“La
idea del libro, que remite siempre a una totalidad natural, es profundamente
extraña al sentido de la escritura.”
Jacques Derrida, De la
gramatología
“La
lectura es un proceso de envejecimiento.”
Javier Pérez Andújar, Paseos
con mi madre
Pero, sin
embargo, el autor con el que dialoga de modo explícito Piglia en Nombre falso —tanto en la nouvelle que da título a la recopilación
como en el resto de los cuentos que la conforman— es con Roberto Arlt, que se
convierte en un genio tutelar, uno de sus manes personales, al ser suyos los
dos epígrafes que abren sus dos libros de cuentos, los dos primeros volúmenes
de su trayectoria como autor, para los que lo hayan olvidado. Arlt,
precisamente, ejemplifica el fruto de esa mirada alimentada a través de la
lectura, no tanto de la realidad como de la alucinación generada en el tránsito
habitual por la narrativa de folletín, en concreto la de las publicaciones más
baratas con las traducciones más descuidadas que pueda uno pensar —hasta cierto
punto «crímenes literarios», sin que deba entenderse como una ironía dicha
calificación, sino como una estricta descripción—, y de narraciones que se
mueven, siempre, en los márgenes de la sociedad, en la frontera que desborda la
legalidad y que es el terreno donde nacerá el género negro local. Quizás sea
Arlt el fundador del género, al menos atendiendo a la temática, aunque no puedan
encontrarse en sus novelas detectives, sino criminales. Quizás sea conveniente,
desde ya, revisitar a Arlt como padre de la narración del crimen en Argentina.
Si algo abunda,
precisamente, en «Nombre falso», son los criminales. Los primeros los que
aparecen en el texto atribuido a Arlt que busca el narrador del texto. Un
texto, «Luba», que finalmente se publica firmado por el amigo de Arlt, Kostia,
y que es, en realidad, un plagio más o menos fiel de «Las tinieblas» de
Leónidas Andreiev. Un texto que cierra el relato como culminación de lo que es,
formalmente, la nouvelle: un ensayo
académico, una quest sobre la
búsqueda y encuentro de un manuscrito perdido de un autor canónico, Arlt, que
en realidad no lo era tanto cuando este texto se escribió. O sea, entre este
«Nombre falso» y «Roberto Arlt, una crítica de la economía literaria», que
Piglia escribió seguramente en las mismas fechas, y que quizás deban ser leídos
de una vez como un diálogo entre distintas posibilidades de acercamiento a un
texto, ya que comparten enfoques e ideas además de la autoría, entre ambos
textos, pues, se cimenta buena parte de la interpretación actual que se hace de
la obra de Roberto Arlt. Así pues, la nouvelle
es un artefacto de crítica
literaria. Pero es un artefacto fallido. Porque finalmente, versa sobre un
texto que no es, en sí, de Arlt. Finalmente es un plagio de Andreiev, y por eso
Kostia, al ver que el crítico se está aproximando demasiado al texto, opta por
publicarlo bajo su nombre para evitar que el plagio manche la trayectoria de
Arlt. Así se produce un crimen, hasta entonces no cometido, que convierte a
Kostia en plagiario o en ladrón de textos ajenos. Tanto da. Y, finalmente, sin
aparente filtro alguno, Piglia realiza la última de las acciones cuestionables
del relato, y que posiblemente son el motivo principal de publicarlo como
ficción: los fragmentos de un cuaderno donde, supuestamente, Arlt ha ido
anotando las ideas que debía estructurar para escribir una novela, cuyos dos
nombres provisionales serían «La educación criminal» o «El criminal en la selva
de ladrillos». La hipotética novela no es sino la plasmación de las tesis
postuladas en el ensayo académico publicado en el número 29 de la revista Los
libros. La idea es clara: el género negro nace en una sociedad urbana, y está
en realidad más vinculada con las lucha de clases que con la supervivencia. Los
ricos hacen lo mismo que los pobres, pero lo que en el caso de los primeros se
denomina «negocio» es visto como «crimen» en el caso de los pobres. Arlt narra
los procesos de ascensión social de los que quieren pasar de «criminales» a
ricos, como fue si mismo caso. Hay, por lo tanto, mucho de justificación de
autobiografía y de poética, convertidas en política e ideología, en sus textos.
Cuando el Arlt del texto parece abandonar la idea de escribir esa novela sobre
la educación criminal se inician una serie de anotaciones sobre el anarquismo,
en concreto la historia de un anarquista que debe infiltrarse en la policía, y
que no es más que su ficha policial, todo lo demás es accesorio: «Mi verdadera
biografía está escrita en el prontuario que lleva de mí la policía: en esa
ficha se anota todo lo que de mí vale la pena de ser recordado por los hombres».
