31 octubre 2006

De antros y tascas. Garitos demodé

Uno lo ha dicho ya muchas veces, pero nadie me hace caso. Todos mis amigos literatos me lo cuentan de cañas, me lo dicen de copas, me lo lloran en cafés: no ganan premios literarios pese a que se dejan las pestañas en escribir, las dioptrías en corregir y los cuartos en correos. Todos buscan a la posteridad -esa puta cara que no te deja satisfecho nunca- a través de los premios. También lo hizo Pedro Maestre -o se la encontró, vaya usted a saber- cuando ganó el premio Nadal con Matando dinosaurios con tirachinas. Han pasado los años y Maestre vuelve con su cuarta novela, de título largo, y que promociona su editorial como una "Novela para noctívagos. Una guía sentimental de la ciudad canalla". Uno, que se ha dejado las pestañas leyendo las cartas de los bares, las dioptrías en reconocer a las chicas guapas al otro lado del oscuro garito y los cuartos en whiskeys en cascada, destornilladores de vodka y antimosquitos con ginebra, encuentra poco interesante eso de la ciudad canalla. Y sabe que los noctívagos son como todos, pero más pálidos.
Eso sí, para llevarte el libro a casa hay que contar -a mí y al respetable- el bar más curioso, más cutre, más memorable que hayas visitado. Vivimos en España, será por bares...

28 octubre 2006

La tira del domingo

Liniers es muy, muy grande. ¿Quién dijo que no se le podían seguir dando vueltas a los clásicos?

26 octubre 2006

Lo trágico


Lo trágico del conejo es que, incluso muerto y esperando caer en la cazuela, parece sonreír.

25 octubre 2006

El poder de la palabra

Copiado del libro de Patricia Runfola, Praga en tiempos de Kafka:

En este relato Urdizil cuenta la historia de su encuentro con el desdichado Svatopluk Janda, un compañero de escuela, treinta años más tarde. El día en que casualmente se encuentran, Svatopluk le entrega un trozo de papel que había conservado celosamente durante todos esos años, donde el pequeño Urdizil había escrito varias veces esta frase: «No debo hablar ni soplar», que le había dictado como castigo el terrible maestro Petrak. Eran días negros, días en los cuales en las letrinas de los cafés «prosperaba el tráfico de pasaportes falsos», recordaba Urdizil. «Las joyas de la familia, valores y objetos preciosos eran entregados a personas hasta entonces desconocidas. Los que escribían cartas habían pactado con sus destinatarios un código secreto. Las cartas parecían poemas dadaístas: “El submarino está en el calentador… la gata está en la esquina de coser.”»
Con el último recuerdo del pasado en el bolsillo, Urdizil se dio a la fuga en un tren nocturno, a la hora precisa en que debía subir el guardia de frontera, que fatalmente se daría cuenta de que su visado de salida era falso. A las tres de la mañana oyó gritar en el pasillo el temido anuncio: «¡Control de frontera! ¡Visados de salida!» El empleado miró incrédulo los documentos que Urdizil se había sacado del bolsillo con disimulada desenvoltura. «Usted no tiene la cabeza en su sitio –le dijo-. “¡No debo hablar ni soplar!” ¿Qué significa?» Urdizil miró la hoja desconcertado. «Discúlpeme –repuso-, una hoja vieja se mezcló con mis papeles. Un viejo pedazo de papel de la época de la escuela.»
Buscó en sus bolsillos y añadió: «Aquí está, aquí, el visado de salida.» Los ojos del empleado se iluminaron. «Claro –dijo-, es eso –y se echó a reír-. No debo hablar ni soplar, también a mí me habrán hecho copiar algo parecido en mis tiempos, unas cincuenta veces quizás, es algo que pasa a menudo.» Y se moría de risa, tanto que hasta se le saltaban las lágrimas mientras sellaba el documento con el visado de salida falso. «No debo charlar ni soplar, mire un poco lo que me viene a ocurrir, y de noche», agregó, y se alejó riendo por el pasillo.

Así consiguió Urdizil huir de la ocupación nazi en Checoslovaquia y llegar a los Estados Unidos donde terminó su vida.
Hasta ahí llega el poder de la palabra.

