10 septiembre 2008

Mucho de novela, poco de gráfica

Introducción
Mucho he leído sobre este libro desde que se editase, y he ido comprobando como ha ido realizando un camino lleno de elogios y de recomendaciones, que hacen augurar un buen futuro para el libro. Por otro lado, he leído que en algunas instituciones educativas tienen ya el libro entre las lecturas que se recomiendan al alumnado, y que alguno de ellos ha llegado a presentar una demanda para que el libro fuera considerado pornografía y retirado de esas lecturas recomendadas. Dejando a un lado la enorme cantidad de obras artísticas que deberían, siguiendo ese criterio moralista e hipócrita, ser prohibidas es fascinante -yo comenzaría con todas las pinturas, frescos y grabados en los que se ve a Cristo desnudo, a Adán y Eva desnudos y demás, a fin de cuentas, no sabemos qué pensamientos pueden despertar en la turbia mente de los jóvenes-.
Bien, dejando a un lado ese aspecto, creo que la obra de Alison Bechdel serviría para abrir un debate interesantísimo sobre cómo se producen estos éxitos populares y, en qué medida, dan una clara imagen de la pobreza cultural del mundo en el que estamos viviendo.
A mí la lectura de este libro -voy a insistir en no llamarlo cómic, tebeo o novela gráfica por lo que iré explicando a lo largo del texto- se me ha hecho sumamente incómoda, tediosa, y eso se debe, sin lugar a dudas a la pobreza narrativa del mismo. No deja de ser curioso que haya triunfado del modo en que lo ha hecho un término tan idiota como "novela gráfica", que es, quizás, lo único malo que se sacó de la manga Will Eisner.

La novela gráfica
Cuando, dentro de unos años, alguien venga a hacer la historia del cómic en España, se reirá mucho al pensar en cómo dimos un salto atrás sin apenas darnos cuenta. Hace muchos años, unos treinta para ser exactos, Will Eisner se inventó un nuevo término para vender una historia que tenía entre manos, se trataba de "Un contrato con Dios". Eisner, que había revolucionado el mundo del pulp con las historias de The Spirit, llevaba tiempo queriendo contar historias largas y ambiciosas, pero el mercado de los USA no tenía espacio para ellas. Entonces se fijó en Europa, y en particular en los álbumes que inundaban el mercado franco-belga. Por aquellos años, el cómic tenía un estatus muy distinto en el viejo continente. Aquí los autores podían publicar sus cómics dos veces. Primero por entregas, en revistas como Metal Hurlant, cabecera histórica para entender la evolución de la narrativa gráfica de aquellos años, y luego en álbumes. Podían tocar cualquier tema, tanto de índole personal como ficcional, erótico y a veces hasta pornográfico. Un año antes de que Eisner acuñase el término para colocar sus álbumes en el mercado yanqui, Moebius -heterónimo de Jean Giraud- había publicado El garage hermético, una obra fundamental para entener la libertad temática y creativa a la que llegaron los autores europeos por esos años -ejemplo de lo hondo que caló el tebeo entre los lectores de aquella generación es la cantidad de bares que, por toda Europa, rinden homenaje a aquel libro-. Así que Eisner se sacó de la manga una nueva realidad dentro del mercado de su país, pero de ahí a que lo sea para nosotros hay un largo trecho, en España leíamos muchos álbumes antes de que nadie comenzara a publicar aquí "novelas gráficas".
