Mercedes Cebrián & Ismael García Abad, 13 viajes in vitro, Blur ediciones, Madrid, 2008
«La ética es la estética del futuro.»
Lenin
«La verdad es siempre revolucionaria.»
Gramsci
«Y es que el público es un examinador, pero sin duda uno distraído.»
W. Benjamin
09 septiembre 2008
El viaje virtual
Uno puede cometer el error de pensar que estos viajes son "falsos". Pero eso supondría entrar en colisión con la idea de verdad. ¿Un viaje es tan sólo un desplazamiento? De ser así, viajar es cruzar a ciudad para comprar una lámpara y una cubertería barata pero con aspecto bonito en el IKEA. De ser así, viajar es el turismo de masas en el que todo consiste en comprobar lo fidedigno de las fotografías que uno ha visto mil veces en las revistas y largarse luego al macdonalds más cercano porque sabemos cómo va a saber la doble con queso. No, viajar es otra cosa, y este libro es un modo idóneo de demostrarlo. Hoy para viajar no hace falta tener que empazar la ropa y aguantar las colas de facturación de las compañías de bajo coste, disfrutar del paisaje como nos vende Renfe, o disfrutar de las procesiones de semana santa a la entrada y salida de las ciudades. No, hoy se viaja en el ciberespacio, el la mente, y en la cultura. Todos los viajes de este libro, estos trece proyectos de viaje. generados en un laboratorio con la intención de experimentar una serie de sensaciones y conservar un inventario de recuerdos más o menos creíbles son, en realidad, los viajes del futuro. No me cuesta imaginar un mundo en que los viajes alrededor del mundo sean experiencias que en realidad tenemos casa noche conectados a nuestros ordenador, y donde las experiencias comunes pueden ser vistas desde la distancia con la conveniente dosis de ironía. Ligeros, intrascendentes como las escapadas llenas de encanto que se nos venden desde los suplementos de viajes de los diarios, en estos viajes uno puede hallar, por encima de cualquier otra cosa, la mirada de su autora -me voy a permitir obviar el trabajo, correcto y poco más, que no es poco, del ilustrador-, que es capaz de hacernos meditar sobre lo que es el viaje en sí, sobre cómo asimilamos nuestros periplos y en qué medida esa asimilación no es otra cosa que un mimbre social más. Lejos de experimentar de modo personal, singular, esos viajes, parece que uno se viera obligado a contrastar el lugar que visita con el que habita, de remarcar las diferencias y las semejanzas en los modos de vida, y dejar a un lado la sencilla observación descargada de prejuicios y puntos de vista manidos. Hay un poema de Pessoa, un hombre que viajó poco, apenas la marcha a Sudáfrica siendo niño y el retorno a su patria de elección, Lisboa -y no Portugal-, en la adolescencia, donde se explica muy bien esto. el viajero pretende que el viento esté cargado de historias, el río de voces y el sol de recuerdos, mientras que el lugareño ve tan sólo el fluir del río, se calienta con el sol y se refresca con la brisa. Y basta. Quizá es ese viaje el que se ha perdido en el fondo de la memoria y el que conviene recuperar. Cebrián juega en sus textos a otra carta, una más cercana a Salgari -otro que no salió se movió de su Verona pese a escribir todas las novelas de Sandokán-, donde se usan los tópicos de cada uno de los lugares, de cada uno de los viajes. Pero, donde el escritor prototipo, el de las novelas previsibles a la venta en el VIPS y las columnas en el suplemento dominical con tono de abuelo cebolleta, usa los hitos y los lugares comunes para dar color -se puede ver esto fenomenalmente explicado en el texto que abre el Afterpop de Fernández Porta, donde se muestra la diferencia entre usar la cultura como referente superficial: Javier Marías, o como elemento constructivo de la historia: Ray Loriga, independientemente de la calidad de cada uno de los textos-, pues bien, en los textos de Cebrián, esas marcas que "dan color" son cuestionadas y analizadas, intentando encontrar el verdadero sentido de las mismas. O sea, que, esos "viajes falsos", no lo son en realidad. En estos viajes in vitro se recoge el espíritu de los verdaderos fundadores de la literatura de viajes, que pretendían dar fe de lo visto y entender sus causas. Hoy, cuando la realidad en la que nos movemos es ficcional, no se puede sino hacer un viaje cultural, metafórico y semiológico, desde el salón de casa, en el que intentemos entender esta ficción en la que vivimos y que construimos día a día.