12 agosto 2009

La limpia mirada de la vida

Para Ll. R.
UNO. ¿Cuántas veces no habremos albergado el deseo de arreglar el mundo? ¿Siempre se te ocurren las palabras exactas cuando ya estás bajando las escaleras del portal? ¿Una y otra vez sientes que no encuentras tus sentimientos, que sabes que estás haciendo algo, casi todo mal, y aún así no puedes cambiar de idea y llevar todo hasta las últimas consecuencias? Sin lugar a dudas casi todos podríamos hacernos en miles de ocasiones las mismas preguntas. Y son esas las que también se hace Moses Herzog. Un personaje dubitativo, inseguro, pero con un evidente atractivo cuya raíz el mismo desconoce pero que va entreviendo a lo largo de las páginas en las que Saul Bellow nos permitió ver su existencia, las de una crisis, una enorme crisis existencial en la que tiene la única salida de unas cartas que va escribiendo para desahogarse o como método único para aclarar sus ideas. Herzog es, sin duda, una novela construida sobre una experiencia que tan sólo alquien que ha escrito -no digo un escritor, sino alguien que se ha planteado la necesidad de construir un texto- puede conocer de primera mano: la escritura es una herramienta idónea para dialogar con el mundo.

DOS. A Moses Herzog le ha abandonado su segunda mujer, Madelaine, y no termina de entender por qué. Tan sólo más tarde, a medida que va relacionando una serie de hechos, que va escribiendo cartas a los protagonistas de su vida se da cuenta de que lleva años engañándole con el que creía su mejor amigo, Valentine Gersbach, ante la pasividad de la mujer de éste, Phoebe. Los recuerdos van aflorando y Moses descubre hasta qué punto los errores de su vida, la precipitación en la toma de decisiones, el dejarse llevar, le han conducido hasta el desagradable lugar en el que se encuentra. Pero, al mismo tiempo, comienza un proceso del que saldrá renacido: no cambiado, sino mucho más capacitado para asumir sus deseos y acciones, ya que se ha conocido. Paradójicamente, la enorme monografía sobre la persistencia de la esencia del Romanticismo en la actualidad que le ha valido el respeto de sus colegas universitarios no le ha servido para darse cuenta de que él mismo es un vehemente e incurable romántico incapaz de no involucrarse en la vida hasta las orejas. Una capacidad que le convierte en un modelo, aunque él no lo sabe, de su amigo y traidor Valentine, y una virtud que seduce a la adorable Ramona, ese objeto del deseo que sostiene de modo sutil toda la novela.

TRES. John Cheever admiró durante toda su vida la capacidad de Bellow de transportar la vida a sus novelas. Le envidiaba, también, por su capacidad como novelista. A Cheever siempre le echaban en cara que sus novelas parecían un grupo de relatos cosidos hasta dar con el número de páginas suficiente para que el editor se lanzase a editarlos. En cambio las novelas de Bellow tienen la misma extraña perfección de la vida. Sutiles, naturales, comienzan siempre en un momento que tan sólo aparentemente carece de importancia y te trasladan día a día, como sucede con la existencia, hasta otro momento que parece tan irrelevante como el que sirvió de pistoletazo de salida a la novela pero que acota un periodo donde la vida del protagonista se ha visto totalmente transformada. Herzog es, por supuesto, ese tipo de novela. Es, se podría decir, el tipo de novela perfecta.

CUATRO. Hay, dentro de ella, un relato. Podría ser uno de Cheever, podría ser el de cualquier narrador inteligente. Me estoy refiriendo, por supuesto, al viaje que realiza Moses a Chicago para recuperar a su pequeña June. Todo lo que va sucediendo allí podría ser un relato en manos de otro autor: alguien que hace un viaje con un objetivo que termina abandonando, una derrota en principio que se convierte en la epifanía final. Y, sobre todo, uno de los momentos más bellos de la novela, donde se aprecia la capacidad única de Bellow de generar vida. Como si se tratase de Cervantes, en el episodio de Chicago todos los personajes son observados con mirada benevolente, humana, comprensiva. Todos: Moses, June, su amigo Asphalter, los policías, incluso Madelaine y el conductor con el que choca Moses están vistos con la comprensión del que sabe que a veces necesitamos mentir para poder seguir adelante. Y, por encima de todo, la capacidad única de crear realidad, de plasmar el amor por la vida de un padre. Sin duda, los momentos de Moses con su hija June son de lo más hermoso que he leído nunca. Podría ser, sí, un cuento perfecto, pero en ese relato nos quedaríamos sin algo muy importante: la maravillosa psicología de Moses –resulta tan duro leer esta novela y nombrarle por su apellido, es tan difícil no olvidarse que se trata de un personaje de novela-, y su especial manera de enfrentarse al mundo desde la inteligencia. Eso no cabría en un cuento. Porque es el motor de toda la novela.

CINCO. Yo, en realidad, no he leído a Bellow. He leído la versión de Herzog que ha firmado Vicente Campos. Hace un año más o menos, cuando se editó esta nueva traducción, Muñoz Molina alabó el libro en su columna de Babelia. Para ser concretos la edición de Galaxia Gutenberg. Alabó la portada de la sobrecubierta, el material de las cubiertas y el papel, y elogió la traducción. Por cierto, con los mismos criterios con los que cuestionaba la traducción de la estupenda frase con la que se abre la novela. Bellow abre su texto así:
If I am out of my mind, it's all right with me, thought Moses Herzog.
Vicente Campos tradujo así:
“Si estoy como una cabra, qué le voy a hacer”, pensó Moses Herzog.
A Muñoz Molina no le gustaba la traducción por el "feo coloquialismo de la cabra", pero olvida que la traducción literal suele ser la peor opción posible: “Si estoy fuera de mi cabeza, todo está bien para mí, pensó Moses Herzog”, o la solución más formal, que pasa a ser dramática y poco adecuada con el tono de la novela: “Si estoy loco, tengo que conformarme con ello, pensó Moses Herzog”. Pero, más allá de la incongruencia de alabar una traducción y cuestionar el inicio de la misma, posiblemente una frase que Campos habrá meditado hasta la saciedad, lo más incomprensible del texto del de Úbeda es que reconoce que releer el libro de Bellow le ha servido para mejorar en su inglés –no he leído una traducción suya, por cierto, como para enmendar con esta alegría la de Campos- y para darse cuenta del excelente trabajo de Campos al ser capaz de mantener la facilidad de Bellow para pasar del habla universitaria al argot callejero en una misma frase. O sea, para hacer lo que hace en la primera oración de su traducción. Propongo que el que fuera director del Instituto Cervantes neoyorquino curse un Máster de Traducción. Uno sencillito que pueda seguir, para hacer mejor las futuras valoraciones.

SEIS. Al final he traicionado a Bellow, me he dejado llevar por la hiel en vez de disfrutar del mundo como lo hacía él desde esos enormes ojos, que no lo eran por tamaño sino por fuerza y penetración, mezclándose con total naturalidad con el mundo, tal y como lo retrataron en el metro de Nueva York un año antes de que le dieran el premio Nobel.
Saul Bellow Herzog Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2008