UNO. Uno de los fenómenos más interesantes que se están produciendo dentro de la literatura latinoamericana es la explosión del reportaje, de la no ficción narrativa. Para algunos esto se debe a la convulsa realidad de los países americanos, y, para otros, al progresivo debilitamiento de los muros que acostumbraban a separar la ficción de la realidad. No deja de ser curioso, al respecto, que en las leyes coloniales se prohibiera la importación de novelas. Muchos ejemplares del Quijote llegaron de manera ilegal, y lo mismo sucedió con otras muchas ficciones. Además, la costumbre de que toda expedición tuviese a un cronista encargado de ir levantando acta de cada una de las nuevas realidades con que se topaban, ha permitido uno de los corpus más extensos de crónicas de conquista que existen. Por lo tanto, hay que destacar que el nacimiento de la narrativa americana estuvo más cercano a la crónica que a la creación ficcional.
Estos “nuevos cronistas de indias”, como los llamó García Márquez, saben que cuentan con un terreno fértil donde buscar sus historias. Los mitos, las contradicciones de muchos de los países americanos –y los contrastes entre la capital y el resto del país-, y sus casi persistentes agitaciones políticas sirvieron de abono para las generaciones anteriores. Walsh, el mencionado García Márquez, Tomás Eloy Martínez, Mariátegui, Barret, y muchos más han sido los paradigmas a imitar que les ha legado el siglo anterior.
No sabemos si como fiel reflejo o como motor de esta expansión, esta explosión de autores que observan la realidad como fuente de sus historias se ha visto acompañada por la existencia de varias publicaciones periódicas que han favorecido la difusión de sus reportajes. La peruana Etiqueta Negra, sobre todo, pero también Gatopardo y Letras Libres (México), El malpensante (Colombia), y alguna más, se han visto nutridas por algunos de los textos más impactantes de los cronistas en los últimos años. Resulta especialmente curioso que, mientras en el mundo editorial la hegemonía española es todavía indiscutible –es donde están los invasores, a fin de cuentas-, en el mundo del periodismo, sobre todo en el de investigación, el centro parece haberse desplazado de modo definitivo al continente americano. Quizás porque hay todavía una vocación informativa y no meramente promocional en las publicaciones donde tienen cabida estos textos.
DOS. Uno de los más reconocidos de ese grupo de reporteros es el chileno Juan Pablo Meneses. “Periodismo portátil” es un término que ha inventado para denominar el tipo de crónicas nómadas que él realiza. La idea es muy sencilla: están escritas desde los locutorios y cibercafés de medio mundo, ya que Meneses está en constante movimiento. Por otro lado, además de las numerosas publicaciones con las que colabora, es un pertinaz administrador de blogs. Uno tuvo en El Mercurio de Santiago de Chile, y mantiene tres: uno en la revista Etiqueta Negra, otro en el diario Clarín de Buenos Aires, y otro en el Club Cultura de la Fnac. Fruto de ese intenso trabajo han aparecido ya varios libros –por cierto, ninguno de ellos editado en España o importado-, y de entre ellos, el que sin duda ha llamado más la atención y polémica es La vida de una vaca.
TRES. ¿Cómo puede un chileno comprender a sus vecinos argentinos? ¿Cómo realizar una inmersión cultural de la que extraer una idea aproximada de la sociedad en la que uno ha elegido vivir? Meneses decidió que lo mejor era criar una vaca, posiblemente uno de los grandes símbolos de Argentina. Si hay algo de lo que están orgullosos los argentinos es de su cabaña vacuna, si hay algo de lo que disfrutan es de la ingesta de su carne –Argentina es el país con mayor índice de consumo de carne de ternera del mundo- y, sirva como un ejemplo más determinante, en el lenguaje cotidiano, carne designa tan sólo a los cortes de la vaca. El cerdo, las aves, los corderos, no son considerados “carne” por el ciudadano común argentino.
Por lo tanto, el mejor modo de conocer un país pasa por saber cómo se alimenta. Meneses compra una vaca y va siguiendo el proceso natural del animal. Su crianza, engorde, cuidados –que delega, por supuesto, en manos de ganaderos- y la decisión final sobre la vaca: debe ir al matadero o no. En torno a esta tensión se mueve todo el libro desde una perspectiva argumental, en cómo la presencia de la vaca condiciona la vida del periodista, la fama que a raíz de los sucesivos reportajes que va realizando su propietario y de las fotografías que ilustran dicho reportaje va obteniendo la vaca –que, por cierto, se llama “La Negra”-, y la difícil decisión final en la que el ganadero que la ha tenido en sus terrenos se interpone.
