El estreno en las plataformas de pago de En terapia (In treatment), la adaptación que Rodrigo García ha realizado del formato israelí original: Be 'Tipul, pone de manifiesto la importancia que el psicoanálisis y el diván tiene en la narrativa televisiva de hoy.
UNO. Hasta la aparición de Los Soprano, el uso que se hacía de los psicoterapeutas en las series de televisión seguía la mirada irónica, incluso paródica que inició Woody Allen en sus películas y que ha sido imitada hasta el desgaste. El abanico iba desde los delirios adolescentes de Ally McBeal –que sufría alucinaciones desde el primer episodio de la serie- hasta la sátira inteligente que enarbolaba Frasier, con dos muestras muy diferenciadas de tipos de terapeuta y donde no salían muy bien parados al ser reflejados como snobs poco dados a observar sus propios actos.
Más respetuosa, dentro de las licencias que siempre se concede el medio en busca del espectáculo, fue la española El grupo, una serie de culto que puede encontrarse de vez en cuando en las plataformas digitales donde Héctor Alterio dirigía una terapia grupal.
La aparición de un personaje tan complejo e ineludible para entender la evolución de Los Soprano como la doctora Jennifer Melfi trastocó de modo considerable el retrato de los terapeutas en la ficción audiovisual. A lo largo de las seis temporadas de la serie la presencia de la terapia es importantísima. Los esfuerzos de David Chase a la hora de retratar dicho proceso de modo verosímil nos hablan de la clara función que tiene en el planteamiento argumental la presencia de la psicóloga. Es en la consulta donde Tony Soprano puede ser él mismo e intentar comprender qué determina sus actos, y es en la consulta donde Chase enmarca el fracaso existencial de su protagonista. La doctora Melfi asume finalmente que se enfrenta a un sociópata que no puede ser rehabilitado. El fin de la terapia preludia el fin de la serie..
DOS. En Los Soprano, de todos modos, todavía la visión de la terapia está muy cercana a la de la confesión católica. El cuarto sacramento presupone la culpa. En su concepción lo verdaderamente importante es la penitencia y no la confesión en sí. Esa liberación que se produce cuando uno verbaliza sus faltas, cuando las comunica a alguien en busca de su perdón, ha sido utilizada de modo reiterado en la narrativa de todas las épocas. La democratización de la psicología ha permitido que, en muchas ocasiones, se trace una analogía entre el ritual religioso y la práctica médica. Así el terapeuta asume el testigo laico del sacerdote, pero la mecánica se mantiene.
El principal problema de esta visión es que ignora, de modo consciente o no, la verdadera esencia de la terapia. El narrador de la confesión sabe en qué ha pecado, tiene una conciencia clara de su culpa y busca la absolución. En cambio el narrador de la terapia no entiende su relato. Tan sólo es capaz de vivir los hechos y referirlos del modo más exacto posible para que el terapeuta, que funge como hermeneuta de su relato, le entregue el sentido que él es incapaz de hallar. Un narrador idiota, lleno de ruido y de furia, que no entiende qué está contando. Uno de los grandes aciertos de Faulkner fue darse cuenta de esa realidad que preferimos ignorar: Narramos constantemente nuestros días sin entender el sentido cabal de lo narrado que podría ser la vida. La pericia narrativa del paciente es la que permitirá al terapeuta llegar antes y con mayor precisión al sentido de su discurso. No se debe despreciar que todo paciente presente una resistencia inicial, un pudor, al narrar que lo lleva a ocultar ciertos aspectos de la narración, y tampoco es secundario que muchos terapeutas, por ejemplo los lacanianos, presten especial atención a los deslices que el paciente comete en su discurso. Muchas veces es ahí donde puede encontrar la fisura desde la que poder acceder al verdadero núcleo de la historia.
TRES. El acierto de En terapia radica en que se han cuidado mucho esos detalles. Por un lado la verosimilitud, ya que la serie es diaria, y cada uno de los días laborables nos encontramos al mismo paciente continuando su tratamiento, tal y como sucede en la realidad. Por otro, que cada una de las líneas argumentales avanza mediante el desvelamiento tanto de la personalidad del paciente como de los avances que el terapeuta va logrando en cada sesión. Todo eso genera en el espectador una conciencia clara de la duración y pormenores de una terapia psicológica. Y, en última instancia, comprobamos el acierto de los guiones para ir trenzando esas diversas tramas en torno a la figura del terapeuta, a cuya propia terapia asistimos como cierre de cada semana: el intérprete se torna en interpretado. Hay que señalar en honor a la justicia que Rodrigo García se limita a reproducir la estructura original de la serie israelí, y que uno de los creadores de la misma, Hagai Levi, es también productor en esta adaptación para la HBO. La omnipresente conversación que rige cara cita con el psicólogo y la sobriedad con que la planificación escenográfica ubica al espectador en la consulta –cada episodio, de poco menos de media hora reproduce una sesión de una- pueden llevar a pensar que se trata de una serie de vocación teatral. Y no es así. La meticulosa interpretación de todos los actores, contenida y muy medida –y este es, sí, un mérito de García- requiere unos primeros planos que no tienen cabida en un montaje teatral. Además, dicha lectura supone eliminar del lenguaje narrativo del que dispone un realizador la palabra. Que el cine espectáculo que llega de Hollywood –y sus serviles imitaciones vengan de donde vengan- haya optado por un uso abusivo y anestésico de la imagen vacía de todo significado no quiere decir que la palabra, la narración oral, no forme parte de la narrativa cinematográfica. Estos narradores en busca de un sentido para sus novelas así lo atestiguan.
(Artículo aparecido en el ABCD las Artes y las Letras el 10 de enero de 2009)