24 octubre 2006

Historias en estado puro

Si uno hablase desde una perspectiva algo rancia, clasicista y apegada a las normas de la evolución –algunos dirán deriva- estilística, temática y, sobre todo, compositiva –atendiendo a la estructura de las narraciones- de los libros de cuentos de José Manuel Benítez Ariza, podría decir que su autor hace cada vez cuentos menos brillantes. Pero eso demostraría un apego a la retórica y no al poder de la historia.
Me viene ahora a la cabeza la primera clase que imparte el profesor que interpreta Robin Williams en El club de los poetas muertosDead poets’ society para los que nos leen desde las Américas-, cuando les pide a los alumnos que arranquen el prólogo del manual de literatura donde se da una fórmula para analizar la excelencia artística de los textos. Y tal vez me viene a la cabeza porque ando leyendo estos días un libro que recoge las “poéticas” –lo entrecomillo porque yo creo que muchos de esos cuentistas no han debido comprender qué es una poética- de un grupo de autores reunidas por el profesor universitario –qué miedo- Eduardo Becerra. En dichos textos muchos autores divagan en torno a algunas de las reflexiones que los clásicos han hecho sobre el género, y muchos llegan a la conclusión de que esas poéticas, normas, decálogos o lo que sea están para saltárselos. Yo coincido con ellos en el fondo. Pienso, también, que se debe escribir vulnerando esas normas, pero, al contrario que muchos de ellos, no lo pienso después de toparme con ellas y descubrir que no me vienen bien para definir o encuadrar mi obra, sino porque creo que una de las capacidades maravillosas que tiene el cuento como género es que crece en la medida en que el autor es capaz de violentar dichas barreras. Para resumirlo: yo creo que se debe ir contra la norma, muchos autores reniegan de ella cuando ven que ellos no están dentro.
En eso actúan igual que muchos editores que se pavonean en ferias y simposios como “editores independientes” cuando no lo son. Son editores pequeños, que no pueden competir por falta de pasivo y activo con los grandes editores, pero que no dudarían en cambiarse por ellos para tener un tresillo de piel de vaca. Ser editor independiente es otra cosa, y violentar los cánones también.
Benítez Ariza –no crean que me había olvidado de él- en su último libro, Lluvia ácida, pretende violentar esas ideas de los que debe ser el cuento. Uno de los tópicos más difundidos sobre el cuento –y que, como todo tópico, siempre tiene algo de cierto- es que de un cuento siempre se puede contar en voz alta su argumento pero que debe ser leído para entender realmente qué es lo que nos quiere decir el cuento. En dicha unión se pretende unir el origen oral, mítico del cuento, con su formulación literaria como género moderno, que comienza en el siglo xix de la mano de Poe.
Bien, todos los cuentos de este libro se pueden resumir en voz alta. Uno los podría contar a un amigo en un bar, entre caña y caña, como sucedidos más o menos sorprendentes. Pero lo peculiar del trabajo que ha realizado Benítez Ariza es que los ha escrito de ese modo, bajo ese contexto. No ha pretendido crear unos artificios retóricos con los que un profesor universitario pueda pasar el rato, ni un cadáver listo para la autopsia de un forense crítico. Lo curioso del trabajo de este libro es que los platos se sirven crudos, sin pasar por los fogones o el horno. La historia, desnuda, expuesta de un modo a veces anticlimático, a veces nunca llega el núcleo del cuento, a veces este se ha producido antes de que empezase la narración. Lluvia ácida es un libro de historias, y así parece darlo a entender en un epílogo que funciona como poética –cuántas veces la dichosa palabrita- y como narración a partes iguales. Allí recalca que hay gente que le dice que olvida los cuentos, y él se empeña en demostrarles que olvidan la narración, pero no la historia, y eso es lo importante. La gente, el lector, es igual que un niño: quiere historias, y eso se lo puede dar mejor que ningún otro género el cuento.
Si en vez de estar hablando de cuentos –aunque Benítez Ariza preferirá, como su paisano Quiñones, la palabra relato- hablásemos de un disco de música pop-rock, ahora yo estaría diciendo que este libro es un libro de rock puro, sin producción, sin arreglos, donde sólo tiene cabida la melodía, sin más aparato estilístico.
Pero no estamos hablando de un disco, ni de un libro de relatos, estamos hablando de un puñado de historias, algunas de las cuales sorprenden, otras conmueven, y algunas marcan. Un libro con un poquito de vida metida en sus páginas, ahí es nada.
José Manuel Benítez Ariza Lluvia ácida
Algaida-Fundación Municipal de Cultura del Excmo. Ayuntamiento de Cádiz, Madrid, 2006

23 octubre 2006

Asuntos planetarios o 134340

Todavía no ha aparecido el libro, así que sólo barajamos hipótesis, pero, ¿será el libro de Pombo un premio Planeta o será un libro de Pombo? La verdad es que no me quita el sueño este asunto -de hecho, como casi todo lo que tiene que ver con Planeta me da bastante sueño- pero sí me intriga. No creo que en este caso se haya rematado la novela para que entre en la convocatoria, incluso lo lógico es que fuera una buena novela para compensar lo del año pasado, porque de escándalos no se puede vivir muchos años seguidos, pero anda uno en la duda.
Lo primero, la sospecha de que Planeta anda detrás de Anagrama ahora que la gente de Prisa parece haber amainado. Vuelven a la carga con la Púertolas -¿recuerdan cuando ganó el premio estrella de la casa?- que pareció desoír los cantos de sirena de la gran editorial de los Lara, y que ahora es miembro del jurado. Tantean a Pombo -posiblemente el novelista de eso que se llamó "Nueva narrativa española" y que con el tiempo se ha convertido en la "Misma mediocridad de siempre" más fiel a Herralde y él se deja querer. Uno no quiere pensar en eso de que la fidelidad es un grado, pero... la verdad es que no veo otra salida.
Se acuerda uno del affaire Marías -Javier, por supuesto, que es el que más vende de la familia- con Herralde. Se saldó con la huida del novelista más británico de la literatura española -ese que escribe como si estuviera traducido pero se deja ver en las promociones de Random House como un amante de los clásicos españoles- en la manos de Prisa, que perdió un pastón con Negra espalda del tiempo -hasta los títulos parecen traducidos, Dios mío.
Ahora se conoce que no anda muy contento con la distribución y número de ventas de sus libros en bolsillo y se pasa a la competencia. Debolsillo, la sección de aeropuertos, estaciones de tren y demás lugares de despacho rápido de literatura es la nueva editora de Marías. Un ramillete de nuevas ediciones del autor son la gran novedad de la casa. Por supuesto, la gente del grupo Berstelmann ya está tirando del novelista madrileño para las distintas promos y actos de prensa.
O sea, que desde que dejó Anagrama, Marías se va arrastrando de editorial a editorial como puta por rastrojos -puta muy bien pagada, eso sí- pero cada día editada más a la brava. Misterios del ego.
No quiere uno pensar que esto vaya a pasar en el caso de Pombo. No pasó con Puértolas, no pasó com Tomeo, no tiene el por qué suceder con él. Pero anda uno con la mosca tras la oreja, la verdad.
Quien no pierde, gane quien gane, es Hacienda. Como te escriben media novela se quedan con la mitad del premio.
Qué poco se parece el munde editorial al astrofísico. Ellos no tienen piedad a la hora de borrar planetas de las enciclopedias, y las editoriales se pasan el día subiendo estrellas a los altares.

