05 julio 2011

Los cimientos de una literatura


Aunque sea injusto hay que ser sincero: decir Augusto Roa Bastos es, prácticamente, decir literatura paraguaya. Es injusto, desde luego, pero también es algo tan evidente e incómodo que duele el tener que reconocerlo. Yo, que procuro leer todo autor latinoamericano del que tengo noticia para ver por dónde respira, no he logrado hacerme con un sólo libro de, por ejemplo, José Pérez Reyes, que era el autor paraguayo de Bogotá '39. Si no recuerdo mal, en la selección de Diego Trelles Paz, El futuro no es nuestro, no hay ningún autor paraguayo. Y, de hecho, basta con observar la escasez de editoriales y la casi nula presencia de ellas en las diversas reuniones, simposios y demás que se celebran. De hecho, habría que preguntarse si la visibilidad de la obra de Roa Bastos no estuvo directamente relacionada con su exilio. La edición de Hijo de hombre en la editorial Losada de Buenos Aires, tras ganar el concurso literario que convocaba fue, sin duda, importantísima para que su obra tuviera una visibilidad imprescindible para que fuera noticia su indudable calidad.
Por eso, cuando los críticos fascinados por la eclosión editorial y mercantil que propiciaron Carmen Balcells y Carlos Barral, buscaron unos "hermanos mayores" para esos novelistas del llamado Boom, los nombres de autores como Onetti, Rulfo o Roa Bastos no tardaron en hacerse presentes. Los tres habían aportado a lo largo de la década del 1950 al 1960 las tres grandes novelas que se publicaron en América Latina, libros fundamentales para entender que esa explosión no era algo espontáneo: La vida breve en el 1950, Pedro Páramo en 1955, e Hijo de hombre en 1960.
De ese modo, el que hasta entonces era visto como un notable dramaturgo de vanguardia en su país, un reputado periodista en el extranjero que había entrevistado a De Gaulle o asistido al juicio de Nuremberg y un activista de izquierdas para las fuerzas policiales, pasaba a ser, además, un referente de la literatura en español para todo el mundo. Y todo habiendo surgido en uno de los países con menor presencia editorial y cultural del continente americano. Pero, además, lo hacía ejerciendo una labor de estandarte de la singularidad de la cultura autóctona de su patria. Frente a la literatura peruana de su tiempo donde, por ejemplo, apenas hay rastros de la cultura quechua, la narrativa de Roa Bastos estaba profundamente marcada por la cultura guaraní. Sus orígenes mestizos marcaron el destino de su obra literaria.
Además, Hijo de hombre es un repaso a un siglo de la historia de su país. Con la Guerra de la Triple Alianza y la del Chaco como marcos y límites, retrata los conflictos sociales y la nefasta influencia de las jerarquías eclesiásticas en la vida del pueblo paraguayo. Combativa como pocas y muy hábil, los horrores y la crueldad que retrata se quedan incrustados para siempre en la memoria del lector. En ese sentido, la novela aporta lo que un lector común busca en un buen libro: historias conmovedoras e inolvidables. Pero es que, además, Hijo de hombre, es una fuente de recursos y logros que todo escritor puede analizar detenidamente, una verdadera escuela de narrativa condensada en cuatrocientas páginas.
No hace mucho me decía un escritor mexicano afincado en España que una de las cosas que le resultaban más interesantes de nuestra narrativa era la costumbre de construir novelas mediante la fusión temática y espacial de diversos relatos, algo que no era muy habitual en otras tradiciones, donde de modo inequívoco los autores eligen la novela de trama o la colección de cuentos como los dos caminos narrativos casi únicos. Yo le dije entonces que ahí estaba Hijo de hombre para contradecir esa visión, posiblemente el ejemplo más logrado de esa novela que es el resultado de la yuxtaposición de diversos relatos. Le recordé, claro, que aunque Roa Bastos vivió muchos años en España no era un escritor español.
Pero, más allá de esos detalles, Hijo de hombre es la muestra palpable de que la gran literatura está por encima de modas y de corrientes, que se resiste a ser clausurada como la muestra de una literatura nacional y similares catalogaciones más o menos simplonas que se suelen hacer -ya saben: literatura alemana, cine francés o canción italiana-, y que, por fortuna, está siempre al alcance de los lectores interesados en acercarse a ella. Lo llevan diciendo muchos lectores desde hace medio siglo: Hijo de hombre es un libro único y siempre fascinante.
Augusto Roa Bastos Hijo de hombre Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2011