estos libros de Talese en piezas fundamentales, es el modo en que el autor se ha acercado a las fuentes para construir su discurso. No basta con entrevistarlos, no es suficiente con documentarse hasta la extenuación. Si uno quiere escribir un texto donde realmente aparezcan las motivaciones y las dudas de los personajes y que éstos no tengan problema en aparecer allí con sus nombres verdaderos, sin que haya ningún tipo de máscara que oculte la verdad al lector, hay que formar parte de sus vidas. Talese lo hace. En un esclarecedor epílogo -los epílogos de sus libros son una muestra de que puede irse un poco más allá cuando ya parece que se han hecho todas las acrobacias, demostrando que trabaja, siempre, sin red- queda clara la relación de amistad que se ha llegado a establecer entre Talase y Bill Bonnano, y la participación que el propio Talese ha tenido en la historia, algo que hasta ese momento nos sospechábamos por la capacidad de construir la objetividad del autor. Incluso, llega a implicarse con los personajes del libro hasta el punto de que, como confiesa en el prólogo, llegó a involucrarse personalmente en la financiación de la universidad de los hijos de Bill Bonnano. No es, me temo, una sencilla cuestión de agradecimiento por el material facilitado para un éxito. En absoluto. Bill Bonnano y Gay Talese tienen mucho más en común de lo que podría pensarse.
En el ya citado epílogo, Talese explicita que el origen del libro tiene mucho que ver con la rabia que su padre sentía cuando, por tener un apellido italiano, era automáticamente señalado por la sociedad como un hipotético delincuente. Bill Bonnano, curiosamente, es alguien que pese a haber crecido como un joven estadounidense más, casi un WASP, se ve abocado a continuar con la tradición familiar dentro del crimen organizado. Y es eso, el modo en que la segunda generación vive esa herencia, lo que une mucho a Bill Bonnano y Gay Talase. Son más parecidos de lo que podría pensarse, y eso facilita la relación que se establece entre ellos. Hay un momento, de hecho, cuando queda claro que muchos de los implicados en el libro, sobre todo la familia más íntima de los Bonnano, ha terminado usando al periodista como un modo de comunicarse, que en buena medida han terminado sabiendo muchas más cosas de sí mismos y de sus seres queridos a través de la lectura del libro. Porque la ley del silencio que rige la convivencia de la familia es un lastre demasiado pesado en ciertos aspectos. Y en medio de todos ellos, el hombre, verdadera leyenda, Joseph Bonnano, del que apenas llegamos a saber nada, lo que no hace sino engrandecer el mito que proyecta sobre toda su familia y el resto de sus colegas dentro del crimen organizado por su singularidad.
Por lo demás hay que repetir lo que tantas veces se ha dicho de este libro. Frente a creaciones audiovisuales como la saga de El Padrino, las incursiones de Scorsese o la ya mítica por derecho propio The Soprano's, y a algunas creaciones literarias -curiosamente mucho menos vistosas y reconocidas- la importancia de Honrarás a tu padre tiene mucho que ver con la cantidad de información de primera mano que Talese manejó, en muchos casos más que los propios investigadores del FBI o los fiscales, lo que humaniza mucho más la visión que ofrece de esa entidad todavía discutida que ha dado en llamarse Mafia. La articulación narrativa de lo que podría haber sido tan sólo un libro de entrevistas y testimonios hace de su lectura un placer constante, una agitación -thrill- que no da tregua al lector desde la primera hasta la última página, y son seiscientas. Así que el lector tiene el doble regalo de poder documentarse de modo muy pormenorizado en las acciones criminales, la organización de las familias, la vida rutinaria de todos ellos y hacerlo de un modo vivaz y entretenido gracias a la habilidad narrativa de este autor de no-ficción que sabe extraer de la realidad los más jugosos frutos.
Gay Talese Honrarás a tu padre Alfaguara, Madrid, 2011
En la foto aparece el autor comiendo pasta y tras él una edición original del libro