20 octubre 2006

El corazón en armas

Uno de los mecanismos que se pueden esgrimir a la hora de plantear la autoridad de uno para hablar de un libro es destacar lo temprano del momento en que uno se percató de la calidad del mismo. Lo suele uno escuchar muchas veces, podemos imginar muchas confesiones en esta onda: "Desde la primera vez que lo leí sabía que sería un libro único, merecía la pena publicarlo y acercárselo a los lectores de todo el mundo". Podría ser una frase de Gide hablando de Proust, o de Barral hablando de Cien años de soledad, por ejemplo, a lo mejor es lo que dijo el editor de Falcones o de Zafón, los caminos del Señor son inescrutables.
Pero yo lo voy a decir. El primero de los cuentos que leí de La vida ausente fue Mientras dicen adios. Lo leyó Ángel Zapata en uno de los encuentros -con habitual empalago cultureta los llamábamos tertulias- a los que asistí todas las tardes de los domingos durante un año hasta que quedío claro que no no pintábamos demasiado todos juntos allí. No creo que sea un mérito mío haberme dado cuenta en el mismo momento en que terminamos de leer ese cuento que era una maravilla. Se dieron cuenta los que lo premiaron en Huelva poco después, y lo editaron en una edición preciosa que atesoro en casa -qué bonitas las ediciones de los cuentos sueltos, qué lastima que haya tan pocas. No es un mérito mío como lector ver que el cuento es bueno, ni haberlo leído antes que muchos. El mérito del cuento es de su autor, de Ángel Zapata.
A lo largo de ese año pude leer otros dos cuentos de los que ahora están incluidos en este libro: Las otras vidas y de Un día vendrá. La sensación fue la misma, esos tres cuentos estaban cortados por una patronista espertísimo, rematados con un gusto de costurera de encaje, diseñados por un autor que quería llevar el cuento hasta límites inesplorados. En ese camino de hacer tejidos cada vez más perfectos, de desbordar el género hasta violentar sus fronteras Ángel se quedó algo solo. Le abandonó la voz.
Todavía recuero el medio año, aproximadamente, o tal vez fue más, en que Ángel no escribió. O lo hizo en silencio, emborronando hojas que acababan en la papelera -en la de reciclaje, no se preocupen los ecologistas. Tenía entre manos un texto único, extraño. Es lo que hoy se ha llamado La vida ausente. Es el cuento que abre el libro.
Víctor García Antón, con la agudeza y generosidad que le distingue a la hora de hablar de los amigos, dice que ese cuento está en el lugar idóneo, porque así nadie puede decir que Ángel no puede escribir como quiera. Me recuerda en eso a los que dicen que Picasso es grande porque ya demostró en las épocas azul y rosa que podía pintar bien y por eso algo debía querer hacer cuando pintaba mal. Pero al hacer este comentario yo estoy cayendo donde Víctor no lo haría. Se llama maldad, yo no soy generoso.
No seré el primero que hable de La vida ausente. Sí recuerdo que Ángel en su momento me pidió que averiguara si algún libro se llamaba así. También que me amenazó cuando me vio titual un post de este blog con ese título. Ángel sí es generoso, pero no es tonto. Haber conocido antes al título tampoco me sirve como argumento de autoridad. Es un buen título, cualquiera que lo escucha por primera vez puede darse cuenta.
Yo, cada vez que releo ese cuento -lo he hecho ya unas cinco veces desde que me lo entregó Ángel para que le diera mi opinión hace ya un año, cuando me dejó el manuscrito del libro para que le ayudase a corregirlo, cuando le ayudé con él poco antes de editarlo, dos veces con el libro ya editado en mis manos- veo la historia de todo escritor. Por eso creo que nos llega tanto a todos -a todos los que escribimos, claro. En ese cuento se narra la huida, la fuga necesaria -o la marginación, a fin de cuentas da lo mismo que se vaya uno a los márgenes o que lo echen, importa que acaba ahí- del artista de la doxa. El artista no puede trabajar dentro de ella. Ahí trabaja el mercader, el tendero, pero no el artista. Tal vez esa sea la tragedia de la literatura actual, que pasan muchos comerciantes por artistas.
Lo que hace especialmente original -y maravillosa- a la historia que se nos cuenta allí, y por lo que creo que le costó tanto a Ángel terminarla es porque, frente a la lectura que haría cualquiera, y que sería romántica -usando la historiografía, no el lenguaje adolescente- y hablaría de lo maravilloso de apartarse, lo que cuenta Zapata es que eso es algo enormemente doloroso. No hay nada bello en eso. El autor huye de lo cutre del mobiliario de su casa, de la simpleza de su familia, de lo gris de su barrio. Pero también huye de la vida. De algún modo todo artista renuncia a la vida. Eso no puede ser maravilloso. Y por eso, el joven que viste de un modo estrambótico, que pasa las tarde aferrado a su taza de té con leche en un café intentando no naufragar, que debería sentirse un elegeido porque no entiende las conversaciones grasientas y resobadas de sus compañeros de colegio, apenas contiene el llanto. No hay nada agradable ahí. No es más feliz el que ve lo real. Al contrario, saber que ese vacío está ahí es angustioso.
Y cómo investigar en ese vacío. Sumergiéndose en el yo. Para los que no lo sepan lo diré ya. Zapata es psicoanalista. Bucea en el yo, en el suyo y en el de otros. Zapata es surrealista, en el sentido político del término, no en el chistoso. Esas dos condiciones, ese contexto, hace de Ángel un especimen extraño en la literatura de este país. Y por eso las narraciones decantadamente surrealistas del libro extrañarán a muchos. Yo no termino de entenderlas. El otro día, tomando unas cañas, Víctor y Juan Jacinto Muñoz Rengel comentaban conmigo -y estábamos todos de acuerdo- en que no entendemos todas y cada una de las cosas que quiere decir Ángel en ellas. Pero no creo que eso importe, me interesa más lo que me sucede cuando las leo, lo que experimento en el acto de lectura de las mismas. A veces me inquieto, a veces siento vértigo. No entiendo por qué la literatura debe ser distinta a hacer el amor. Podemos buscar sensaciones en ambos terrenos. Uno no folla para transmitir ideas.
El último texto que me dejó Ángel antes de dar por acabado el texto es Belvedere. Lo leí en su casa, maravillado por un texto que es pura poesía, en el que Ángel nos hace sentir la ruina de la vida de la clase media, la sordidez del matrimonio, la falsedad de los deseos que se nos han impuesto a través del estado del bienestar. Esa vida es una ruina, no está ausente, está podrida.
No puedo ser imparcial con un libro como el de Ángel. No se puede ser imparcial con un amigo. No debo serlo. No quiero. Conozco demasiadas cosas del camino que han recorrido estos cuentos como para tenerlos cariño. Ignoro las suficientes como para que me sigan fascinando.
No es mérito mío haberme dado cuenta de que es un libro fantástico. Eso lo puede ver cualquiera que lo lea.
Ángel Zapata La vida ausente Páginas de espuma, Madrid, 2006

