13 julio 2015

La máquina de despedazar historias


La posibilidad de que todos los personajes de la novela 
enloquezcan a través del argumento. Un espacio de ficción 
insensato. Mirar a través de un caleidoscopio: la imagen 
que se adelgaza y que luego se ensancha, se disgrega, 
se reúne, desaparece. 
Felipe Benítez Reyes, Tratándose de ustedes 

Que el mercado editorial, si prefiere puede nombrarlo como «espacio literario», argentino es un compartimento casi estanco al exterior es una de las realidades más incontestables del mundo del libro en castellano. Y no ya solamente por las políticas de uno u otro gobierno en lo tocante a las importaciones, sino sobre todo por el modo en que se lee a los autores foráneos. En Argentina se critican despiadadamente las traducciones al español que hace una editorial catalana pensando que es ése el idioma que se habla en España, sin tener muy en cuenta que en muchos casos a los peninsulares nos suenan tan marcianas como a cualquier otro lector hispanohablante. Por ejemplo, los «terrados» de las traducciones de Anagrama, esa palabra que sólo se usa en los barrios de clase alta de Barcelona para hablar con los forasteros del apartamento donde el heredero de la familia disfruta de sus años asilvestrados antes de tomar las riendas del negocio familiar. Tampoco parecen darse cuenta muchos de los que critican las traducciones que llegan a cuentagotas gracias a la política de protección lingüística de los Kirchner, que la mayoría de las traducciones que se exportan desde las editoriales porteñas suenan tan localistas que logran, otro ejemplo, convertir a un autor brasileño de Porto Alegre que escribe en un portugués tan neutro como correcto en un guapo venido a menos en las tabernas de Almagro que teme que lo «agarre la cana». 
Pero no quiero acá batirme en duelo por la propiedad de la lengua. La lengua es de todos y es de lo poco bueno que tiene, que no cuesta nada usarla, de momento, y el rico y el pobre pueden usarla con mayor o menor prodigalidad atendiendo más a su capacidad que a su estrato social. Además, de todo esto habló mejor que yo Marcelo Cohen en Música prosaica (Entropía). Si alguien quiere leer algo inteligente sobre todo este tema es mejor que corra a la librería a hacerse con un ejemplar de esa joya.
No, todo esto venía a cuento de que intuyo que la literatura española tiene poco predicamento en la Argentina porque paga los platos rotos por las traducciones. O sea, que el aplanamiento lingüístico más o menos justificado llevado a cabo por traductores y editores hace que los autores sean prejuzgados antes de haber sido leídos. Bueno, eso por un lado. Por otro el hecho, posiblemente muy cierto, de que las editoriales españolas se dedicaron desde la transición a exportar verdaderos bodrios que malamente pueden competir con la producción narrativa local. No creo que a nadie le sorprenda escuchar esto: la literatura argentina cuenta, hoy, con una vitalidad sorprendente. Y una variedad no menos seductora. Abrirse un hueco siendo mexicano, chileno o español es verdaderamente complicado. Mejor no entrar ya en los casos casi kamikazes de los autores de otras tradiciones menos reconocidas. Pero, quizás por eso, conviene recordar que en medio de esos libros desechables, perfectamente intercambiables entre sí, que llegan desde las centrales de las multinacionales hispanas, hay algunas, contadas por supuesto, pepitas que consiguen convertir en algo útil el cedazo crítico. Todavía en Argentina hay autores como Sánchez Ferlosio o Luis Martín Santos que son casi desconocidos, para perplejidad de todo conocedor de la literatura española del siglo XX, mientras que otros bodrios más actuales no faltan nunca en las mesas de novedades de Corrientes y alrededores.