19 julio 2011

La vida metida en unas páginas


A juzgar por lo que dice la crítica literaria de hoy, todas las semanas aparecen una plétora de obras maestras fundamentales para la evolución de la literatura. Visto así es fácil convencerse de que vivimos un momento único y maravilloso. Pero, paradoja curiosa, casi todos esos libros imprescindibles se convierten al cabo de dos semanas en pasto del olvido para ceder su hueco a una nueva batería de obras cumbre del devenir artístico.
En medio de esos libros destinados a ser hitos literarios destaca mucho más Sobre la felicidad a ultranza de Ugo Cornia, un libro que crece con las relecturas, que se agiganta a medida que uno reflexiona sobre lo leído y vivido y que, finalmente, se convierte en una experiencia destinada a marcar la vida de sus lectores.
Porque Cornia no ha escrito una simple novela, ha hecho mucho más: ha sabido meter buena parte de sus experiencias personales en una narración aparentemente espontánea y, sin embargo, muy sofisticada en la presentación de los personajes y el manejo del tiempo que, más allá de la mera acumulación de hechos y anécdotas, transpira una singularísima poesía que trasciende la expresión de unos sentimientos para convertirse en experiencia propia para un lector que sale de su lectura profundamente conmovido.
Don DeLillo, casi al inicio de su novela Punto Omega, afirma que “La verdadera vida no es reducible a palabras habladas ni escritas, por nadie, nunca. La verdadera vida ocurre cuando estamos solos, pensando, sintiendo, perdidos en el recuerdo, soñadoramente conscientes de nosotros mismos, los momentos submicroscópicos.” Evidentemente, Ugo Cornia no pudo leer estas líneas antes de escribir Sobre la felicidad a ultranza, que es una novela publicada diez años antes de la de DeLillo, pero sí que podría, haciendo una pirueta crítica, afirmarse que parece escrito con la idea de rebatir dicha afirmación. Porque Cornia sabe que la vida, en toda su riqueza, no puede, efectivamente encerrarse en sus páginas, pero sí puede ser recreada por el autor y experimentada por el lector mediante la narración de una selección de hechos fundamentales y la vivencia y contraste de esos mismos hechos por parte del lector.
La novela de Cornia va creciendo a medida que uno avanza su lectura de modo fascinante. El lector va haciendo suyos cada uno de los personajes: el padre, la madre, el perro Brown, cada una de las novias que van pasando por la vida del narrador, que es en realidad la gran creación de Cornia, porque se trata de un tipo extraño e incómodo, capaz de decir las cosas más insospechadas y de narrarlo todo con una sinceridad desarmante, como una especie de Holden Cauldfield madurado, que no ha perdido la capacidad de recrear y conmover al lector pero que, además, habla desde el poso de la experiencia de lo vivido. Cosas tan cotidianas como conducir se convierten en una fuente de placer inagotable. Y, siempre, porque es importantísimo, sin ceder en ningún momento a la tentación de hacer una literatura que apele al sentimentalismo del lector aunque haya mucho dolor en las vivencias del narrador. Este libro, de hecho, podría leerse como una continua elegía donde se da las gracias por haber vivido en vez de entonar un lastimero canto a lo perdido.
Porque, leyendo esta novela, lo que verdaderamente siente uno, más allá de la fascinación por la historia que cuenta o por el cómo lo hace, es unas terribles ganas de cerrar el libro y lanzarse a vivir la vida, la de los días festivos y también la de los días de diario. Leer este libro es en realidad una fiesta única, que trastoca de modo radical el modo en que uno disfruta la vida. Mucho más que literatura, este libro es vida.
Ugo Cornia Sobre la felicidad a ultranza Periférica, Cáceres, 2011
Texto publicado el día 16 de julio de 2011 en suplemento ABC Cultural

11 julio 2011

Álbum

Buscando fotos para ilustrar una entrada me he encontrado esta foto que hizo la poeta Laura Crespi. Me ha hecho tanta ilusión ver a dos amigos juntos, y más ahora que uno ya partió hace casi un año, que me apetecía compartirla.

