Cada vez que a algún político español se le llena la boca para hacer hincapié en la relevancia actual en el mundo de nuestro país me dan ganas de mearme de risa. No ya porque para ellos el signo inequívoco de esa importancia sea que José Luis Zapatero se vaya con otros ocho colegas a ver los efectos de un terremoto que todavía tiene a miles de personas “de campamento”, sino porque en España hace tiempo que se ha establecido la certeza de que ya estamos “a la misma altura” que los países más desarrollados. España, por una vez, se han enganchado al tren de la modernidad, no como venía sucediendo desde que, hace siglos, comenzó la decadencia de la dinastías de los Habsburgo. No sé si la medida de la modernidad la da el número de marcas comerciales entre las que elige el consumidor en una tienda.
Y, sin embargo, basta con echarle un vistazo a lo que ocurre en realidad en esos lugares donde sí se indica por dónde anda la modernidad para ver que lo de España sigue siendo cómico. Vamos a poner un sencillo ejemplo: el comunismo. Anatemizado, no se puede nombrar el comunismo si uno pretende pasar por alguien serio. Ya cayó el comunismo en el ochenta y nueve dicen unos –aunque sigue habiendo gobiernos comunistas en el mundo-, eso es una cosa del pasado –aunque al influencia del pensamiento de Marx y Engels se siga apreciando, sobre todo, en los textos teóricos de los think tanks straussistas-, y despacharlo con una apelación irónica a “todas esas ideas que se han demostrado utópicas” suelen ser las salidas habituales. En España el Partido Comunista se ha camuflado bajo unas siglas en las que se engloba toda una coalición progresista que, formada por militantes cada día más alejados de la realidad y reticentes a nuevas ideas, ve cómo tras cada cita electoral su presencia es menos relevante. E, incluso, se aprecia un desdén por parte de eso que se ha dado en llamar “alteridad” o “movimientos antiglobalización” hacia el comunismo, y un miedo casi atroz a ser calificados como tales cuando se habla de ellos en cualquier medio de comunicación.
Hasta cierto punto es normal. Algunos de los regímenes que se han reconocido como comunistas han quedado fijados en la historia como sanguinarios e inhumanos. Normalmente los que recuerdan de modo insistente esto suelen olvidar todos los desmanes de otros gobiernos dictatoriales o la salvaje depredación, ecológica y humana, que el capitalismo ejerce. Pero bueno, que unos sean unos desalmados no sirve como permiso para que lo sean otros. Un dictador de una ideología no justifica a otro de la contraria, eso es cierto, aunque muchas veces se olvide.
Lo curioso es que en España haya una tendencia casi unánime a olvidar la existencia de todo el pensamiento socialista, a ignorarlo. Esa España moderna se ha quedado, se conoce, en El fin de la historia y el último hombre –si citamos, citemos bien- de Fukuyama. Pero, lo que es peor, se han quedado en los resúmenes apresurados de los suplementos dominicales. Repasemos el libro de Fukuyama: La teoría que pretende demostrar es que el neoliberalismo ha logrado una de las tesis marxistas, la de una sociedad sin lucha de clases. Una sociedad sin debate ideológico, donde tan sólo las medidas económicas a tomar sean motivo de controversia. O sea: una mirada materialista. Puro marxismo. Otra cosa es que no sea un libro a favor del comunismo, pero está cimentado sobre él. Y sí, es que el capitalismo está montado sobre el pensamiento de Marx. Guste o no es lo que hay.
Quizás habría que recordar el interesante seminario que en el mes de marzo tuvo lugar en la universidad londinense de Birkbeck tuvo lugar: “Sobre la idea del comunismo”. Un debate en un marco universitario sobre esa “desfasada” realidad. Uno puede imaginarse a un grupo de viejos parlamentarios laboristas, algunos sindicalistas jubilados hace dos décadas y algunos jovencitos con poco gusto en peluquería. Eso es lo que muchos querrían pensar, que aquellas reuniones eran una muestra más de lo marginal de su presencia. Pero no, la nómina de participantes en el congreso es de altísimo nivel, posiblemente están algunos de los grandes pensadores del mundo de hoy: Badiou, Zizek, Negri, Eagleton, Hardt, Ranciere, Vattimo, entre otros. Casi nada. Por supuesto, no había un solo invitado español, quizás porque todavía están asimilando el libro de Fukuyama y, por descontado, no saben otra cosa de los de Negri y Hardt que el hecho de que están en las librerías. En España, incluso los catedráticos que postulan visiones marxistas se alejan del adjetivo como un gato frente a un barreño.
Hay que ser un poco más inteligentes y estar un poco más en el mundo. La influencia del pensamiento marxista sigue siendo hoy vigente, basta con echar un vistazo a cualquier edición de El capital, por ejemplo. Y, más todavía, entre los que parecen comulgar menos con el ideólogo del socialismo. Una de las muestras más evidente de la fragilidad de un discurso es la negación de cualquier otro discurso que pueda oponerse a él. Eso sucede con el neoliberalismo, y quizás es en ese flanco donde deberían meditar más sus apologetas. Por otro lado, lo que sucede en América latina, o la presencia en las sociedades más industrializadas de numerosos grupos “antisistema” son una muestra más de que, lejos de estar periclitado, el pensamiento marxista sigue siendo fértil.
Es una lástima que no haya ninguna institución cultural española que se atreva a afrontar un encuentro serio de la categoría del celebrado en Londres en que se deje espacio, sobre todo, al pensamiento. Pero, eso sí, lo importante es que a Zapatero le inviten Sarko y Papi a los Abruzzos. Y que CR7 sabe contar hasta tres.
Las ilustraciones son de Alexander Kosolapov,