28 junio 2011

El movimiento estático


Sin duda una de las paradojas más conocidas de Zenón de Elea es la de Aquiles y la tortuga. Zenón la usa para negar el movimiento, lo que no deja de ser sorprendente, de ahí el éxito del planteamiento, ya que nos habla de un hombre que corre para alcanzara una tortuga, algo que nunca logrará realizar.
César Aira es un autor que tras cada uno de sus libros, sobre todo de los más logrados, utiliza un aparato conceptual que sorprende al lector atento que busca algo más allá de la mera narración en el texto. Paradójicamente, el desprecio de la forma por el que muchos le han criticado, ya sea primero por la constante puesta en duda del concepto académico de prosa de calidad o cuidada -debo decir que son dos conceptos que tampoco he sabido nunca entender bien, como no he sido capaz de disfrutar de un artículo de opinión del ABC de Sevilla, y tampoco logro entender a esa gente que, sin ofrecer prueba alguna que defienda su postura, dicen que tal o cual escritor es el mejor prosista o estilista que hay en castellano, aunque escriba como si lo tradujesen, mal, del inglés- que en su caso va más allá, ya que no duda en escribir mal, contra la norma o la corrección académica cuando lo estima necesario, o la segunda y quizás incluso más incómoda para muchos, que es el desprecio total y absoluto por aspectos que obsesionan a otros autores como la verosimilitud o la eficacia de la trama y su desenlace adecuado a los elementos puestos en juego, no hace sino apuntar a la importancia que ese objetivo conceptual tiene. Claro que desentrañar esa armazón conceptual requiere, por de pronto, pensar. Y ahí ya topamos con problemas.
En el caso de La vida nueva parece que la paradoja de Zenón es el modelo que ha seguido Aira para trazar un curioso alegato en contra de la obsesión por la publicación que él mismo se encargó de alentar y que tantas veces ha sido malentendida desde su famoso: "Primero publicar y luego escribir". La prolífica actividad de Aira, que no es tanta si nos remitiéramos al número de palabras publicadas, ya que Aira publica varios libros al año, sí, pero casi siempre son novelas breves, él las llama novelitas, y hay que recordar que rara vez publica artículo alguno o colabora en antologías y compilaciones. O sea, que muchos de esos autores de gruesa novela por año, con colaboraciones semanales, a veces en varios medios o varias en el mismo, que escriben pregones o participan en cualquier libro colectivo que se les presenta publican, seguramente, mucho más que Aira. La diferencia es que Aira se centra en un proyecto muy ambicioso cuya importancia él mismo se encarga de disimular con sus diminutivos o esa proliferación por editoriales pequeñas o independientes que los obsesionados con la carrera literaria de cara a la galería no entienden, pero que a día de hoy abarca más de setenta libros de los que al menos la mitad son excelentes, y una cuarta parte verdaderas obras de referencia. ¿Cuántos pueden afirmar algo parecido?
Como decíamos, La vida nueva juega con el estatismo móvil de la paradoja de Zenón. En este caso se trata del dilatado proceso de edición del primer libro de un imaginario autor que pasa de ser promesa en ciernes a genio oculto mientras pasan los años sin que el texto termine de cobrar entidad física como libro editado. Lo curioso es que la narración usa la paradoja al revés. El editor, Achával -resulta siempre tentadora la lectura biográfica al recordar que fue Achával el editor del primero de los libros de Aira: Moreira-, siempre ofrece una fecha bastante optimista para fijar el momento en que el libro exista físicamente y deje de ser uno, un manuscrito en constante transformación, para convertirse en muchos ejemplares, en concreto mil, múltiples aunque todos iguales. Pero el autor, curiosamente, en vez de actuar como es de esperar en él, de modo ansioso y pidiendo que se acorten los plazos, duplica siempre el contacto sobre la fecha marcada. O sea, actúa de modo exactamente inverso que Aquiles, en vez de quedar siempre a medio camino, duplica las distancias. Pero el editor, Achával, no pierde nunca de vista el proceso de edición, ni olvida a su autor. De ese modo, en realidad, lo que leemos es la misma y total falta de movimiento, un movimiento estático al fin, que se asemeja al resultado propuesta por Zenón, salvo que siguiendo el camino contrario.
Se podría, cómo no, postular que en realidad Aira consigue dotar al tiempo de la elasticidad necesaria para crear la metáfora que todo autor siente durante la espera de ver convertido su original, único, en esa serie de libros todos iguales y todos distintos. Pero Aira va más allá, refuta la misma idea de la publicación como final del proceso, y convierte el procedimiento de la espera, el momento en que uno ya no puede hacer otra cosa sino esperar, en un aspecto más de la labor creadora, sobre todo desde un aspecto ético. El libro, incluso cuando escapa ya de las manos del creador sigue siendo responsabilidad suya, y eso no lo transforma, como muchos creen en más o menos autor. No se trata de eso el hecho de publicar es, sencilla y mágicamente, el proceso de transformación, de multiplicación de un original.
Resulta casi automático relacionar este proceso con la reciente edición del penúltimo libro de Aira: El mármol, que ha aparecido en la editorial La Bestia Equilátera con una tirada de 1500 ejemplares publicados bajo tres cubiertas distintas. Lejos de convertirse en una curiosidad, hay que leer ese gesto como una atrevida relectura de la obra de Aira, ya que un libro se convierte en tres o quizás, por qué no, en 1500 distintos. ¿Cuándo una tirada que convierta no mediante una sencilla numeración y recuento, a cada uno de los ejemplares en algo único? La locura comercial que ideó Liniers para el lanzamiento de Macanudo #6 en su propia editorial, de lanzar una tirada de 5000 ejemplares con cubiertas realizadas a mano, y por tanto únicas, queda un tanto desvalorizada cuando uno ve que, en realidad, son todas más o menos iguales, y que están hechas desde una perspectiva artesanal y no artística. Pero, quién sabe, Aira es muy capaz de darnos una sorpresa, una más, cualquier día de estos.
César Aira, La vida nueva, Mansalva, Buenos Aires, 2007