UNO. Desde Esopo se ha recurrido a los animales para contar historias que intentan reflejar las paradojas humanas. Ya sea mediante fábulas zoomórficas o a través de los funny animals tan comunes en los dibujos animados, un animal da, siempre, mucho juego para hablar de cosas humanas. Voy a dejar en las manos del lector la elección de meditar sobre la cercanía de hombres y animales. Lo que sucede es que suele hacerse desde la alegoría, partiendo del símbolo, y ahí es donde Aira aprovecha para encontrar un punto de apoyo para incidir y reformular bien el género, bien el tópico o, sencillamente, para quebrar cualquiera de las convenciones que le gusta hacer saltar por los aires en sus libros. En este caso uno no termina de tener la sensación de que los protagonistas -el perro Dante, la mosca Reina- sean la alegoría de nada, sino que son ellos mismos, un sencillo perro y una sencilla mosca, en una especie de escenario posapocalíptico donde ellos se comunican -no se sabe bien bajo que lengua franca- y tienen la capacidad de meditar sobre lo que les sucede en sus vidas. O sea, que resultaría un error de bulto atacar el libro como una mera fábula o, como sucederá a algún que otro despistado que se deje llevar por el hecho de que se publique ilustrado, como un libro para niños. Tal vez convendría decir que está dirigido al niño travieso, a ratos malvado y cruel que todos llevamos, o deberíamos llevar dentro.
DOS. Otro de los aspectos que lo alejan definitivamente de la intención moralizante y ejemplificadora de la que suelen hacer gala las fábulas, o del divertimento de bajo voltaje de muchos de los dibujos animados es la filiación surrealista de este texto. Muchos de los lectores habituados al Aira "controlado", esto es, al de prosa más digerible y comprensible de su obra reciente, más clásico y meditativo, se sentirán muy sorprendidos ante el desbocado carácter vanguardista de un libro como Dante y Reina. En él se prescinde de toda necesidad de recurrir a lo verosímil, a lo causal, a la trabazón argumental. Frente a estas condiciones de la narrativa más clásica, Aira pretende dejarse llevar por su escritura, por la felicidad del acto de imaginar un contexto, unos personajes, y dejar que ellos se relacionen entre elos sin la menor intención de ser él quién dirija sus pasos. Puede sonar extraño esto que digo, pero cualquier lector puede comprobar acercándose al texto que carece de toda intención argumental, ya que contiene apenas una excusa que justifica el delirio sobre el que está levantada la narración y, por otro lado, la única intención aparentemente "teórica" de este texto.
TRES. Cuando se habla de una de las novelitas de Aira -no hay la más mínima intención peyorativa en el término, ya que él mismo las denomina así-, todo lector sabe que, aunque nunca se exhiba de modo explícito, por fortuna, siempre hay un pretexto ensayístico, metaliterario, o temático que ha servido como excusa para el texto. La narrativa de Aira se sostiene sobre un sólido armazón teórico -que exhibe en una de las facetas más desconocidas aquí de su obra y aún así de las más interesantes: el ensayo- que siempre sirve de detonante de sus narraciones. Nunca sabremos a ciencia cierta en qué medida Aira parte de una idea y la viste con una narración o si apenas comienza a dejarse llevar por una historia descubre las posibilidades de investigación teórica de la misma. Quizás haya una tercera variable, él mismo ha escrito sobre ello en Las tres fechas, que permitiría ubicar de modo más claro ese punto de origen. Entretanto podamos acotar ese tercer eje, seguiremos tanteando las posibilidades que se nos ofrecen.
En el caso de Dante y Reina el lector contempla al inicio de la misma un extraño suceso: Reina, obedeciendo a su madre, sale al descampado de noche para hacer un recado. En el trayecto es atacada por un perro, todo hace pensar que Dante, que la intenta violar. Pero, cuando recupera la consciencia, se encuentra con que ha sido Dante quien la ha salvado de otro perro violador. Allí comienza su vida en común como pareja. El lector se siente perdido y algo desorientado, como la propia Reina, puesto que en principio Dante aparece como atacante para tornarse, más tarde, como salvador. La vida cotidiana, donde Dante demuestra ser un marido perfecto hace olvidar el violento inicio de la relación. Pero, al final del relato -no lean el final de este párrafo los que todavía se irritan cuando les desvelan el final de las narraciones-, nos es revelado que, efectivamente, fue el propio Dante el violador. Enfrascado en sus deseos de convertirse en artista, había seguido las predicciones de un vidente que le había dicho que debía hacer una buena acción como inicio de su formación: salvar a una mosca de una violación. Dante, como todo buen artista, no espero a que la realidad le proporcionara el escenario, y prefirió provocarlo por sí mismo para resolver el trance.
CUATRO. Yo también he mentido, he insistido mucho en que no hay que leer este texto como alegoría de nada, como plasmación simbólica de idea alguna. Y, en cierta medida, es falso. El último capítulo de la novela narra el encuentro en el espacio de dos revistas que flotan en el vacio estelar: ¡Hay que hacer algo por el arte! y La Ciencia de la Realidad. Cuando ambas revistas se cruzan, y en mitad de la lluvia de partículas estelares, rozan sus páginas, se realizaba el amor verdadero, el de las reencarnaciones. Evidentemente, Dante y Reina narra uno de esos encuentros.
CINCO. Sería injusto cerrar el comentario sobre este libro y no hacer ninguna referencia a las ilustraciones de Max Cachimba. El toque de naïf siniestro y alucinado del dibujante rosarino encaja de modo perfecto con el tono del texto, y sirve como contrapunto figurativo y reconocible para el acelerado delirio de la narración. Siempre tendremos la duda sobre cómo habrían sido esas ilustraciones con la paleta de colores planos y fogosos del dibujante, pero desde luego el blanco y negro realza la intención pesadillesca, ese contraste expresionista que seguramente estuvo en el inicio del planteamiento de las mismas.
César Aira. Ilustrado por Max Cachimba, Dante y Reina, Mansalva, Buenos Aires, 2009
En la fotografía aparecen dos amigos de la infancia, César Aira y Arturo Carrera, haciendo el indio como acostumbraban de niños.
Está sacado del blog de Daniel Link.
Está sacado del blog de Daniel Link.