Pienso, en concreto, en un autor poco conocido allende de las costas españolas: Felipe Benítez Reyes, y en concreto en uno de sus libros, el delirante y delicioso Tratándose de ustedes. Ubicar a un autor como Benítez Reyes dentro del panorama español es complicado. Por un lado porque es plena y totalmente español, en referentes, fraseo y obsesiones y, al mismo tiempo, porque no lo parece en absoluto. Poeta de reconocido prestigio, fue uno de los pilares de eso que se llamó «poesía de la experiencia», que puede ser resumido en una vuelta al imperio de la razón dentro del poema frente al irracionalismo triunfante en España de los setenta y primeros ochenta. Su poesía es, en realidad, un triunfo de dos influencias: Elliot y Borges. Obviamente se trata de una producción cerebral, sosegada, donde el poeta concibe la pieza como una maquinaria que debe encajar para lograr sembrar en el lector el sentimiento que originó el poema mismo. Pero, paradojas de la existencia, su reconocimiento oficial, premio Nacional y premio de la Crítica, llegó con un poemario raro y lúdico, donde Benítez Reyes desarrollaba una serie de poetas conjeturales a los que dotaba de biografía y una pequeña muestra de su producción. Con esa multitud de poetas, una muchedumbre incluso, a cuestas se consagró dentro del terreno lírico. Con su narrativa hubo, también, de publicar bastantes libros hasta que con su, hasta ahora, ultima novela, obtuviese el premio Nadal. Es evidente que comparar dos premios como el Nacional o de la Crítica, tan cuestionables como cualquiera dado por seres humanos caprichosos y falibles pero entregados a obra publicada, con un premio comercial y cuya función es promocional, es absurdo, lo sé. Pero también todos sabemos que el Nadal no se lo dan a un desconocido, sino a alguien que cuenta ya con unos avales más o menos contrastados por su trayectoria. El hecho de que en los ocho años que han pasado desde la publicación de esa novela se haya dedicado sobre todo a la escritura de cuentos o realizar ediciones artesanales de muchos de sus textos periodísticos no hace sino poner más en evidencia la voluntad esquiva de Benítez Reyes. 
Pero, con todo, quiero centrarme en su segunda novela, la ya citada Tratándose de ustedes. No voy a recurrir al ya fatigado por los editores argentinos «Si Borges hubiera escrito una novela…», pero sí que me atreveré a decir que si Bioy Casares le hubiera dado un poco de libertad a Borges, es posible que Borges hubiera encontrado el tiempo para cruzarse con Macedonio, aunque fuera a través de algún tipo de médium que lo comunicara con el más allá, y pergeñar algo parecido a esta novela. En ella se dan cita las Mil y una noches y los cuentos chinos de terror que sirvieron de embrión a las Antologías de literatura fantástica. Por sus páginas cruza el tono policial de Chesterton, pero también el humor surrealista y perplejo de Gómez de la Serna. Y, sobre todo, el amor por los libros y la lectura, la devoción por devanar e hilvanar historias que convierte a Benítez Reyes en una rara avis dentro de la literatura española, que se ha empeñado en hacer bueno el dictado de Menéndez Pidal de ser realista porque él así lo quiso mientras inventaba versos perdidos para el Poema del Cid. 
Historias engarzadas entre sí que más que concluir van preñando las unas a las otras, cajas chinas que funcionan como devoradoras de historias y no sólo como albergue de otras, libros inventados por la misma narración que aparecen en los epígrafes del inicio para ser corregidos en el texto. Novela sin trama y al mismo tiempo con mil historias, festín de la imaginación, caleidoscopio de argumentos y crisol de imágenes. Todo eso y mucho más puede decirse de una novela escrita en estado de gracia, porque «La historia no transcurre. No tiene tiempo dentro.» que termina funcionando como un Aleph que abole la idea de causalidad e invierte el sentido de la sintaxis. En un momento dado en la novela puede leerse: «Hace doscientos años me ocurrirá algo muy parecido a esto.» Porque Tratándose de ustedes es en realidad una indagación, la de cómo podría funcionar esa máquina macedoniana de contar historias, la piedra filosofal de la narración. No convertir la experiencia en ficción, sino el mero hecho de contar en objetivo vital. La cita pessoana: «Somos contos contando contos, nada.», que no siquiera es de Pessoa sino de Ricardo Reis, podría ser un buen epígrafe para esta novela. Como uno de los personajes confiesa, su alma está hecha de «una consistente pasta de papel y tinta». 
Nada menos que eso, y nada más, por otro lado. Un ramillete de historias que no van a ninguna parte, un centón de narraciones sin más razón de ser que la de su mera existencia. Literatura al fin y al cabo. Delirante, acelerada, desasosegante. Sin parecido alguno con la vida o lo que le pasa a la gente normal. ¿Cómo narices iba a tener éxito una novela así en medio de un panorama tan solemnemente aburrido como el de la nueva narrativa española? La conclusión es inequívoca, parece una novela demasiado libre para ser española. ¿O no?