03 marzo 2012

La falta de olor


Más allá olí mugre humana corrompiendo al jabón que la había sacado de los trapos que la mantenían. El jabón corrompiéndose hacíase mucho más fétido que la mugre misma. Ésta, para decir verdad, no era totalmente desagradable, digan lo que digan los académicos del mundo entero y los profesores de todas las universidades. Creo que esto de afirmar que la mugre huele mal, es algo a priori, una simple convención. Creo más: creo que muy en breve, muy en breve, este asunto volverá a ser puesto sobre el tapete y entonces, nuevamente examinado y estudiado, nuestras ideas al respecto sufrirán francos cambios. Naturalmente que allí, al pasar frente a aquel rancho, lo repugnante sobrepasaba a lo agradable, pero ello -puedo asegurarlo- se debía a la descomposición del jabón y además a la inodoridad de los trapos. Éstos, en un principio, olían a fábrica, a palillos, a agujas y a almidón. Luego, al ser usados, olieron a verano caluroso con gente laboriosa dentro del verano. Luego, las convenciones de los profesores universitarios, hicieron que esas gentes, por laboriosas que fuesen se plegasen a las creencias en curso en universidades, academias y demás y que juzgasen necesario lavar dichos trapos. Y lo hicieron. Al hacerlo, hubo un momento en que los trapos quedaron ya sin el olor a la mugre y aún sin el olor a resto de jabón seco, a alambre al sol y a plancha. Hubo, pues, un momento ambiguo, un momento inodoro, y certifico y firmo que cuando un objeto, de cualquier naturaleza que sea, que deba por su constitución oler a algo, deja de tener olor, produce en nuestro sentido olfativo tal desilusión sorpresiva que ellos se traduce por una sensación de fetidez inaguantable. Así es.
Juan Emar. Diez