Para los que estén interesados, recordarles que el próximo viernes 27 de octubre a las 19:30, en el Círculo de Bellas Artes, Sala Ramón Gómez de la Serna, es la presentación del libro. Asistirán el autor, el editor, Eduardo García e Hipólito G. Navarro.

19 octubre 2006

Imprescindible

Una gran literatura debe, siempre, tener a mano a sus clásicos. Y en buenas ediciones. Precisamete esa es una de las trabas que todo buen lector encuentra en el mercado español del libro, más centrado en novedades y best-sellers que en fondo de librería, en textos que verdaderamente cimentan una cultura sólida.
Galdós, pese a los ataques que ha sufrido por parte de muchas voces menores y de lectores superciciales de su obra, ha conseguido evitar en parte ese destino. La calidad indiscutible de las historias, su veracidad y la capacidad de generar vida, su profunda capacidad de penetrar en la psicología de los personajes, y su siempre atinado estilo -que no ensalza nunca el tono y no olvida nunca que es literatura- han conseguido que hoy, tanto tiempo despuñes de su muerte, siga estando presente en ediciones de bolsillo -Alianza tiene casi toda su obra publicada y en Cátedra están realizando ediciones críticas de casi toda su obra- y en colecciones de mayor rango -como la que la Biblioteca Castro Turner le tiene dedicada. Pero el hecho de que esté en todos los manuales, de que sea un clásico siempre ha jugado en contra de Galdós. Sufre ese trato despectivo que el prejuicio impone a las lecturas del Insituto -cuántos se pierden el Quiijote porque son incapaces de separar la obra del profesor que les obligaba a leerla- y a lo mayoritario. ¿Cómo va a ser bueno un autor que también le gusta a mi abuela? -dice el moderno desde su pedestal idiota dispuesto a descubrir el Mediterráneo o el Atlántico.
Galdós está en todas las casas, pero no se lee por un reparo absurdo que habla mal del que lo tiene, no del que es objeto de él. El problema de no leer a Galdós no se reduce a no leer novela realista -qué estúpido el prejuicio de tildar a Galdós de realista, qué simple, qué lectura superficial se hace por parte de los que gustan de presumir de lectores de los profundos conocimientos del saber-, o a que tenga matices costumbristas -el alejamiento de la realidad es escapismo, no literatura; un buen autor, independientemente del estilo que elija para sus historias sabe que está inmerso en su mundo, su sociedad, su época, y realizar lo contrario sólo demuestra hasta que punto es uno incapaz de enfrentarse a sí mismo, a sus miedos y deseos, que son los mismos en todos nosotros.
Por los caprichos del destino Galdós es hoy un autor marginal, periférico, que no leen los modernos por considerarlo "carca", que no leen los nostálgicos por demasiado moderno, y que, por fin, puede ser pasto de verdaderos amantes de la literatura. Lectores carente de prejuicios que pueden disfrutar de una literatura que demuestra estar siempre viva y hablarnos siempre desde el presente. Donde los contemporáneos de Galdós veían un espejo al borde del camino, hoy los analistas ven a un novelista capaz de construir una epopeya como la de Fortunata y Jacinta siguiendo la historia de la I República española. Francisco Caudet, en un monumental trabajo que sirve como introducción a la edición crítica de Cátedra nos demuestra paso a pasdo como la historia de ambas mujeres es una alegoría perfecta del proceso político que comenzó lleno de esperanzas y precipitó el retorno de la casa monárquica que todavía hoy soportamos. Galdós era un hombre político, lo fue toda su vida, posiblemente uno de los más comprometidos con el pueblo.
Galdós ha sido tachado siempre de garbancero -mote que le puso un escritor individualista, originalísimo, firmemente independiente, que no dudó en aceptar un puesto del estado, un sueldo y todo lo que hizo falta cada vez que se le ofreció; un modelo a seguir, vamos- y se olvida que la primera de sus novelas es una precursora de lo fantástico, que en sus novelas contemporánes -esas que son la máxima muestra de realismo hispano- aparecen fantasmas, los vivos son visitados por los muertos, aparecen personajes plenamente simbólicos, se estudia la idea de la novela moderna y prefigura el diálogo nivolesco del final de Niebla -ahí está el amigo Manso, que se sabe personaje creado por su autor-, en su útima época le obsesionó la espiritualidad, el alma y los deseos del hombre, y algunos de sus últimos textos presentan técnicas como el flojo de conciencia o el subjetivismo tan cacareados durante el siglo XX. Galdós no fue un simple realista, era consciente de que el hombre vive en un plano real y desea en uno simbólico, y exploró ambos campos a la búsqueda de la verdad humana.
Por eso es una enorme alegría -y un síntoma del mundo en que vivimos- que una editorial recién nacida, pero llevada con mano esquisita en lo estético y lo ético, se haya lanzado a editar a Galdós. Y lo haya hecho con una pequeña novela que es la primera de un ciclo de cuatro donde dibuja una de sus más geniales creaciones, el prestamista Torquemada. La modernidad de esta novela de Galdós es envidiable, está -como sucede con La de bringas- construida sobre un sólo eje temático: la enfermedad y agonía del hijo del protagonista. Pero, como hemos dicho, el personaje central es el usurero. La tensión entre el deseo del protagonista y su realidad, el modo en que Galdós construye el torbellino de emociones que, en apenas unos días, transforma la vida del avaro, es única. A lo largo de las ciento y pico páginas del libro no se admite un momento en que la tensión decaiga, en que el lector pueda encontrar puntos muertos. Mucho tendría que aprender el escritor de hoy de la depurada técnica con que construye Galdós su texto.
Poco se puede decir, elucubrar, cuando un autor ha sido capaz de ponerlo todo en un texto. Las grandes obras, esa es la paradoja, sólo mueven al silencio. La admiración no admite el ruido.
Por eso, el esfuerzo de editar una guía de lectura que se puede descargar gratis por la web y que permite usar el texto como objeto de estudio en clase, en un club de lectura o en un taller hace que esta edición sea una decisión doblemente feliz.
Pero lo que hace fundamental a esta novela es la capacidad de transformación que ejerce en el lector. Su fuerza, la profundidad de sus intuiciones, la viveza de lo plasmado, la hace un pórtal único, exquisito, para comenzar a reencontrarse con uno de los mejores escritores de todos los tiempos. Un lector atento, sensible, no puede salir indemne de la lectura de esta novela.
Tal vez ahora, gracias a iniciativas como esta, se pueda, por fin, sacar a Galdós de la hoguera.
Benito Pérez Galdós Torquemada en la hoguera Periférica, Cáceres, 2006

