Y, sin embargo, la mayoría de los expertos ignora –prefiero pensar que es ignorancia y no desprecio- la obra de narradores gráficos que realmente se la juegan en cada historia. Porque usan sólo imágenes, no recurren a la palabra como recurso fácil para transmitir lo que no saben recrear con el dibujo. En esto andan las cosas muy parecidas al cine, donde una de las cosas que trajo el sonoro fue un frenazo en la investigación de métodos narrativos en la que los grandes directores del cine mudo se enfrascaron. ¿Cómo transmitir un sentimiento con imágenes? ¿Cómo recrear sentimientos e historias una imagen tras otra sin recurrir a la palabra? La mayoría de los dibujantes desisten pronto, y los que trabajan con guionista saben que, además, a este le gusta colocar sus diálogos, sus textos de apoyo, en la obra final.
Precisamente es muy raro por eso encontrar obras como Cinema Panopticum del suizo Thomas Ott. Este genial narrador gráfico –esto sí se puede usar, señores, porque es alguien que narra con imágenes- es uno de los más puros artistas de su medio. Sus historias no contienen palabras. No hay diálogos, no hay textos de apoyo, todo se cuenta, se traslada, a través de la imagen.
La estética de Ott es muy curiosa, es deudora al mismo tiempo de los tebeos clásicos de terror de EC Cómics –Tales from the crypt, Creepy- y del expresionismo alemán. Por eso sus trabajos poseen una sugerente atmósfera, y cuentan historias de horror que conjugan lo explícito con lo aludido, por lo que son doblemente eficaces.
Además, Ott usa una curiosa técnica pictórica, ya que, en vez del tradicional negro sobre blanco, él usa blanco sobre negro, logrando una estética muy parecida a la del aguafuerte, ya que parece trabajar más con un punzón y un buril que con lápices o plumillas.
Y, pese a todo lo dicho, lo mejor de Ott es la capacidad de trabajar con paginaciones reiterativas sin que el lector perciba la más mínima sensación de monotonía. En Cinema Panopticum, por ejemplo, divide en cuatro la plancha –fiel reflejo de las cuatro historias de que se compone el álbum-, y como mucho se permite unir en algunos casos las viñetas horizontalmente o hacer una que ocupe toda la plancha. Pero casi siempre mantiene las cuatro viñetas sin que el lector perciba en momento alguno ese estatismo. Esa regularidad es la que acentúa los espectaculares aciertos en el modo de contar la historia, de trabajar con las imágenes de tal modo que el lector encadena con una naturalidad pasmosa a esos personajes en movimiento sin necesidad de escucharles hablar o pensar. Ese distanciamiento no atenúa los espectaculares aciertos que logra en las historias, engarzadas en lo mejor de la tradición fantástica o simbólica de la narrativa del siglo pasado.
La obra de Ott es, en verdad, de las que no ya dignifica, sino que engrandece un medio de expresión en el que demasiado a menudo nos quieren dar gato por liebre, y aprovecharse de cualquier cosa que huela a historia adulta o sofisticada para hacernos creer que, sólo por eso, estamos ante una obra importante. Los álbumes de Ott no decepcionan, y van construyendo, paso a paso, una de las trayctorias más consistentes y originales que se pueden encontrar hoy.
Thomas Ott Cinema Panopticum La Cúpula, Barcelona, 2005
Para Gonza, que me regaló el tebeo