21 junio 2008

Palabras sobre imágenes

¿Imagen vs palabra?
Una de las frases más idiotas, y quizás por ello más repetida, es la de que una imagen vale más que mil palabras. Dejando a un lado el evidente mensaje mercantil de la misma, eso del valor tiene un aire verdaderamente repugnante, revela la afición por la simplificación del pensamiento, de lo cómodo, de lo verdaderamente necio de mezclar las churras con las merinas. Una imagen no vale ni una palabra, del mismo modo que una palabra no vale ni una imagen. Una cosa tiene poco que ver con las otras.
Lo que sí se puede hacer es usar, por ejemplo, palabras para hablar de las imágenes. De eso hablaremos en este texto. En particular de dos modos interesantísimos de narrar con imágenes, de transmitir sensaciones y pensamientos, sentimientos por tanto, a través de la imagen.

Basilico, la lentitud de la mirada.
Uno de los tópicos más reiterados de la fotografía es la de que esta es la plasmación de un instante. La fantástica obra fotográfica y las insoslayables –perdón por parecer Armas Marcelo- reflexiones en torno a la fotografía de Cartier-Bresson han facilitado que para muchos la fotografía no sea más que ese instante decisivo del que hablo el fotógrafo galo. Y es cierto que la fotografía es eso, ese instante único, captado por el fotógrafo que pasaría desapercibido en la velocidad del perpetuum mobile que es la vida. La fotografía que nos revela rincones inéditos de la realidad en su capacidad de fijar artificialmente el transcurrir del tiempo.
Pero hay también otros modos de usar la fotografía en relación al tiempo, no sólo fijarlo sino, sorprendentemente, comprimirlo. La fotografía puede encapsular, guardar tiempo, y es ese tipo de imagen la que acerca la fotografía a la narrativa. El instante decisivo es una visión totalmente lírica, la fijación de una imagen significativa, pero ¿poder introducir el lento mirar, la lenta construcción de una imagen? Ahí tenemos una mirada narrativa. Una mirada que obliga al espectador a detenerse ante la imagen y a reconstruir el proceso de numerosos detalles, de sucesión temporal, que se produce en el lenguaje. Utilicemos a Borges, que viene muy bien para quedar posmoderno en los debates de los cafés. En El Aleph introduce de este modo la descripción de la visión del Aleph en el sótano de la casa de la familia Viterbo: “lo que vi fue simultáneo, lo de que describiré sucesivo, puesto que el lenguaje lo es” –cito de memoria, así que puede no estar perfecta. Uno, cuando mira las fotografías de Cartier-Bresson, las de Capa, las de la primavera checa de Koudelka, tiene la sensación de que la imagen es simultánea, que se ha fijado un instante en nuestro imaginario común. Pero no sucede lo mismo con la fotografía de Walker Evans, la de Koudelka cuando se dedicó a la fotografía más artística y no tanto al fotoperiodismo, y, cómo no, la de Basilico. En esas fotos uno tiene la sensación de que se ha encapsulado tiempo, que todo el proceso de esa fotografía, la meditada observación, la elección del enfoque, el tiempo necesario en determinar todos y cada uno de los elementos de la misma, debe ser devuelto por parte del espectador con la misma morosidad, con la misma atención, con la misma atenta y detenida mirada con la que se reconstruye en la cabeza un texto narrativo. Es una fotografía sucesiva, no simultánea, y por eso maravilla que el fotógrafo haya sabido ir más allá del mero acto mecánico de elegir la fotografía y apretar el disparador, hay un proceso de construcción de la imagen que debe recordar, obligatoriamente, al del escritor construyendo su discurso. No es el fogonazo lírico del poeta, sino la demorada meditación del narrador. Ojo, que nadie se confunda, lo uno no es mejor que lo otro, son distintos y punto.
No creo que sea casual la atención que Basilico ha dedicado a fotografiar edificios. El premio de la Fundación Astroc puede inducir a engaño. No se trata, tan sólo, de bellas fotografías de edificios, que parece ser lo que busca un premio así. Ni se trata de la mirada de un estudiante arquitectura que sabe buscar los mejores perfiles de esos edificios. No, se trata de profundas reflexiones sobre la construcción: la del edificio, la de la fotografía, la de la mirada. La de la vida.
No es casual que cuando uno se enfrente a una de las imágenes captadas por Basilico caiga en una relajación, la de la contemplación de la naturaleza. Basilico logra transmitir el vacío, el aire que contienen los edificios, la vida contenida dentro del arte, de la narrativa. A mí me interesa mucho su trabajo precisamente por eso, porque me parece que va mucho más allá de una fotografía estéticamente agradable.
Hay que celebrar, por ello, la edición de un libro con las reflexiones que, sobre su trabajo, se ha visto obligado, o necesitado a realizar. Un texto muy recomendable para los que gusten de su trabajo, para los que disfruten de la fotografía y para los que quieran leer pensamiento sobre la imagen. Y, para los que no conozcan el trabajo y la trayectoria del fotógrafo milanés, es una oportunidad única de dejar pasar muchos minutos observando las fotógrafías que se reproducen en el volumen. Una delicia.


