24 febrero 2008

El cine como reflejo de la realidad

Ha querido la ¿casualidad? que haya coincidido la polémica en torno al aborto con el estreno de dos cintas de temática parecida y posturas divergentes: Cuatro meses, tres semanas y dos días y Juno. Por encima de lo vergonzoso de posturas que pretenden criminalizar, de nuevo, el aborto, o de la hipocresía oficial de un sistema sanitario que no realiza prácticas abortivas ni en los casos permitidos por la ley –el grueso de las intervenciones se realiza en clínicas privadas-, ambas películas vienen a alimentar el debate vigente.
La película norteamericana, Juno, es una deliciosa comedia que aboga por la vida del feto y que huye del momento de especial tensión con una escena tan banal como gratuita. De todos modos, es evidente que ni a la guionista, Diablo Cody, ni al director, Jason Reitman, les interesa demasiado el asunto del aborto. Su película habla más de la madurez y de las relaciones humanas. Del respeto y del lugar del deseo. Y lo hace de un modo efectivo, divertido en algunos momentos, y dibujando un personaje, el de la adolescente Juno, lleno de encanto y humanidad. No es, desde luego, Juno, otra cosa que una película bien resuelta, que usa los tópicos y técnicas del cine mainstream para hablar de asuntos algo más profundos de lo que acostumbra el cine yanqui. El éxito de Juno radica en que, frente a las disparatadas comedias yanquis de adolescentes, es como leer a Kant.
Mucho más interesante es, desde luego, la película rumana de Cristian Mungiu. En primer lugar por su inteligente narrativa, llena de planos largos, a veces larguísimos, carentes de todo efectismo y que dejan a los actores cargar con el peso de la cinta Por otro lado el manejo del tiempo, porque esta contada casi a tiempo real. Pudorosa, evita siempre mostrar los momentos que puedan resultar morbosos al espectador –salvo el aspecto del feto cuando la embarazada lo ha expulsado-, y logra transmitir de un modo intensísimo una cosa que muchas veces los que pretenden criminalizar a una mujer que se ve obligada a abortar olvidan –conviene no caer en el paternalismo con esos asuntos, pero tampoco hay que olvidar nunca que el aborto no es ago que se haga por diversión-: la pérdida y el dolor para la mujer siempre existen en todo aborto y la experiencia es, desde todos los puntos de vista, traumática. No ya por el pago de la intervención, sino por lo que viven y con lo que han de vivir. Al final del la cinta, una de las dos mujeres –se ha dicho, acertadamente, que esta película habla en realidad de la amistad entre dos mujeres, y no andan muy desencaminados quienes piensan así- le dice a la otra que lo mejor es que no vuelvan a hablar de todo el asunto. Dejar que el olvido se apodere del trauma, que lo borre. Lo que, por cierto, me trae a la memoria el estupendo poema que ha colgado en su blog Vicente Luis Mora –en los enlaces de la derecha tienes el blog, no sé qué has estado haciendo estos dos años si todavía no has usado el hipervínculo-. Es de Demetria Martínez:

Another Way to End a Relationship
If you can’t pull it up
By roots,

Take it out
Of the sun, stop

Watering it

[Traducción de Héctor Contreras y Carmen Julia Holguín, arreglada siguiendo los oportunos comentarios de una exbecaria en general:]

Otra forma de terminar una relación

Si no puedes arrancarla
de raíz,

quítala
del sol, deja

de regarla

Íntima, sincera y de una humanidad y sabiduría deslumbrante, Cuatro meses, tres semanas y dos días nos sitúa ante una historia ante la que sólo uno puede relajarse creyéndola propia de una dictadura estalinista de los ochenta en un país pobre del este de Europa. La sola sospecha de que, además del golpe del aborto, una mujer tenga que pasar por lo que pasan las dos protagonistas del film pone los pelos de punta. Y, sin embargo, está contada de tal manera, con tal acierto, que subraya lo cotidiano de esa atroz realidad. No hay espacio para el melodrama ni la compasión. La vida se presenta tal y como es en esta representación naturalista en la que la mirada del director pretende suavizar, hacer soportable, una realidad que, muchas veces, da miedo mirar. El fuera de campo se usa en toda la película salvo en ese plano. Jonás Trueba, en su blog, defiende que Mungiu nos tenía que haber ahorrado ese plano, ya que tan sólo sirve como argumento para los antiabortistas que ven en dicha escena un argumento más para hablar de asesinato cuando se refieren al aborto. Me sorprende, de todos modos, que se critique tanto ese plano y se obvie los siguientes, donde vemos a la protagonista de la cinta –por cierto, no deja de ser interesantísmimo, y sobre eso apenas he leído nada, que la verdadera protagonista de la película sea no la que aborta, sino la que la apoya y sirve como testigo y cómplice de los hechos- deshacerse del cuerpo como lo haría un criminal del cadáver. En esas escenas, más cercanas a Crimen y castigo que ninguna otra de la cinta, habría mucho más material para hablar de una posición que cuestiona el aborto como práctica.
Yo creo, en cualquier caso, que la postura de Mungiu es clara: toda la película nos habla de la libertad de las mujeres y de las trabas administrativas que las criminalizan. Haber obviado la imagen del feto es una opción que habría convertido al cinta en un debate filosófico y ético muy interesante, pero que, por su exceso de pudor, habría resultado demasiado discursiva, etérea, poco narrativa. Y ese plano es, en el fondo, una apuesta de una valentía elogiable. En ese plano se ve un cacho de carne, no un niño. Somos nosotros los que vemos algo más, yo, que tengo una copia en DVD, la he pasado varias veces y sé que ahí no hay un niño. Lo vemos, pero no lo hay, y en buena medida esa es la aportación decisiva e irónica del director. No es un niño lo que ha salido del vientre de la protagonista, sino un pedazo de carne. No muy diferente a los que echamos en las sartenes para que se hagan vuelta y vuelta. Yo creo que, frente a la idea de que humaniza al feto, yo creo que sucede justo lo contrario, lo sitúa en el lugar verdadero de lo que es: un pedazo de carne, no un ser vivo, no una persona. Viene, por tanto, a situar en su verdadero lugar a los antiabortistas que suponen una vida humana en el feto: para mí equiparables a los que defienden los ataques preventivos. No se puede condenar a alguien por un delito no cometido y no se puede considerar vida a un ser que todavía no está formado. Considerar el aborto un asesinato supone que cada tortilla que nos hacemos en casa es una masacre. No banalizo, sino que reduzco al absurdo un argumento que es una falacia sostenida basándose en la cortesía y educación de las mujeres que han tenido que abortar. Por fortuna, no sé lo que es hacerlo, pero sí se que lo que está en ese vientre no es todavía una vida, y creo que Mungiu muestra ese plano porque piensa lo mismo. Es una prueba, tan sólo eso.