Afortunadamente la editorial Periférica se ha hecho en su año de vida con un espacio en todas las librerías que se precian de serlo y en algunas que no lo son tanto. Y digo que por fortuna porque así el lector puede disfrutar de una de las líneas más coherentes e interesantes del panorama editorial.
En la deliciosa colección Biblioteca Portátil –por el bello formato que representa una voluntad de diferenciación evidente-, que de momento es la única de la editorial, han ido acercando autores hispanoamericanos vivos y fallecidos apenas representados en España, han recuperado obras fundamentales –ese Torquemada en la hoguera- y están acercando una literatura europea que se ha visto siempre ninguneada por estos pagos.
Y entre esas particularidades están dos libros de aforismos que allá por donde pasan triunfan. Sucedió con el autor dieciochesco Antoine de Rivarol, y con su discípulo y recuperador –pese a la distancia- Remy de Gourmont. Tanto en un caso como en otro se trata de autores desconocidos para el lector español, y además verdaderos descubrimientos.
En primer lugar por el acierto de publicar un libro de aforismos en este formato. De hacer caso a McLuhan estos dos libros serían casi perfectos, porque la adecuación del medio al mensaje es la idónea. Libros pequeños, breves, pero llenos de jugo como cada uno de los aforismos que albergan.
En segundo lugar por lo interesante de las obras. En el caso que nos ocupa –el libro de Gourmont- sus reflexiones vienen acompañadas por un excelente prólogo del editor y traductor Luis Eduardo Rivera, y dos textos interesantísimos: un prólogo que hiciera Apollinaire para uno de sus libros y una semblanza realizada tras su muerte por Léautaud en sus diarios, ambos textos excepcionales. De este modo el lector no puede quejarse de falta de referencias a la hora de enfrentarse a la lectura de los aforismos de Gourmont. Sabemos que fue un hombre de excepcional cultura literaria, respetadísimo en su tiempo, que llevó una vida algo huraña y retirada por culpa de la deformación facial que sufría. Pero, por encima de estas cuestiones, se trasluce que es uno más de la serie de excepcionales hombres que hicieron su obra en los márgenes de la gran literatura en Francia.
Los aforismos son, sencillamente, espléndidos. Nos sumergen en el pensamiento de un hombre superdotado para el detalle y de excelente capacidad analítica. La elección del triple salto mortal que es el aforismo –son tan breves que cuando uno quiere darse cuenta se le han escapado, deben entenderse y atraer desde el primer momento para interesar al lector y deben ser suficientemente profundos para provocar una reflexión posterior- revela una voluntad humilde, una modestia en lo personal pero una ambición intelectual enorme.
Gourmont se atreve a definir el aforismo:
«Una afirmación perentoria hecha en dos líneas puede muy bien no ser presuntuosa: es una manera de forzar a la meditación».
Y tampoco le tiembla el pulso para tocar otros temas, y siempre con acierto, como en el caso de la literatura:
«Para ser veraz, una novela debe ser falsa.»
«Algo peculiar: en literatura, cuando la forma no es nueva, el fondo tampoco lo es.»
«Existen cosas de las que hay que tener el coraje de no escribir.»
O de la vida:
«La gratitud, como la leche, se agria si el recipiente que la contiene no está escrupulosamente limpio.»
«Si quieres hacer filosofía, conócete a ti mismo; pero si quieres hacer fortuna, conoce a los demás.»
«Un oyente que comprende es la mitad del discurso.»
«La inteligencia es esporádica, como los hongos.»
«La inteligencia sirve para criticar los actos, no para determinarlos.»
«No se nota que las personas inteligentes se las arreglen mejor ni comprendan más que los otros.»
No sabe uno si pedir ahora que se publique todo lo de Gourmont o pedir por favor que se detengan ya. El nivel ha quedado tan alto que hasta un buen libro haría bajar la media. Es lo que tiene ser capaz de hacer las más difíciles piruetas y saber caer, siempre, de pie. Una delicia.
Remy de Gourmont Pasos en la arena Periférica, Cáceres, 2006