18 octubre 2006

La memoria está llena de olvido

Alguien en la redacción del Babelia piensa, y me hace quedar mal en mis continuas quejas sobre la superficialidad y estulticia de los mal llamados suplementos "culturales" de los diarios de gran tirada. Tengo la sospecha de que debe ser Javier Rodríguez Marcos, pero como no lo sé con certeza no cometeré la imprudencia de señalarle como la mente pensante de la redacción, no vaya a ser que los jefes se enteren y le pongan de patitas en la calle por peligroso.
Pues bien, este sábado, apenas me había levantado y estaba tomando una catalana con jamón -aunque allí no la llaman catalana- en la Barceloneta, en la plaça de Hilari Salvadó para ser exactos, hojeando el periódico -porque desobedecí a Riechmann y compré El País- me encontré con una serie de artículos más que interesantes. La percha eran las confesiones que Grass ha hecho este verano sobre su pasado como soldado de las Waffen SS, pero lo acertado de los artículos es que de lo que había que hablar es de por qué en España nadie ha entonado un mea culpa similar, pese a que todos sabemos que muchos se valieron de su filiación al régimen franquista para medrar y mantener un estatus social e intelectual que, en realidad, nunca habían tenido.
Santos Juliá, agudo como acostumbra a ser, basa su artículo en la idea de que en la Transición todos tuvieron que olvidar -me gusta mucho la ironía de esa cursiva que se repite a lo largo del artículo- para construir un futuro. Para ello demuestra que muchos de los que trabajaron por la llegada de la democracia - es esto que llamamos democracia hoy, todo hay que decirlo, que sin ser la bomba es mejor que lo de Franco- estaban decididos a pasar por encima de rencores. Y eso es, a qué mentirnos, bueno. No se puede construir sobre el rencor -y eso deberían pensarlo las asociaciones de víctimas del terrorismo que reincidentemente boicitean el proceso de paz, sea más acertado o no, amparándose en un deseo de venganza enmascarado de sed de justicia- pero conviene no olvidar que tampoco hay que meterlo todo debajo de la alfombra cuando viene la suegra, porque antes o después se desborda todo.
Comparar la actitud de Laín Entralgo -un intelectual poco sólido que medró a la sombra del Caudillo y que mantuvo su prestigio gracias a un libro vergonzoso en que confesaba no estar de acuerdo con todo lo que había hecho el régimen pero publicado tras la muerte del dictador- con el caso de Aranguren -que de joven participó en la ideología del alzamiento pero que pronto se desvió de sus postulados y se enfrentó a ellos hasta sufrir la expulsión de su cátedra y el posterior exilio- es arrimar demasiado el ascua a su sardina. Y por eso el texto de Santos Juliá se queda a medias.
El de Juan Carlos Mainer sirva más como inventario de muchas conductas dudosas, de textos de segunda fila que hoy han quedado como notas a pie de página de los libros de Historia, nunca de los manuales de Literatura. Y en eso acierta, si bien hay poca intención de "mojarse" en el artículo, sino más bien se quiere presentar un panorama antes que entenderlo y valorarlo, sí que resulta revelador de cómo se mueve la literatura, o las informaciones en torno a ella, donde es más sencillo caer en el comadreo y el cotilleo que hacer una lectura seria de la obra de un autor.
Miguel Ángel Villena realiza un repaso a las opiniones de una serie de escritores, directores de cine, consultados. Y resulta muy reveladora porque evidencia que en los círculos de entendidos no se ha olvidado nunca lo que las instituciones, los manuales de Historia y los medios de comunicación han preferido obviar u olvidar. Por ejemplo, el pasado falangista de un autor por momentos excepcional como Torrente Ballester, o el oficio de delator que Cela ejerció con alegría, aunque se quiera olvidar para no manchar la imagen de un premio Nobel. Tanto Chávarri, Chirbes, Gil Calvo, Altares o Suso de Toro demuestran que los intelectuales de este país no olvidan algo que la sociedad sí parece haber querido olvidar. Pero viene a demostrar una realidad, que el pasado no está cerrado, que en la transición política y en la académica se ha querido cicatrizar una herdida que no había curado, y que quedan cosas, asuntos, por resolver.
Los de Trapiello e Isaac Rosa son contrapuestos y al mismo tiempo coincidentes. Son contrapuestos porque uno defiende la vigecia y la oportunidad del rescate de algunos autores que permanecieron fieles al franquismo y que se han visto relegados del canon por cuestiones ideológicas pese a su innegable calidad literaria, el otro defiende la recuperación de otros autores del exilio que siguen en la sombra porque su espacio en los manuales lo ocupan autores que se quedaron en España con mayor o menor fidelidad al régimen. Lo que hermana ambos puntos de vista es un interés en que ese ajuste y reordenamiento se haga desde una perspectiva literaria, que los intereses ideológicos o políticos se dejen de lado para construir una verdadera Historia de la Literatura.
Y creo, honestamente, que es ese el camino. Hay que tener en cuenta que una cosa es la literatura y otra la ética. ¿Cómo acercarse a la obra de Céline si uno no olvida su actitud? Sería imposible. Leer a Vargas Llosa supone pasar por encima de que es un intelectual orgánico vendido a todo el que le pague, que no duda en ceder su marca, su imagen siempre que haya un cheque de por medio, pero que pretende mantenerse como paladín de la libertad que ofrece el sistema neoliberal, olvidando, o pretendiendo hacerlo, que se ha convertido en un tendero que sencillamente valora la libertad de horarios de apertura y de precios que puede imponer en su puesto del mercado, pero que eso no es cultura.
Hay que rescatar la obra de autores franquistas y de exiliados y colocarla en su justo lugar, con lo que la de otros palidecerá y, con el tiempo, desaparecerá de los manuales. Y hay que ajustar cuentas judiciales y morales con otros, por supuesto. George Santayana dijo aquello de que "Aquel que olvida la historia está condenado a repetirla", pero yo creo que esto es aún peor, nosotros seguimos instalados en esa parcela de la historia, y parece que nadie esté dispuesto a que esto avance.

