Uno cree, desde hace mucho tiempo, que la poesía es una sustancia extraña que se deposita allí donde quiere, independientemente de que el vehículo sea un poema, una novela, un sms, una mirada o un modo de beberse un botellín. Háganme, caso, hay gente que bebe botellines de un modo muy poético.
Y luego están los poemas. Que ni tan siquiera tienen que estar escritos en renglones cortados, sino que pueden ser en prosa o incluso haciendo dibujitos por el papel. Para gustos los colores.
Mercedes Cebrián es una escritora extraña. En primer por su rareza, por su escasez. En España lo normal es hacerse un escritor que se deja llevar por la corriente, que contemporiza con lo que hay y saca más o menos tajada de donde puede. Y todo esto, normalmente, con la brillantez justa que la picaresca –no evitemos llamar a las cosas por su nombre- impone. Sin embargo, Cebrián ha hecho un camino inverso a lo que dicta el mercado –la corriente- y, tras estrenarse con un libro que aunaba poemas y cuentos, ha decidido continuar su producción con un libro de poemas –y un libro de poemas que, como veremos, escapa de las convenciones de lo que suele ser un libro de poemas para el público, o sea, los consumidores-, y dicho libro es de una calidad muy superior a la media, demostrando que además de asumir riesgos solventa la papeleta con nota.
Por otro lado es una escritora extraña porque se fija en cosas que el resto ignora o, directamente, no ve. Saber mirar es, sin duda, una de las virtudes del escritor, del buen escritor, y construir pensamiento desde esos materiales es, o debería ser una obligación de todo autor. Y, además, conoce el verdadero valor de cada una de las palabras que usa, que usamos. Mientras que todos usamos palabras, y en muy contadas ocasiones las cargamos de sentido, Mercedes Cebrián –y esto lo he comprobado personalmente- se fija en cada una de las palabras de la conversación, en los mecanismos que desarrollamos para entregar u ocultar información, a veces sencillamente para dejar discurrir tiempo hasta que decidimos qué hacer. Por eso sus textos son tan originales, porque en su cerebro ya ha habido un análisis profundo de cada una de las posibilidades y posibles interpretaciones de los hechos y pensamientos que allí aparecen.
Además, llama la atención poderosamente en su libro los temas. Normalmente la poesía se ha encargado, casi siempre, del entorno privado, el yo, los sentimientos, las preocupaciones ontológicas y existenciales. En algunos casos se han producido destellos de poesía política, en la que los temas ideológicos o las cuestiones civiles, los asuntos de la res pública, se hacían centro del poema. Sin embargo, en Mercado Común –y no Unión Europea o CEE, no es una cuestión secundaria-, los poemas parecen referirse, hablarnos desde un yo plural, que nos afecta a todos, pero no desde una postura de la que se desprenda abiertamente una ideología determinada, y en la que siempre tiene cabida la realidad que se mueve en medio de las dos esferas mencionadas, ese espacio que Castoriadis, tirando de tesis antropológicas, definió como lo no público/no privado. Esa realidad es el ágora, el punto de encuentro, es un lugar donde no se toman las decisiones que afectan a todos, lo que se decide en la ecclesía, pero en la que todos pueden comparecer como seres privados. En una sociedad tan fuertemente capitalizada como la nuestra, donde todo tiene precio y se considera que dicha cantidad es el valor (de mercado) de cada uno, ese espacio común, el ágora, se ha visto invadido por el mercado. Y es dicho mercado el que impone las normas, las reglas, rebasando las barreras de lo público y lo privado.
En esa realidad mercantilizada, en la que buscamos objetos capaces de satisfacer nuestros sueños y deseos, y de la que emanan las corrientes de opinión y las tentaciones que marcan las decisiones de las asambleas que nos representan, es el ámbito donde se mueven los poemas de Mercado Común.
Lo que analiza a través de sus versos es el modo en que esa esfera condiciona nuestra existencia, nuestro sentir y nuestro pensamiento. La apertura de un IKEA en Jerusalén es una “noticia horizontal y enorme” y un poema se llama PYME y otro Clientela. Pretender ignorar esa intromisión, que cada uno vive como más o menos violenta, del mercado en nuestra vida, en nuestro sentir y nuestro imaginar es absurdo. Pero es algo que se produce todos los días, como si el poeta permaneciera en esa torre de marfil de la que tanto se ha hablado y su vida se limitase a realidades inmateriales.
Hoy las parejas se casan en el momento en que comparten un alquiler –lo que les impone de un modo tácito una duración mínima de su convivencia, y por tanto de su afecto y cariño- y se condenan al firmar la hipoteca a treinta o cuarenta años en la caja de ahorros de turno. Ese marco impone nuevos modos de quererse, nuevos horizontes sentimentales que parecen quedar a un lado de la mayoría de la producción poética que hoy se hace. Pero está ahí.
De todos modos sería injusto limitar este libro a esta lectura más o menos materialista de la realidad y no indicar que hay más cosas en él. Hay tecnología y un mundo en constante cambio, pero un cambio que tiene como objetivo la uniformidad de los paisajes, de los escenarios, y que por eso está modificando esa variedad de modos de vida que era la característica del mundo hace veinticinco años. Con la pérdida de esas culturas, de sus lenguas, de sus costumbres, se están perdiendo también sus sentires. Hoy un chico de Vallecas no ve el mundo muy distinto que uno de Chicago, de Lagos o de Mumbai. Y eso no se debe a que cada uno haya tenido las mismas posibilidades, sino a que su realidad es muy similar, está formada por los mismos objetos, los mismos referentes y, consecuentemente, los mismos deseos que están directamente inducidos por la publicidad.
Cebrián nos coloca ante esa distopía que, sin darnos cuenta, estamos viviendo, y plasma los sentimientos que esta produce. Lo importante es que el misterio de la vida, las preguntas que desde siempre se ha hecho el hombre, permanecen latentes a la espera de respuestas, pero tenemos que soportar el constante discurso del “mundo desarrollado” y de la “sociedad de la información”, cuando es evidente que vivimos en una sociedad del registro donde no se analiza y se digiere la información, por lo que no puede haber mucho desarrollo.
Cuando mis alumnos me dicen qué es lo que entienden por un libro de poesía les obligo a leer Mercado Común de Mercedes Cebrián, para demostrarles que un libro de poesía puede contener pensamiento, análisis, imágenes poderosas, reflexión, y sentimientos, muchos sentimientos. Que la poesía es muchas más cosas de lo que nos enseñaron en el colegio.
Mercedes Cebrián Mercado Común Caballo de Troya, Madrid, 2006