El libro se convierte, de ese modo, en un interesante reflejo de la pasión cárnica argentina y de los procesos que intervienen en ella. Pero, también, de la imposibilidad de realizar un reportaje, como sucede con el cine documental, “limpio”. Esto es, la presencia del elemento diferenciador del periodista y los sucesivos reportajes que realiza sobre La Negra a lo largo de la vida de esta, modifican la idea de que la vaca sea una más, y eso se precipita en la clausura argumental del libro, cuando, sorprendido, Meneses comprueba que el ganadero se ha encariñado con el animal y quiere, por tanto, alejarlo del final lógico: el sacrificio.
CUATRO. Con todo, lo más interesante del libro surge desde una perspectiva estrictamente crítica. Por un lado porque sirve como paradigma del enfoque altamente participativo de los nuevos cronistas dentro de sus textos frente a la invisibilidad del periodista que parecía ser la directriz de los reportajes de las generaciones anteriores. Quizás tan sólo Gabriela Wiener en sus Sexografías y en Nueve lunas sea todavía más protagonista y esté más presente dentro del libro que Meneses en La vida de una vaca. Todo lo que sabemos lo conocemos a través de él y de su mirada, y en buena medida el libro gira sobre los cambios que la existencia de La Negra introduce en su vida.
Por otro lado, el proceso de escritura ha incidido de modo relevante en el resultado final. La escritura fragmentaria y prolongada en el tiempo del blog –La vida de una vaca se fue publicando primero como bitácora y luego fue corregida para al edición en libro- se aprecia en el tono y la estructura de la obra. También la inclusión de excursos que semejan la navegación virtual –por ejemplo, las descripciones de los distintos cortes de la carnicería argentina- o las citas insertas en el texto.
Más allá de que finalmente aclare algo, poco o nada sobre el país, sus usos y costumbres, y se dirija más al poso que la experiencia de la realización del reportaje haya dejado en él, La vida de una vaca supone un hito dentro de la crónica latinoamericana, ya que ha sido el primer momento en que, verdaderamente, ha provocado un eco popular y crítico sin recurrir a ningún suceso histórico determinado, sino sencillamente partiendo de un periodismo inductor y menos solemne de lo que estaba acostumbrado. Un periodismo de investigación más cercano a la tradición norteamericana, que es, quizás de donde se nutre.
Estos “nuevos cronistas de indias”, como los llamó García Márquez, saben que cuentan con un terreno fértil donde buscar sus historias. Los mitos, las contradicciones de muchos de los países americanos –y los contrastes entre la capital y el resto del país-, y sus casi persistentes agitaciones políticas sirvieron de abono para las generaciones anteriores. Walsh, el mencionado García Márquez, Tomás Eloy Martínez, Mariátegui, Barret, y muchos más han sido los paradigmas a imitar que les ha legado el siglo anterior.
No sabemos si como fiel reflejo o como motor de esta expansión, esta explosión de autores que observan la realidad como fuente de sus historias se ha visto acompañada por la existencia de varias publicaciones periódicas que han favorecido la difusión de sus reportajes. La peruana Etiqueta Negra, sobre todo, pero también Gatopardo y Letras Libres (México), El malpensante (Colombia), y alguna más, se han visto nutridas por algunos de los textos más impactantes de los cronistas en los últimos años. Resulta especialmente curioso que, mientras en el mundo editorial la hegemonía española es todavía indiscutible –es donde están los invasores, a fin de cuentas-, en el mundo del periodismo, sobre todo en el de investigación, el centro parece haberse desplazado de modo definitivo al continente americano. Quizás porque hay todavía una vocación informativa y no meramente promocional en las publicaciones donde tienen cabida estos textos.
DOS. Uno de los más reconocidos de ese grupo de reporteros es el chileno Juan Pablo Meneses. “Periodismo portátil” es un término que ha inventado para denominar el tipo de crónicas nómadas que él realiza. La idea es muy sencilla: están escritas desde los locutorios y cibercafés de medio mundo, ya que Meneses está en constante movimiento. Por otro lado, además de las numerosas publicaciones con las que colabora, es un pertinaz administrador de blogs. Uno tuvo en El Mercurio de Santiago de Chile, y mantiene tres: uno en la revista Etiqueta Negra, otro en el diario Clarín de Buenos Aires, y otro en el Club Cultura de la Fnac. Fruto de ese intenso trabajo han aparecido ya varios libros –por cierto, ninguno de ellos editado en España o importado-, y de entre ellos, el que sin duda ha llamado más la atención y polémica es La vida de una vaca.