16 octubre 2006

De puente por Barcelona


He estado este fin de semana -¿o era un puente?- en Barcelona. Hacienco esas cosas que uno no hace nunca en Madrid como estar todo el día yendo de aquí para allá en bicicleta, preparando comidas -siempre de pinche, eso sí-, bebiendo pocas copas y mucho vino. Supongo que sientiéndome un poco europeo, que es lo que hacemos los españoles en Barcelona -y también los catalanes.
La ciudad estaba empapelada con un montón de carteles electorales, de hecho, en una ciudad donde quieren quitar los quioscos de animales de las Ramblas por "cutres" y exigir un mínimo de calidad a los mendigos con ínfulas artísticas -que son esos que se maquillan y hacen de estatua en las calles-, no tiene el empacho de tener la mitad de los árboles cubiertos con cartones "destinados a la propaganda electoral". Fascinante.
Me han gustado mucho los carteles. Por ejemplo, Montilla, que ha contratado a un humorista del Terrat para que le vaya haciendo los discursos -es de agradecer que haya contratado a alguien que trabaja con Buenafunte y no con Ana Obregón, todo hay que decirlo- tiene un eslógan un poco contradictorio: "Hechos, no palabras".
El de Iniciativa per Catalunya- Verds es muy bueno, porque une dos anacolutos: Hay una manera inteligente de ser de izquierdas y Hay una manera decente de hacer política. Bien, pero en ningún caso hay nada que nos haga pensar que la respuesta sean ellos.
Convergéncia i Unió se limita a expresar con garabatos que es mejor un garabato convergente que un nudo tripartito. Muy Tápies para mi gusto. Qué cruz.
Del PP no hablo -no gasto el tiempo en menudencias, y los populares en Catalunya lo son. De ERC he visto poca cosa, la verdad, así que creo que son los únicos que hacen verdadera política catalana -gasta poco, quiero decir.
Me ha gustado el de Ciutadans, que acompaña el post. Porque es el único que refleja cómo se siente el hombre de la calle ante los políticos: en pelotas, indefenso. El Espada me provoca bostezos, pero con Boadella me parto, paradojas de este partido.
Pero, a la hora de la verdad -y como no tengo derecho a voto en estas elecciones, ando empadronado en Madrid- haré como Empar Moliner, y me iré a un bar a provar alguno de esos cóctails de los que habla en su blog electoral. Por lo que leo de los autores de allí -Monzó, Pàmies, Moliner- gustan mucho los cocktails, la mezcla, igual que en el Parlament.

11 octubre 2006

Por comentar algo


Una de las cosas más interesantes y novedosas del fenómeno blog es la capacidad de crear un canal de comunicación entre el administrador de la bitácora -que normalmente es el mismo que escribe en él- y los visitantes que exponen sus opiniones en él. En buena medida se puede afirmar que un buen blog es aquel en el que se establece un canal de comunicación intenso y exigente entre ambas partes.
Por eso uno dejó de incluir enlaces a los blogs del "grupo extremeño" -así lo bauticé yo- que tienen sus blogs enlazados entre ellos -y creo que deben ser, casi, sus únicos lectores- formado por Álvaro Valverde, Gonzalo Hidalgo Bayal, Santos Domínguez -este es el mejor, de obviedad en obviedad sin decir nada interesante- que no dejan a los lectores opinar de sus post. Lo veo lógico, porque son unos espacios dedicados al autobombo -personal y del grupo- y a la vendetta, así que los lectores son meros convidados de piedra en el asunto.
Otros son los mediáticos -los que cuentan con el apoyo de alguna empresa que los difunde y promociona- como los de Arcadi Espada o de Alejandro Gándara. Allí opina todo el mundo, y es se nota. La media del intercambio es paupérrima, pero no ya sólo desde un lado -el del lector- sino desde ambos, porque la realidad es que uno crea su audiencia desde su tribuna, y la mejor manera de formar al grupo de lectores es plantear un debate de una cierta altura.
Eso sucede, por ejemplo, en el caso del blog de Vicente Luis Mora. Y sucede, exactamente, lo que acabo de comentar. Cuando el post trata de poesía y demás aparece una verdadera marabunta de potastros y demás seres que debería inventariar un entomólogo diciendo verdaderas tonterías, planteando riñas personales, y demás material escatológico. Pero, en otros momentos, el intercambio de ideas toma verdadero fuste, y nos hace creer que en esto de los blogs hay un futuro, un canal marginal en el que intentar apresar la verdad.
Por supuesto, he evitado incluir este blog en alguna de las categorías mencionadas. Me da miedo pensar en cuál está.