07 julio 2011

Versiones (1)

El índice rojo
No te envidio la grasa, los fámulos, la hacienda,
la hopalanda grotesca de color escarlata,
ni el hermoso palacio que tienes por vivienda,
ni el capelo romano, ni la vieja Vulgata.
No pretendo que vivas como Juan el Bautista,
ni lo mismo que Onofre te deshagas en llanto:
tu pectoral conserva, tu anillo de amatista,
tu báculo de plata, tu careta de santo.
Mas con el rojo índice te señala el destino.
Cuando, envuelto en las sábanas de finísimo lino,
descansa el leve peso de tu leve jornada,
en la piedra más dura de tu propio palacio,
lentamente, sin ruido, despacio, muy despacio,
el pueblo, que no duerme, saca filo a su espada.
Pedro Luis de Gálvez

Inaugurada queda una sección donde reunir poemas fantásticos, de los mejores de la poesía en lengua española, que han sido levemente retocados por mí -muy levemente en algunos casos, pequeñas correcciones con las que, a mi juicio, estos poemas que son, ya de por sí, redondos, brillan un poco más. ¿Presunción? No, al contrario, humildad pura y dura. Como sabe todo aficionado a la poesía, lo máximo a lo que puede aspirar un poeta es al anonimato, a que todo un pueblo haga suyos sus versos y los pula para entrañarlos más todavía en la lírica popular. Estas versiones son pues el primero de una serie de pasos en los que yo no soy yo, sino tan sólo la primera de las voces de un pueblo haciendo suyos estos versos.