TRES. ¿Cómo puede un chileno comprender a sus vecinos argentinos? ¿Cómo realizar una inmersión cultural de la que extraer una idea aproximada de la sociedad en la que uno ha elegido vivir? Meneses decidió que lo mejor era criar una vaca, posiblemente uno de los grandes símbolos de Argentina. Si hay algo de lo que están orgullosos los argentinos es de su cabaña vacuna, si hay algo de lo que disfrutan es de la ingesta de su carne –Argentina es el país con mayor índice de consumo de carne de ternera del mundo- y, sirva como un ejemplo más determinante, en el lenguaje cotidiano, carne designa tan sólo a los cortes de la vaca. El cerdo, las aves, los corderos, no son considerados “carne” por el ciudadano común argentino.
Por lo tanto, el mejor modo de conocer un país pasa por saber cómo se alimenta. Meneses compra una vaca y va siguiendo el proceso natural del animal. Su crianza, engorde, cuidados –que delega, por supuesto, en manos de ganaderos- y la decisión final sobre la vaca: debe ir al matadero o no. En torno a esta tensión se mueve todo el libro desde una perspectiva argumental, en cómo la presencia de la vaca condiciona la vida del periodista, la fama que a raíz de los sucesivos reportajes que va realizando su propietario y de las fotografías que ilustran dicho reportaje va obteniendo la vaca –que, por cierto, se llama “La Negra”-, y la difícil decisión final en la que el ganadero que la ha tenido en sus terrenos se interpone.
El libro se convierte, de ese modo, en un interesante reflejo de la pasión cárnica argentina y de los procesos que intervienen en ella. Pero, también, de la imposibilidad de realizar un reportaje, como sucede con el cine documental, “limpio”. Esto es, la presencia del elemento diferenciador del periodista y los sucesivos reportajes que realiza sobre La Negra a lo largo de la vida de esta, modifican la idea de que la vaca sea una más, y eso se precipita en la clausura argumental del libro, cuando, sorprendido, Meneses comprueba que el ganadero se ha encariñado con el animal y quiere, por tanto, alejarlo del final lógico: el sacrificio.
CUATRO. Con todo, lo más interesante del libro surge desde una perspectiva estrictamente crítica. Por un lado porque sirve como paradigma del enfoque altamente participativo de los nuevos cronistas dentro de sus textos frente a la invisibilidad del periodista que parecía ser la directriz de los reportajes de las generaciones anteriores. Quizás tan sólo Gabriela Wiener en sus Sexografías y en Nueve lunas sea todavía más protagonista y esté más presente dentro del libro que Meneses en La vida de una vaca. Todo lo que sabemos lo conocemos a través de él y de su mirada, y en buena medida el libro gira sobre los cambios que la existencia de La Negra introduce en su vida.
Por otro lado, el proceso de escritura ha incidido de modo relevante en el resultado final. La escritura fragmentaria y prolongada en el tiempo del blog –La vida de una vaca se fue publicando primero como bitácora y luego fue corregida para al edición en libro- se aprecia en el tono y la estructura de la obra. También la inclusión de excursos que semejan la navegación virtual –por ejemplo, las descripciones de los distintos cortes de la carnicería argentina- o las citas insertas en el texto.
Más allá de que finalmente aclare algo, poco o nada sobre el país, sus usos y costumbres, y se dirija más al poso que la experiencia de la realización del reportaje haya dejado en él, La vida de una vaca supone un hito dentro de la crónica latinoamericana, ya que ha sido el primer momento en que, verdaderamente, ha provocado un eco popular y crítico sin recurrir a ningún suceso histórico determinado, sino sencillamente partiendo de un periodismo inductor y menos solemne de lo que estaba acostumbrado. Un periodismo de investigación más cercano a la tradición norteamericana, que es, quizás de donde se nutre.
Juan Pablo Meneses, La vida de una vaca,
Planeta/Seix Barral, Buenos Aires, 2008
Planeta/Seix Barral, Buenos Aires, 2008