02 diciembre 2008

Encarnación tecnológica

Era una idea de promoción del grupo planteado como un cierto terrorismo cultural burgués, que no llegará a constituir más que un juego de salón. Fundamentalmente, sus filmes venían marcados por un elevadísimo grado de colonización cultural que les desproveía de cualquier sentido crítico, totalmente alejados de nuestra realidad.
La cita está extraída de una entrevista que le hicieron Martí Rom y José María García Ferrer a Pere Portabella, y la recoge Rubén Hernández en su excelente libro Pere Portabella, hacia una política del relato cinematográfico. En ella está planteando la distancia que siente hacia lo que se llamó la Escuela de Barcelona, donde militaron en su momento desde cineastas tan interesantes como Joaquín Jordá o Gonzalo Suárez, además de otros realizadores de méritos más reducidos -y que, por eso, obviaremos.
Cuando leí esta cita me vino a la cabeza de modo casi automático el nocillismo. Con ese nombre aglutino a un grupo de escritores vinculados de modo más o menos explícito al núcleo de la revista Quimera y dentro del que hay autores muy interesantes y otros que lo son poco nada. También, por razones evidentes, obviaré hacer listados. No es eso lo que me interesa en este caso. Lo que me interesa es que creo que, en buena medida, la cita sería aplicable a ellos si cambiamos la palabra "filmes" por "libros". Yo creo que su modo de hacerse presentes dentro del panorama nacional ha sido ejercer ese terrorismo, sobre todo en la vertiente de generar la imagen de un grupo más o menos definido con una serie de reclamaciones que hacer al mundo editorial, y por extensión cultural, patrio. Y, por otro lado, es evidente que cuando ellos hablan de referencias pop -en el particular caso el afterpop de Fernández Porta-, yo entiendo que me están hablando, siempre o casi siempre de una cultura underground yanqui que me/nos es totalmente ajena. O sea, la cultura pop en España pasa, en el aspecto muscial, por ejemplo, por el Fary, Isabel Pantoja o José Luis Perales tanto como por Mecano, El último de la fila o Duncan Dhu. Y eso lo obvian. La cultura pop no es Vainica Doble, ni McNamara, que eran under y lo siguen siendo por mucho que cualquier trendy de hoy los reivindique.
Sí, la cita y la lectura que hago de la misma es parcial. Adapto una reflexión en torno a una grupo de los sesenta de ámbito cinematográfico a una invención promocional de los noventa montada en torno a la literatura. Sé que estoy arrimando el ascua a mi sardina, por así decirlo. Y precisamente por ello quiero hablar de lo que me parece más interesante del nocillismo. Hay una realidad evidente y es que en la España hipermercantilizada -sí, el mundo como hipermercado, a lo Houllebecq- de estos inicios del siglo xxi, donde una corporación informativa y editorial ha logrado -es ingenuo usar el "pretendido" en este caso- modelar a su gusto la imagen de la cultura, era necesario entrar en ella rompiendo las puertas y no pidiendo paso. Y los nocillos han hecho eso, aunque, después de la bullanga inicial, parece que se han calmado en cuanto les han abierto las puertas. Ha bastado con tirar unas piedras para que les hayan franqueado el paso, y ahora, desde dentro, con el beneplácito de los que pagan, y por tanto mandan, poder seguir realizando su terrorismo de salón.
Por otro lado, hay un aspecto más perdurable e interesante de su labor, y es la de introducir a la literatura española en el siglo xxi. Si uno lee los libros que se nos venden como canónicos, parecería que España sigue en el contexto histórico de la serie Cuéntame. A mí se me caen de las manos los libros de Javier Marías, de Muñoz Molina, de la Grandes, de Llamazares, de Millás, etc. -añádase cualquiera de los autores de la "nueva narrativa española"- porque están tan cercanos a mí en la imagen que generan de la representación del mundo como los de Galdós o Baroja, con la diferencia de que los otros sí dialogaron con su tiempo de tú a tú. El nocillismo ha servido para recordar al mundo del libro que existe internet, las low cost, los teléfonos móviles o el mp3. O sea, que hay un presente que modifica no ya nuestras costumbres, sino nuestros modos de asimilar el mundo. Y eso es más importante de lo que muchas veces se pretende hacer creer. Sirva como modo de ejemplo el prototipo de ejemplo moral que se ofrece desde el mercado al mundo: José Saramago. Un hombre que concibe el "compromiso político" bajo las mismas coordenadas que lo hacía un autor de los años cincuenta como Sartre, y que, pese a sus aireadas posiciones ideológicas no duda en participar dentro de ese mercado que afirma detestar. O sea, alguien completamente desfasado en palabra y obra -no me extrañaría que él use esa terminología para explicar sus actos-.
