El índice rojo
No te envidio la grasa, los fámulos, la hacienda,
la hopalanda grotesca de color escarlata,
ni el hermoso palacio que tienes por vivienda,
ni el capelo romano, ni la vieja Vulgata.
No pretendo que vivas como Juan el Bautista,
ni lo mismo que Onofre te deshagas en llanto:
tu pectoral conserva, tu anillo de amatista,
tu báculo de plata, tu careta de santo.
Mas con el rojo índice te señala el destino.
Cuando, envuelto en las sábanas de finísimo lino,
descansa el leve peso de tu leve jornada,
en la piedra más dura de tu propio palacio,
lentamente, sin ruido, despacio, muy despacio,
el pueblo, que no duerme, saca filo a su espada.
Pedro Luis de Gálvez
Inaugurada queda una sección donde reunir poemas fantásticos, de los mejores de la poesía en lengua española, que han sido levemente retocados por mí -muy levemente en algunos casos, pequeñas correcciones con las que, a mi juicio, estos poemas que son, ya de por sí, redondos, brillan un poco más. ¿Presunción? No, al contrario, humildad pura y dura. Como sabe todo aficionado a la poesía, lo máximo a lo que puede aspirar un poeta es al anonimato, a que todo un pueblo haga suyos sus versos y los pula para entrañarlos más todavía en la lírica popular. Estas versiones son pues el primero de una serie de pasos en los que yo no soy yo, sino tan sólo la primera de las voces de un pueblo haciendo suyos estos versos.