06 febrero 2008

Para fiarse de los suplementos

La lectura postergada, cuando ya han pasado de fecha, de los folletos publicitarios es, verdaderamente, interesante. Uno puede ver lo buena que era la oferta por esa lavadora o aquel frigorífico, sin tener la ansiedad de comprarlos, porque sabe que la oferta ya ha pasado. No digo yo que para los anunciantes sea una buena noticia saber que algunos leemos su publicidad cuando ya no sirve para nada, ahora, hay algunos que vivimos así y somos, relativamente, felices.
Por la misma razón, hace ya tiempo que no acostumbro a comprar los diarios, y menos los días en que se entregan junto al periódico los mal llamados “suplementos culturales”. Yo espero a que mis alumnos, siempre atentos y cariñosos, me hagan la selección de lo que había por esas páginas. Ya se ha dicho muchas veces que en el periodismo actual los suplementos han pasado a convertirse en propagandas más o menos encubiertas y que las páginas de cultura son, las más de las veces, extensiones de la sección de economía. O sea que la Cultura, como tal, brilla por su ausencia en las redacciones de los diarios.
Ahora, lo mejor es ver cómo se trabaja en algunos de ellos. Recodarán que hace unos meses se editó en España, a bombo y platillo, con portadas, destacados, entrevistas y demás un engendro de mil páginas repetitivo y que sonaba desde el principio a algo mil veces leído que se llamaba La benévolas. Pues bien, para sorpresa del que esto escribe, el director de uno de estos folletos publicitarios que dan con los periódicos, para ser concreto el Sutura/s de La Retraguardia, se desmarca en su columnita diciendo que basta con leer cuatrocientas de las mil páginas de la novela. Que con eso vale para darse cuenta de lo bien que escribe el amigo Littell, de lo que quiere hablar –el amigo Vila-Sanjuán tarda en darse cuenta de por dónde van los libros, aunque a lo mejor en el otro sesenta por ciento de la novela le dicen otras cosas-, y de la ambición del autor.
No sabe uno qué decir. Para ver si un autor escribe bien le debería bastar a un lector un poco experto con dos o tres páginas –e incluso le estamos ya dando mucho material-, para saber de qué quiere hablar suele estar la contracubierta, y para la ambición basta con ver el volumen del libro y la escasa densidad de su contenido. Ya saben, burro grande ande o no ande, aunque haya autores a los que trescientas páginas les hayan bastado para estar en el Parnaso –no sé si el director del suplemento en cuestión ha leído, por ejemplo, a Rulfo-.
Muchas veces ha escuchado uno que al Quijote le sobran páginas, Borges decía que a Cien años de soledad le sobraban unos cincuenta años, y muchas veces se ha repetido que no hay poeta que no mejore en una antología bien realizada de sus versos. No sabe uno muy bien si la gente que dice eso se considera más preparada para haber escrito todas esas páginas prescindibles mejor de lo que lo hizo el autor. No sé si Vila-Sanjuán nos habría regalado esas mil páginas mejor escritas –lo dudo, la verdad, ya que lo que uno ha leído de este hombre es siempre muy mediocre-, pero sí sabe que desde la publicación que dirige se animó al lector a leerlas enteritas. Ahora resulta que ya sólo merece la pena el cuarenta por ciento –posiblemente porque es lo que él tardó en dejar el libro, no por ninguna otra razón, o porque conozca las mil-, y uno se pregunta si habría que leer sólo el cuarenta por ciento de los libros que tanto se alaban en dicha publicación. En fin, tampoco pretende uno que un director de un medio “cultural” tenga cultura o que esté al tanto de todo lo que se hace, eso es imposible. Y más cuando el medio que dirige es prescindible y no se salva, si quiera, un cuarenta por ciento del mismo. Ni un treinta, ni un veinte, ni un diez.