30 enero 2007

La obra de un explorador

¿Se puede leer ingenuamente? ¿Podemos asimilar las narraciones sin tener en cuenta el momento en que fueron creadas, sin ubicarlas en la cadena de la Historia de la Literatura? ¿El lector ideal es el que tiene en cuenta el texto y su contexto o el que se sumerge en el sin ningún tipo de idea preconcebida? Es una pregunta que me he hecho muchas veces, incluso he llegado a creer que puede ser un baremo interesante que separe a las obras maestras –esas piezas que todos dicen haber leído pero de las que se habla casi siempre por referencias- de las que no lo son. El baremo consistiría en que la lectura de esos libros, tanto en el momento de su nacimiento como a través de los años proporcione la misma sensación de novedad, sin perder nunca su calidad artística. Cuando uno lee a Shakespeare o a Cervantes –por poner dos ejemplos irrebatibles- uno siente que se le habla de cosas que ve en su día a día, y que se hace de un modo cautivador. Y, del mismo modo, parecen hablar al catedrático como al lego, sin hacer distinción entre ambos.
Toda esta reflexión viene a cuento del libro de H.G. Wells que acaba de editar Atalanta: Los ojos de Davidson. ¿Debemos leer a Wells con la misma ingenua perplejidad con que lo leyeron sus coetáneos victorianos? El prólogo de Alberto Manguel parece apuntar en esa dirección. Parece decirnos: pasemos por encima de los tópicos sobre Wells –prejuicios, debemos ser justos al reconocerlo, que han marcado su obra tras la muerte del autor- y leamos sus cuentos como prefiguraciones de la ciencia-ficción por venir. Sorprende en el prólogo las limitadas referencias de Manguel. Limitadas si considerásemos que la literatura es el mundo, algo muy borgeano que, posiblemente, ha heredado Manguel de su relación con el hacedor ciego. En tal caso habría que reconocer que Manguel tiene un amplísimo conocimiento del mundo. Ahora bien, la herencia más profusa de Wells, la más fértil, no está en la literatura, sino en expresiones de mayor éxito popular como el cine o los cómics, por no hablar de la televisión. La lectura de los cinco relatos recogidos en este volumen evoca innumerables referencias a un lector que esté más en ese mundo audiovisual que en la enorme biblioteca de referencias de Borges y Manguel.
Y por eso hay que volver a lo preguntado, ¿cómo debemos leer a Wells? Si lo hacemos ubicándolo diacrónicamente se engrandece, no por cuestiones estéticas, sino temáticas. Ha quedado en la mente de todos como un precursor de la ficción científica y ciencia ficción –no son lo mismo- y agudo montador de parábolas sobre la condición. Pero la realidad es que hoy los textos de Wells se han quedado un poco viejos, son pasto de nostálgicos y eruditos y el lector no va a encontrar historias o enfoques que no haya visto ya mejor resueltos en obras que, sí, son posteriores a esta, pero también resultan más interesantes.
Eso nos aboca a una nueva pregunta: ¿es pertinente la edición de este libro?, ¿podemos pensar que Wells está superado y hay que dejarlo como pasto de libreros de viejo e historiadores de la literatura? Está claro que la literatura no se mide como la ciencia, y por eso la respuesta debe ser afirmativa. Una literatura –y al decir esto estoy haciendo una mezcla casi imposible de mercado y arte, así como de los que los usan y practican- debe tener siempre disponibles a los clásicos, a las obras de referencia. Para un aficionado a la ciencia ficción este libro supondrá la fijación de los padres del género, y por lo tanto debe ser una lectura casi obligada. Comprenderá que tanto la ciencia como la ficción se han desarrollado más bien poco en estos cien años. Para un lector de Wells supone la posibilidad de disponer de los textos fijados en una buena traducción que, como en el caso de “El país de los ciegos” –el relato más conocido de su autor, y más editado-, aporte las dos versiones que el autor hizo del texto al pasar los años. Y, para un lector que busque una narración bien planteada y entretenida es una oferta inigualable, ya que en el libro se recogen cinco historias que, sobre todo, entretienen y divierten al lector.
Pero sigue flotando en el aire la duda del inicio. ¿Podrá está edición cuidada y respetuosa situar a Wells en un canon de autores mayores? Yo creo que no, porque la función de Wells en la narrativa no parece la de un gobernante, sino más bien la de un explorador.
H.G.Wells Los ojos de Davidson Atalanta, Vilaür, 2006