No voy a andarme por las ramas. Yo había manifestado en diversas ocasiones mis reticencias hacia el estilo excesivamente hinchado de retórica que a veces se apoderaba de la prosa de Menéndez Salmón, y esa tendencia retórica ha quedado, creo, ya casi totalmente esquinada a tenor de lo que muestra este libro. Estos cuentos siguen teniendo, todos, un base eminentemente literaria, se aprecia en cada uno de ellos la constante presencia de las lecturas, de las influencias, de la visión del mundo de un lector avezado como es Menéndez Salmón pero, donde antes había artificio, oraciones rebuscadas, sinónimos imposibles –cualquiera sabe que la sinonimia pura es imposible-, en estos cuentos se ha abierto paso la verdad, que se nos ofrece desnuda a través de un estilo mucho más seco, y por eso más acertado, mejor vehículo para las historias y las ideas, de lo que acostumbraba su autor.
No creo, de todos modos, que estemos ante un libro que nos muestre el estilo definitivo de Menéndez Salmón. Una lectura atenta de cada uno de los nueve cuentos de Gritar nos indica que estamos, todavía, leyendo un libro de transición, porque se aprecia en algunos un mayor gusto retórico mientras que en otros se aprecia más esa rotundidad a la que me he referido. Lo que sucede es que en las narraciones que todavía tiene ropajes más recargados este recargamiento está mucho más moderado que antaño. Y en medio de ellos brillan cuentos como el que da título al libro –hay que decirlo en voz muy alta, con un cuento como ese en su interior cualquier libro de relatos sería ya bueno, pero lo importante es que no está solo sustentando el libro-, o “Hablemos de Joyce si quiere” donde la escritura de Menéndez Salmón se adelgaza hasta casi desaparecer, ejerciendo como estricta herramienta de unas narraciones poderosas, convincentes, vivas.
Y es ese sendero el que puede hacer de Menéndez Salmón el gran escritor que está llamado a ser. La literatura le atraviesa pero ya no le lastra, el estilo se muestra servil en lugar de apoderarse del texto, y la historia y su capacidad simbólica se hacen más patentes, más verdaderas y reales, porque no hay grasa retórica distrayendo la atención del lector. Cuando abre el libro puede atrapar y dejarse seducir por la historia sin tener que apartar telones o cortinajes.
Si se me permite la imagen –y creo que siendo este mi blog se me va a permitir- es como si Menéndez Salmón hubiera descubierto la belleza de la estructura del edificio. Frente a los ornamentos barrocos, a las fachadas churriguerescas de los cuentos de anteriores libros, en estos parece que el autor hubiera elegido la belleza de líneas puras de los edificios de Van der Rohe. Nada de ornamento innecesario, las piezas exactas, las líneas definidas, puras, apenas lo imprescindible, pero unos edificios tan válidos como los anteriores, todavía más aptos para el hombre, acogedores y, al mismo tiempo, de una sugerencia estética única. Sí, de algún modo estoy diciendo que con este libro Menéndez Salmón emprende un viaje hacia la actualidad, hacia una literatura de calidad e interés que nos condesciende al recurso fácil de asumir una estética caduca pero que juega con la ventaja de que es lo que el lector común considera “estilo”.
Con Gritar, Menéndez Salmón nos entrega su libro más moderno, subyugador e interesante. Y consigue que esperamos con ansiedad siguientes entregas.
Ricardo Menéndez Salmón Gritar Lengua de Trapo, Madrid, 2007