06 julio 2011

Escenas de la vida posmoderna

El cómic está de moda. Quizás, ojalá, más que una moda se trate de una consolidación y se pueda hablar en el futuro de estos primeros años del siglo XXI como los que supusieron el salto cualitativo de la narrativa gráfica en nuestro país. De momento, la gran ventaja que todo esto supone para los aficionados, tanto los veteranos como los que se van aficionando al medio, es la posibilidad de encontrar ejemplares en ediciones cada vez más cuidadas de numerosos álbumes. Es el caso de la obra de Adrian Tomine. A falta de que poco a poco los editores se animen a traducir algunos de los títulos inéditos que todavía no han aparecido en España, lo que sí se va produciendo es la reedición en formatos de mayor calidad y, por extensión, más caros, que permiten mayores beneficios a una editorial necesitada de mayores ventas. Ahora le ha llegado el turno a Rubia de verano, como sucedió con Como un guante de seda forjado en hierro de Clowes, pasar de la edición original en rústica a una lujosa presentación en cartoné.
Y es un motivo más que oportuno para meditar sobre la trayectoria de uno de los más interesantes autores de cómic que ha dado la más que fecunda escena independiente yanqui. Lo primero que se debe destacar es su edad, es el más joven de los que han obtenido reconocimiento mundial por su trabajo. Tomine nació en 1974, y comenzó a autoeditarse sus trabajos en una publicación amateur que bautizó como Optic Nerve y comenzó a hacer pública en 1991, cuando contaba con tan sólo diecisiete años. Este aspecto de la edad no es casual ni gratuito. Paradójicamente, Tomine se ha criado en una sociedad en la que los autores ya no se veían encaminados al entorno underground si su obra escapaba a los cauces más establecidos. El éxito crítico, primero, y más tarde económico, de publicaciones como Love & Rockets de los hermanos Hernández –otros precocísimos autores, por cierto- y su editorial Phantagraphics propició la llegada de toda la oleada de editoriales similares permitió que otros autores de referencia hoy como Art Spiegelman, Seth, Charles Burns, Daniel Clowes o Chris Ware –creo que he respetado el orden de sus fechas de nacimiento- abrirse un hueco en la industria, independiente, sí, pero no under, del cómic.
Quizás por todo ello la narrativa de Tomine es la menos vanguardista de todos los mencionados. No explora las posibilidades narrativas de la imagen como Ware, no introduce experimentos sobre el transcurso temporal como Seth, no explora los miedos contemporáneos y alucinados como Clowes o Burns, no relee la historia y usa el medio como estandarte como hizo Spiegelman. ¿Y por qué, siendo el más “conformista”, por así decirlo, de esta nómina de autores es tan interesante? Precisamente porque Tomine ha sabido releer la tradición independiente como nadie, aprovechando ciertas peculiaridades personales.
Acertadamente, se ha señalado la influencia de Jaime Hernández en la estética de las planchas de Tomine. Resulta evidente para cualquiera que conozca el trabajo de ambos. La sofisticación narrativa y estética del pequeño de los Hernández ha marcado a toda una generación. Pero, es más, también la influencia de Beto en el músculo narrativo está ahí. Es más que probable que Tomine se haya formado como lector leyendo una y otra vez la obra de ambos que, como la suya, tiene la peculiaridad de reflejar las tensiones culturales a las que se ven sometidas las familias inmigrantes. Los Hernández son hispanos, la familia de Tomine japonesa. La elegancia narrativa de Shortcomings (Mondadori, 2008), la penúltima obra publicada de Tomine y la última traducida, encuentra en las historias reunidas en Rubia de verano un antecedente válido, como sucedía en Sonámbulo. Y esa elegancia y sofisticación surgen de la fusión de una estética muy desarrollada y pulida, pero también de unos guiones planteados con una solidez única donde se deja sentir todo el peso de la soledad, de la incomunicación y del miedo al compromiso del hombre contemporáneo.
El problema es que, muchas veces, surge la tentación de relacionar a Tomine con los grandes narradores del minimalismo norteamericano por el tipo de historias con las que trabaja. Al hacerlo, se cargan demasiado las tintas en lo argumental, en la historia, y menos en la narración gráfica, que es, en sí la gran diferencia y aportación del género. Ahí cada día puede apreciarse de un modo más constante la herencia de cineastas como, por ejemplo, Yasujiro Ozu, del que Tomine es rendido admirador. El milagro del cine de Ozu radica en que parece no haber artificio alguno en sus películas, coloca la cámara a la altura de un hombre que, sentado, contemplase las escenas que van ocurriendo ante sus ojos y todo parece extraído de la realidad sin que haya planificación alguna o puesta en escena alguna. Ese es el misterio de Ozu, el genial artificio de haber sabido borrar todo rastro de lo que se está contemplando: una película, ficción costosamente recreada ante una cámara. Esa mirada al interior de las vidas de cada uno de nosotros es, sin duda, la característica del cómic de Tomine y la sencillez en la planificación perfecto reflejo de ello. Por eso huye de los temas sórdidos, de las composiciones complicadas y rebuscadas, de los puntos de vista insólitos. No, lo que Tomine busca es que al cabo de unas pocas páginas nos hayamos olvidado completamente de que estamos ante unas viñetas, a él le interesa, como a Ozu, que prevalezca la naturalidad y no el artificio.
Por eso, cualquier reedición sirve, siempre, como regalo inigualable para dejarse mecer por el mundo, y no ya la obra, que nos depara el trabajo de Tomine. Mucho más que un simple cómic, desde luego.
Adrian Tomine, Rubia de verano, La Cúpula, Barcelona, 2011
Las ilustraciones son del propio Adrian Tomine,
realizadas para una edición de dos películas de Ozu en The Criterion Collection

