26 enero 2009

Para una narrativa de este nuevo milenio


UNO. ¿Qué se premia en un premio? ¿En un premio de literatura? ¿Y en uno donde hay un límite de edad para participar y que, por lo tanto se considera un “premio joven”? Esas, y seguramente alguna más, son las preguntas que se hace alguien que se haya acercado a este libro y más todavía si está leyendo este prólogo. Un premio concedido por un jurado será siempre, por definición, un acuerdo. O sea, el premio se lo lleva ese libro que ha sabido seducir a más miembros del jurado sin desagradar de un modo especialmente significativo a ninguno. Sobre ese pacto se otorga un premio. Si tenemos en cuenta que el material a juzgar, sobre el que pactar, es la literatura –que, convendremos, es terreno abonado para la subjetividad-, cualquier puede hacerse una idea más o menos aproximada de lo bizarras que deben ser las deliberaciones del jurado. En este caso, como no puede ser de otro modo, se llegó a un pacto, y lo más importante es que en dicho pacto tuvo un peso importantísimo que el premio fuera un “premio joven”. No tanto por el hecho de que los autores sean jóvenes y las deliberaciones se puedan hacer desde la total libertad que da el desconocimiento de su estilo, sus obsesiones y, por extensión, su identidad, sino porque quedó claro desde el inicio que en el fallo de un premio de este tipo tiene tanto peso el a quién se premia como el qué se premia.

DOS. El sentido común nos dice que en un premio debe ganar el mejor. Y en eso estamos todos de acuerdo, salvo por un pequeño inconveniente que suele pasarse por alto: qué parámetros, qué indicadores nos dicen cómo decidir quién es el mejor.
Antes se ha hablado de subjetividades, y conviene recordar una vez más que en la sociedad en la que nos ha tocado convivir pesa más el valor de mercado de un producto, su precio, y su rentabilidad que la calidad intrínseca del mismo. Es más rentable una cadena de comida rápida que un buen restaurante de comida casera, para que lo veamos claro, y todos estaremos de acuerdo en cuál de las dos posibilidades es la más sana. Así que conviene abandonar la idea del mejor como aquel que encontrará una ubicación rápida en el mercado, que se supone que regula el público y que muestra las tendencias dominantes de una época.
La otra posibilidad es dejarse llevar por la excelencia y una idea académica de la cultura. Una élite con argumentos de autoridad que impone sus criterios de calidad siguiendo una estela de lo que ellos denominan “alta cultura”. Es lo que sucede con muchos premios, y no hace sino prolongar la idea de que hay que pasar por un aro, entrar unas determinadas formas marcadas por unos catedráticos, para entrar en el parnaso de la literatura. Y esas formas, normalmente, surgen con los años, y cuando se dan en artistas jóvenes es porque son, ya viejos prematuros, que no van a aportar nada especialmente relevante dentro del mundo artístico.
Así que lo mejor es pensar que en un premio joven hay que buscar aquellos textos en los que se aprecia una voluntad de modificar los conceptos establecidos, de abrir nuevos senderos y de mostrar nuevas formas de reproducir la sentimentalidad. Un premio joven debe, obligatoriamente, premiar no tanto a lo más vendible, o a lo más correcto, sino a lo más innovador, a los textos que nos permitan intuir novedades en el discurso.

TRES. Las novedades pueden ser de muchos tipos, por supuesto, pero a efectos de la literatura son novedades formales, en el discurso, ya que es muy complicado que se modifique tanto la esencia del individuo como para que cambien los temas. Así, los dos libros giran en mayor o menor medida en torno al amor. Sí, se conoce que los jóvenes del nuevo milenio siguen tan preocupados por su vida sentimental como los del milenio anterior. No han cambiado tanto las cosas desde que Goethe escribiera su Werther.
Pero el mundo sí ha cambiado. Y los modos de representarlo también. Eso es lo que interesaba en esa reunión del jurado que deliberaba qué premiar en un certamen como este. Vivimos en un mundo donde, por ejemplo, ya no tienen mucho sentido los cuentos populares que nos contaron a nosotros de pequeños. Santiago Alba Rico lo ha apuntado con gran tino: hay que hacer nuevos cuentos para formar socialmente a los niños del futuro. Cuentos que no reproduzcan valores que se cuestionan socialmente, cuentos para un nuevo milenio. Los premiados en el Certamen de Creación Injuve en su modalidad de narrativa tenían por tanto que reflejar las posibles direcciones de la narrativa de este milenio que apenas ha echado a andar.