Narrativa gráfica
El cine sonoro mató la espectacular evolución del cine en sus primeros años. No creo que esta afirmación escandalice a nadie, no soy el primero que lo dice ni el único que lo opina. Si uno estudia la narrativa cinematográfica apreciará que casi todos los recursos estaban ya en el cine mudo. Algo parecido sucede en el cómic, donde la presencia del bocadillo y de los textos de apoyo llega, a veces a sepultar la narrativa gráfica. Hay que aclarar, eso sí, que este texto debería estar incluido en una antología de ficción, porque, de hacer caso a los señores prostáticos de la RAE, no hay más lenguaje que el verbal ni más narrativa que la compuesta de palabras. Fascinante. Luego se extrañarán cuando les digan que son una institución anacrónica.
Además, una de las cosas más sorprendentes de la actual atención que está provocando el cómic, con verdaderas idioteces como la de utilizar la expresión “novela gráfica” para lo que siempre se ha llamado álbum, porque parece que le otorga prestigio lo de “novela”, es que dicha revalorización se está realizando a costa de la verdadera esencia del género. Un cómic no es literatura con dibujos, ni es cine con textos. Cuando uno lee que una obra estupenda como Maus es el mejor cómic de la historia no puede evitar sonrojarse, por vergüenza ajena, claro. Más allá de que toda obra sobre el Holocausto judío ya parece recibir una mayor y más benévola atención de la crítica y el público, resulta evidente que la capacidad de narrar con imágenes de Spiegelman es bastante escasa. Es un cómic muy reiterativo, plano gráficamente, lleno de texto, y está relacionado de modo palmario con la escritura. Algo parecido sucede con los trabajos de Joe Sacco, verdaderos muros de palabras con imágenes de una bisoñez disuasoria. Y se está obviando a autores que sí conocen los recursos del género. A todos estos parvenus a la lectura del cómic porque ahora se lleva habría que recordarles la existencia de una obra maestra, Entender el cómic de Scott McCloud. Se trata de un texto de máxima calidad que permite entender los mecanismos de un cómic, y comprender, por tanto, que el estupendo trabajo de Spiegelman y Sacco no investiga en todas las posibilidades del género y que esas valoraciones dan, sobre todo, la medida y criterio de los que las hacen.
Pues bien, todos estos comentarios van destinados a elogiar la labor de dibujantes tan arriesgados y puros –el elogio, lógico y natural, del mestizaje, no debe hacer olvidar las virtudes de la pureza-, como Thomas Ott. Su trabajo ha sido orillado en exceso por causas un tanto absurdas. ¿Su estética tiene demasiado que ver con los cómics de la EC? Pues sí, pero no creo que se deba despreciar una obra por cuestiones estéticas. Yo entiendo que alguien no cuelgue un cuadro surrealista en su salón, pero de ahí a despreciarlo por ser surrealista es tonto. Otra de las razones es lo macabro y algo feísta de su trabajo. La oscuridad y cierto aire lóbrego al trabajar con blanco sobre negro –bueno, realmente transmite la sensación de que raya la superficie negra para dejar ver el blanco que subyace-, es otra de sus personalísimas técnicas, que muchas veces parece alejar por su dureza al lector. Pero las razones para defenderlo son las mismas. Lo verdaderamente interesante es cómo es capaz de narrar tan sólo con imágenes. Los cómics de Ott cumplen con todos los preceptos de una narración gráfica de una pureza excepcional: no hay textos de apoyo, no hay bocadillos, tan sólo imágenes, una virtuosidad pasmosa de narrar tal y como lo hicieron los grandes cineastas expresionistas alemanes del cine mudo.
Por si no fuera suficiente reto narrar sin usar más que imágenes, en el último de sus álbumes, llamado El número 73303-23-4153-6-96-8. Dicha secuencia numérica, que encuentra el verdugo en la Biblia que tenía el condenado, marca todo el desarrollo argumental del libro, ya que todos los hechos que van ocurriendo siguen, siempre, dicha secuencia. Más allá del verdadero disfrute de comprobar la capacidad de Ott de mantener el interés del lector, sorprende lo férreo del trabajo de distribución de página. Siguiendo un esquema de cuatro viñetas, que pueden transmitir una sensación de cierta monotonía, logra conjugar viñetas a página completa, unir algunas para lograr composiciones de tres y demás. Lo que viene a ser lo mismo: lograr transmitir con cuatro posibilidades de que lo que se está poniendo en práctica es un catálogo infinito.
Se le puede pedir más: que a veces transmite cierto estatismo y parece más preocupado en lograr ilustraciones que en narrar a través de la secuencia de viñetas, que es algo reiterativo en sus temas. Sí, a todo hay que decir que sí, y que aún así logra contarnos lo que quiere y deleitarnos. Y sin una sola palabra, todo con imágenes. Narrativa gráfica –esa que según la RAE no existe- de primera categoría.