Toda planificación urbana
modela la participación en algo
de lo que es imposible participar.
Raoul Vaneigem
No sé si puede entenderse la voluntad revolucionaria del libro de Luigi Amara sin haber estado nunca en el DF. Yo, desde luego, he tenido que visitarlo y moverme por él para hacerme una idea real de la socavadora idea que acoge este poema de largo aliento que se integra en la escasa producción de poemas ensayos que tenemos en castellano. La capital mexicana es una ciudad desmedida, en la que muchos ciudadanos usan la bicicleta pero tan sólo cuando apenas deben moverse dentro de su colonia o, como mucho, en las aledañas a la suya. Para cualquier otro traslado, un defeño debe usar o bien el abarrotado transporte público -entrar en el metro del DF en hora punta es más que un duro ejercicio, es casi un milagro- o bien usar su propio coche -y asumir los periodos de inmovilidad en el continuo atasco en que se han convertido las vías rápidas de la ciudad, donde rara vez el conductor puede acelerar. Eso le da a México DF un aspecto muy curioso. Visto desde la ventanilla de un coche es, todavía, un collage formado por los coches fresas de los ricos -casi siempre enormes coches cuatro por cuatro impolutos- con el todavía enorme parque móvil de bochos -los VolksWagen Dragon, conocidos como Escarabajos o Beetles- que pueden alcanzar sin problema las limitadas velocidades a que esos embotellamientos constantes obligan. Y, aún así, nada más incomprensible, más extraño, que un peatón en el DF. De ahí la radical apuesta de Amara, que traslada algo tan común y habitual en Europa como la asimilación de una ciudad a pie a un espacio donde apenas esto puede comprenderse.
Por eso el paseo de la voz poética que enhebra este poema está hecho de colonias, de diferentes temas que aparecen y reaparecen al mismo tiempo que cambia el paisaje por el que se camina. Y las avenidas se convierten en cicatrices que señalan la solución de continuidad que se efectuó al ir construyendo colonia tras colonia, pero al mismo tiempo las costuras que disimulan esas desgarraduras suturadas para conformar el patchwork que es la ciudad. Los estampados de las distintas telas cosidas están hechos de pensamientos, de digresiones -identificar al paseante con el diletante es algo que surge ya de las prosas de Baudelaire-, pero también de imágenes, de objetos de enorme fuerza poética. Y de cultura, de culturas en general. Como ocurría en Mis dos mundos de Sergio Chejfec, la ciudad se despliega ante el que la habita -o la visita- de un modo nuevo, llena de hipervínculos, que la densifican y multiplican de modo exponencial. Una ciudad no es ya sólo el espacio en el que nos movemos, sino las referencias culturales ligadas a cada esquina, la memoria enraizada en sus rincones e, incluso, las futuras posibilidades que la planificación urbana parece ir dibujando en sus actuaciones sobre el terreno. La ciudad es un presente ramificado hasta el extremo que no se puede decodificar o entender, y que espera tan sólo a ser disfrutada. Experimentada, y apenas tanteada mediante la palabra.
De ahí el verdadero interés del texto de Amara, que se presenta como una digresión de tono panfletario para redescubrir la ciudad. Una poesía intelectual que elucubra sobre los materiales con que se encuentra y que los retuerce, modifica, recorta para integrarlos en su discurso. La cita de Vaneigem que abre este post está sacada del poema, pero en realidad dentro del mismo aparece recortada. Se ha "perdido" la referencia directa a la publicidad y, por extensión, a la condición de espacio de plusvalía que la ciudad genera. El DF, extensa ciudad de casas bajas, no experimenta la especulación del terreno de, por ejemplo, Nueva York, que justifica de modo mucho más certero la afirmación con que abre Vaneigem su Programa urbanístico:
El urbanismo no existe: no es más que una "ideología" en el sentido de Marx. La arquitectura existe realmente, como la coca-cola: es una producción investida de ideología que satisface falsamente una falsa necesidad, pero es real. Mientras que el urbanismo es, como la ostentación publicitaria que rodea la coca-cola, pura ideología espectacular. El capitalismo moderno, que organiza la reducción de toda vida social a espectáculo, es incapaz de ofrecer otro espectáculo que el de nuestra alienación. Su sueño urbanístico es su maestro de obras.
Con todo, la experiencia de transitar por el poema de Amara es tan placentera y reconfortante como la del paseo en sí. De hecho, quizás por mantener el tono del poema, yo no puedo separar mi paseo por sus páginas del zumo de naranja y el sandwich de pan blanco que comí en un puesto de la calle Córdoba de la colonia Roma mientras me dejaba mecer por los versos de Amara. La ciudad, incomprensible, desborda las páginas del libro para introducirse en él. Y lo mejor del libro es que es un dispositivo poroso que la alberga y refuerza para otorgarle sentido.
Luigi Amara A pie Almadía, Oaxaca, 2010
La foto es de Lisette Model, otra genial diletante que aparece citada en el libro