26 noviembre 2007

El presidente Gonzalo

Yo soy uno más de lo jóvenes que crecimos en España en los ochenta, escuchando hablar en las noticias de vez en cuando de Sendero Luminoso, comparándolo con las FARC, o con cualquier grupo paramilitar mantenido por los cárteles de la droga. Sólo más tarde escuché hablar de Abimael Guzmán, y sólo más tarde descubrí que el sendero lleno de luz que seguían era el de Mariátegui, fundador del Partido Comunista en el Perú. Y, la verdad, por suerte o por desgracia, no sé mucho más.
Me gustaría haber leído a Mariátegui, pero en España es casi imposible. Y me gustaría poder prescindir de la campaña negra que las grandes corporaciones económicas –poseedoras de los medios de comunicación- les hacen siempre a los grupos revolucionarios.
Explico todo esto para dejar claro que cuando inicié la lectura de La cuarta espada no sabía casi nada del asunto del que trataba. ¿Por qué lo leí entonces? Pues porque había conocido a Roncagliolo, su autor, y me cayó muy bien. Y me parecía que su trabajo se merecía una lectura atenta del libro.
La verdad es que no me ha decepcionado en nada. Es posible, muy posible, que muchos lectores que hayan manejado más monografías, que tengan un conocimiento más profundo de la historia del presidente Gonzalo y de sus seguidores, piensen que este es un libro superficial. Pero quizá eso se deba a que están haciendo una lectura equivocada de las intenciones, y por lo tanto de la plasmación de las mismas, del autor. Yo no creo que Roncaglilo pretenda que su libro quede como un texto insoslayable –qué Armas Marcelo me siento cuando uso esa palabra- para entender el movimiento revolucionario peruano. No, yo creo que ha intentado descubrir lo que quedó de aquellos años en su memoria y comprender un poco más la figura de Guzmán. Hay que tener en cuenta que Roncagliolo no pudo permanecer ajeno a aquel huracán que fue Sendero en la vida de los peruanos. Su padre es juez, su tío un político de primer nivel. En su casa se debió vivir a diario la tensión del conflicto.
Por eso el narrador quiere saber, quiere indagar en la mente del líder, pero es imposible. Aquí es donde yo pondría la única pega al libro y a cómo se le vende al lector. Porque si uno lee el libro no tiene una idea clara de cómo es Abimael Guzmán. Intuye cómo es, lo supone. Sabemos por los testimonios de los que lo han rodeado cómo es, pero no sabemos quién es aunque leamos el libro. Porque, y creo que eso habla muy bien de la honestidad de Roncagliolo, no pretende hacer creer al lector que sabe cómo es el objetivo. Precisamente los testimonios de sus lugartenientes, de su compañera sentimental, de sus víctimas, le confieren un aura todavía más mística que la tenía antes de la investigación. Se podría decir que Roncagliolo ha hecho la instrucción del caso y que deja al lector el veredicto. Escucha a todas las partes, no las cuestiona, y, ante la duda, cree a ambas. Quizá sea una de las ventajas de un saber literario, alejado de otros que buscan la verdad por encima de todo. Un escritor sabe que no hay una verdad, sino muchas, plurales, hermanadas unas veces y enfrentadas otras, que coexisten. Todo ese grupo de verdades forman la realidad. Como decía Juan Bonilla en su poema, La Verdad es tan sólo un periódico de Murcia. Uno transita por el libro y va conociendo quiénes fueron los miembros de Sendero. Entiende sus motivaciones para hacer la guerra, pero no llega a comprender nunca el pensamiento de Guzmán –quizá porque no existe, porque es tan sólo un maoísmo extremado y aplicado a la situación peruana- y no sabremos mucho más de él de lo que sabíamos en un principio. Cuál es el eje, por tanto de este libro. Pues, sin duda, haber renunciado a un reportaje sobre Abimael, pese a que se venda así porque se considere más comercial, y hacer un libro sobre el proceso por el que un joven de clase alta educado en una familia progresista llega a entender, a sentirse cercano a unos militantes de un grupo revolucionario que fungieron de sangrientos asesinos. Y no es poca cosa. Pero es ahí donde reside el verdadero centro del libro, en esa evolución, en cómo esa investigación cambia la vida de Roncagliolo. Es muy posible que, incluso desde algunos medios de comunicación, se quiera hacer pasar este libro como un título menor dentro de la producción de su autor. Y sería injusto. En primer lugar porque con este libro se evidencia una tendencia real que podemos ver en casi todos los escritores jóvenes, que es la de trabajar indistintamente con materiales enteramente ficcionales como con la realidad. Tanto lo uno como lo otro es material tratable, modificable, al que se puede dar forma del mismo modo. La vida nos ha enseñado que los mecanismos mediante los que se construye lo real y lo ficcional son semejantes. ¿Por qué tratarlos de un modo distinto? Tan reales son las dudas de Ana Karenina como las dudas de Roncagliolo al elegir un enfoque u otro sin ficción. Eso es lo de menos. La escritura equipara y torna igual de reales ambas posibilidades. La segunda razón por la que no se puede considerar un libro menor a La cuarta espada es por la calidad de su acabado. Su autor le ha dedicado tanto o más tiempo que a cualquier otro de sus libros a la redacción de éste, y eso se aprecia en la facilidad con la que el lector transita por los hechos históricos, las anécdotas personales, los testimonios recogidos y los análisis de todo ese material. Todo se lee con la misma sencillez, pero sin que quede rebajada su densidad. Es muy difícil, y eso lo sabe cualquiera que escriba, llegar a esa sencillez, que lo es sólo en apariencia. Precisamente Antonio Orejudo comenta que es sólo cuando comienza a tachar, a pulir el texto para desaparezca toda dificultad, toda marca de estilo, cuando tiene la sensación de que está escribiendo, de que está trabajando. No sé si La cuarta espada es un libro definitivo sobre Sendero Luminoso y su líder. La verdad es que me da igual, me interesa porque es un libro interesante y bien escrito, del que sale uno transformado. Y eso no es poco en medio de las banalidades que tiene uno que soportar.
Santiago Roncagliolo La cuarta espada Editorial Debate