10 octubre 2006

De lo más increíble

A todos nos ha pasado algo que no nos creemos. No es ya que cuando lo contamos entre caña y caña nadie se trague lo que le contamos, por muy honestos que seamos, sino que nosotros mismos pensamos que, de venir otro y contarnos eso, tampoco le creeríamos. Pero nos suceden.
Pues de eso va este concurso, de cosas increíbles, inverosímiles que os han sucedido. Nadie las cree, nadie piensa que puedan ser verdad, pero lo son. Y este es el momento de contarlas. La mejor se lleva el libro Voinóvich, Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin. De Libros del Asteroide, el tipo de editorial que monta alguien después de haber andado por Planeta, con esos libros que te gustan y que nunca te dejaban editar los de mercadotecnia.
Suerte.

09 octubre 2006

Me gustaría haberlo dicho en hexámetros


Andar una hora desde la estación de metro de Estrecho hasta la plaza de Cascorro, a las siete de la mañana de un domingo, solo, caminando por la calzada a ver si uno pesca un taxi salvador que lo saque a uno los antes posible de esas calles en las que no ve más que borrachos volviendo a casa, peleas de prostitutas y chulos, algún pobre trabajador que no conoce eso del día del Señor, y, ya llegando casi a casa, a los primeros compradores del Rastro, es lo más parecido a ser Orfeo volviendo del Hades, confiando en que a su espalda le sigue Eurídice.
Pero lo peor de todo es saber que Eurídice había preferido quedarse en casa. Ni invitar a Orfeo a acompañarla en el infierno ni irse con él de vuelta a la tierra de los vivos.
Volver a casa solo, y sentirse abandonado.

08 octubre 2006

Las jornadas cotidianas

Con este título, que parece sacado de una novela balzaquiana, y en realidad es una traducción libérrima y algo porteña del título de una de las canciones inmortales que Robert Smith nos ha legado en los discos de The Cure, creo que uno dirige bastante bien el campo de actuación del libro de Kjell Askildsen que acaban de traducir en Lengua de Trapo: Los perros de Tesalónica.
La lectura del mismo puede hacer pensar lo contrario a un meriodional de los que tenemos las terrazas de los bares a nuestra disposición durante más de medio año, pero nos equivocaríamos. La frialdad, la incomunicación, el entorno turbio que sabe dibujar Askildsen en sus relatos no parece que sea algo excepcional. Lo más desasosegante de ese ambiente en el que se mueven los personajes es que uno no tiene ni por un momento la duda de que se trata de la rutina, del día a día de sus personajes, lo que hace sus vidas -ya la representación de las mismas en estos cuentos- tan inquietantes.
Los matrimonios que toman conciencia de que ya no se quieren, que se ocultan cosas, que se mienten, que pueden cambiar en cualquier momento de vida y de pareja sin que su vida se trastocase, los que recuerdan una imagen violenta de un país mediterráneo como ejemplo de ese calor que han perdido en su relación.
Un lector como lo somos nosotros, que conoce los fiordos por los documentales de la 2 y al que cualquier prado con una casita de madera se le asemeja mucho al "paraíso" que tanto ha soñado para vivir su jubilación, puede caer en la trampa de imaginar que esos paisajes aparentemente idílicos no cuadran con las historias que nos cuentan; pero esos lugares fríos y solitarios son un fiel reflejo de la angustia de los personajes que se mueven en ellos.
Los incestos nunca consumados, las infidelidades, la incomunicación se muestra así cotidiana, perfectamente reflejada en el entorno, en las rutinas. Y esa monotonía carente de actividades y llena de inquietud se transmite en una prosa seca, escueta -ahora se llama minimalismo, aunque nunca ninguna de las lumbreras de la modernidad haya dicho que la meseta castellana es minimalista-, de una austeridad cautivadora, que sirve como perfecto modelo de la escasez de comunicación de hechos, de los personajes. Traductor de Beckett al noruego, el autor de estos textos ha asimilado de un modo perfecto las posibilidades del "no decir", del transcurso soterrado de la existencia bajo una capa de silencio que no somos capaces de romper, como si se tratase de la grusa capa de hielo que condena la vida bajo las aguas de un lago en invierno.
Solitarios, incomunicados, la soledad de los personajes de Askildsen los hace ser observadores, voyeurs de su propia vida, que espían con la conciencia de culpabilidad de los que se saben inermes para solucionar su propia existencia. Y, usando un mecanismo prodigioso, logra que el lector se sienta también espía de esas vidas desoladas, y que, del mismo modo que esos personajes se espían entre sí buscando esa vida que la incomunicación les hurta, uno se sorprenda desgranando esos momentos en que se tiene la sensación de que no vivimos los días que nos han tocado.
Ayer regalé este libro de cuentos en un cumpleaños y lo leí la tarde anterior a la fiesta, como suelo hacer siempre con los libros que regalo para asegurarme de que no la he cagado, con una creciente ansiedad. Algunos de los invitados a la fiesta me comentaron que me notaban algo frío, me da miedo pensar que he interiorizado demasiado el libro. Es lo suficientemente bueno para que sea así.

Kjell Askildsen Los perros de Tesalónica Lengua de Trapo, Madrid, 2006

06 octubre 2006

Hojeando los suplementos "culturales"


