01 septiembre 2015

La tentación del éxito


La feligresía de Julio Ramón Ribeyro es más extensa de lo que pudiera pensarse. Cada día lo compruebo con mayor regocijo. Lo que sucede es que, como un correlato lógico de la personalidad de Ribeyro, sus admiradores son gente huidiza y esquiva, poco dados a elevar la voz o hacerse notar. Vila-Matas inventó una anécdota sobre él que recoge en «Perder teorías», y la afilió a sus diarios, «La tentación del fracaso», donde dicha historia no aparece por lado alguno, que no deja de arrojar una luz bastante exacta sobre cómo podría ser Ribeyro en persona. El relato, en realidad se trata de un cuento camuflado, habla de una visita a una capital de provincia francesa donde había sido invitado a un congreso literario. Ribeyro se sube al tren con los boletos que le remitieron, fue al hotel donde le habían notificado que estaba hecha la reserva, y nadie apareció para presentarse o indicarle a dónde debía acudir. Pasadas dos noches pagadas en el hotel, usó el billete de vuelta para regresar a casa sin que nadie lo echara de menos, lo buscara, ni le pidiera razón alguna de lo que hizo o dejó de hacer. Es más que posible que Ribeyro fuera ese tipo de persona. 
Daniel Titinger se sintió tan fascinado por él como cualquier lector que se acerque a sus textos, y decidió, precisamente, trazar un perfil de un muerto, entrevistar a los seres cercanos –su familia, su viuda, su última amante con la que, a juicio de todos, pareció encontrar la felicidad, los amigos escritores, su biógrafo, oficial– para intentar conocer mejor al hombre flaco que tras pasar casi toda su vida exiliado en París decidió regresar a Lima para vivir allí sus últimos años, alejado de su esposa y reencontrándose al territorio que jamás dejó de retratar en todas y cada una de sus narraciones. El resultado es un libro que se devora y ofrece muchísima información sobre los que, precisamente, son los años más controvertidos de la vida del escritor: esos últimos años en Lima. Todas y cada una de las ciento sesenta y seis páginas del libro aportan a todo el interesado información valiosísima, y en muchos casos novedosa. 
El libro, casi en su comienzo, traza un resumen muy exacto de la vida de Ribeyro en el momento en que llega a Lima: 
En Francia había sido un respetable funcionario de la Unesco, un escritor latinoamericano sin boom, un ermitaño. De ese pasado sólo le quedaban el cuerpo enclenque, la salud menguada y una timidez que rayaba en la fobia. En el Perú, sin embargo, se le consideraba un escritor célebre, una leyenda que había sobrevivido a una enfermedad fatal, “el mejor cuentista de todos los tiempos”, decía la prensa. Pero era 1994 y él se sentía un ex escritor. Y estaba feliz de serlo. 
Sobre el perfil sobrevuela, en todo momento, la sombra de los diarios de Ribeyro. Unos diarios que su viuda y su hijo no quieren ver publicados pero cuya existencia se conoce y que, en contados casos, han sido leídos por especialistas, porque su familia guarda copias de los originales. Y, precisamente el litigio que envuelve a esos textos inéditos, es lo que sirve como eje en buena medida al texto, donde la viuda aparece de modo reiterado, y no siempre en buenos términos, aunque tampoco sale malparada del perfil. Alida de Ribeyro es, sí, alguien celosa de su imagen y del recuerdo de su esposo, y es más que probable que, como afirman muchos, los diarios recientes de Ribeyro no se hayan publicado por las afirmaciones que hace en ellos sobre su esposa. Pero por otro lado, tanto la viuda como el huérfano, dejan claro que los mueven motivos más estéticos, de respeto hacia la obra. Afirman que los diarios que se publicaron en vida de Ribeyro estaban meticulosamente corregidos. Lo que es fácilmente comprobable es que en dicha publicación, «La tentación del fracaso» no hay casi referencias a la esposa del autor. O sea que es muy probable que esa escrupulosa edición pasara por eliminar los cometarios que Alida pudiera considerar hirientes, o los que fueran susceptibles de molestar al hijo de ambos. Así que es más que probable que la verdad esté justo en medio, allí donde las dos posibilidades se cruzan: los diarios inéditos no han sido corregidos para no ofender a su esposa o herir a su hijo. Todo el mundo sabe que es cuestión de tiempo el poder tener acceso a ellos, porque la familia Ribeyro fue consciente desde los primeros pasos de la carrera literaria de Julio Ramón de su valía, y han atesorado, primero su hermano y más tarde la cuñada y sobrinos, todo lo relacionado con el miembro de la familia más reconocido en el país. 
Pero, con todo, más allá de los detalles cercanos a la prensa rosa, que son también objeto del estudio literario y no deben ser pasados por alto, lo más interesante del trabajo de Titinger pasa por dar herramientas para comprender tanto el éxito popular de Ribeyro en su país como el arduo camino que ha debido seguir hasta entrar en el parnaso literario. ¿Por qué algunos autores son recibidos como astronautas regresando de la luna y otros, en cambio, deben transitar por las calles secundarias de la crítica hasta ser aceptados en las páginas de los manuales? En realidad este libro exprime esa circunstancia. Y llega a conclusiones más que interesantes. Por ejemplo, en el libro puede leerse: 
Decir que Ribeyro era el mejor cuentista peruano ya era un lugar común, pero no se decía sólo eso. Por el realismo de sus cuentos y por su estilo sencillo, sin malabares ni técnicas innovadoras, por su admiración a Stendhal, Faulbert, Maupassant, se hablaba de él como el mejor escritor peruano del Siglo XIX. Esa broma nunca lo incomodó. 
¿Hasta qué punto esa broma surge de su propio entorno, de sus amistades? ¿De dónde la obsesión de postular la novela como género mayor de una literatura y acto seguido negar la calidad del único autor que puede competir con uno? ¿Hasta dónde hay detrás de todas estas valoraciones movimientos e intrigas de un autor destinado a obtener el premio Nobel? Algo de todo eso se apunta en el libro, sin llegar a explicitarlo, pero sin ocultarlo tampoco. La sombra de ciertos autores es muy alargada, y su ansiedad de poder no es menor. 
Con todo, el acierto de Titinger no pasa sólo por haber sabido mirar a la cara a sus fuentes y extraer de ellas todo lo posible, ni en haber armado un libro que el lector atraviesa arrebatado, sino por haber sabido mirar a la realidad con la mirada agradecida y benigna de Ribeyro. Quizás todo eso se trasluce en una de las declaraciones de Bryce Echenique, uno de sus amigos más íntimos, que recoge el libro: 
Era tímido pero audaz, y siempre terminaba en fracasos rotundos, eh. Un día hubo una fiesta en la Embajada del Perú [en París], y Julio llegó como llegaba siempre, por la puerta falsa. Las puertas principales estaban hechas para que llegara Vargas Llosa, pero el otro llegaba y nadie lo había visto. Yo me acerqué a él, empezamos a conversar y Julio me dice: ¿Sabes a quién he visto y está sola en el comedor? ¡A Mary Ann Sarmiento!, se emocionó, que fue Miss Perú en tal año. Mary Ann Sarmiento, me dijo, una de las mujeres más bellas del Perú, ¡allá voy!, me dijo, ¡la he esperado toda mi vida, carajo! Se metió al comedor y le dijo: Mary Ann, hace cuarenta años… y la otra, que ya estaba luchando con los años, ni lo dejó terminar: Cojudo, hace cuarenta años yo no había nacido.