Ahora, lo que no cambia vayas al festival que vayas es la presencia de ciertos "cuerpos extraños" entre los invitados al festival. Se llaman críticos, y a la mínima que se les deja enarbolan la bandera de FIPRESCI para justificarlo todo. Y lo peor es que siempre se encuentran con un coro de ingenuos e ilusionados directores que no dudan en decirles lo que valoran los premios que ellos otorgan frente a los más caprichosos del jurado del festival.
Pero la realidad es que uno ve que esos críticos se comportan como santones que bendicen y marcan la diferencia entre lo que es malo y lo que es bueno, sin justificar nunca el por qué. No hacen crítica analítica, ni "cahierista", sino retazos impresionistas que luego usan como evangelios que todo trabajador del medio debe seguir a pie juntillas. Ellos ya no son espectadores de cine, son sacerdotes de la religión del "cine de autor", donde vale más dormirse con una película afgana que pasarlo bien con una yanqui.
En una de las fiestas a las que hemos sido invitados les dije más o menos lo mismo a un par de críticos y desde entonces veo que mucha gente no me saluda por los pasillos del hotel, que los directores del festival me miran raro -un amigo belga me ha preguntado si estaba borracho cuando les dije eso y cuando le he dicho que no, que lo pensaba y lo pienso, se ha hecho todavía más amigo mío-, que por las noches recibo llamadas raras en el teléfono de la habitación y cada mañana las mujeres de la limpieza entran varias veces para interrumpir mi sueño.
Entretanto tendré que seguir soportando que haya críticos que no consideren que sencillamente opinan sobre una obra, sino que pontifican y bendicen o excomulgan a los artistas.
Eso sí, Lisboa está preciosa, como siempre.