Uno tiene la conciencia de que ser traducido es uno de los pasaportes hacia el triunfo. Tantas veces ha escuchado eso de que nadie es profeta en su tierra que ha terminado convenciéndose de que el mejor modo de llegar lejos es exactamente ese, valga la redundancia: agarrar la maleta e irse bien lejos.
Por eso, una de las ventajas que tiene la vida en el siglo xxi -este en el que estamos, recuerden-, es la accesibilidad a la información que facilita Internet. Dicho de otro modo: que uno puede hacer como que está bien lejos sin moverse de casa. O sea, ser un poco Dios y estar bien dentro pareciendo que está uno afuera. Ubicuidad. No confundir con Ubiciudad, que es el nombre de una constructora de las que andan al borde de la quiebra con la crisis del ladrillo.
Bueno, todas estas digresiones y payasadas son para introducir el placer enorme que me reporta la gente de Artecontexto al permitirme colaborar en su blog. Porque, una de las ventajas es que los catedráticos de Oxford han perdido la excusa de que no me leen al no entender la lengua de Cervantes. Gracias a la fina y atinada traducción me puedo ubicar ya en dos tradiciones, la de Shakespeare además de la cervantina, a la espera de impactar con mi obra a este siglo xxi que viene acelerado y políglota.
A la espera de nuevas traducciones a otras lenguas -no pierdo la esperanza con el Magiar, que es lo que en realidad más ilusión me hace para posibilitar que Vallcorba se fije en mí y me publique en Acantilado, la editoral preferida por todos los libreros con pantalones de pana y chalecos de lana-, pueden ustedes disfrutar de mi siempre fino sentido crítico en inglés.
Sobre Hablando del diablo de Beto Hernández,
sobre Carlos Labbé y su Locuela,
sobre Los condenados de Isaki Lacuesta y
sobre Tarantino y sus bastardeces.
Ah, también se pueden leer en español, pero no es lo mismo...
La fotografía es Keith Carter