Álvaro Enrigue, en un artículo publicado en El Universal para elogiar la estupenda novela que Lina Meruane ha publicado casi a la vez en Chile, Argentina y España y que se distribuye en México con profusión, citaba a Cristina Rivera Garza a vueltas con la costumbre, extendidísima ya, de vender un libro con argumentos parecidos a los que yo he usado para hablar de la recopilación de artículos de Zambra. Coincido con Rivera Garza y con Enrigue en que “Siempre me ha parecido por lo menos paradójico –decía la autora– que para promocionar un libro… se diga de él que se lee con una facilidad tal que casi parece que no se le está leyendo.” Es más, seguro que el propio Zambra coincidiría con nosotros, y ante todo destacaría que quiere que su libro No leer, paradójicamente, sea leído de modo consciente como tal. Pero también coincido con Enrigue y su artículo en que a veces los narradores logran que, sin reducir un ápice la excelencia de su texto, logren obligar a un paréntesis en que el lector posterga todo lo que no sea la lectura. A mí, todavía, me sigue pareciendo uno de los síntomas más contundentes de que un libro me está llegando, el hecho de que sola y únicamente me apetece seguir leyéndolo, y el resto de tareas u obligaciones de mi vida pasan a ser nada más que molestos entretenimientos cuya única razón de ser parece ya la de apartarme de la lectura. Sí, así de subjetivo y neurótico puede ser el ensimismamiento de la lectura -el "ensumismomiento", habría que decir con más propiedad-, y por eso disfruto como un niño con zapatos nuevos cuando una novela me lo proporciona. Algunos amigos me reprochan que prefiera Estrella distante o Nocturno de Chile a Los detectives salvajes, cuando el único motivo real y cierto es el que he mencionado: cuando encaro la novela protagonizada por Ulises Lima y Arturo Belano no me atrapa como lo hacen las otras, que no puedo soltar y que me alejan del mundo que me rodea durante su lectura.
Pero, como el lector atento habrá notado, siempre se nombran novelas para ejemplificar esa voracidad lectora. Quizás porque en el fondo todos los lectores tenemos un lector portera latente que ansía saber qué pasa en las vidas de los otros -perdón por el matiz machista de definir a un lector cotilla como lector portera, pero estéticamente me gusta cómo suena-, y por eso cuando una historia nos fascina nos dejamos llevar por ella. Pero el libro de Zambra es una recopilación de ensayos, y pese a carecer de una trama la he devorado cada vez que la he tenido entre las manos. Conviene, entonces, pensar en el por qué de esta bulimia lectora.
Lo primero que me ha llamado, siempre, la atención de este libro es la postura desde la que está escrito. La del amor total y absoluto por la literatura, más allá de condicionamientos mercantiles o profesionales. Desde la primera a la última línea, Zambra construye un crítico coherente, razonado, capaz de dedicarle el tiempo necesario a un libro y de escuchar lo que el autor tiene que decir con él y cómo lo dice. Ya sólo por eso habría que agradecer el libro. La crítica actual está muy deteriorada, y cada día es más promoción, herramienta de ascenso social o pataleta de lector vago incapaz de entrar en un libro. Eso es lo que encuentro en la mayoría de las publicaciones, virtuales o no, que me llegan. Pero Zambra llega, incluso, a burlarse de sí mismo, del lector que fue y de cómo los años y las lecturas lo han refinado, hasta el punto de captar más matices, de establecer una relación más sofisticada con los libros que caen en sus manos.
Por otro lado, es capaz de extraer petróleo de cada lectura. Las citas que aparecen en el libro, espigadas de los textos que comenta, son siempre excelentes e iluminadoras, y no sólo hablan muy bien de sus autores, sino del lector-crítico capaz de ubicarlas y compartirlas. Insertadas, además, en un discurso, en una propuesta estética que se aleja radicalmente de casi todo lo que se nos suele vender. Zambra sabe muy bien que la lectura es un diálogo minoritario y chueco, donde uno no sabe nunca cómo son interpretadas sus palabras que, eso sí, pueden visitarse una y otra vez gracias a que están fijadas en la escritura.
Zambre tiene un tino único para leer. No sólo porque comparte muchos de los gustos con uno -aunque eso me parece ya un motivo válido para celebrar su gusto- sino que consigue despertar en el lector el deseo de leer eso que no ha leído. Muchos, por no decir casi todos, los libros chilenos de los que habla son territorio virgen para mí, y eso convierte a No leer en una guía idónea para explorar terrenos nunca hollados.
Pero, por encima de todas estas cuestiones, desde el primer momento me gusta de este libro su título y la lectura que hago de él. Cuando me han preguntado por mecanismos de promoción de la lectura -sí, a veces lo han hecho- siempre he respondido que la mejor medida sería prohibirla. Yo veo que la gente disfruta mucho más haciendo cosas prohibidas, que no dejan de hacerlas por estar prohibidas, de hecho, y que se esfuerzan mucho más para poder realizarlas que si pudieran hacerlas de modo libre y público. Así que siempre he pensado que la prohibición es la mejor promoción. Me miran raro cuando lo digo, pero lo pienso de veras. Así que un libro como No leer me llama la atención desde el primer momento, y creo que si lo leo de cabo a rabo sin detenerme y postergando cualquier distracción es, precisamente, porque entiendo que se me está vedando la lectura desde el inicio. Y no me queda otra que leerlo, obvio.
Por eso, con justa coherencia, les prohíbo que lo lean. No está en mi mano, como es obvio, velar por la dicha prohibición, sospecho que ni siquiera estoy habilitado para ejercer esa prohibición. Pero no quiero dejar de hacer todo lo que esté en mi mano para que este libro tenga lo que se merece. Y su autor, ojo con el autor, hay qeu vigilarlo de cerca.
Alejandro Zambra No leer Alpha-Decay, Barcelona, 2012. Universidad Diego Portales, Santiago, 2010.
Foto de Natalia Espina