No creo que vayamos a descubrirle a ningún lector habitual de cuentos las excelencias de Sergi Pàmies. Su obra está ahí para hablar por él mismo, y no creo que ningún lector lo dude –salvo los que se las dan de enterados cuando en realidad están muy distraídos y siguen rebuznando ideas peregrinas como que Pàmies imita a Monzó o que sigue su estela y demás comentarios que evidencian sus carencias como lectores-. Pero, del mismo modo, yo creo que los numerosos parabienes que ha recibido este libro vienen, precisamente, originados por la obra anterior de Pámies, pero no por esta colección de relatos. Ni un bodrio –es muy difícil que un autor con cabeza y sentido estético pierda el norte como para entregar una bazofia- ni un libro magistral. No, este libro de Pàmies no es otra cosa que un libro de transición. Ni más ni menos. Siete años sin publicar un libro de relatos –esto sorprenderá a esos autores que publican un libro por año, así les luce el pelo-, dedicado mucho más a sus colaboraciones en prensa, pueden ser, sin duda, mucho tiempo para que la máquina esté engrasada.
Pero, por encima del estado de forma del autor, se aprecia que hay un giro temático y estético que está por concretarse. Por un lado hay una voluntad acaso excesiva de adelgazar los textos, de convertirlos en apenas esquemas de narraciones, en las que se entrega al lector un esbozo, una primera versión de un texto. Pàmies parece estar buscando una narración sintética, que de unos frutos mínimos pero que se esperan sabrosos. Y eso no ocurre. Habría que analizar en profundidad el daño que el microcuento está generando en el relato breve. Parece que muchos autores no se han percatado que los microrrelatos verdaderamente geniales y canónicos no narran, sino que enuncian una paradoja o axioma, pero que se desvanecen por su falta de entidad. Para que se vea más claro, un libro de aforismos. Los aforismos necesitan de ir acompañados, bien en manada, dentro de las páginas de un grueso libro que recoja los diversos chispazos de ingenio de su autor –a mi lado tengo mi libro de Lichtenberg que es, sin duda, la mejor muestra de lo que digo- o bien como apostilla. Pero, por sí solos, se quedan un poco huérfanos, desamparados, como una noche de sábado sólo en casa con el televisor estropeado. Parece que realmente no hubiera nada. Con un chispazo no se salva una noche, y con un microcuento no se cala en la memoria del lector. Vayamos al microcuento más famoso de la historia, el dichoso dinosaurio de Monterroso –por cierto, cómo me revienta la gente que escribe Tito Monterroso, o a la que escribe Gabo- que la mayoría de la gente cita mal, y eso se debe a que toda la gracia del asunto está en una acertada conjugación sintáctica. No hay más. Un uso acertado del lenguaje, pero no hay sentimientos, historia, nada que nos toque como lectores. Pàmies ha adelgazado sus cuentos hasta convertirlos en esquemas, en parodias de cuentos que no llegan al lector. En algunas entrevistas ha confesado que el proceso que ha llevado a cabo con ellos ha sido ese, el de ponerlos a una severa dieta en la que, como Shylock, ha ido cortando libra tras libra la carne de la historia hasta dejarla convertida en nada, en apenas un hueso roído del que el lector debe sacar un jamón. Y no, eso no funciona así. Tal vez en un futuro, al seguir investigando esa línea, consiga plasmar más sentimiento, más emociones –y por lo tanto suscitarlas en el lector- en esos breves cuentos. Pero en esta ocasión no lo ha logrado.
Por otro lado hay planteamientos que producen sonrojo. El cuento de la gota de agua, con la metáfora de esa caída desde el grifo a la pila como alegoría de la existencia es, digámoslo claramente, adolescente. Parece un cuento sacado de una revista de instituto –escrito con más oficio, claro, pero sacado de un fanzine de universitarios a lo sumo- y hay varios textos que se mueven dentro de esas mismas coordenadas. Una alegoría precisa, igualmente, de un referente externo. No existe por sí sola, funciona en tanto que el lector sepa ver la referencia y construir por tanto la relación entre referente original e imagen metaforizada. Son cuentos que, también, se quedan cortos, necesitados de un complemento. Y, lo peor en algunos casos, es que el autor se ha dado cuenta de que quizá se le estaba yendo la mano y ha intentado frenarlos, limarles las aristas, y mediante remiendos, rebajar parte del alcance de esas metáforas. Y ahí ha malogrado algunos textos.
Y, por último, están los cuentos que parecen abocados al silencio de la escritura, a la nada de lo real, que posiblemente son lo mejor del libro y los que logran un tono más interesante. Con esas negaciones del mismo hecho de narrar, de los senderos que puede trazar. El cuento “Nuestra guerra” es un ejemplo perfecto de cuento retórico, metaliterario que, finalmente, hace aguas porque no llega a concretarse, no llega a levantar una historia en torno a la que funcionar. Mientras ese tipo de historias a Beckett le sirve para colocarnos frente a la nada, en el caso de los textos de Pàmies de este libro nos demuestra la nada que albergan esos cuentos. Y, aunque puedan parecer cosas muy parecidas son, en realidad, muy distintas.
Pàmies es, sin duda, un escritor plenamente capaz de hacer lo que quiera con un lector. Sabes adentrarse hasta lo más profundo del ser humano y sacar a la luz nuestras contradicciones, y sabe echarnos a la cara todas nuestras miserias sin por ello resultar un cínico o un amoral. Pàmies ha sabido siempre ser tierno, piadoso, con sus criaturas, que a fin de cuentas son seres humanos llenos de defectos y perdidos en el mundo que les ha tocado vivir. Y una buena muestra de todo lo que he dicho está en esa genialidad que era y es “La maquina de hacer cosquillas”, uno de los mejores cuentos que se han escrito nunca, que sabe transitar por una delgadísima línea que separa el melodrama de la vacuidad, pero que sobrevive construyendo un texto que no condesciende a lo fácil y que al mismo tiempo nos deja profundamente tocados. En este Si te comes un limón sin hacer muecas creo que falta esa humanidad. Parece que a Pàmies le ha dado miedo, no se ha visto preparado para transitar esa frontera, y ante el miedo de sonar sensiblero, se ha ido al otro lado. Los cuentos resultantes son fríos, retóricos, estrictamente preocupados por su dicción y no por su calor. Y eso lo convierte en un libro fallido.
Como ha ido con prólogo de ese bluff que se llama Vila-Matas y demás, se conoce que ha vendido mucho. Pero la realidad es que este libro es una mera muestra de una transición, un camino que puede traernos a un Pàmies renovado en sus formas e interesante como siempre o que puede llevar a Pàmies en convertirse en un verdadero tostón. Sólo el tiempo dirá en qué queda todo esto. Alguien debería explicarle a Pàmies que lo normal al comerse un limón es hacer muecas, porque eso demuestra que uno está vivo, que siente, que respira. Los cuentos de este libro son fríos, carentes de humor, y parecen un limón incapaz de provocarnos, aunque sea, esas muecas.
Sergi Pàmies Si te comes un limón sin hacer muecas Anagrama, Barcelona, 2007