12 enero 2007

Una vida en cuatrocientos ochenta recuerdos

Desde que doy clases de escritura Georges Perec ha sido un escritor que se me ha hecho cada vez más interesante. Sobre todo su libro Je me souviens. Como no sé francés –no con la competencia necesaria como para leer un libro y entenderlo todo- he tenido que trabajar siempre en clase con traducciones parciales del libro. Sólo por eso la alegría de ver la edición del libro editado en español no tiene precio. Por fin podemos leer en España los cuatrocientos ochenta recuerdos que compiló Perec.
Para hacer esta edición Yolanda Morató ha contado con una colaboración de lujo, la de Juan Bonilla, posiblemente el mayor valedor de la obra en España. De hecho es muy probable que de no ser por él no tendríamos entre las manos este libro. Para los que usen esta bitácora como referencia de posibles lecturas les recomiendo el libro que hizo Bonilla desde su personal lista de recuerdos: Je me souviens, está editado por Algaida.Leer al
completo esta lista es una fuente de placer, de sugerencias, y se revela como el descubrimiento de un mundo y un modo de verlo único, el de Perec. A fin de cuentas, como se explica en el prólogo del libro, la idea de la recolección de una serie de recuerdos no es originaria de Perec, sino de Joe Brainard, un pintor expresionista abstracto, y precisamente a él le dedicó Perec el libro. Aunque la labor más profunda y más interesante la hizo Perec, ya que logró reflejar un fresco de su época y de su generación fascinante. Al leer el libro uno parece estar viviendo en el París de los años en que se fueron redactando los recuerdos.
Pero la lectura también ha sembrado ciertas dudas. En primer lugar uno reflexiona sobre cuál habría sido la mejor edición posible. Como bien señala Morató hay un libro –Je me souviens de Je me souviens- en el que Roland Brasseur rastrea el significado y las referencias de cada uno de los recuerdos. Esto, que es muy interesante para el público francés, ya que muchos de los datos incluidos en las anotaciones son desconocidos para un lector medio o joven, es fundamental en el caso del lector español, que se queda a verlas venir con muchos de los recuerdos –como me ha pasado a mí-. Tal vez, ya que se ha hecho el esfuerzo de editar el libro de Perec con algunas notas, se podría haber editado con todo el aparato investigado por Brasseur. Desde luego se podría sacar más jugo al libro si lo hicieran de este modo.
La otra duda se refiere a la traducción. En el pequeño currículo de la editora que se incluye en la solapa de la contracubierta –por cierto, es de agradecer a la gente de Berenice que muestre un verdadero respeto por los traductores al dar importancia a alguien fundamental que suele dejarse de lado- no dice nada al respeto de su competencia como traductora de francés, pero a lo largo del libro se evidencia –por ejemplo, en las explicaciones de los juegos de palabras y demás toque humorísticos del texto- que sí sabe lo que se hace. Por eso no se explica la extrañísima traducción que hace del OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle), que traduce como Seminario de Literatura Potencial. Es extraño porque en francés existe la palabra seminaire y los miembros del OuLiPo decidieron usar el término ouvroir que quiere decir taller, con la clarísima connotación de trabajo manual, como un obrador de pastelería o un taller mecánico, porque la idea de taller como lugar de trabajo intelectual tiene la palabra atelier. Todo esto puede parecer suspicaz, pero creo que es importante que no olvidemos que el trabajo manual, la acción directa, es importantísima para la cultura, la praxis es fundamental, y me molesta mucho cuando entiendo que se da de lado para enfatizar la parte académica y elitista. Uno es así, piensa que en la acción reside la revolución, o viceversa.
Por otro lado me ha sorprendido ver que la traducción de Morató es menos sugestiva que la traducción de algunas frases con las que trabajo yo en el taller. En este libro puede leerse:
«Me acuerdo de la alegría que entraba cuando, teniendo que hacer una traducción del latín, encontraba en el Gaffiot la traducción de una frase completa.»
Mientras que en la traducción que yo manejo para el taller:
«Me acuerdo de la alegría que me daba cuando, al ir a hacer una traducción de latín, encontraba en el Gaffiot toda la frase traducida.»
Que a mí me parece más sugerente, más exacta.
O esta otra, tal y como aparece en el libro:
«Me acuerdo de que un día mi primo Henry visitó una fábrica de tabaco y se trajo un cigarrillo del tamaño de cinco unidos.»
Que en la traducción que yo he manejado siempre en las clases es así:
«Me acuerdo de que un día mi primo Henry visitó una fábrica de cigarrillos, y trajo un cigarrillo largo como cinco cigarrillos.»
Que me parece más natural, menos alambicada.
Sí que reconozco que no traduzco francés y no conozco el original, hablo por tanto de una cuestión meramente estilística y desde una perspectiva subjetiva, pero estaremos todos de acuerdo en que ahí radica en buena medida la literatura.
De cualquier modo, por encima de estos detalles que demuestran la cantidad de tiempo libre y carencia de preocupaciones que tengo, hay que alegrarse porque este libro esté a disposición de los lectores y hay que agradecer a la editorial Berenice y a Yolanda Morató que lo hayan puesto a su alcance.
Georges Perec Me acuerdo Berenice, Córdoba, 2006