Lo curioso es que hoy uno se encuentre con una verdadera multitud de lectores que se acercaron al cómic desde sus lecturas de género superheroico y hayan entendido al buscar las raíces del trabajo de autores como Frank Miller que eso de las "historias adultas", largas y demás, se llama novela gráfica. Ahí comenzó el lío. Porque, aunque nos pese, la realidad es que la media dentro del periodismo -incluso el de sectores tan minoritarios como el del tebeo- es más bien baja, y normalmente un periodista repetirá como un loro lo que le han contado sin cuestionarlo ni investigar sobre ello-. Así que, un término como novela gráfica viene muy bien, porque permite ignorar la carga peyorativa de la palabra tebeo -se conoce que Mortadelo y Filemón no están a la altura-, o la carga "cultureta" de cómic -que se refiere a los que leen los raritos que tienen pósters de Tintín en casa, y de hecho los llaman affiches, los muy...-; y, al mismo tiempo, lo acercamos al "siempre prestigioso" terreno de la novela -ignorando que a lo largo del siglo veinte la novela ha legado desde Proust o Faulkner hasta Ricardo Boffil hijo o el cuñado de Ana Rosa Quintana-. Así es como se acuña un término que suene bien aunque no aporte absolutamente nada. Me recuerda a cuando los señores de Iberia decidieron que las aeromozas debían llamarse azafatas, que era un tipo de camarera de corte ya inexistente. Hoy tenemos azafatas en los aviones, en los congresos y hasta en las promociones de embutidos de los supermercados. Porque suena más bonito.

Narrativa gráfica
De todos modos, que se inventen un nombre para vender algo mejor no es algo nuevo, y no estoy tan loco como para que eso me aleje del disfrute de esos libros. No, lo problemático es que generan una nueva percepción de lo que es un cómic. El otro día comentaba con una amiga, fanática de Thomas Ott, uno de los más interesantes narradores gráficos de que disfrutamos hoy, que a mí de pequeño siempre me encantó El príncipe valiente. Entre otros argumentos para burlarse de esa afición infantil -la verdad es que yo disfrutaba mucho de esos cómics de niño, pero no sé si hoy me los metería entre pecho y espalda-, ella expuso que, en realidad, no se trataba de un cómic, que eran ilustraciones con pies de foto. Y en buena medida tenía toda la razón del mundo, porque cualquiera que ha leído la obra de Hal Foster sabe que se trata de postales a las que añadía los textos a pie de página. Las razones del por qué lo hicera pueden ser variadíasimas. Yo siempre he creído que es por una finalidad estética: este hombre dibujaba tan condenadamente bien que le tenía miedo a que un bocadillo tapara alguna filigrana o detalle que le había llevado horas. Hoy en día, después de la evolución que facilitaron creadores europeos como el mencionado Giraud o Hugo Pratt, después de Tintín y la línea clara, después de la invasión del manga -totalmente lógica si atendemos a los sofisticado de sus planteamientos estéticos y narrativos-, las historias del príncipe Val de Thule se han quedado muy, muy añejas. Casi hay que quitarles el polvo para poder disfrutarlas.
Lo curioso es que las "novelas gráficas" que hoy en día se nos colocan insistentemente abundan, de modo maquillado, eso sí, en el mismo defecto de carencia total de narratividad gráfica. Vamos a enumerar algunos ejemplos. Comencemos por Joe Sacco. Si uno lee algunos de los cómics de Sacco comprobará que sigue la estética más o menos feísta que se impuso en el underground yanqui a raíz del éxito de Crumb o Shelton, y que calza muy bien con esos reportajes cercanos al documental que él trabaja. Pero una de las cosas que hacen no incómoda, sino angustiosa la lectura de los mismos, son los bocadillos llenos de palabras que se comen a veces las viñetas. O sea, es un cómic donde la palabra tiene una presencia apabullante, y la narrativa gráfica queda en suspenso, a un lado. Al menos, eso sí, Sacco de vez en cuando se marca viñetas enormes con enfoques sorprendentes o composiciones arriesgadas, tonto no es, desde luego, pero leer En la franja de Gaza es someterse a una dura penitencia: la de leer muchísimo texto escrito con las mayúsculas nerviosas y vibrantes de una rotulación manual -lo que es doblemente cansado para la vista y, por extensión, para la lectura.