Por eso me parece interesante como propuesta el libro Todo lleva carne de Peio H. Riaño. Por un lado se entronca de modo claro con esta tendencia del universo nocillo de querer mostrar la realidad tecnológica como primer objetivo. En este libro hay capítulos que están nombrados como si se tratase de archivos de imagen. Así, hay 32 secciones del libro que aparecen siguiendo una cuenta atrás y que, se supone, deberían plasmar una imagen. En realidad a mí no me parece que lo sean, y en realidad encuentro poco comprensible que, lo que podían ser secuencias sin más tengan que aparecer con esa excusa tecnológica. Evidentemente es una elección del autor, pero me parece que es una elección errónea. Conviene no olvidar que Peio H. Riaño dirige la sección de Cultura de un diario de tirada nacional -sí, esa misma sección en la que yo colaboro por lo que uno ha pensado mucho, pero mucho, lo que escribiría aquí sobre el libro-, y eso es determinante a la hora de elegir un discurso. El suyo pretende estar "a la última", cazar una tendencia que tanto los medios como parte del público ha aplaudido de manera entusiasta. Y es quizás por ese lado donde estriba la principal fuente de caducidad del libro.
Por otro lado hay una faceta que lo diferencia del entorno nocillo. Se aprecia una preocupación real por el entorno, por ir más allá de ese terrorismo de salón y hablar de los problemas de la gente común. Es esa faceta sociológica, documental, la que lo lleva a retratar "lo que sucede en la calle", y hacerlo de un modo crudo, directo, y por lo visto, casi hiriente para algunos -la crítica del ABCD no dejaba lugar a dudas sobre cómo debe leerse un libro con preocupaciones ideológicas desde un periódico reaccionario-, pero que al mismo tiempo resulta, para otros, interesante por lo que tiene de golpe en la mesa para, sino denunciar, si alertar sobre la deshumanización de nuestro entorno. La realidad es que esa voluntad de reflejar lo que sucede en la vida de cualquier ciudadano es la que lo aleja de la obsesión tecnointelectual del entorno nocillo y lo acerca a otros narradores como Julián Rodríguez en sus preocupación por decirnos cosas sobre el hombre y su condición en el mundo de hoy.
Y, sin embargo, lo que trascenderá de este libro no será ni el uso más o menos oportuno de las referencias de la era Google, ni la voluntad testimonial y documental del libro. No, lo que muy posiblemente haga más duradero el libro es la simiente que se abre en la narración cuando hay un motor que redistribuye las fuerzas motrices del libro: Lucas. Toda la rabia, toda la deshumanización del libro parecen descongelarse, y el libro termina con alguien al que la llegada de un nuevo ser le ha cambiado la vida. Para bien y para mal, pero la ha cambiado. Y es desde esa mirada desde donde Todo lleva carne cobra nuevo sentido. Porque el libro se convierte entonces en la historia de una transformación, la del joven marginado por la sociedad de mercado, refugiado en la tecnología y la cultura en algo tan corriente como un padre.
Más allá del retrato generacional, lo que se nos cuenta en estas páginas es una Bildungsroman del nuevo siglo, donde tan sólo las responsabilidades de la paternidad parecen servir de bisagra entre la rabia juvenil y el sosiego de la madurez. En un mercado -no vamos a seguir llamándolo sociedad tan sólo por anestesiarnos- como en el que vivimos, donde se nos pretende eternos adolescentes abocados al consumo, quizás ese anclaje a la vida sea la palanca que mueve el mundo.
O tal vez no, tal vez sea la narración de una doma. Todo depende de cómo se lea.