CUATRO. Vivimos en la era de lo científico. No es ya tan sólo que en la enseñanza oficial se privilegie cada vez más el conocimiento de las ciencias frente al de las letras –un síntoma más de la tendencia del pensamiento hegemónico a desactivar las críticas que pueda suscitar-, sino al hecho de que, desde la llegada de los quásar, desde las plasmaciones gráficas de Mandelbrot, desde la teoría del caos, se puede encontrar mucha poesía en lo tecnológico. Quizás sea ahí donde reside la semilla de un nuevo modo de plasmar los sentimientos, de una ciencia inexacta –paradójicamente la ciencia ha asumido su incapacidad de dar ya respuestas únicas a los fenómenos, algo que, por ejemplo, los economistas no han descubierto todavía-, en la que lo indeterminado de las sensaciones y los sentimientos cobra una importancia única. Ese parece ser el punto de partida del texto que ha sido galardonado con el premio de Narrativa de este año: La aceleración de partículas en un circuito de dos nodos inconexos. En él su autor, Enrique Rubio Palazón emprende la narración de una seducción ingenua, etérea, fugaz como la vida actual y con un rastro tecnológico evidente que no enmascara, pese a ello, el mil veces utilizado argumento de lo sublime del amor.
Recuerdo una vez más: lo nuevo difícilmente llegará en lo temático, puesto que nuestros anhelos y deseos siguen siendo los mismos. No, de llegar por algún lugar será en la forma, en el discurso cambiante o en constante mutación. La metáfora de dos polos que experimentan por primera vez su atracción no deja de ser una actualización refrescante del poder magnético del amor -¿cuántas veces no habremos hablado del magnetismo de una mirada?- a través de una escritura que encuentra nuevos soportes –la piel, la web-, y escenarios –supermercados, bibliotecas, autobuses urbanos- para contar básicamente lo mismo: el irresistible poder de la atracción amorosa.

CINCO. Jorge Martín Mora-Rey elabora un curioso tratado inoperante en su Pequeñas teorías del cuento. Conviene no alarmarse porque esas teorías no son tales, sino metáforas, construcciones, destinadas a servir como excusa para hablar, una vez más, de las relaciones. Con una mirada algo naif, quizás ingenua, parece que esos cuentos a los que se refiere el autor sean las historias heredadas sobre el amor, las mentiras construidas desde la pareja, el deseo, la pasión y el afecto. Los cuentos van pasando a realidades físicas como los andenes de metro, a conceptos universales como la divinidad. En realidad, estas teorías teorizan muy poco y tienen más de efusión lírica plenamente juvenil que de tratado. Y en ellas va discurriendo la vida a través de objetos reconocibles, sentimientos, todo un crisol de temas recurrentes en el devenir de la literatura que, convenientemente aliñados, dan para un pequeño y lírico homenaje a la vida que asume el disfraz de la teoría.

SEIS. Un saber tan sólo aparentemente opuesto al literario, el científico, y una visión que retuerce la mirada teórica, el metadiscurso, son las dos herramientas utilizadas en las narraciones que podemos disfrutar en este libro. Ambas están tocadas por el aire ensayístico que se está convirtiendo ya en el espíritu de la época actual: frene a la hiperestimulación que se ofrece al lector de hoy, la literatura se diferencia por la inaudita libertad de asociación y capacidad de encapsular tiempo para ofrecer un torrente discursivo con el que apelar a la inteligencia del lector. Y en ambas, también, se aprecia un interés por los procesos de escritura que las entronca con ese delirio casi desconocido que es el Locus Solus de Raymond Roussel que está esperando a ser conocido por la gran masa lectora. Pensamiento y mecanismos, construcción de pensamiento, de realidades sólidas con las que poder enfrentarse a un mundo que siempre ha sido virtual pero que nunca ha sido tan fungible como lo es ahora. Puntos de vista externos, análisis de los procesos de una literatura que, como anticipó Blanchot, tan sólo avanza cuando se dirige a su desaparición.
Prólogo al volumen que recoge al ganador y finalista del certamen
Creación Injuve Narrativa en su convocatoria de 2008
La fotografía es de Moaan