DOS. Se escribe sobre hechos ocurridos, para intentar, de algún modo, encontrar respuestas a las dudas que plantea el conocimiento de esa realidad que nos rodea. En el caso de Las muertas, su autor ha trabajado sobre la investigación. De algún modo se transforma en un forense, en el juez instructor de la causa, y va cotejando las pruebas, los testimonios para hacer un dibujo claro de lo que sucedió. El narrador quiere saber y por eso narra, escribió Belén Gopegui en su prólogo a La conquista del aire. En este caso se puede decir que el narrador quiere desvelar y se enzarza por eso en la investigación de los hechos.
No se trata de una novela policial o de serie negra, donde importa más el asesino o los porqués. Todo eso lo sabe muy bien tanto el autor como el narrador que elije para su novela: los asesinos, de modo directo o como inductores, son las dos hermanas que regentan con mano férrea sus lupanares. El porqué está claro también: dinero, poder. Las dos saben que su negocio depende en buena medida de saber controlar a sus trabajadoras, y cuando el negocio comienza a decaer por las nuevas regulaciones legales con que se van topando, lo que no quieren es perder a las criadas que ahora poseen o tener que pagarlas y liberarlas de su tutela. La denuncia social no es tanto sobre el crimen o la prostitución, sino sobre la esclavitud que tiene lugar de facto en el seno de los negocios de las Baladro (trasunto de las Gonzáles). Las dos hermanas, bautizadas irónicamente por Ibargüengoitia como Arcángela y Serafina, disponen de las vidas de las prostitutas como si fueran posesiones suyas. Eso es, sin duda, lo que más le llamó la atención al autor. Cómo mantenían el orden en su casa y por qué las mujeres no se revelaban o huían de allí. Cuando los prostíbulos están todavía en funcionamiento uno entiende que pudieran esperar la llegada de vientos más favorables. Pero, en el momento en que se ven recluidas en una casa donde no entran clientes y en la que apenas tienen pequeños destellos de libertad, hasta el punto de verse obligadas a acceder a la casa a través del edificio vecino, ¿por qué no hacen nada? No hay respuesta tampoco a todas esas cuestiones, ya que no es la intención del narrador explicar, sino tan sólo narrar, poner en manos del lector los hechos para que tome conciencia de ellos, para que los conozca. Dar testimonio, no hacer justicia. Un narrador fisgón que quiere saber.
TRES. Lo más interesante, con todo, de la novela de Ibargüengoitia es el discurso, o, lo que es lo mismo, la capacidad de modular un estilo creíble y coherente que le permita contar la historia con la misma fascinación con la que la irá descubriendo el lector. Por eso toma como punto de partida los textos de la investigación. Declaraciones, testimonios y pruebas que coteja a lo largo del libro. El narrador no ha presenciado nada, todo lo sabe por los documentos que parece consultar y contrastar. Más aún, la novela está constituida por la continua reproducción de esos hipotéticos documentos legales. Es una novela que reproduce un collage, el de las historias, los recuerdos y las versiones de lo sucedido que aportan cada uno de los implicados. Salvo las dos protagonistas, claro, que no testifican, que no dicen nada. Escuchamos lo que dicen los vecinos, los amantes, las prostitutas. Un fresco hecho de muchas voces, como vendría a ser el sumario del caso, que apenas nos permite intuir, pero no esclarecer, los hechos.
Además la novela se ubica en un lugar muy interesante, mestizo y por lo tanto fecundo y atrayente. No es, de modo estricto, la narración de los hechos históricos de las Poquianchis, sino que se ha basado en ellos. Por otro lado, siendo una novela, hay que repetirlo: ficción, está preñada de realidad al usar registros legales, policiales y periodísticos que conforman un tejido más cercano a la crónica o al reportaje que a la ficción habitual.
Pero, y es lo más importante, cuando se dan este tipo de novelas se construye la figura de un narrador interesado en, conmovido por, envuelto sin saber muy bien cómo, etc. Pero el narrador de Las muertas es invisible, no es más que una voz, la que une e hilvana los testimonios ficcionales escritos como si fueran verdad. De modo explícito, en la novela se expresa el deseo de que en todo momento se entienda el libro como ficción, pero los recursos que pone en marcha parecen desmentir ese deseo. De esa ambigüedad brota la fuerza de la novela. De modo más o menos involuntario cobra el peso exacto de la palabra, la capacidad de esclarecimiento de los hechos y su espíritu generador de realidad. Más allá de tópicos como que la realidad supera a la ficción, libros como Las muertas hacen patente que la realidad está hecha de ficciones, otro tema es que nosotros seamos más o menos capaces de darnos cuenta de ello.
Jorge Ibargüengoitia, Las muertas, RBA, Barcelona, 2009