Maus, ya lo comentamos aquí, es considerado el "mejor cómic de la historia" porque trata el tema del Holocausto judío, lo hace de una manera atrevida, novedosa -siguiendo la estética aparentemente inocente de los funny animals pero llevándola más allá-, y eficaz. Tan eficaz que se hizo con un premio Pulitzer y, desde entonces, parece que hizo más respetable al género. Sirva como detalle decir que los dos primeros álbumes de Paracuellos no tienen nada que envidiar a la obra de Spiegelman ni en calidad, ni en compromiso, ni en capacidad de reflejar la maldad humana y, además, están mucho mejor dibujados y poseen una narrativa gráfica mucho más potente. Pero no tiene el Pulitzer, claro. Lo más curioso es que esa gente que habla del estupendo -porque es estupendo, ojo-, libro de Spiegelman como el "mejor cómic de la historia son, en la inmensa mayoría de los casos, gente que ha leído muy pocos tebeos. Incluso del Super Humor o de Pulgarcito. Muy poco. Porque de haber leído más se habrían dado cuenta de que la narración es muy torpe, hay una reiteración de planos que la hace algo cansina, una enormidad de textos que, muchas veces son pleonásticos y que no hacen más que repetir lo que se narra con las imágenes y que el esquematismo del dibujo hace que, en algunos pasajes, la historia pierda efectividad. Es lo que tiene la isocefalia, o la poca destreza en el dibujo. O sea, una vez más, estamos ante un cómic que les gusta a los que no han leído muchos cómics.
Y, para terminar esta enumeración, hablemos del libro que nos ocupa: Fun home. Una familia tragicómica de Alison Bechdel.

Mucha literatura y poca narrativa gráfica
Si uno se acerca a este libro verá que, para su elaboración, su autora ha leído mucho. Ha leído a Proust, ha leído a Wilde, a Colette, a Scott Fitzgerald, y muchos otros textos. Todas esas lecturas se ven perfectamente reflejadas en el texto, pero no a efectos internos, de estructura, de construcción de la trama. O sea, no son alimento creativo, sino que hay una cierta exhibición de las mismas. A lo largo de las viñetas del libro vemos que su protagonista, la autora, lee mucho, pero que mucho, como lo hacía su padre. Y que todas esas lecturas, siempre cercanas a las experiencias homosexuales o lésbicas -la verdad es que en el libro hay poco más que eso, se ve por ahí a Tolkien y poco más, quizá haya que ver en la amistad de Frodo y Sam una relación homoerótica-, se han usado como continuo espejo para la narración. Uno llega a pensar que en esta narración autobiográfica, memorialística, hay un exceso de literatura. Como si el hecho de que hubiera tanto libro le da mayor empaque a la historia, le da una mayor altura. Toda la narración usa, muchas veces de un modo distorsionado e interesado -lo que no está mal, la cita se transforma en todo texto dependiendo de las necesidades el autor que cita-, esos libros para entregar información al lector. Citas, cartas -que aparecen con una rotulación que, supongo, pretende reflejar de modo verosímil lo que es una carta manuscrita o un diario, pero que en muchos casos se hace casi imposible de leer- y textos de apoyo. Una continua voz en off, una marcada concesión a la radionovela, al narrador cómodo, a lo que sólo cuando es imprescindible se debe rebajar un narrador gráfico. ¿Para qué hacer un cómic, narrar con imágenes, con viñetas, si uno finalmente opta por la palabra? Yo me he estado haciendo esa pregunta en todo momento mientras leía el libro.
Un libro que se lee, de todos modos, hasta el final. Porque la historia en sí tiene su interés: una chica lesbiana se entera de que su padre ha tenido relaciones homosexuales y se clarifica así ese extraño vínculo especial que siempre les unió hasta la trágica muerte del padre. La sinopsis es atractiva, desde luego, y la autobiografía de la autora es interesante y la transmite de un modo fresco, simpático. Bien es cierto que uno se pregunta, también, si no ve lógico que hubiera una relación especial con su padre por ser su única hija, frente a sus dos hermanos varones, o por su afición lectora. Pero, ya que todos habitamos en una ficción, es lícito que cada uno se construya la suya, y si ella prefiere entender que ese lazo tenía que ver con el modo en que ambos viven su sexualidad, pues no hay más que darle la razón.
