Ando muy liado con diversos temas en estas fechas y no tengo tiempo de actualizar el blog como desearía, así que he decidido hacer lo que muchos compañeros de profesión hacen. La profesión es profesional de la palabra, y consiste en que a uno le pagan por juntar palabras. Es lo que hay.
Esto apareció en el diario Público, se podría hacer un artículo mucho más extenso, y exacto, con este esquema, pero, como ya he dicho, ando mal de tiempo:
Mientras los partidos políticos manipulan las sentencias de los jueces o se echan la culpa mutuamente de los socavones de las obras, el precio de los alimentos se dispara y las hipotecas no dejan de subir. La política se vuelve cada vez más superficial y las ideologías parecen cosa de la ficción. Quizá por eso el debate sobre la realidad que nos rodea se ha trasladado de las páginas de política a las de cultura. Los autores parecen más conscientes del mundo que los dirigentes políticos. Y una buena muestra de ello es la revitalización que el pensamiento marxista, sobre todo en lo que tiene de dialéctico, está viviendo en las librerías españolas.
Más allá de las clásicas editoriales libertarias o progresistas, se aprecia un giro a la izquierda en las editoriales de primera línea. Novelas, narraciones, que construyen ideas a partir de la enorme potencia y fecundidad del marxismo.
Como “Museo de la Revolución”, del argentino Martín Kohan, donde se revisa el pensamiento del propio Marx, de Lenin y de Trotsky. A la luz de la peripecia de uno de los guerrilleros de extrema izquierda en los convulsos años d la dictadura, Kohan va más allá de una merca narración con excusa histórica. Las doctrinas comunistas son glosadas en una libreta para transmutarse en una poética de la novela, de los mecanismos con los que atrapa al lector la ficción y las herramientas que este encuentra en ella para analizar una realidad cada vez menos sólida.
Del análisis de esa realidad más cercana, casi cotidiana, Belén Gopegui construye sus ficciones, posiblemente las más incómodas del panorama español. No se puede leer “El padre de Blancanieves” sin indignación. Para unos por lo revolucionario de su propuesta, para otros por la sociedad que destripa con la precisión de un cirujano. Una sociedad de proletarios anestesiados con la ficción de pertenecer a un sucedáneo de clase media, encadenados por las hipotecas y un cada vez más incierto “bienestar”. La vida espectacular que ya denunció Debord se ha expandido a todos los registros de nuestra vida, que se nos presenta como un anuncio de cosmética del que no podemos que haya una persona tras esa cara. Al modo brechtiano -¿este tipo era marxista también, no?- la novela presenta una realidad que no puede presenciarse desde la indiferencia.
El mercado ha sufrido una metástasis, una hipertrofia tumorosa que amenaza con acabar con el paciente, la sociedad. Quizá Tabarovsky, en su “Autobiografía médica” ha atinado al definir los síntomas, las vidas de esas células que forman el tejido social. Un hombre que se deja llevar por el continuo ciclo de repeticiones, de las recaídas clínicas que no son más que la alegoría de la reproducción del cáncer en cada una de las cadenas de la sociedad.
Desactivar estos mensajes es uno de los deberes de los medios de comunicación dirigidos por el mercado. El arma elegida suele ser el fracaso de la utopía comunista en Europa. Quizá sea el momento de revisar la “Historia de la revolución rusa” de Trotsky que acaba de editar Veintisiete letras. Seguro que en los próximos meses habrá nuevos libros que hayan bebido de él.