Vivimos tiempos extraños. Nuestro entorno se rige por la lógica más despiadada, que bajo la máscara de la “lógica del mercado” nos impone unos modos de vida regidos por el consumo, lo fungible, lo tangible, todo lo manipulable e instrumental entra dentro de las directrices del mercado, y por tanto dentro de lo social. Pero hay una realidad que se escapa a eso: lo privado, nosotros mismos, nuestras dudas e inquietudes, nuestros sueños, nuestros miedos y nuestras esperanzas. Nos hemos agarrado como si se tratase de un clavo ardiendo al imperio de la lógica, del silogismo. Y ese pozo del que sale lo más puro que tenemos, nuestra misma esencia que apenas sabemos observar y que intentamos entender, desentrañar, se ha abandonado. El pensamiento mítico, la elaboración de ritos y mecanismos que nos permiten sobrellevar mejor la existencia se ha abandonado en un recodo del camino. ¿Y para qué? ¿De qué nos sirve alejar la enfermedad y la muerte de nuestras vidas, recluyéndolas en hospitales, en fríos e impersonales tanatorios que cada veinticuatro horas contienen un duelo distinto? ¿De qué nos sirve reprimir nuestros instintos, olvidar el origen animal –excepto los bioquímicos, que no dejan de explicarnos todo lo que tenemos en común con un mono a nivel genético, lo que usan los teólogos para recalcar que esa diferencia es la mano de Dios- en pos de una “civilización” que nos embrutece cada vez más y convierte las urbes, la civitas, en una jungla?
Escribir no es trazarse una senda a seguir camino de la mesa de novedades de las librerías, escribir es un acto casi suicida en el que buscamos lo que tememos encontrar: a nosotros mismo. El consejo del oráculo délfico sigue siendo hoy el objetivo de todo autor. Conocerse a uno mismo es, en buena medida, conocer al ser humano y por extensión a cada uno de los individuos que forman nuestro entorno: la sociedad. El escritor emprende una búsqueda que, en la mayoría de los casos, no va llevarle a otro lugar que no sea el fracaso, pero la emprende con la certeza de que debe disfrutar del viaje, de ese camino, puesto que es ahí donde radica la vida, y por extensión la escritura.
Todo hombre elige cómo vivir en su entorno privado, y decide en conjunción de otros hombres libres el destino de la sociedad en el marco de lo público. Son los dos ámbitos en los que el mercado no debe entrar. Por eso, cuando uno piensa hasta que punto el tercero de los lugares de relación, el del ágora, el mercado, se solapa con los dos entornos que nunca debería pisar: el privado y el público, uno se pone a temblar de la deriva de la sociedad en la que nos movemos.
Escribir nos protege de eso, porque excluye por definición al mercado. Pero este usa ahora la literatura como una mercancía más. La literatura no se vende, la literatura no está en venta. Usemos sus silogismos: Lo que se vende no es literatura.

03 octubre 2006

¿Y tú qué haces aquí?

Cuando, ahondando en el tópico de la "cultura versus la televisión", alguno de esos santones que despotrican contra un sencillo eletrodoméstico como fuente de todo mal social comienzan a poner verde un programa como Crónicas marcianas yo acostumbro a pararles los pies. No por nada personal, ni porque uno fuera fan del programa o porque me guste incordiar –bueno, un poco de lo último sí que hay- sino porque me parece que los que critican dicho programa olvidan decir dos cosas: que si lo critican tanto y con tantos datos sería porque lo veían por costumbre, y que si lo veían es porque les resultaba divertido. Y eso es lo que pretende dicho programa, no creo que Javier Sardá haya pretendido, nunca, ser Hegel.
Yo no tengo empacho alguno en decir que lo veía, la mayoría del rato con el volumen desconectado, porque con el volumen bajo ya se escuchaba a algunos de los contertulios del programa gritar, pero siempre atento al momento en que Juan Carlos Ortega y Empar Moliner hacían acto de presencia. Y ojo, que tampoco estoy cayendo en el esnobismo fácil de lo que aseguran que dejaron de verlo en el momento en que Galindo, Mariano Mariano –ese que ahora participa en el de veras vomitivo programa del baile donde sale la Nietísima-, Fuentes y demás dejaron el programa. Nunca durante todo el tiempo que duró su emisión hubo un colaborador tan surrealista, tan extraño e irónico como Ortega, nunca alguien tan ácido y a la vez cándido como Moliner. Y son los de la última etapa, los que salieron "vencidos" por Buenfuente -por cierto, habrá que seguir la campaña electoral catalana ahora que Montilla se va a lanzar a los monólogos con uno de los guionistas del Terrat.
Porque Empar Moliner sabe ser ácida bajo la capa de una candidez idiota sólo en apariencia. Parece uno de esos que "no se enteran de nada" y, en realidad, lo capta todo. Como todo lobo medianamente listo, sabe que basta con ponerse la piel de oveja para que te tomen por una de ellas. Moliner ataca la realidad desde la más rotunda lógica, y demuestra la irracionalidad y estupidez del mundo que nos rodea. Eso se puede ver en sus cuentos, verdaderamente fantásticos, pero se aprecia de un modo más directo en sus artículos, en los cócteles de desparpajo e ironía que escribe para los diarios.
En un país como el nuestro, donde el escritor al que se le cede una columna en la prensa la usa como púlpito desde el que reconvenir a los ilusos, o como estrado desde el que "enseñarnos a pensar" y ver el mundo a su modo, resulta muy refrescante una escritora que no cae en el tópico de la manera distinta de hacer literatura al discurso machista –como ocurre con Montero o Torres, posiblemente las dos popes de la literatura femenina de prensa, ya que no necesita protegerse en su genitalidad para que se la escuche, le basta con decir cosas originales y bien pensadas- o de la admonición desde la tribuna pública. Uno tiene la sensación de que Moliner se limita a no apagar el cerebro mientras pasea por la calle, mientras ve la tele, al leer el periódico, etc. En vez de colocar el piloto automático del día a día, ella ve, saca conclusiones, de la mayoría de las idioteces que hacemos o nos hacen a los ciudadanos. Señala, con un humor, siempre irreductible, tanto las acciones ilógicas que asumimos como normales, como las decisiones absurdas que aceptamos como meditadas y, resumiendo, nos enseña la verdadera cara del entorno descerebrado en el que solemos relacionarnos.
Toda persona que quiera reírse un poco de sí misma y encontrar una mirada cómplice sobre el tonto mundo que construimos debiera leer este libro. Los que no, siempre teniendo en cuenta que están en su derecho, pueden seguir formando parte del engranaje sin hacerse pregunta alguna. Como reza el dicho: felices como lombrices.
Empar Moliner Busco señor para amistad y lo que surja Acantilado, Barcelona, 2005