Lo que no se comprende es que no haya escrito un libro ya que, desde luego, lo de narrar con imágenes no es lo suyo. Antes de que nadie se me eche encima, reconozco que hay narraciones visuales, películas, entregadas a la palabra, a la escritura. Todos los trabajos de la Duras en cine, por ejemplo, llegan a hacerse cargantes por eso, porque la omnipresencia de la voz en off y las imágenes de escritura demuestran hasta qué punto hay una escritora detrás de esos fotogramas. Una escritora, no una cineasta -por eso sus mejores trabajos fueron aquellos en los que buscó colaboradores que rellenaran sus huecos-, y ella nunca renunció a su labor de escritura.

¿Cuando sacan la película?
Al final, sí, llega la exposición de la teoría, el intento de explicarme el por qué de esta predilección por cómics marcadamente torpes. Yo creo que vivimos en una era de la imagen, nuestra educación es visual -la misma lectura es algo visual, en cualquier caso-, y más todavía audiovisual. Nos hemos acostumbrado a recibir las historias con imágenes, y parece ser que cada día cuesta más leer un libro, entregarse a una página llena de símbolos que requeiren de una labor de construcción del universo que nos proponen enteramente propia. Un libro no nos da fotos, dibujos, sino que tan sólo nos da palabras. Umbral decía, y Masats lo recuerda con gran oportunidad, que "una imagen vale más que mil palabras, sobre todo si la imagen es de Baudelaire".
Leer un libro con imágenes es, siempre, más socorrido. Los libros infantiles están llenos de imágenes, no sólo para que el niño se divierta o se vea atraído por ellas, sino porque le entregan un mundo. Cuando se es niño uno no ha almacenado toda la realidad que los adultos tienen en la cabeza, se necesitan iconos, imágenes, para que la imaginación -sí, fíjense en las raíces, semánticas, que no es casual- se ponga en marcha. Se conoce que este mercado voraz, al que llamamos contemporaneidad para no hacernos daño, sabe que ha conseguido prolongar nuestra niñez y adolescencia para poder colocarnos mejor los productos que nos quiere vender. Ya se sabe lo fuerte que es el deseo cuando se es joven. Y por eso nos entrega libros ilustrados que calmen la necesidad de esos libros de la infancia. En realidad, Sacco podría hacer reportajes como los de Kapuscinski si supiera escribir mejor, y Bechdel podría hacer una novela autobiográfica si escribiera mejor, y Spiegelman podría haberle pasado los guiones a un dibujante más hábil. En el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Hay un montón de testimonios sobre el despertar sexual, las relaciones paternas y la familia en las bibliotecas, pero muy pocos en la sección de cómic. Es más fácil destacar ahí. No digo que haya una elección consciente de dedicarse a un género más pequeño para poder despuntar en él. No, pero sí que es evidente que, con menos méritos, uno recibe más atención. Se dice muy a menudo que estamos viviendo una época de esplendor en el cómic, pero la realidad es que la mayoría de esas "piezas fundamentales" que se editan son reediciones o rescates de trabajos de hace años. Algo parecido pasa con la literatura, pero nadie dice que "estamos viviendo un momento de esplendor", ni monsergas por el estilo.
Este auge del cómic pobretón, cómodo y de escasa calidad, viene muy bien para que esos conocidos poco amigos de la lectura puedan cambiar la pregunta de "¿para cuando hacen la peli?" con que entraban en nuestras conversaciones sobre libros, por un "¿has leído tal o cual cómic?". Se siguen enterando de lo mismo, pero al menos ya no es el cuarto de baño el único lugar donde hay celulosa en sus casas.
Alison Bechdel Fun Home. Una familia tragicómica Mondadori, Barcelona, 2008