08 diciembre 2010

Dejar la gaseosa sin cerrar


Cuando, hace unos años, La Cúpula publicó en España Como un guante de seda forjado en hierro, la existencia de un historietista como Daniel Clowes supuso un revulsivo enorme para el medio. En sus viñetas latía el verdadero horror y uno no podía, aunque en realidad fuera lo único que deseara, apartar los ojos de las páginas de ese cómic. En realidad se trataba de la unificación en un solo volumen de los primeros números de Eightball, una revista que se vio obligado a crear el propio Clowes para dar a conocer sus obsesiones transformadas en viñetas. Ahora, pasados los años, resulta cuanto menos intrigante saber qué ha pasado por la vida de Clowes para que se haya desbravado tanto su genio en el mediocre Wilson que se acaba de dar a conocer en castellano.
Lo primero que llama la atención de este último trabajo es que, se supone, es el primero que ha sido concebido como álbum. No es la recopilación de diversas entregas de su revista. Y si llama la atención es porque, donde estábamos acostumbrados a una sorprendente unidad, que hacía más indispensables las recopilaciones que las entregas periódicas para entender cabalmente la narrativa de Clowes. Pero, primera sorpresa, siendo como es un álbum concebido de manera global, es el más fragmentario de todos sus trabajos. Cada plancha es independiente y, aunque es a través de todas que se puede seguir la particular trayectoria de Wilson a la búsqueda de un amor de juventud y una hija cuya existencia era desconocida para él, cada una está montada como si se tratase de la plancha dominical de una tira de prensa. Se podría pensar que Clowes ha jugado a subvertir la idea primigenia del álbum y, donde todos habrían esperado una historia que usara la total libertad que ofrece el álbum, él ha preferido el doble reto de contar la historia de modo fragmentado, tratando cada plancha de modo singular.
Y aquí llega la segunda sorpresa. Si algo había caracterizado el estilo de Clowes era sus dibujos angustiosos y alucinados -que lo acercan al otro gran raro del cómic reciente yanqui: Charles Burns-, pero en Wilson, prefiere rebajar un poco ese estilo expresionista y hacerlo sencillamente grotesco y, en algunas planchas, caricaturesco, acercándolo mucho al cartoon de tira cómica más clásico. Podría haber funcionado en el caso de que se hubiera encargado de adecuar la elección de cada cambio de registro estético a una temática determinada. O sea, haber mostrado un estilo aparentemente más ingenuo para tratar unas cosas y el más realista para otras. Pero no, a medida que avanza la lectura del álbum uno se va convenciendo de que haber realizado la plancha de un modo u otro obedece más al azar que a ninguna otra razón, lo que echa a perder la idea de que hubiera una reflexión sosegada sobre el por qué de la elección entre las diversas posibilidades que baraja Clowes.

Resumiendo, que donde el lector acostumbrado a las inquietantes historias de Clowes, que penetraban en los temores más ocultos de la esencia humana, o que trataban de modo sutil pero siempre atinado las más desconcertantes brechas de las relaciones sociales, se encuentra en Wilson con la más ligera y descentrada de las narraciones de su autor. La más superficial y efímera de ellas, lo que convierte este álbum en el más prescindible de su autor y, por extensión, en la peor puerta de entrada a su obra. Esperemos que se trate tan sólo de un bache. Un bache en una trayectoria, no hay que olvidarlo nunca, excepcional, y que no queda empañada por este trabajo.
Daniel Clowes, Wilson, Mondadori, Barcelona, 2010 ISBN: 978-84-397-2359-2