Ando un poco preocupado con el nivel de la crítica española. Esta afirmación no es algo que se diga por vez primera en este blog. Muchas veces el verdadero asunto de los comentarios que he deslizado en él era la incapacidad de muchos críticos –críticos que publican en medios grandes y de prestigio- de entender los textos de los que hablaban. Lo que ya no sucede tan a menudo es que pueda uno directamente cuestionar la capacidad verbal de un crítico. ¿Cómo puede valorar una persona que no sabe escribir el texto de un autor? Yo, que no soy cocinero, y que las dos cosas que hago entre fogones son muy modestas y destinadas más a matar el hambre que a otra cosa, cuando voy a un buen restaurante puedo llegar a decir: esto me gusta mucho, está sabrosísimo o delicioso. Lo que no sé es valorar la capacidad profesional del cocinero. No sé si es mucho más complicado hacer una tortilla de patatas o un soufflé de pollo confitado con berenjenas y leves aires cantábricos, por ejemplo. Por eso me sorprende que haya críticos carentes de una formación mínima, algo tan sencillo en alguien que debe leer un texto y escribir sobre él como pedirle que conozca el lenguaje en que se ha escrito el texto y en el que debe expresarse para escribir su reseña.
Todo esto viene a cuento de que estaba hace un par de horas preguntándome qué tal estará la nueva novela de José María Merino. Medardo Fraile me habló bien de ella –pero Medardo quiere a Merino como a un hijo y uno siempre es benévolo con los hijos-, así que me animé a buscar críticas de la misma en Internet. Y de lo primero que me salió fue la que firmó Juan Ángel Juristo en el ABCD, titulada Arcadia por horas. La verdad es que del susto que me he llevado el único responsable soy yo por andar leyendo lo que no debo, y más si, como se da el caso, uno ya conoce al señor Juristo. En fin, me he quedado tan abducido –creo que podemos considerar a este crítico un extraterrestre, porque considerarle humano es ser muy generoso- que me he visto obligado a glosar esta pieza de orfebrería que debería ser lectura obligada en todas las facultades de periodismo y de filología sobre cómo no se debe hacer, nunca, una reseña de un libro.
Vamos allá.
“De la vasta geografía temática de la obra del autor, el refugio ocupa un lugar central.”
La primera en la frente. Vamos a repasar la sintaxis de esta oración. Lo haremos usando el tradicional método que se empleaba en el colegio, que es el de reubicar la frase de un modo más habitual. Bien, la oración, en tal caso sería así: El refugio ocupa un lugar central en la vasta geografía temática de la obra de su autor. O sea, que venir a usar un genitivo partitivo –y luego me suspenden la Historia de la Lengua- está muy bien, pero no tiene razón de ser aquí. El señor Juristo no sabe usar las preposiciones. “No es un asunto muy importante en el castellano”, pensará el señor Juristo, “porque son sólo diecinueve palabras de las más de cincuenta y cuatro mil que reúne el diccionario de la Real Academia. No voy a molestarme en aprender a usar tan sólo veinte”. Uno no puede sino darle la razón a Juristo, ¿para qué aprender a usar las preposiciones si uno tan sólo va a escribir en castellano? Podríamos extendernos con el abuso de la pragmática que implica ese sintagma “de la obra del autor” que parece designar toda obra de todo autor, pero tampoco es cuestión de partir pelos en tres.
“Puede ser un barrio de una populosa ciudad como Madrid, muy a menudo un territorio que, día a día, se escapa de los mapas para entrar en el recuerdo, como ciertas zonas y costumbres de su Noroeste español, en este punto hay unas semejanzas con Miguel Torga que no deberían dejarse pasar por alto, o, también, enormes sitios que eran inmensos continentes y cuya épica ocurrió en otros tiempos y de los que Merino ha dado cuenta en su ciclo de narraciones sobre América, o sencillamente un estado mental, como en esta última narración.”
Analicemos esta frase. Encontramos por ahí dos oes disyuntivos que parecen segmentar los tipos de refugio a los que alude Juristo analizando la obra de Merino. Voy a parafrasear lo que yo entiendo al leer tan sólo esa única partícula disyuntiva: Un refugio sería un barrio de una populosa ciudad como Madrid, que es un territorio que, día a día, se escapa de los mapas para entrar en el recuerdo, como ciertas zonas y costumbres de su Noroeste español. El otro refugio serían los enormes sitios que eran inmensos continentes y cuya épica ocurrió en otros tiempos y de los que Merino ha dado cuenta en sus narraciones sobre América. Y el tercer tipo de refugio sería un estado mental, como en la narración que ocupa al genial Juristo. Uno, que algo ha leído a Merino, va desentrañando las metáforas. Merino tiene un libro de cuentos llamado Cuentos del barrio del Refugio, con narraciones ambientadas en torno al barrio del Conde Duque de Madrid, y otro llamado Cuentos del reino secreto, en el que recoge cuentos con un aire de leyendas muy propias del paisaje leonés en el que se crió. Juristo los debe de confundir, porque entre ambos no hay disyuntiva, sino que son el mismo o al menos funcionan como una comparación gracias a ese como del texto. Muy distintos refugio son esos enormes sitios que eran inmensos continentes. La retórica le juega una mala pasada a Juristo. Por encima del hecho de que se ve que es una frase pensada para rellenar los caracteres que le pide el periódico para la reseña, la verdad es que considerar un refugio a un “enormes sitios”, que, por cierto, han dejado de ser “inmensos continentes” –eso deja entrever el pretérito- y que carecen de épica contemporánea –con lo que todas las novelas de dictadores, por poner sólo un ejemplo, deben ser inventos de colegas de Tolkien-, lo mejor de todo es que la frase debe tener relación con la trilogía protagonizada por Miguel Villacel Yölot y cuya autoría recae también en José María Merino.
Lo del estado mental como refugio es en lo único en que estoy de acuerdo. No sé si el que está en Babia –el estado mental, no ese terreno que desaparece del mapa- es el propio Juristo o el director del ABCD que, con cosas como esta, no le echa a la puta calle. Si un cirujano hiciera una operación como este hombre ha hecho una crítica estaría en el calabozo a la espera de juicio. Pero en la sociedad de hoy un crítico que no sabe escribir, que se limita a rellenar el hueco que la editorial pide dentro del folleto que los sábados se entrega con el periódico, vive de ello.
Luego dirán que exagero.