Y, de hecho,
«Nombre falso» termina siendo una narración no sobre un relato perdido, sino su
búsqueda, en la que termina encontrándose con un criminal involuntario e
heroico, Kostia, y el proceso de asunción de la condición de criminal, en tanto
que crítico, por parte del narrador mismo, que es, por lo que se infiere en la
llamada telefónica, el mismo Ricardo Piglia. Es un detalle interesante que en
el aparato crítico imaginario que se desarrolla en la nouvelle aparezca Emilio Renzi como referencia, pero que el autor
comparta nombre con el autor que aparece en la cubierta del libro es doblemente
interesante. La nota 17 del texto es esclarecedora en este sentido, primero
presenta al crítico como policía: «Un crítico literario es siempre, de algún
modo, un detective: persigue sobre la superficie de los textos, las huellas,
los rastros que permiten descifrar su enigma. A la vez, esta asimilación (en su
caso un poco paranoica) de la crítica con la persecución policial, está
presente con toda nitidez en Arlt. Por un lado Arlt identifica siempre la
escritura con el crimen, la estafa, la falsificación, el robo. En este esquema,
el crítico aparece como el policía que puede descubrir la verdad.» Pero también
el crítico es el criminal, «Por fin: cuando se dice —como Arlt— que todo
crítico es un escritor fracasado ¿no se confirma de hecho un mito clásico de la
novela policial?: el detective es siempre un criminal frustrado (o un criminal
en potencia). […] En más de un sentido el crítico es también un criminal.» El
uso que Kostia hace del texto de Arlt, el modo en que se apropia de él, no es
sino el mismo proceso, más explícito quizás, que Piglia realiza bajo la máscara
de una edición crítica ficticia que «recupere» los textos perdidos de Arlt. La
edición final que aparece como apéndice al relato, que coteja la versión
mecanografiada y el manuscrito siguiendo las prácticas modélicas de todo
estudio genético y fijación del texto, mediante las que pretende deslindar las
adiciones de Kostia al cuento, es un ejemplo más del acto criminal en esencia
del crítico. Aparece enunciado en el mismo texto de la nouvelle: en qué medida Max Brod, al «incumplir» la voluntad final
de Kafka ha delinquido, por qué no se apropió definitivamente de los textos o,
siendo más audaces: ¿cómo podemos considerar que no lo hizo cuando, durante
años, los textos kafkianos circularon con la edición y títulos que eligió el
propio Brod y no los provisionales de su autor? ¿Durante cuánto tiempo hemos
leído al Kafka que Brod creó? ¿Podemos afirmar seriamente que leeremos alguna
vez al «verdadero» Kafka? Al final, todo trata de la veracidad o falsedad de
unos textos de los que sólo sabemos que existen, y que parecen cambiar de valor
sencillamente dependiendo de quién los firme, como un cheque, como un billete.
Hay una huella invisible pero profunda en la construcción narrativa de Piglia y
el Tzanck Check de Duchamp.
Más aún si se
tiene en cuenta que «Luba», el supuesto relato de ¿Arlt, Kostia? que ha servido
de MacGuffin a la nouvelle gira en
torno a la idea de lo falso, de la impostura. Luba no es Luba sino Beatriz
Sánchez, la plata es falsa pero «no importa, nadie notará la diferencia», y los
escritores son «malas personas», por eso a Luba no le gustan y por eso le cae
simpática desde el inicio al protagonista del cuento. Este cuento —que a la
postre, por qué no jugar a ser ese detective/crítico literario del que se habla
en el texto, no es sino de Piglia más que de Andreiev—, sirve como colofón
perfecto no ya a la nouvelle de la
que forma parte, sino a todo el libro de relatos, ya que encarna una concepción
de la escritura y, sobre todo, de la lectura e exégesis de los textos que se
reutilizará y profundizará en Respiración
artificial. Pero lo más llamativo, con todo, no es que Piglia postule la
idea de que toda creación literaria es, al fin, un plagio y todo autor un
criminal, como tantas veces se ha señalado, sino que algunos estudiosos, bien
por credulidad o bien por hacer una lectura muy superficial del texto, llegaran
a incluir «Luba» en los listados de textos atribuidos a Arlt. De ese modo se
completa, aunque no fuera por voluntad de Piglia, que posiblemente ha
contemplado siempre con distancia y humor todo esa pirueta, la paradoja
borgeana del texto. Una copia llega a ser identificada como original. Algo que,
como una obra de magia más, también sucedió con la famosa «Fuente» de Duchamp,
ya que el «original» se perdió y el artista generó una pieza que es hoy
contemplada como original sin que nadie parezca recordar que es tan sólo una
copia.
Este texto se publicó en el blog de la librería y editorial Eterna Cadencia el 10 de noviembre de 2014