05 julio 2011

Los cimientos de una literatura


Aunque sea injusto hay que ser sincero: decir Augusto Roa Bastos es, prácticamente, decir literatura paraguaya. Es injusto, desde luego, pero también es algo tan evidente e incómodo que duele el tener que reconocerlo. Yo, que procuro leer todo autor latinoamericano del que tengo noticia para ver por dónde respira, no he logrado hacerme con un sólo libro de, por ejemplo, José Pérez Reyes, que era el autor paraguayo de Bogotá '39. Si no recuerdo mal, en la selección de Diego Trelles Paz, El futuro no es nuestro, no hay ningún autor paraguayo. Y, de hecho, basta con observar la escasez de editoriales y la casi nula presencia de ellas en las diversas reuniones, simposios y demás que se celebran. De hecho, habría que preguntarse si la visibilidad de la obra de Roa Bastos no estuvo directamente relacionada con su exilio. La edición de Hijo de hombre en la editorial Losada de Buenos Aires, tras ganar el concurso literario que convocaba fue, sin duda, importantísima para que su obra tuviera una visibilidad imprescindible para que fuera noticia su indudable calidad.
Por eso, cuando los críticos fascinados por la eclosión editorial y mercantil que propiciaron Carmen Balcells y Carlos Barral, buscaron unos "hermanos mayores" para esos novelistas del llamado Boom, los nombres de autores como Onetti, Rulfo o Roa Bastos no tardaron en hacerse presentes. Los tres habían aportado a lo largo de la década del 1950 al 1960 las tres grandes novelas que se publicaron en América Latina, libros fundamentales para entender que esa explosión no era algo espontáneo: La vida breve en el 1950, Pedro Páramo en 1955, e Hijo de hombre en 1960.
De ese modo, el que hasta entonces era visto como un notable dramaturgo de vanguardia en su país, un reputado periodista en el extranjero que había entrevistado a De Gaulle o asistido al juicio de Nuremberg y un activista de izquierdas para las fuerzas policiales, pasaba a ser, además, un referente de la literatura en español para todo el mundo. Y todo habiendo surgido en uno de los países con menor presencia editorial y cultural del continente americano. Pero, además, lo hacía ejerciendo una labor de estandarte de la singularidad de la cultura autóctona de su patria. Frente a la literatura peruana de su tiempo donde, por ejemplo, apenas hay rastros de la cultura quechua, la narrativa de Roa Bastos estaba profundamente marcada por la cultura guaraní. Sus orígenes mestizos marcaron el destino de su obra literaria.
Además, Hijo de hombre es un repaso a un siglo de la historia de su país. Con la Guerra de la Triple Alianza y la del Chaco como marcos y límites, retrata los conflictos sociales y la nefasta influencia de las jerarquías eclesiásticas en la vida del pueblo paraguayo. Combativa como pocas y muy hábil, los horrores y la crueldad que retrata se quedan incrustados para siempre en la memoria del lector. En ese sentido, la novela aporta lo que un lector común busca en un buen libro: historias conmovedoras e inolvidables. Pero es que, además, Hijo de hombre, es una fuente de recursos y logros que todo escritor puede analizar detenidamente, una verdadera escuela de narrativa condensada en cuatrocientas páginas.
No hace mucho me decía un escritor mexicano afincado en España que una de las cosas que le resultaban más interesantes de nuestra narrativa era la costumbre de construir novelas mediante la fusión temática y espacial de diversos relatos, algo que no era muy habitual en otras tradiciones, donde de modo inequívoco los autores eligen la novela de trama o la colección de cuentos como los dos caminos narrativos casi únicos. Yo le dije entonces que ahí estaba Hijo de hombre para contradecir esa visión, posiblemente el ejemplo más logrado de esa novela que es el resultado de la yuxtaposición de diversos relatos. Le recordé, claro, que aunque Roa Bastos vivió muchos años en España no era un escritor español.
Pero, más allá de esos detalles, Hijo de hombre es la muestra palpable de que la gran literatura está por encima de modas y de corrientes, que se resiste a ser clausurada como la muestra de una literatura nacional y similares catalogaciones más o menos simplonas que se suelen hacer -ya saben: literatura alemana, cine francés o canción italiana-, y que, por fortuna, está siempre al alcance de los lectores interesados en acercarse a ella. Lo llevan diciendo muchos lectores desde hace medio siglo: Hijo de hombre es un libro único y siempre fascinante.
Augusto Roa Bastos Hijo de hombre Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2011

