19 abril 2007

Un hombre de palabra

A veces en algún programa de televisión, o en una de estas encuestas algo idiotas que cada cierto tiempo inventa alguien para atraer la atención de algún periodista atolondrado –que son la mayoría-, obligan al entrevistado a confesar con qué famoso o prestigiosa figura pública le gustaría irse de cañas, o cenar, o cualquiera de esas cosas que en cuanto se hacen con desconocidos pasan a ser incómodos actos sociales. Yo siempre prensaba: me gustaría charlar un rato con Ramón Gaya, escucharle tener esas opiniones tan certeras, tan ajustadas, de viva voz. Poder escuchar esas verdades que escribía –en libros fundamentales, únicos, como El sentimiento de la pintura o Velázquez, pájaro solitario- de su propia voz. Y un buen día se me fue. Se nos fue a todos, de hecho, porque del mismo modo que el siempre recalcó que el artista debía huir del engreimiento que normalmente fomenta esta sociedad mercantilista, del narcisismo que se le tolera al artista por vicio romántico, porque no es otra cosa que el instrumento de la Historia y del pueblo para dar forma al arte, que cuando es verdadero, cuando es creación, vida, es de todos, porque es igual a nosotros. Y se nos fue sin poder haber disfrutado de él todo lo que hubiéramos querido.
Sólo por eso ya sería motivo de alegría la edición de Ramón Gaya de viva voz. En este libro se reúnen un nutrido número de entrevistas –veinticinco- algunas inéditas y otras no, que concedió Gaya desde su retorno del exilio hasta finales de los años noventa, cuando poco a poco se fue recluyendo cada vez más en él mismo, en su arte y sus seres más queridos.
Este libro servirá para que en el futuro quede una buena muestra de la naturalidad del estilo de Gaya. No hay en estas entrevistas un solo momento en que la sombra de un exceso de retoricismo, de literaturización, asome en la conversación de Gaya. Y aún así no se aprecia diferencia alguna con sus lúcidos, pulcros e infernalmente sencillos ensayos. Porque, y ahí radica una de sus principales virtudes, los libros de Ramón Gaya enseñan a todo aquel que quiera verlo el mejor modo de señalar la verdad y de expresarla de modo certero: la naturalidad. Frente a la avalancha de ensayos, artísticos, filosóficos, que se amparan, se escudan, en tecnicismos, en un estilo peraltado para iniciados, los textos de Gaya son hospitalarios en el estilo, cálidos y sencillos, pero no cesan de decir verdades sin tener miedo alguno a decirlas en voz alta. Gaya es, sin duda, una muestra viva de las mejores virtudes de la España de siempre, la voz del pueblo, la del hombre de palabra, que atesora y sabe el valor de cada término que usa, y no se ve necesitado de vestir altas galas para ser preciso y elegante.
Y, por otro lado, pese a que frente a la profundidad y el rigor de sus propios ensayos, estas entrevistas puedan parecer superficiales, pequeñas síntesis o resúmenes para los que conozcan su obra, es desde luego un portal de bienvenida único para los que nos conocieran esos libros fundamentales.
Además este libro sirve para conocer de primera mano, por comentarios y expresiones del propio Gaya, muchos detalles biográficos que estaban algo oscuros. No fue Gaya un hombre dado a confesarse, a hablar de sus vivencias –como se deduce de la lectura de los diarios de Andrés Trapiello, uno de sus más fervorosos seguidores y defensores- y por eso es de agradecer la ingente cantidad de anécdotas, de pequeños datos biográficos que se recogen en él.
Pero, por encima de todo eso está, siempre, la profunda humanidad de Ramón Gaya. Cuando uno mira sus cuadros –o al menos así me sucede a mí- uno se vuelve más sabio. Uno parece conectarse a la serena vida que late en ellos, a ese modo remansado, tranquilo, con que construye el mundo –lo que en medio de la aceleración que se nos impone desde la presión del mercado lo hace muy recomendable- y frene a ellos uno es más feliz. Cuando uno lee a Gaya uno sabe cómo se ha formado esa sabiduría, porque los libros de Gaya son el poso, la reflexión que él mismo ha hecho de su modo de mirar el mundo y de pintarlo. Hay un sin fin de artistas que exponen y acompañan sus obras de textos explicativos sobre el por qué han hecho esto o lo otro. Pero con la obra de Gaya a uno le sucede lo mismo que cuando nos enamoramos: uno se pasaría la vida mirando sus cuadros y escuchando sus palabras, no porque reflejen de un modo único la vida o nos enseñen algo sobre ella, sino porque son vida, a veces mucho mejor que la que vivimos, y por eso queremos estar con ellos todos el tiempo.
Ramón Gaya de viva voz Edición de Nigel Dennis. Pre-Textos, Valencia, 2007