En medio de esta euforia en la que todos, yo incluído, participamos, que nos obliga a detener nuestra existencia cada tres o cuatro días para reunirnos todos frente a los televisores y sentir una extraña identificación con un grupo de jóvenes con los que en circunstancias normales no tendríamos ni media palabra que intercambiar, en mitad de esta enorme idiotez que convierte las calles en exaltaciones patrióticas y los periódicos e informativos en un monumento a lo banal, resulta doblemente interesante leer esta estupenda columna de Rafael Spregelburd, publicada en el rotativo Perfil de Buenos Aires hace ya unos días. Bueno, uno puede leerla, disfrutarla e, incluso, ponerse verde de envidia al compararlas con los superficiales paripés a la galería que leemos en los periódicos de acá.