16 septiembre 2007

Estética estática

Gonzalo Calcedo Juanes es, sin lugar a dudas, el mayor productor de libros de relatos de este país. En los once años que van de la publicación de Esperando al enemigo hasta el día de hoy ha editado diez libros de relatos. Sus cuentos están recogidos en numerosas antologías y está reconocido como uno de los grandes del género en este país. Sirva como botón de muestra los elogios vertidos en la entrevista que Miguel Ángel Muñoz le hizo en su blog El síndrome Chéjov.
Yo me he acercado a Saqueos del corazón con la misma ilusión con la que en su momento me he ido acercando al ya mencionado Esperando al enemigo, a La madurez de las nubes, a Apuntes del natural, La carga de la brigada ligera o El peso en gramos de los colibríes o a su novela La pesca con mosca. He realizado este pequeño repaso a modo de inventario no tanto para, como hace Rafael Conte en sus artículos, demostrar que todos esos libros están criando polvo en los estantes de mi biblioteca, como para evidenciar que conozco, y que he manejado la obra de Calcedo Juanes. Y, después de haber leído todos esos libros, y este nuevo Saqueos del corazón, creo que es muy probable que no me decida a leer muchos más libros suyos. Luego, como todo en la vida, incumpliré este deseo y leeré más cosas suyas, pero creo que sirve como imagen suficientemente plástica la idea de alguien que, tras haber realizado la lectura de un libro, tiene la sensación de que no va a encontrar ya nada en la obra de ese autor.
La importancia de la continuada labor de Calcedo como cuentista no se puede poner en duda sin caer en la más evidente hipocresía. El modo en que ha leído el minimalismo norteamericano y lo ha adaptado a nuestra literatura ejerce todavía una enorme influencia en los textos de los nuevos autores que despuntan. Su dedicación al género está fuera de toda duda, pero, quizá por todo eso, se hace evidente que su narrativa ha llegado a un estancamiento evidente. La lectura de los once cuentos que forman este libro no depara una sola sorpresa, un solo cuento único y original, una alegría íntima, un goce estético. La cuentística de Calcedo ha caído ya en un impass que perjudica, sobre todo, a la valoración de su obra. Si alguien comenzara hoy a leer a Calcedo Juanes con este libro es muy probable que valorase su evidente oficio y la solvencia que lleva demostrando muchos años como contador de historias. Pero uno lleva ya unos cuantos libros de Calcedo leídos, y no encuentra en este nada nuevo, nada vibrante, nada que huela a riesgo o a ambición. Uno encuentra un libro más de Calcedo, bien escrito, con unas tramas más interesantes que otras, con ideas mejor o peor aprovechadas, pero no mucho más.
Y esa es la razón fundamental de este texto. No tanto señalar el inmovilismo de la obra de Calcedo –que no se puede condenar, ya que sea por elección o por fatalidad es algo que cae fuera de todo cuestionamiento- como señalar que estamos viviendo un momento que es, a mi juicio, importantísimo en el devenir del cuento en nuestro país. Ahora mismo tenemos a maestros indiscutibles vivos, ahí está el referente de todos por prestigio y calidad de su obra: Medardo Fraile –todavía mejor persona que escritor, y mira que es difícil-, a una nutrida serie de autores establecidos –pienso en Merino, por ejemplo-, a los que están ahora en plenitud de facultades y continúan con una obra con un estilo ya marcado y definido –aquí la lista sería prolija así que mejor me ahorro nombres y de ese modo todos, muy narcisos, se podrán dar por aludidos- y un grupo de jóvenes autores que están dando sus primeros pasos. Y aquí es donde tenemos el problema. La obra de Calcedo Juanes está, o parece estar ya a tenor de lo demostrado en este libro, hecha. Todo lo que nos puede deparar el futuro son pequeños ajustes, remates, ligeros detalles. Pero el estilo, su intención, está ya formados. Y llega el momento de cambiar el foco de lugar. En los blogs, verdadero lugar de encuentro y valoración de los aficionados al cuentos, compruebo que estamos cayendo en los mismo errores que detecto en publicaciones y suplementos con las novelas. Todos los años, sea el libro malo o peor, uno presencia que hay una serie de autores a los que siempre se les coloca entre lo mejor del año. Hablo de autores como Vargas Llosa, Javier Marías o Muñoz Molina, por citar tan sólo tres. Son los que forman el parnaso de los novelistas hispanos, hagan lo que haga está bien. Y me parece que en el cuento estamos cayendo en los mismo errores, repito. A Calcedo Juanes –y restrinjo el comentario a él porque es su libro la excusa para este texto- hay que respetarle y valorarle como un autor de referencia en el cuento hispano. Porque eso es de justicia. Pero también hay que decir que el inmovilismo de su obra la convierte en cansina, que no hay ningún riesgo en su propuesta y que parece escribir los cuentos como Lope hacía los sonetos, porque se lo manda Violante.
Y todo esto arroja una nueva duda, que es la de saber si Calcedo Juanes hace estos cuentos porque está cómodo repitiendo la fórmula –que además le ha otorgado prestigio y dinero, aunque sea a través de certámenes- o si los escribe así porque no sabe hacerlos de otro modo. Pero no deja de ser algo secundario, porque lo realmente importante es lo rutinario de la dieta a la que nos somete con este libro.
En la citada entrevista que le hizo Miguel Ángel Muñoz dice que él se encuentra defraudado como escritor de relatos. Yo, como lector de los mismos, me encuntro en la misma tesitura.
Gonzalo Calcedo Juanes Saqueos del corazón Algaida, Sevilla, 2007