16 diciembre 2007

Una realidad masticada

Si hay un autor consciente de su físico, de su cuerpo, ése es Fogwill. Basta hacer una búsqueda de imágenes en Google para llevarse muchas sorpresas. En la mayoría de las fotografías abre los ojos exageradamente, para que se le quede una cara de alucinado con la que observa al que mira su foto. Hay muchas instantáneas así. En otras aparece fumando, y cuando lo hace no sostiene el cigarro con la mano o con los labios, sino que lo muerde, con la misma rabia con la que parece apresar una realidad que, mal que le pese, se le escapa a veces fugaz entre las manos.
Fogwill es un autor extraño, plenamente consciente de lo físico del mundo, de su realidad táctil, de su materialidad. Frente a otros autores, que se deslizan cuando trabajan con el lenguaje a un mundo de ideas y palabras, que no tiene más carnalidad que la del papel blanco y la tinta negra con que trabajan, un mundo virtual lleno de vacíos, de huecos que lo convierten en un entorno fantasmal por el que transitan los lectores como si de un sueño se tratase. Mundos de bordes imprecisos y caras desleídas, como los recuerdos borrados de Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Olvídate de mí), en los que el lector debe no ya participar, sino directamente rematar esas labores que el autor ha dejado a medias.
Y esa conciencia de que le debe entregar al lector un mundo, una realidad tan vívida como en la que él vive, como esos cigarros que parece devorar más que fumar, como esos ojos que parecen salir de su cara en las fotografías, condiciona de un modo determinante el discurso y el estilo de Fogwill.
Quizá una de las mejores muestras de lo que digo sea el libro que ha publicado Periférica, Help a él. Partiendo de un cuento repleto de imágenes y de ideas como es El Aleph –por cierto, no está de más recordar esa otra genial relectura del cuento borgeano que hizo Ronaldo Menéndez y que llamó Menú insular-, Fogwill nos entrega una novela corta llena de carnalidad y de materia. Fogwill toma todos los componentes del relato de Borges, desde el título, que es una anagrama del original, a la mujer objeto de anhelo, esa Vera Ortiz Beti es otro anagrama, en este caso de Beatriz Viterbo, el primo mal escritor, las cenas a las que el escritor es invitado por parte de la familia de la muerta, etc.
Lo que sucede es que, frente al aleph borgeano, que es ése punto del universo en el que están reflejados todos, y que Borges se ve obligado a describir de un modo sucesivo, puesto que el lenguaje lo es, pese a que lo reflejado en él sucede de modo simultáneo, Fogwill recoge todas las posibilidades de encuentro carnal vividas o deseadas con la muerta. No sabemos si drogado o no, en el cuento original el narrador también teme haber sido drogado, el protagonista va reviviendo un encuentro sexual donde todo es explorado, donde todo tiene su lugar, donde se ve reflejado todo el amor y el deseo que pudieron sentir él y la fallecida cuando estuvieron juntos.
Hasta aquí la novela no pasaría de ser una relectura hábil, inteligente, del texto borgeano. Una cover acertada, que podría decir Fresán. Pero Fogwill va más allá, utiliza la excusa argumental para hacernos sentir esa sesión amatoria. Fogwill ha entendido que, frente al cuento frío e intelectual de Borges, la literatura debe presentar realidades, mundos que vayan más allá de la concatenación de imágenes sobre una pantalla plana. El cine ofrece eso, pero la literatura ofrece mundos, realidades palpables, escultóricas, por las que el lector transita. Y Fogwill lo sabe, y nos lo ofrece.
Leer esta novela supone sumergirse en un mundo que, pese a tener tintes oníricos, se nos muestra de un modo contundente, real. Leer Help a él es saborear los labios de la muerta, excitarse con el narrador, es tantear cada uno de los objetos, experimentar cada una de las acciones, que van apareciendo en el libro. Como la vida, como nuestra realidad cotidiana, carece de argumento, sencillamente está ahí, para ser experimentada, vivida, transitada.
Cuando leemos esta novela no perseguimos una idea, una trama, sencillamente tenemos la sensación de que le han abierto una nueva habitación de la casa que es nuestra vida para que podamos vivirla un poco más. Una extensión palpable, concreta, una realidad virtual en el sentido de que está guardada en un libro, pero que se nos torna vívida como el café de cada mañana.
Con los buenos libros uno tiene, siempre, la sensación de que han pasado a formar parte de la vida de uno, una vida mental y conceptual que es nuestro equipaje de mano para la vida real. Pero leer este libro se parece más a una transfusión de sensaciones, de vivencias, de experiencias sensibles, que hemos vivido durante su lectura. Y tenemos que esforzarnos para comprender que en realidad las hemos leído, de tan reales como son.
Fogwill Help a él Periférica, Cáceres, 2007