Este breve ensayo, que se ha editado en la cuidada colección Únicos –vaya por cierto desde aquí la felicitación a Diego Feijóo por el bello diseño de la colección- es una lectura llena de sugerencias para el lector atento.
Decir algo novedoso sobre la relación entre el amor y la muerte es muy difícil, pero Süskind lo logra, porque repasa una serie de ejemplos y de mitos que han pivotado siempre en torno a esa tensión inherente entre el eros y el tánatos.
Una de las primeras cosas que evita es centrarse en el amor físico, entendiendo como tal la realización sexual. No le interesa el hecho de que el orgasmo se pueda considerar una “pequeña muerte” como dicen los franceses, o que sea a través del sexo como se pueda sublimar la pulsión de muerte o sentirse más vivos. Desde el inicio se nos enmarca en un campo dialéctico muy claro: el amor, entendiendo como tal la fusión espiritual y sentimental entre dos almas.
Por eso, tras repasar una serie de ideas y de aspectos llega a los dos mitos, uno griego, otro judeocristiano de retornos de la muerte. Tan sólo Jesús, que estuvo muerto y resucitó, y Orfeo, que visitó el Hades en busca de su amada Perséfone, ha vuelo del mundo de los muertos. Y ambos lo han hecho por un motivo: el amor. Lo que sucede es que los dos tipos de amor son muy distintos, mientras el de Jesús es un amor fraternal y místico, el de Orfeo es mucho más prosaico, y por eso mucho más entendible y realizable por el ser humano. Son los dos ejemplos de victoria sobre la muerte enarbolando la bandera del amor.
Frente a la visión romántica del enamorado que se inmola porque no puede soportar la carencia de amor o su exceso como ideal intangible, Orfeo se enfrenta a la muerte para recuperar su amor, está dispuesto a ir más allá de lo que ningún hombre ha ido por conseguir estar junto a su amada. Jesús lo hace también pero de un modo distinto, divino. ¿Qué busca Orfeo en su visita al reino de los muertos?, a su amada; ¿qué busca Jesús al resucitar?, poder, estrictamente poder.
En un momento como el actual, donde cada vez aparecen más libros dedicados al mito órfico y a su capacidad de incorporar un tipo de pensamiento y de sentimiento del que nos hemos alejado, no es casual la comparación que establece Süskind. Los cultos órficos nos preparan para la muerte, interpretan la muerte no como el premio o el castigo sobre nuestras acciones en la vida, como sucede en el culto cristiano –ya sea en la versión católica, donde se recompensa la bondad en la tierra, o en la protestante, donde el hombre se salva por la fe y en esta vida disfruta ya de un anticipo de la felicidad del otro mundo porque es bien visto a los ojos de Dios-, sino que consideran la muerte una parte más de la vida. Una de las cosas que debe hacer el hombre es aprender a morir, y por eso realizan ritos destinados a conocer la muerte, a permanecer muertos en vida para poder asumir mejor el postrero viaje. El mito de Orfeo es, de hecho, una sucesión de muertes, que se entienden como procesos de cambio, tras cada muerte hay una nueva vida, y así hasta el infinito. Por lo tanto la muerte no es el fin, sino una cesura más en el proceso. De hecho, la visión órfica supone que en el paso de la niñez a la madurez hay una muerte, lo que sirve de ejemplo del distinto modo de ver el mundo de ambas propuestas.
Lo curioso es que tanto un culto como otro están basados en el amor. Frente a la visión tiránica y vengativa del Dios del Antiguo Testamento, Jesús es una figura envidiable, posiblemente la mejor marca de la historia, con el mejor eslogan –Ama al prójimo como a ti mismo- y que rentabiliza de un modo único el amor. Pero siempre un amor fraternal, que huye del placer hedonista y que coloca siempre la fe por encima de las pasiones del mundo. El culto órfico es más humano, más cercano, y posiblemente más verdadero, postula la capacidad de vencer a la muerte –que no quiere decir ser inmortal, sino asumir su presencia como una parte más de la vida, sin necesidad de que sea un ajuste de cuentas con nuestra conducta o nuestra fe- desde uno mismo, viviendo con plenitud la vida, viajando dentro de uno mismo. Orfeo va en busca de su amada, no por la amada, sino por él, porque la necesita junto a él, pero paradójicamente es al amarse a sí mismo cuando mejor expresa el amor que siente por su pareja. Frente a la visión “comunitaria” del cristiano, que predica el amor al prójimo, el culto órfico aboga por el amor a uno mismo. Es lo mismo y no lo es, porque aunque los objetivos son los mismos el camino no lo es.
Resulta muy esclarecedor presenciar como los pensadores marxistas y neo marxistas más interesantes que hay hoy están transitando senderos órficos en pos de su lucha frente al sistema. No creo que sea casual que, frente al sistema capitalista y publicitario que domina en el mundo occidental –y por extensión en todo el planeta- y cuyo paradigma organizativo es la Iglesia, los ideólogos de ese “otro mundo posible” hayan encontrado en el pensamiento mítico del orfismo una salida.
Patrick Süskind Sobre el amor y la muerte Seix-Barral, Barcelona, 2006