04 julio 2011

Mucho más que una parodia


Desde que llegó lo de la TDT yo no puedo ver la tele, porque no tengo el dichoso aparato que permite ver los canales digitales. No lo echo de menos para nada, la verdad, porque me paso el día viendo películas y series. Siempre, eso sí, a mi ritmo, porque tal y como señalaba Rodrigo Fresán en un artículo cuando hablaba de que la explosión de las teleseries de calidad que vivimos estas han triunfado cuando el espectador no se ve sometido al ritmo de emisión que las cadenas imponen. Así yo me he disfrutado de The Soprano's cuando esta había terminado, lo mismo sucedió con The Wire y demás. Ahora, al menos, veo por temporadas completas aquellas a las que me he ido enganchando (Mad Men, Bored To Death, Weeds, Treme, The Big Bang Theory, etc).
Y, como les sucede a muchos de los seguidores de estas series, me he preguntado siempre por qué en España, que exporta tantos directores, actores, técnicos e, incluso guionistas -Ruíz Zafón era un guionista mediocre de la industria de Hollywood antes de que su libro se convirtiese en superventas-, no se hacen series de calidad. Sé en parte cuáles son los motivos. Uno de ellos es que las cadenas en España exigen formatos imposibles. Como sabe cualquier profesional del ramo los dramáticos tienen cincuenta y pico minutos para ocupar una hora de parrilla con anuncios, y las comedias veintipico para ocupar media hora. Pero en España las cadenas quieren llevar una hora con las comedias y dos con los dramáticos, cuando no mezclar ambos formatos para ofrecer capítulos de casi dos horas donde el drama y la comedia deben mezclarse para total lío del espectador. Así no hay quien haga una serie decente, desde luego.
Pero, al menos, todavía hay productoras que ofrecen productos más arriesgados y cadenas que se atreven a programarlos. En particular la cadena de pago Canal+. Lo hizo con Crematorio, un dramático que se ha quedado a medio camino de lo que prometía pero que, al menos, ha demostrado la voluntad de ir más allá respecto a lo que se acostumbra por estos pagos. Y, por otro lado, ¿Qué fue de Jorge Sanz?
Mucho se ha hablado de esta serie en relación con Curb Your Enthusiasm (El show de Larry David la llamaron aquí, nadie entiende por qué), y mucho tiene que ver en la elección de un personaje real, del trabajo sobre las relaciones entre realidad y ficción y en el formato de falso documental. Y, sobre todo, en el enfoque, nada complaciente, con el personaje y la imagen que de él se tiene. Para ello ha sido necesario que el propio Jorge Sanz se haya atrevido a exhibir una capacidad de autocrítica y una ironía nada despreciables. Por de pronto porque la serie está montada sobre un hecho real: Jorge Sanz pasó de ser la gran estrella del cine español a desaparecer de modo casi absoluto en las producciones recientes. Y en muchos casos sigue siendo un papel interpretado cuando todavía era un niño, apenas doce años tenía cuando rodó Valentina, el que todos le recuerdan como su gran interpretación. Quizás por eso, porque parece que su carrera estuviese dormida, por lo que todos los episodios se inician con Jorge Sanz durmiendo, algunas veces en posiciones inverosímiles, y siendo despertado por la llamada de su nuevo agente, un novato en la profesión que antes trabajaba como comercial de quesos, el entrañable Amador interpretado por el excelente Eduardo Antuña.
Irónica, pero al mismo tiempo tierna, por la serie desfila todo un plantel de actores, directores, pero también de escritores o editores interpretándose a sí mismos, y a actores clavando, literalmente, sus papeles. Y es ese aire entre cine amateur y cuidada planificación lo que le da el mayor encanto a los seis episodios que, de momento, conforman la serie. Una serie que va poco a poco insertándose en la memoria del espectador gracias a la calibrada intensidad de cada capítulo.
Una serie que, finalmente, se va construyendo ante los ojos del espectador como un todo sin fisuras, donde el retrato que se hace de la profesión de actor y del mundo del espectáculo en general es muy poco indulgente sin caer en la sátira fácil. Y donde Jorge Sanz ha sabido ir más allá de muchos de los registros en los que, mal que bien, ha estado encajado. Por ejemplo, en el cuarto capítulo hay un momento donde el actor en decadencia queda a un lado para lograr una hondura excepcional en la escena en la que conoce a la hija que tuvo siendo un actor muy joven y un tanto alocado. La escena, rodada con tiendo y sencillez es, sin duda, el momento en que Jorge Sanz se luce y demuestra que hay dentro de él un actor con mucho más recorrido de lo que muchos han sabido extraer de él.
Los que no la han visto son, sin duda, los que están de suerte, porque finalmente se ha puesto a la venta la temporada completa, de modo que uno puede dedicarle una tarde de fin de semana, o dos, o seis, o las que quiera, a deleitarse con una serie que hace albergar esperanzas para una industria que en España no suele entregar más que bodrios y cosas muy olvidables.